Cuando pensamos en la investigación forense, a todos nos vienen a la cabeza las pruebas de ADN al más puro estilo CSI. Pero a principios del siglo xx, antes de que llegasen los avances tecnológicos que tenemos hoy en día, el polvo era uno de los puntos clave en las investigaciones criminales, gracias a las aportaciones del jurista austríaco Hans Gross y del criminalista francés Edmond Locard. Para Gross, autor en 1893 del Handbuch für Untersuchungsrichter als System der Kriminalistik, un manual sobre investigación criminal, la investigación tiene dos requerimientos interrelacionados: mantener el estado de la escena del crimen, sin tocar nada –una de las reglas de oro para los policías investigadores– y un análisis científico de los restos que se encuentran en la escena. Unos años después, Locard fue más allá de Gross y puso el polvo en el centro de la investigación. Las razones de Locard eran la ubicuidad del polvo, ya que todos los objetos lo tienen aunque se cambien de sitio; y su capacidad para mantener el estado morfológico de sus fuentes originales. Este criminalista definió el polvo como una «acumulación de ruinas pulverizadas» de cualquier cuerpo orgánico o inorgánico.
Así lo explicaba Ian Burney, profesor de la Universidad de Manchester, en la inauguración del seminario «Experts in the periphery (19th-20th centuries)», celebrado del 30 de noviembre al 2 de diciembre en el Instituto de Historia de la Medicina y la Ciencia López Piñero. Como ejemplo de la importancia del polvo en las investigaciones, Burney eligió el personaje del doctor Thorndyke, un personaje de ficción creado por Richard Austin Freeman a principios del siglo pasado. El doctor Thorndyke A partir de los avances de Grass y Locard, Richard Austin Freeman empezó a escribir las historias de detectives del doctor John Evelyne Thorndyke. Las novelas de Freeman, a diferencia de lo que pasa con otras del mismo tema, también tenían una finalidad didáctica. Por un lado, servían para instruir a los oficiales de policía de cara a futuras investigaciones y, por el otro, acercaban al público las novedades en estas investigaciones criminales. Estos libros llegaron a una audiencia diferente a la que tenían los de Grass o Locard, y contribuyeron de forma muy significativa a cambiar las prácticas forenses del momento. Además, popularizaron entre el público la investigación forense. Pau Sisternas Fajardo. Estudiante de Periodismo de la Universitat de València. |
Ian Burney es investigador y profesor en el Centre for the History of Science, Technology and Medicine (University of Manchester). © N. Mengual «Antes de que llegasen los avances tecnológicos que tenemos hoy en día, el polvo era uno de los puntos clave en las investigaciones criminales»
«Para Gross, era necesario mantener intacta la escena del crimen y hacer un análisis científico de los restos que se habían encontrado»
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