El accidente de Palomares

Las estrategias mediáticas de invisibilización del riesgo nuclear

El baño de Fraga

En diciembre de 1965 se estrenaba en los cines españoles la última película de James Bond, Operación Trueno (Thunderball, en inglés). El argumento de la película incluye la «pérdida» de dos bombas nucleares de un avión de la OTAN, robadas por el malvado grupo terrorista Spectre y retenidas en una instalación subacuática con la amenaza de destruir una ciudad entera. El cierre y rescate subsiguientes de los artefactos atómicos por parte del flamante (anticomunista y machista) agente 007 (en este caso, representado por Sean Connery) conducía a una lucha submarina que acaparaba un cuarto de las escenas del filme. La película resultó excepcionalmente exitosa (más que todas las anteriores de la saga y que las cinco que la seguirían).

No he podido averiguar si el cine de Palomares, la población protagonista de la historia que aquí nos incumbe (donde se vivirían escenas que los locales habrían preferido de todo corazón que fueran de ficción), proyectó esta película. Lo seguro es que, ese nuevo año que debía empezar, 1966, la prensa española del momento se esforzaría por hacer creer a sus lectores que los habitantes de esta población habían tenido la suerte de verse inmersos en Thunderball en la vida real, como si la pantalla se los hubiera tragado para sumergirlos en una vida diferente, totalmente nueva, trepidante, moderna y glamurosa, como la de las películas de James Bond.

Angier Biddle Duke

Angier Biddle Duke, entonces embajador de EE. UU. en España. / Fotografía de Biddle Duke Papers. Duke University, Durham (USA)

Palomares era una población rural de Almería con una de las rentas más bajas del momento, esencialmente formada por agricultores, muy cercana a Villaricos, una población pesquera. El 17 de enero de 1966 cayeron cuatro bombas nucleares estadounidenses a causa de un choque entre un avión bombardero y una nave de abastecimiento, mientras el primero se abastecía de combustible en el aire, sobrevolando la población. Esta maniobra se llevaba a cabo dos veces al día sobre las cabezas de los habitantes de la región desde que, en el marco de la Guerra Fría, la operación Chrome Dome (de disuasión de un ataque soviético en Occidente) tenía permanentemente volando hasta la frontera rusa aviones cargados con armamento nuclear. Las bombas no explotaron, pero dos de las cuatro contaminaron un área muy grande de territorio básicamente con plutonio, y otra se perdió en el mar.

El plutonio es un elemento radiactivo que, si bien puede encontrarse en la naturaleza en proporciones ínfimas, ha sido producido por el ser humano en cantidades incomparablemente más abundantes para fabricar armas nucleares y como combustible de centrales nucleares. La semivida del plutonio esparcido en Palomares es de 24.000 años. Durante toda su existencia, el plutonio va emitiendo radiación en forma de partículas alfa, poco penetrantes (es decir, que no pueden atravesar una hoja de papel). Sin embargo, las partículas alfa tienen una alta capacidad de provocar mutaciones en nuestro material genético si son liberadas dentro de nuestro organismo, por inhalación o ingesta de plutonio. Además, cuando el plutonio decae (al emitir partículas), se convierte en americio, también radiactivo, y emisor de rayos gamma, con alta capacidad de penetración y mutagénesis.

Manuel Fraga i

El ministro de Información y Turismo de aquel momento, Manuel Fraga Iribarne, y Angier Biddle Duke, embajador de EE. UU. en España, después del baño para demostrar que no había ningún riesgo radiológico en la zona del accidente. / Fotografía de Biddle Duke Papers. Duke University, Durham (USA)

Los kilogramos exactos de plutonio que se esparcieron no pudieron saberlos ni los equipos de limpieza de entonces ni tampoco los investigadores actuales: hoy en día, la composición de las bombas que cayeron permanece bajo secreto. Pero, según expresaba en una carta privada el entonces presidente de la Junta de Energía Nuclear, José María Otero Navascués, los dirigentes españoles eran plenamente conscientes de que los americanos, una vez terminadas las maniobras de limpieza, habían dejado en la zona «algunos kilos de plutonio».

La primera reacción de los gobiernos implicados, el de EE. UU. y el de España, entonces bajo la dictadura de Franco, fue ocultar el carácter nuclear del desastre. Inicialmente, se informó del accidente, pero no de que había bombas nucleares implicadas ni que los materiales radiactivos que estas contenían se habían esparcido por una vasta extensión de tierra. Este secretismo mediático era difícil de aunar con el despliegue de un contingente imponente de tropas estadounidenses en la zona y, sobre todo, con el uso de trajes de protección contra la radiación y de instrumentos para medirla por parte de los científicos y los soldados que inspeccionaban el área en busca de trozos de bomba y para realizar el mapa de contaminación.

Manuel Fraga Iribarne i Angier Biddle Duke

Cuando se informó del accidente de Palomares el 17 de enero de 1966, no se mencionó que había bombas nucleares implicadas ni que los materiales radioactivos se habían escampado por una vasta extensión de tierra. En la imagen, Angier Biddle Duke, embajador de EE. UU. en España. / Fotografía de Biddle Duke Papers. Duke University, Durham (USA)

La política de top secret pudo mantenerse durante algunos días en España, donde la prensa estaba férreamente controlada por la dictadura franquista. Pero los medios estadounidenses con corresponsales en la zona, pese a las restricciones de acceso, filtraron lo que localmente era evidente, y la naturaleza nuclear del accidente acabó por dar la vuelta al mundo, hasta el punto de ocupar portadas en rotativos y ser noticia en diversos medios. Pese a la filtración de la información, la negación del riesgo radiológico para los habitantes y la minimización de la contaminación radiactiva que lo provocaba fueron la tónica general de la política comunicativa de ese desastre nuclear. Para conseguir calar este discurso, desde el ámbito mediático se pusieron en marcha diversas estrategias de invisibilización del riesgo radiactivo.

Una única bomba y James Bond al rescate

Una de las estrategias que se utilizó consistió en centrar las noticias y los reportajes sobre el accidente en la única de las cuatro bombas que había caído en el mar. Esta bomba permaneció perdida durante casi tres meses, desde el 17 de enero hasta el 7 de abril de 1966, momento en que se logró sacar del agua tras la operación de salvamento acuático más costosa del ejército americano hasta entonces. Las versiones oficiales aseguraban que los análisis del agua del Mediterráneo confirmaban que no había radiactividad y que, por lo tanto, la bomba, si estaba en el agua, no se había dañado.

Aferrados a esta fecha, los medios se focalizaron en explicar al dedillo la búsqueda de la bomba: la prensa se colmó de información exhaustiva y minuciosa sobre cada tipo de barco, los instrumentos y la tecnología de última generación que los americanos llevaron a la costa almeriense. Esta estrategia no surgió de los medios: la armada americana desplazada a la zona, frente a la presión mediática para obtener información sobre las consecuencias del accidente, decidió proporcionar a la prensa fotografías de la tecnología empleada para la búsqueda de la bomba perdida. Los documentos indican que ellos mismos consideraron que esto distraería la atención pública.

Equips de neteja de les zones contaminades de Palomares

Los kilogramos exactos de plutonio que se esparcieron tras el accidente no pudieron saberlos ni los equipos de limpieza de entonces ni los investigadores actuales: la composición de las bombas que cayeron permanece bajo secreto hasta la actualidad. En la imagen, equipos de limpieza de las zonas contaminadas con trajes y mascarillas de protección. / Cortesia de Sandia National Laboratories

Las revistas españolas más leídas y difundidas publicaron reportajes de varias planas, con imágenes a toda página que mostraban los artilugios americanos transportados a Palomares para la ocasión. Mientras se hablaba de tecnología, no se hablaba de la contaminación que impregnaba hectáreas de campos de la zona en su interior ni del riesgo que esto podía suponer para la población local (y también para los soldados). Lejos de no informar sobre el accidente, la prensa española generó cortinas de humo y copó a la población con informaciones inocuas sobre brazos mecánicos y minisubmarinos con cámara, mientras evitaba a toda costa hablar de radiactividad, contaminación y riesgo para la salud.

Esta estrategia fue enormemente efectiva: actualmente, todavía hay muchos espacios y documentos que hablan de la bomba que cayó en Palomares. Uno de estos espacios es el archivo de Angier Biddle Duke, el embajador de EE. UU. en España durante el accidente y actor clave en la gestión mediática de sus consecuencias. Este archivo contiene un dosier con una recopilación de recortes de periódico, fotografías y documentos sobre Palomares. Consiste, sobre todo, en una recopilación del seguimiento mediático que se realizó en EE. UU., pero también en otros países. La descripción de este fondo documental que ofrece la página web del archivo de Duke dice: «Otro álbum de gran tamaño cubre un incidente internacional en Palomares, España (1966): mientras Duke era embajador de ese país, se perdió ante la costa española una bomba nuclear estadounidense sin detonar, que fue recuperada tras una creciente protesta internacional contra las armas nucleares».

La omisión de las otras tres bombas precisamente en este archivo es elocuente: Duke sería uno de los principales artífices de la campaña pública que se llevaría a cabo para apaciguar la crisis diplomática y política que comportó el accidente. No es el único hecho elocuente en este sentido que ofrece este libro de recortes: la recolección de prensa termina cuando, según la campaña mediática, se puso punto final a la crisis provocada por el accidente; es decir, cuando se logró rescatar la bomba del mar. Las primeras fotografías que mostraban una bomba nuclear en público serían consideradas como el colofón perfecto.

Vinyeta humorística sobre l'accident de Palomares

Viñeta humorística sobre el accidente que muestra el embajador de EE. UU. entrando en el mar mientras en el texto se indica: «Grandes momentos de la ciencia. Test de radioactividad en España». / Biddle Duke Papers. Duke University, Durham (USA)

Nada más lejos de la realidad, sin embargo. Las operaciones de limpieza y restauración de la tierra continuaban y parte del plutonio esparcido seguiría allí, de hecho, hasta nuestros días. Al mismo tiempo que Duke orquestaba el cierre mediático de la crisis, y su álbum dejaba de incorporar recortes de prensa, comenzaba un proyecto de investigación conjunto y secreto entre EE. UU. y España para el seguimiento y la monitorización de la población y el ambiente, destinado a comprender la circulación ecológica y los efectos de convivir con el plutonio a dosis bajas, el llamado Proyecto Indalo.

Otra estrategia, estrechamente relacionada con la anterior, fue la de enmarcar la información sobre el accidente y rescate de la bomba perdida en el escenario de una película de James Bond, particularmente en la recién estrenada Thunderball. Los reportajes sobre tecnologías americanas describían a los habitantes locales como atónitos espectadores boquiabiertos ante aquel espléndido despliegue de tecnología que había aterrorizado a su pueblo. Esta cortina de humo cumplía un doble propósito. Por un lado, formaba parte de la propaganda encubierta en la esfera pública española para limpiar la cara de EE. UU., que, desde principios de los años cincuenta, se había aproximado al régimen franquista y con el que cada vez había más vínculos diplomáticos y comerciales (hasta entonces, la propaganda del régimen lo había despreciado por capitalista). Por otra parte, esta narrativa también contribuía a vender un relato edulcorado, fascinante e incluso «envidiable» de lo que estaban viviendo los habitantes de Palomares. Mientras ellos describían la situación como una pesadilla, la prensa franquista les reportaba viviendo experiencias de cine en un imaginario hollywoodiense, al estilo americano, bajo los focos mediáticos del mundo entero y con la compañía de fornidos soldados que bebían Coca-Cola y masticaban chicle.

«No se lo tomen así, tómenlo con Pepsi»

Uno de los hitos más significativos de esta campaña mediática, que ha sido tan exitosa que ha permanecido indeleble en el imaginario popular y que está asociada todavía a las ignorancias que logró difundir, es el famoso baño de Fraga, el 8 de marzo de 1966. En ese baño, el ministro de Información y Turismo del momento, Manuel Fraga Iribarne, iba acompañado de Angier Biddle Duke. Desde la arena, les saludaba la esposa de Duke, Robin Chandler Duke, de quien, según parecen indicar algunos testigos, saldrá la idea del baño para demostrar que no existía ningún riesgo radiológico en la zona. Había que salvar el turismo –que proporcionaba a España unos beneficios muy sustanciales– y también la comercialización y exportación de los productos agrarios del territorio.

Un reportatge sobre l'accident de Palomares

En la estrategia mediática, el baño de Fraga pretendía transmitir seguridad, control, bienestar y salud, y esconder el riesgo radioactivo de la contaminación causada por el accidente. Un reportaje publicado en La Gaceta Ilustrada (1966, 19 de febrero). / Archivo Jordi Bigues. Palomares. Universitat Autònoma de Barcelona

Desde Inglaterra y Alemania ya se habían pedido explicaciones a los respectivos parlamentos sobre la seguridad de hacer turismo en esa parte de la costa y de los productos de cultivo que se exportaban, como los tomates. Los documentos del archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, en el Archivo General de la Administración, en Madrid, indican que se emprendieron gestiones diplomáticas para aplacar estas tensiones. Pero para gestionar la vertiente pública, en palabras de Angier Biddle Duke, era necesario hacer algo «dramático». El baño de Fraga fue, pues, solo la parte pública de una campaña diplomática mucho más amplia, aunque tuvo una impresionante resonancia pública.

El hecho de que la idea fuera de Robin Chandler Duke cobra mucho sentido cuando sabemos que ella había sido jefa de publicidad y relaciones públicas de la empresa Pepsi-Cola. De hecho, estuvo implicada en la campaña que había logrado hacer circular por todo el mundo la imagen de Jruschov bebiendo un vaso de Pepsi. Las imágenes eran el arma de batalla en las llamadas Cola-wars, entre Pepsi-Cola y Coca-Cola, para conseguir imponerse en el mercado. Robin Chandler Duke era, por lo tanto, experta en el arte de conseguir el favor del público y el control de las emociones a través de las imágenes.

En este sentido, el «baño de Fraga» debería interpretarse como un anuncio publicitario, destinado a impactar con una imagen para transmitir (y omitir) todo lo que la diplomacia del momento requería, al más puro estilo de las nuevas estrategias publicitarias que empleaban las empresas de EE. UU. Pepsi hacía tiempo que había entrado en el mercado español, fruto de los primeros acuerdos de comercio con EE. UU., y había impregnado la prensa de anuncios con personas sonrientes y joviales mientras tomaban una Pepsi. El eslogan más repetido era «No se lo tomen así, tómenlo con Pepsi», donde Pepsi era presentada como la «bebida de la cordialidad», que podía mejorar el ánimo en cualquier situación adversa. Con un cuidado posado sonriente y joviales en el agua helada del Mediterráneo a principios de marzo, en bañador y saludando a cámara, a Fraga y Duke solo les faltaba una botella de Pepsi en la mano.

Fotograma de la pel·lícula Operació Tro.

La armada americana desplazada a la zona, frente a la presión mediática para obtener información sobre las consecuencias del accidente, decidió proporcionar a la prensa fotografías de la tecnología utilizada para buscar la bomba perdida en el mar. Una de les estrategias fue la de enmarcar la información sobre el accidente y el rescate de la bomba perdida en el escenario de una película de James Bond, particularmente en la que se acababa de estrenar en aquellos momentos, Operación Trueno. En la imagen, fotograma de la película. / Eon Productions / United Artists

De la misma forma que las campañas coetáneas de las compañías tabaqueras estadounidenses procuraban asociar el tabaco con juventud, bienestar, belleza y glamur, y desvincularlo de los riesgos para la salud, el show del baño de Fraga pretendía transmitir una sensación de seguridad, control, bienestar y salud, y ocultar el riesgo radiactivo de la contaminación causada por el accidente. ¿Cómo? En primer lugar, la imagen reforzaba la estrategia de una única bomba: al situarse en el mar, se volvía a poner el foco, una vez más, en la bomba que había caído en el Mediterráneo. De este modo, las otras tres bombas, caídas en tierra, y la contaminación que habían esparcido las dos que se habían estropeado –y que en ese momento todavía estaba siendo retirada parcialmente por las tropas americanas–, quedaba fuera del angular. El Meyba rojo, el bañador de Fraga que tanta gente recuerda todavía ahora, habría contrastado con los trajes blancos enteros antiradiactividad que algunos miembros de los equipos encargados de la descontaminación llevaban en ese mismo momento, pero que no formaron parte de la foto.

Por otra parte, bañarse en el mar no ejemplificaba el mayor riesgo derivado de la contaminación provocada por el accidente. El riesgo principal al que estaba sometida la población era aspirar partículas del plutonio depositado, por una resuspensión por el viento o por el trabajo con la tierra. Los vientos fuertes, en aquella región de tierra seca y polvorienta, son el pan de cada día. Y, finalmente, como en los anuncios de Camel donde aparecen doctores recomendando fumar, el baño de Fraga también contó con la declaración de los científicos americanos y españoles, asegurando que no había, ni en la tierra ni en el mar, ningún rastro de contaminación peligrosa. La autoridad de la bata blanca, en el texto que acompañaba la fotografía a la prensa y otros medios, acababa de dar credibilidad al mensaje.

Dues de les bombes recuperades de l’accident de Palomares

Dos de las bombas recuperadas del accidente de Palomares pueden visitarse en el Museo de Ciencia e Historia Nuclear ubicado en Alburquerque, en EE. UU. / Marshall Astor

Sin embargo, los documentos nos muestran que esta reconfortante aseveración por parte de la ciencia que Angier Biddle Duke transmitió a la prensa española e internacional al salir del agua, todavía mojado, con gorro de baño y toalla, no acabó de convencerle ni a él mismo. Unos días más tarde, un laboratorio clínico de EE. UU. enviaba unos resultados al embajador: su orina no estaba contaminada por elementos radiactivos.

La imagen del baño de Fraga circuló y ocupó portadas de todo el mundo. Se la comparó con la Mona Lisa por el número de copias y con el baño de Cleopatra por su fama. Evidentemente, no convenció a todo el mundo. También circularon una buena cantidad de comentarios irónicos y viñetas cómicas sobre el episodio, en los que se preguntaba qué habría pasado si las bombas hubieran caído en un mar gélido del norte (dos años más tarde, caerían otras cuatro bombas nucleares en Thule, en Groenlandia, Dinamarca), o si la performance servía como test de radiactividad. Sin embargo, la imagen, aún impregnada en las mentes de mucha gente, cumplió su misión a la perfección.

A quien menos convenció fue a la población local, que veía cada día, en su realidad cotidiana, lo que la imagen omitía. Los habitantes de Palomares llegaron a organizarse, con la ayuda de algunas personalidades que se implicaron en su cruzada, para escribir a Franco en más de una ocasión, pidiéndole un estudio científico independiente que les asegurara que no estaban contaminados por la radiación. Este estudio nunca llegó durante el franquismo. Como tampoco llegaron a manos de los habitantes de Palomares, los principales afectados, los resultados de las pruebas que, periódicamente, científicos españoles de la Junta de Energía Nuclear hacían de la tierra, el aire, la fauna, la flora y las personas de la zona. Sin embargo, estos datos sí que se compartieron, discutieron y analizaron con los científicos norteamericanos, y servirían, posteriormente, para establecer criterios de remediación radiactiva a otras zonas contaminadas por plutonio en todo el mundo, como Thule o las Islas Marshall.

Una bomba rescatada de l'accident de Palomares

La omisión sobre lo ocurrido con las otras tres bombas fue clave en la estrategia mediática alrededor del accidente de Palomares. El rescate de la bomba del mar puso punto y final a la crisis provocada por el accidente. Las primeras fotografías que mostraban una bomba nuclear en público serían consideradas como el colofón perfecto. En la imagen se ve la bomba rescatada a bordo del barco estadounidense USS Petrel. / U.S. Navy, Courtesy of the Natural Resources Defense Council

Palomares y sus gentes fueron, sin estar informados, el modelo para establecer umbrales «seguros» de contaminación por plutonio en zonas habitadas; se convirtieron, pues, en los protagonistas de un proyecto de investigación sobre la convivencia con el plutonio, cuya existencia no descubrirían hasta bien entrada la democracia. A pesar de la campaña mediática que quiso modelar la experiencia de los habitantes de Palomares, muchos de ellos se vieron representando el papel de conejillos de Índias más que el de flamantes personajes de una película de James Bond.

© Mètode 2023 - 117. El legado de los dinosaurios - Volumen 2 (2023)
Investigadora científica del Centro Interuniversitário de História das Ciências y da Tecnologia (CIUHCT), de la Universidad de Lisboa (Portugal)
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