El lunes 8 de octubre de 2001 empezó mi carrera como divulgador científico. Ese día yo debía estar preparando las maletas para mudarme a Francia, pero una serie de casualidades afortunadas e imprevistas hicieron que mi futuro cambiara de dirección. Nunca he contado en detalle la historia. Aquí va:
En primavera de 2001 yo era un veinteañero licenciado en química y en bioquímica que, tras un año investigando como predoc, impaciente y desencantado del día a día en el laboratorio, lo había dejado para trabajar como técnico de prevención de riesgos laborales. Dicha profesión tenía mucha demanda en ese momento, pero sentía que me había precipitado e intentaba mantenerme cercano a la ciencia, colaborando en medios locales y consumiendo mucha divulgación científica. La cita ineludible para mí era cada domingo el programa Redes de Eduard Punset, que grababa en VHS para no tener que esperarme a que lo emitieran a la una de la madrugada (y así podía ir dándole al pause, rebobinar y tomar notas). Si en esa época, que yo percibía como de transición, me hubieran preguntado dónde querría trabajar, hubiera respondido que en Redes como divulgador. Era tan fan del programa, que un día de junio de 2001 mi novia de ese momento me dijo: «Escríbeles un mail ofreciéndote a colaborar con ellos, quién sabe». Tras vencer el pudor, busqué el correo electrónico del programa en la web y les escribí. El hecho de hacerlo me impulsó a buscar más opciones de regresar a la ciencia y presenté una solicitud para una posición predoctoral en la Universidad de Barcelona y otra a una beca Leonardo de la Unión Europea, que te llevaba siete meses a algún centro de investigación extranjero.
Nada parecía moverse muy deprisa, pero una mañana a mediados de julio, al abrir mi ordenador, me quedé mirando la bandeja de entrada y tras unos segundos dije a mis compañeros de oficina: «Me ha escrito Eduard Punset». Tengo grabada la única frase que contenía su mensaje: «Envíanos tu currículum, estamos buscando personas para dedicarse a la comprensión pública de la ciencia». Esa misma tarde pulí mi currículum, lo envié, y durante los siguientes días corrí a revisar mi buzón de correo cada vez que llegaba al despacho (en esa época no llevábamos portátiles ni teléfonos móviles con datos). Pero nada. Bueno, sí; a principios de septiembre me concedieron la beca Leonardo para ir a Poitiers a investigar en un laboratorio de biotecnología vegetal. Debía empezar el 10 de octubre. Miré dónde quedaba en el mapa, pedí una excedencia a la empresa donde trabajaba y acepté ir a Francia con el gusanillo de saber qué había pasado con ese correo enviado a Punset.
Entonces pensé que la beca era una buena excusa para enviar otro mensaje en plan «soy el que escribió hace unas semanas, me han dado una beca para ir a Francia, pero si hubiera alguna posibilidad de incorporarme a su equipo, ténganme en cuenta, por favor». Esta vez la respuesta fue más rápida. Un tal Marc de la productora Agencia Planetaria me escribió explicando que en esos momentos no tenían vacantes, pero me sugirió que les visitara un día para conocernos y que llevara algo de divulgación hecho por mí. Yo vivía en Tortosa y quedamos en reunirnos el miércoles 3 de octubre por la mañana en sus oficinas en la Rambla de Catalunya. De ese día, recuerdo claramente subir las escaleras del edificio, que me abriera la puerta un chaval más joven que yo pero con traje (Marc) y de repente distinguir al fondo unos pelos rizados sentados frente a una ventana. ¡Ostras! ¡Estaba el propio Punset! Mi sistema nervioso simpático se disparó. Pero es que no solo estaba ahí mi ídolo… sino es que se levantó, me llamó por mi nombre y les dijo a todos los presentes que yo era bioquímico, que me iba a Francia, pero que tenía mucho interés en la divulgación y quizá en el futuro podría incorporarme en algún proyecto. ¡Punset se había leído mi currículum! Yo estaba emocionadísimo. Me preguntó si había traído algo, así que saqué unos casetes con grabaciones de mis colaboraciones en una radio local y un par de textos que publiqué en el semanario L’Ebre, y él se los pasó a Enrique Gracián, en esos momentos el editor de Redes. A continuación me dijo algo tan punsetiano como: «Y ahora vamos a la cama». Gracias a la reacción rápida de uno de los presentes, entendí que estábamos en un piso pequeño y que en la habitación contigua había una cama sobre la que se sentaban a hablar cuando en la sala había mucha gente. Allí Eduard me preguntó por mí y me dijo que estaban desarrollando un proyecto para el que, si salía adelante, necesitarían documentalistas que supieran de ciencias. Que, en tal caso, ya me avisarían, y que aprendiera mucho en Francia. Salimos de la cama, me despidió de la gente, vi que le preguntó a Enrique un sutil «qué tal» y pude escuchar un «sabe escribir», y me acompañó hasta la puerta agradeciéndome la visita. Yo ese día me olvidé de comer. No es que me quedara sin tiempo o que no tuviera hambre, sino que llegó la noche y pensé: «Vaya; hoy no he comido». No sé si os ha pasado alguna vez de manera tan clara. A mí, nunca. Estaba en una nube.
Pero la historia no acabó ahí. El viernes por la mañana, ya de nuevo en Tortosa, me llamó Marc y me dijo: «Mira, ayer una persona del equipo de Redes se fue de manera imprevista y Punset me ha dicho que te pregunte si querrías empezar a trabajar el lunes. Sé que implicaría cancelar el viaje a Francia y mudarte de imprevisto a Barcelona. Si no aceptas ahora lo entendemos y en el futuro podrán salir oportunidades, porque a Eduard le gustaste, pero queríamos ofrecértelo. Te haríamos un contrato de tres meses a ver qué tal. Eso sí, nos deberías dar una respuesta esta misma tarde».
Wow! Aún me emociono al recordarlo. Quedé aturdido, pero las dudas duraron poco. A mediodía llamé a Marc, me disculpé con los representantes de la beca Leonardo, y el lunes 8 de octubre a primera hora de la mañana subí a los estudios de TVE en Sant Cugat con la ahora gran amiga Miriam Peláez, que me presentó al resto de equipo y me explicó el trabajo de coordinador de invitados que debía realizar. Considero ese extraño y desconcertante día, hace veinte años, como el inicio de mi carrera como divulgador científico. No sabéis con qué ilusión me esforcé en aprender rápido y hacer un buen trabajo con el que ganarme el puesto. Era un sueño. Ese mismo viernes se grabaron dos segundas partes de Redes en ese mítico plató blanco que tantísimas veces había visto en la tele, y me pellizqué pensando «Qué hago yo aquí». A veces continúo preguntándomelo. Si a ese chaval tan entusiasta como inocente e inseguro le hubieran dicho que con el tiempo llegaría a dirigir y presentar su propio programa en TVE, escribir cuatro libros de considerable éxito, vivir ocho años en Estados Unidos, ser becado un año entero en el MIT, hablar de ciencia cada domingo en un programa líder como A vivir de la Ser, viajar y dar conferencias por infinidad de países, y haber publicado en medios como El País, National Geographic, Scientific American… ¡Mètode!,… se sentiría el más afortunado del mundo. Y esa perspectiva siempre me acompaña. Yo soy más de mirar hacia adelante que hacia atrás, pero qué satisfacción siento al poner contexto al presente, y qué gratitud con las personas que, en lo personal y en lo profesional, me han acompañado por esta aventura. Una aventura que, sinceramente, se pone cada vez más emocionante.