Entre la gloria y el fracaso

Las expediciones científicas: empresas cargadas de riesgos e infortunios 

    La historia de la ciencia se ha desarrollado con frecuencia a través de iniciativas atrevidas, en las que el riesgo físico que se corría iba parejo a los importantes resultados científicos que esperaban alcanzarse. Un ejemplo de este tipo de empresas fueron las numerosas expediciones científicas que se organizaron desde las metrópolis europeas y fueron enviadas a ultramar, principalmente entre los siglos XVI y XIX. Generaron grandes expectativas iniciales, ya que junto a la perspectiva de estudiar fenómenos naturales, de describir materiales florísticos, faunísticos y geológicos singulares y exóticos y de conocer nuevas tierras y sociedades indígenas, se encontraba la posibilidad de conseguir el reconocimiento y el prestigio de la comunidad científica. Este premio podía ser, en principio, lo suficientemente atractivo para que las dudas razonables sobre la conveniencia de emprender un viaje amenazado de peligros quedaran en parte disipadas. Pero no les faltaba razón a los que mantenían las precauciones y se planteaban si los logros y reconocimientos científicos compensaban las dificultades inherentes a una expedición enviada a regiones sin civilizar. Un caso extremo de esta postura fue la que adoptaron aquellos integrantes elegidos para formar parte de expediciones, quienes, ante la perspectiva de los peligros que podían encontrarse durante el viaje, huyeron antes de embarcar. Bien mirado no hay que considerar extravagantes estas acciones, porque para nadie era un secreto que, desde que se habían iniciado a finales del siglo XV las expediciones y los viajes de descubrimientos geográficos transoceánicos, habían sido continuos los accidentes, como incendios de los campamentos y naufragios, catástrofes naturales, muertes violentas o por enfermedades, guerras… en fin, un elevado número de infortunios diversos. Por si estas vicisitudes no habían sido suficientes, la falta de apoyo económico y el olvido de los gobernantes fueron un mal común en prácticamente todas las expediciones españolas a su regreso a la metrópoli. En síntesis, la frustración final llegó a ser una sensación muy común a la hora de valorar los resultados de numerosas expediciones científicas.

La primera expedición científica española al nuevo mundo: el inicio de las frustraciones

En el caso de España, existen multitud de ejemplos en los que pueden citarse los obstáculos y desgracias que acompañaron asiduamente a las expediciones científicas y a sus resultados. El primero de ellos comenzó con la primera expedición organizada desde un país europeo con destino a América, la comisión de Francisco Hernández, médico de Felipe II, a Nueva España, actual México, entre 1570 y 1577. Tras varios años recogiendo materiales, Hernández volvió a España cargado de plantas secas, semillas de plantas indígenas, minerales, descripciones y dibujos botánicos y zoológicos. Su ilusión por redactar una magna obra sobre la historia natural americana y su aplicación terapéutica, se vio frustrada cuando el monarca español decidió que no fuera él sino el médico italiano Nardo Antonio Recchi quien se encargara de estudiar los materiales americanos. Al final sólo se publicó un discreto resumen. Pero no terminaron aquí las desgracias. Un siglo después, los materiales reunidos con tanto esfuerzo por Hernández se perdieron en el incendio que destruyó en 1671 la biblioteca de San Lorenzo de El Escorial, donde estaban depositados.

La quina americana. El remedio anhelado por los franceses

Durante el siglo XVIII, los sucesivos gobiernos de los monarcas borbones, conscientes de la necesidad de introducir los modernos conocimientos científicos y tecnológicos en su política ilustrada, diseñaron un programa de investigación, inspirado en el modelo francés, uno de cuyos puntos fue la financiación de expediciones científicas al denominado Nuevo Mundo. El objetivo fundamental era el de recopilar, inventariar y evaluar la posible explotación económica de los recursos naturales de los dominios coloniales españoles en América. En este último apartado, fue decisiva la influencia de la política científica francesa, debido al interés de los monarcas del país vecino por conseguir aprovisionarse de quina y de otros remedios terapéuticos americanos

Conviene recordar que hasta comienzos del siglo XVIII el comercio legal con los puertos españoles americanos había estado prohibido para las potencias europeas. Sin embargo, para Francia la situación iba a cambiar tras la muerte a finales del XVII del monarca español Carlos II, en cuyo testamento se daba paso en España a la casa de Borbón. Por de pronto, ya no parecían existir obstáculos para conseguir la tan deseada quina traída de América, que anhelaba el rey Luis XIV de Francia. Era el mejor remedio para contrarrestar su lamentable estado de salud: padecía fiebres intermitentes, gota, reumatismo, tenía forúnculos, etc., a lo que se juntaba una higiene deplorable y una dieta desordenada. El vino de champagne que le recetaba su médico para la cura de sus males no le proporcionaba ninguna mejoría. Sólo consiguió encontrase mejor cuando comenzó a tomar quina mezclada en el vino, costumbre que se extendió al resto de la corte, y posteriormente, a la casa real y cortesanos españoles.

Los conflictos de las expediciones científicas francoespañolas

El interés de la casa real de Borbón por la quina dio lugar a que la búsqueda de este remedio terapéutico fuese uno de los objetivos presentes en la organización de las expediciones científicas a América. Así, en la comisión de la expedición francoespañola al Ecuador, patrocinada en 1734 para determinar la figura de la Tierra, se decidió que figuraran botánicos, como Joseph de Jussieu, entre cuyos objetivos se contempló el estudio de la materia médica americana. Los árboles de la quina fueron hallados y descritos por los expedicionarios franceses.

Si bien es cierto que la expedición francoespañola al Ecuador logró unos importantes resultados científicos, también lo es que fue muy problemática en su trabajo cotidiano. Por de pronto, los componentes españoles, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, tenían la misión secreta de informar de manera confidencial sobre la situación política, social y militar del virreinato del Perú, y de controlar las actividades de sus colegas franceses. A su vez, los científicos galos debían informar de las posibilidades reales para que el país vecino pudiese emprender un comercio ultramarino con las colonias españolas de América. Las continuas disputas y roces internos entre los componentes de la expedición y con la sociedad hispanoamericana alcanzaron su punto más elevado cuando uno de los expedicionarios franceses, el cirujano J. Seniergues, fue muerto por un criollo. El desencadenante de la tragedia fueron los celos. Seniergues se había trasladado a la casa de una conocida dama, y el anterior acompañante de ésta, sintiéndose ofendido en su honor, le retó a un duelo. El trágico desenlace tuvo lugar tras una corrida de toros, a la que asistieron los expedicionarios franceses, y en la que los ánimos del pueblo se encontraban muy alterados. En la confusión posterior que siguió a la muerte de Seniergues, otros dos expedicionarios franceses, Charles de La Condamine y Pierre Bourguer, tuvieron que salir corriendo para salvar sus vidas, perseguidos por la multitud al grito de “abajo los franceses” y “abajo los malos gobernantes”.

Otra expedición francoespañola, en este caso con una experiencia aparentemente menos conflictiva, tuvo lugar con la comisión del médico francés Joseph Dombey y de los botánicos españoles Hipólito Ruiz y José Pavón al virreinato del Perú y reino de Chile entre 1777 y 1787. Durante el tiempo que recorrieron la región sudamericana sufrieron diversas penalidades, como el hundimiento por un temporal de uno de sus barcos en el que transportaban hacia España macetas con plantas americanas. Más peligroso para su integridad física fue el levantamiento indígena liderado por el cacique Tupac Amaru, que les obligó a cambiar el recorrido de su viaje. A su vuelta, Dombey tuvo problemas en Cádiz con la aduana española, ya que le decomisaron gran parte de su material científico para prevenir que obtuviera la prioridad en la publicación de la rica documentación botánica, conseguida durante la expedición del Perú y Chile. Sin embargo, esta violación de la ética científica, no impidió que los botánicos españoles vieran frustrada la posibilidad de realizar una obra científica de importancia mundial, fundamentalmente debido a problemas burocráticos y económicos. Para colmo, por falta de apoyo estatal, muchas de sus colecciones de manuscritos botánicos, plantas secas de herbario y láminas de la flora peruana y chilena, terminaron siendo vendidas a instituciones europeas, que sí supieron apreciar su valor científico.

Una oportunidad científica perdida: la expedición a Nueva España

    Una posterior expedición al Nuevo Mundo, organizada y financiada esta vez exclusivamente desde la corte española, tuvo lugar en 1787. Se comisionó a los médicos M. de Sessé y M. Mociño, junto con un equipo de naturalistas y dibujantes, para que recorrieran y estudiaran la flora y fauna de territorios hoy pertenecientes a México y Guatemala, establecieran jardines botánicos con plantas indígenas medicinales y fomentaran una serie de reformas en el área sanitaria. Fueron numerosas las desventuras de todo tipo que padecieron los expedicionarios. En primer lugar, al llegar a México se toparon con el obstáculo y oposición de las autoridades médicas locales, celosas de que su poder en el campo sanitario pudiera verse cuestionado por los enviados desde la metrópoli. Siguieron las dificultades para encontrar un lugar adecuado donde establecer el jardín botánico. Si no eran suficientes los problemas ajenos a la expedición, las propias divergencias entre los expedicionarios, debidas a las actitudes agresivas de algunos, deficiencias de otros y choque de personalidades entre ellos, provocaron un malestar generalizado en el seno del grupo. La escena final de este caldeado ambiente fue la situación creada por Mociño, al abandonar a su mujer. Apoyada por su “tío” el obispo de Oaxaca, aquélla sometió al naturalista a una implacable persecución. A todo esto, fueron constantes las penalidades y miserias padecidas causadas por la falta de dinero, una penuria prácticamente constante en todas las expediciones, que obligaron a Sessé a tener que vender sus propios bienes para poder subsistir. Asimismo, la guerra marítima y comercial contra Inglaterra ocasionó continuos problemas a la hora de enviar el material científico a España. De todas formas, lo peor de todo fue que durante la expedición murieron dos componentes de la misma, el farmacéutico Jaime Senseve y el naturalista José Longinos Martínez.

No les fue mucho mejor a los expedicionarios a su regreso a la Península. Tras las dificultades para instalarse en una oficina donde poder estudiar el material, la guerra contra Napoleón provocó la persecución y el exilio de Mociño, acusado de afrancesado y colaboracionista con el régimen napoleónico. En su huida, Mociño llevó consigo los dibujos botánicos y zoológicos realizados durante la expedición. En Montpellier, “casi ciego y comiendo mendrugos”, Mociño prestó las láminas al botánico A. P. Decandolle, quien organizó la copia de los originales, encargando los correspondientes dibujos a un grupo de damas de la alta sociedad de Ginebra. Al regresar Mociño a España, trajo las láminas y el rastro de ellas se pierde hasta 1981, en que la Junta de Calificación, Valoración y Exportación, “sin advertir” (?) el valor científico y artístico de las mismas y su condición de patrimonio histórico, concedió permiso para su exportación. A pesar de las gestiones diplomáticas realizadas tras esta nefasta gestión patrimonial, en la actualidad las láminas continúan depositadas en el Institut Hunt de Pittsburgh (EEUU). Si el olvido y la dejadez de los gobernantes españoles tardoilustrados impidieron la realización de una importante contribución española a la historia de la botánica, la ignorancia o la desidia administrativa de un presente reciente permitió la pérdida de una importante colección historicocientífica, parte integrante del patrimonio cultural latinoamericano.

La ciencia y libertad: el compromiso de los expedicionarios

No se pueden comentar las vicisitudes que acompañaron a las expediciones científicas sin tener en cuenta el contexto histórico, político y social en el que tuvieron lugar. Así, en el caso de la expedición botánica de Nueva Granada, la actual Colombia, organizada por José Celestino Mutis, los últimos años coincidieron con un período muy agitado desde el punto de vista político. En el movimiento revolucionario que desembocaría en el proceso de independencia participaron algunos de los discípulos criollos de Mutis, integrantes de la expedición, como el botánico F. J. Caldas, el dibujante Salvador Rizo y el zoólogo Jorge Tadeo Lozano. Acusados de conspiradores, los tres fueron fusilados en 1810 por las tropas españolas.

Otro represaliado político por parte de los gobernantes españoles, afortunadamente sin llegar a la brutalidad con que se trató a los criollos neogranadinos, fue Alejandro Malaspina. A su vuelta de la expedición científica española que circunnavegó el globo terráqueo durante el período 1789-1794, se le implicó en una intriga política. Juzgado por conspiración, fue destituido de sus cargos, encerrado en prisión en La Coruña, pena que fue conmutada por la de destierro a Italia. Fue la culminación de una gestión administrativa ignorante con la ciencia y ciega para percibir las consecuencias de una desastrosa política que obligaría en el futuro a la dependencia científica de España.

Francisco Pelayo. Instituto de Historia de la Ciencia y Documentación López Piñero CSIC-Universitat de València.
© Mètode 29, Primavera 2001. 

 

Expedicionarios de la Comisión Científica del Pacífico (1862-1866). Cuando la pequeña escuadra naval de la que formaban parte se apoderó de las islas guaneras peruanas y amenazaron con bombardear El Callao, se desencadenó un conflicto bélico entre Perú y España. Uno de los naturalistas viajeros, Juan Isern, murió a causa de la enfermedad contraída durante su viaje de regreso a través del Amazonas. El dibujante fotógrafo Rafael Castro se suicidó en un momento de extravío mental.
Foto: Museo Nacional de Ciencias Naturales, CSIC.

 

 

Charles de La Condamine, integrante de la expedición francoespañola al Ecuador para determinar la figura de la Tierra, pasó por situaciones comprometidas y peligrosas a lo largo de su viaje. Perdió capacidad auditiva (se quedó sordo) tras su ascensión a la cordillera de los Andes. (Lemonnier, Une soirée chez Madame Geoffrin (1755). Rouen, Musée de Beaux-arts. Fragmento.)

 

 

José Celestino Mutis, médico y naturalista gaditano que desarrolló su labor científica en el llamado Nuevo Mundo, organizó la expedición botánica a Nueva Granada (actual Colombia). Varios de sus discípulos adoptaron posturas políticas independentistas que terminarían por acarrearles la muerte por fusilamiento.

 

 

La expedición a Nueva Granada fue rica tanto en resultados científicos como artísticos. Se conservan miles de láminas botánicas que representan las especies recogidas y descritas en el campo. Entre ellas la conocida Mutisia, cuyas ramas conforman el monograma del nombre del famoso naturalista gaditano.
Foto: Archivo del Real Jardín Botánico, CSIC.

 

 

Certificado de embarque del naturalista sueco Pehr Löfling ante su partida en la expedición de Límites al Orinoco en la que perdería la vida. Löfling, discípulo favorito de Carl von Linné, fue uno de los diversos «apóstoles» que murieron para que su maestro alcanzara la gloria científica.
Foto: Arxivo del Real Jardín Botánico (CSIC). 

 

 

Las innumerables dificultades a las que tuvieron que enfrentarse los naturalistas y dibujantes de las expediciones científicas no les impidieron realizar un espléndido trabajo de campo. Un ejemplo es el dibujo del armadillo de Isidoro Gálvez, integrante de la expedición botánica al Virreinato del Perú y Reino de Chile.
Foto: Archivo del Real Jardín Botánico, CSIC.

© Mètode 2013 - 29. La ciencia del vino - Disponible solo en versión digital. Primavera 2001

Instituto de Historia de la Ciencia y Documentación López Piñero (CSIC- Universidad de Valencia) Proyecto I+D HUM2006-04730/HIST y fondos FEDER.

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