La desaparición de l’Horta y de los molinos de Ciutat de Mallorca

Un paisaje productivo destruido

Horta de Ciudad Mallorca bajo la expansión descontrolada

…tot són molins girats al vent
i aigua que corr per la calçada.
Mn. J. Calafat. La meva terra, 1902.

La soberanía alimentaria de Mallorca es inexistente. La insuficiencia de los cereales ha sido una constante desde la Edad Media (Bisson, 1977), que ha requerido de una persistente actividad comercial, o incluso corsaria. Hoy este hecho ya no queda circunscrito al trigo, sino que se ha convertido en general: la isla solo produce el 15 % de los alimentos que se consumen en ella.

Sin embargo, hace algunas décadas había un sistema agrario de una enorme eficacia en cuanto a la producción hortofrutícola y láctea: L’Horta de Ciutat de Mallorca. La capital, la actual Palma, ha alojado desde hace siglos a casi la mitad de la población insular. Gran parte de los alimentos frescos que se consumían eran producidos en L’Horta Baixa, en el levante de la ciudad. En el siglo XX, quedó estructurada en propiedades de entre 5 y 10 cuarteradas,1 de producción ecológica avant la lettre, familiar, con una enorme contribución de la energía eólica, un sistema de distribución suficientemente eficaz en los mercados locales y un reciclaje de los residuos urbanos muy eficiente. Lamentablemente, el abuso del acuífero y la expansión urbana incontrolada la han destruido casi por completo.

Los orígenes islámicos

Molinos con palas mecánicas

Los molinos de pala, totalmente metálicos, fueron los últimos en implantarse. La cola abatible, un invento genuinamente mallorquín, hacía muy sencillo activarlos o sacarlos del viento. Aunque todavía queda alguno en uso, la mayor parte de los que se ven han sido objeto de taxidermia paisajística con fines ornamentales, como este en la barriada de Son Ferriol. / Foto: Joan Mayol

Mallorca es pobre en aguas superficiales. Solo existen torrentes, activos únicamente en época de lluvia, que los musulmanes (durante los siglos X a XIII) ya habían gestionado para moler grano mediante molinos de agua para el consumo doméstico y para irrigar algunas tierras. L’Horta Alta, en el norte de Ciutat, se regaba con agua de manantiales, con acequias y turnos horarios de los que quedan todavía remanentes. Pero en L’Horta Baixa, la más extensa, solo llegaba un pequeño ramal hasta finales de los años cincuenta, cuando los huertos que abastecía fueron urbanizados. El resto de las tierras, la inmensa mayoría, se regaban con agua freática. La extracción se llevaba a cabo con las norias (una tecnología árabe, denominada saniya en el Magreb), un artefacto elevador del agua del subsuelo, ya mencionado por Ramon Llull en el siglo XIII, que puede proporcionar 4 m3/hora e irrigar una hectárea (Rosselló Verger, 2018). Las norias han rodado en Mallorca hasta hace una generación. El procedimiento necesitaba la dedicación constante de un animal y una persona, que evitaba que el primero se detuviese. El animal debía ser provisto de anteojeras para evitar que tanta vuelta lo llegara a marear. Hace un siglo, algunas de las norias tradicionales de madera y arcaduces fueron sustituidas por las denominadas norias valencianas, hechas de hierro.

La época de esplendor de L’Horta y de los molinos

La gran expansión de L’Horta Baixa tuvo lugar en el siglo XIX, con la desecación de un gran humedal, El Prat de Sant Jordi, entre 1845 y 1850. Intervino un ingeniero holandés, Paul Bouvij, que contó con la mano de obra de presidiarios. Abrieron conexiones con el mar y se instaló un molino de viento para impulsar el agua, con una rueda de palas. Tradicionalmente, se ha considerado que este fue el primero eólico con un objetivo hídrico de Mallorca, pero hace unos años se descubrieron precedentes más antiguos (Segura Salado, 2005), que, sin embargo, parecen haber tenido poca trascendencia.

La base de la expansión del regadío, cuya superficie llegó hasta las 3.000 cuarteradas, fueron los molinos. El de Bouvij estimuló la creatividad de varios inventores locales, que adaptaron los de viento (para moler grano) para extraer agua freática. Tuvieron una rápida evolución: los primeros eran de velas rectangulares, como los de moler grano; les siguieron los de velas triangulares, de sesgas simples o dobles, ideados por Martí Barrera, de Pòrtol. Los últimos molinos de este tipo funcionaron hasta los años cincuenta. A principios del siglo XX aparecen los de ramell, de madera, que ahorraban el trabajo de extender y plegar las lonas sobre las antenas por una más sencilla de desplegar el abanico de listones (cada molino tenía de sesenta a cien listones), lo cual se tenía que hacer todos los días. Una gran innovación fue la cola de orientación autónoma al viento, que sustituyó la larga viga que permitía girar manualmente todo el aparato desde el suelo. En los años cuarenta entran en escena los molinos de palas de hierro, más poderosos y resistentes. El molino, sobre una torre edificada sobre el pozo, quedaba adosado a la alberca, donde se acumulaba el agua extraída, que circulaba a lo largo de la finca en una calzada (acequia pavimentada, algo más alta que el terreno), con varias bocas a través de las cuales pasaba a los surcos de las verduras o las paradas de cultivos herbáceos. Este sistema de riego, a manta, requería de una gran cantidad de agua.

Cartografía de los molinos en Palma

Uno de los primeros trabajos del profesor Vicenç M. Rosselló Verger fue la detallada cartografía de los molinos de L’Horta de Palma a finales de los años cincuenta del siglo pasado, el momento de máximo esplendor de los molinos de viento. Ya se aprecia, sin embargo, el vacío generado por la implantación del nuevo aeropuerto de Palma, en Son Santjoan. / Fuente: Rosselló Verger (1961)

Las crónicas hablan de personajes singulares, inquietos héroes locales por las innovaciones que aportaron: el capellà de ses idees, de s’aigo o capellà màquina (‘el capellán de las ideas’, ‘del agua’ o ‘capellán máquina’), Mn. Rafel Oliver, que patentó los primeros aparatos; Damià Reixac, En Damià des molins, un carpintero eminente que fabricaba bombas de madera e inventó, junto con Mn. Oliver, la cola descrita, o Bernat Rigo, es Cabo Loco de mote2, el inventor de los molinos de hierro. Otras innovaciones se deben a un médico, el Dr. Zepeda (es metge Herodes) y un hábil herrero, en Maneu, que innovó con las bombas de hierro dulce… Hombres, en fin, que abrieron caminos de progreso con mejoras técnicas en los aparatos eólicos. Con estos artefactos, el rendimiento de extracción de agua freática se incrementó de forma notable, hasta los 18 m3/hora de una profundidad de 7 u 8 metros, para regar 5 cuarteradas. El éxito del invento fue espectacular: el archiduque Luis Salvador contabilizó 56 en la década de 1872; en 1890 ya había 200; en 1950 eran más de mil, y el censo insular definitivo elaborado por el Consell de Mallorca da la cifra máxima de 2.502, 1.112 de ellos en Palma (Serrano et al., 2002). Jean Bisson, un geógrafo francés que se doctoró con un estudio de la agricultura balear (Bisson, 1977), habla de un forêt eoliénne y el profesor Rosselló Verger (1961, 2018) considera que fue la mayor concentración de molinos del mundo, con más de 70 por km2. Hoy, los molinos aguadores que todavía funcionan en Mallorca no llegan al centenar.

Es curioso evocar que los molinos, especialmente cuando los nuevos modelos metálicos de cierta envergadura se convirtieran en dominantes, no fueron bien vistos por todos; Jean Brunhes, geógrafo francés que visitó la isla en 1910, los valoró muy negativamente (Rosselló Verger, 2018). Sin embargo, pocas décadas más tarde se convertirían en el símbolo turístico local. Es una historia similar a la de la Torre Eiffel, inicialmente rechazada por los parisinos, o la que vemos hoy con algunas actitudes contra los molinos de generación eléctrica y parques solares, cuando solo se invocan motivos estéticos.

Molino de velas

Molino de velas, de tipo panémone, con nesgas triangulares. Esta tipología era propia de algunos molinos harineros (como el de la imagen) y fue la primera utilizada en los aguadores. Se aprecia la barra posterior, con la que el molinero hacía girar todo el aparato para orientarlo al viento. / Fuente: Fotografía de Jaume Escalas Real (Arxiu Escalas), publicada por la Associació d’Amics dels Molins (1995).

La historia de los molinos mallorquines es apasionante, y ha recibido suficiente atención (Associació d’Amics dels Molins de Mallorca, 1995; Cañellas, 1993; Galiana Veiret, 2017b; Rosselló Verger, 1959a, 1959b, 1961, 2018). El proceso evolutivo de sucesivas mejoras tiene muchas similitudes con la evolución biológica, en función de necesidades, recursos y presión ambiental: mutaciones y selección. Incluso se produce una importante expansión del área de distribución, como la de las especies más exitosas: un hijo de Reixac, emigrante a Argentina, se llevó los planos y los implantó allí; unas monjas misioneras los introdujeron en Perú y unos clérigos benedictinos mallorquines, en Australia.

Una peculiaridad climática era decisiva: en verano, Mallorca tiene un régimen de brisas muy regular y relativamente potente; el interior de la isla se calienta más que el mar, y las corrientes ascendentes dejan un hueco ocupado con corrientes casi perpendiculares a la costa, que los isleños conocemos con el nombre de embat. Los primeros mapas (de dirección y horario) se confeccionaron con una encuesta distribuida por la Guardia Civil a 720 campesinos (entonces el venteado de grano en las eras era fundamental) y molineros (Jansà y Jaume, 1946). Está claro, sin embargo, que no solo se aprovechaban las brisas estivales, sino cualquier viento. Esto exigía una gran sabiduría meteorológica: el campesino debía saber prever los cambios de dirección o intensidad del viento y evitar tener los molinos en marcha en caso de turbonadas u otros incidentes.

En los años cincuenta, los molinos ya habían sustituido casi todas las norias. Pero eran aparatos peligrosos. La reparación de averías –no excepcionales en caso de ventoleras, por el mismo desgaste o por efecto de rayos– implicaba riesgos importantes, especialmente si se tenía que bajar al pozo, de anchura mínima, donde era necesario iluminarse con luz de carburo (Galiana Veiret, 2017b). Una tarea que dejó algunas viudas en la región. Algunos molinos arbolaban una pequeña cruz en el extremo de la cola, para favorecer la protección divina.

El precio de los molinos, su mantenimiento y su relativa fragilidad hizo que en los años sesenta las motobombas ganaran la partida, con motores de gas pobre, petróleo, gasoil o gasolina y eléctricos posteriormente. Como veremos, ese cambio fue determinante para desbordar la sostenibilidad del sistema.

El proceso productivo

La labor hortícola era intensa. El amo3, con su familia y algún missatge4, aseguraba la plantación y cuidado de los cultivos, y obtenía hasta tres cosechas anuales. Con frecuencia, la producción se iniciaba con semillas propias, seleccionadas el año anterior, haciendo semilleros de germinación en espacios de tierra bien abonada y con buena orientación. Las cargas de verdura eran transportadas de madrugada a los mercados de Ciutat, con cientos de carros de tracción animal hasta los años sesenta, donde se vendían al por mayor a placeros y tenderos o al por menor a los particulares.

La ganadería era importante e integrada en los huertos: ganado de labor, aves de corral, conejos… No faltaba tampoco el cerdo, que consumía la verdura no vendida o dañada y era engordado en vistas a la matanza invernal. La tracción animal era fundamental: labranza, transporte dentro de la explotación, siega y acarreo hasta los mercados y tiendas. La deuda de la humanidad con los equinos (las bísties, en Mallorca) es inmensa. El último mercado urbano en recibir directamente los carros de L’Horta fue el de Olivar, donde en los años sesenta los hortelanos fueron ubicados en el sótano, lo que provocaba problemas de acceso: desde bien entrada la madrugada los carros hacían cola para bajar con dificultades la empinada rampa, ¡y no era excepcional que alguna bestia patinase con el riesgo que suponía para el animal, la carga y el carretero!

Fotografías aéreas de 1956 y 2019 de l'Horta Baja de Ciudad

Las fotografías aéreas de 1956 y 2019 demuestran la degradación de L’Horta Baixa de Ciutat. En 1956 (arriba), L’Horta llega al ensanche de Palma (1); se han iniciado las obras del aeropuerto de Son Santjoan (que implicaron la destrucción de cientos de molinos) (2); se ha iniciado el asentamiento de Son Ferriol (3), y los núcleos de El Molinar (4), el Coll d’en Rabassa (5), Can Pastilla (6) y Sant Jordi (7) son de poca extensión. Los huertos forman un mosaico abigarrado de distintos tonos de grises, que indica la gran diversidad de producciones. En 2019 (derecha), la ocupación es masiva. Todos los elementos construidos de 1956 han crecido como tumores, especialmente Son Santjoan. Además, entre otros, se han implantado polígonos de servicios –Son Morro (8), Son Oms (9), el hospital de Son Llàtzer (10), la central térmica de Cas Tresorer (11) o los depósitos de hidrocarburos (12). Los cultivos se han simplificado y reducido prácticamente a alfalfa (verde intenso) o secano. / CC BY 4.0. SITIBSA-scne.es-CECAF-MINISDEF – CC BY 4.0 SITIBSA-scne.es (Gobierno de las Islas Baleares)

Muchos huertos contaban con un basurero, que tenía la concesión municipal de algunas calles de Ciutat: trajinaba los residuos en la explotación, escogía para su reciclaje todo lo que podía tener utilidad (cristal, papel, metales, etc.) que vendía, y compostaba el resto. El ayuntamiento cobraba una cantidad determinada por la concesión: los residuos eran un recurso y no un gasto para la administración. La fertilidad del suelo se aseguraba con este compost y las deyecciones de algunas reses vacunas, que además producían leche que también entraba en el circuito comercial. También era muy importante el papel del «alga», la posidonia, como lecho para los animales e incremento de la producción de estiércol. Periódicamente, los campesinos iban a la orilla del mar, a cargar alga, una tarea relativamente poco pesada, como demuestra la canción popular «A dur alga em fan anar, que és sa feina més lleugera; | ja mos veurem damunt s’era, | que, sense tenir cantera, | per força em faran cantar» (‘A llevar alga me llevan, que es el trabajo más ligero; | ya nos veremos encima de la era, | que, sin tener cantera, | a la fuerza me harán cantar’) (Alcover y Moll, 1930).

Eran explotaciones agrícolas sustentadas en una gran diversidad, con muy poca o ninguna energía externa y lo que hoy llamamos producto de proximidad y economía circular. Evidentemente, requerían de un esfuerzo humano muy considerable: las jornadas eran de sol a sol (incluso en horas nocturnas para el arriero y el ordeño de las vacas) y los niños empezaban desde muy pequeños a contribuir a las tareas cotidianas, algo que hoy calificaríamos de explotación infantil.

Crisis y colapso

La crisis de L’Horta fue exógena y endógena. Por una parte, la Ciutat y sus infraestructuras la ocuparon sin miramientos: expansión urbana, aeropuerto (para su construcción se demolieron más de cien molinos), autopistas, industrias, hospitales, infraestructuras –dos depuradoras, una central eléctrica y una desalinizadora están ubicadas en esta zona, así como algunas parcelaciones ilegales. Suelos fértiles, que habían alimentado a los ciudadanos varios siglos, quedaron sepultados bajo el hormigón y el asfalto. También hubo una sobreexplotación del acuífero, con una responsabilidad al menos compartida con el abastecimiento urbano y el agrícola. Mientras los pozos se cavaban a mano, había un límite físico obvio, y no podían bajar mucho más de un metro del nivel del agua, situado inicialmente a cinco palmos (es decir, un metro), que había descendido a los treinta y cinco o cuarenta hacia 1950 y está hoy cerca de los cien palmos en algunos pozos. Las perforadoras mecánicas (una de las primeras de las cuales era conocida como «la barrina de la Diputació», en referencia a la administración propietaria) ahondaban los pozos de manera imprudente, para asegurar el flujo, muy por debajo del nivel freático, y conectaban así acuíferos de distinta salinidad y sobreexplotaban el conjunto.

El molí de ramell de Ca’n Weyler

El molino de ramell de Ca’n Weyler, un huerto que el general (1838-1930) dejó al Ayuntamiento de Palma con fines sociales, ha sido recuperado recientemente por la asociación AMADIP-Esment, que trabaja con personas con discapacidad. / Foto: Joan Mayol

Las autoridades reaccionaron tarde: hasta 1969 no era necesario ningún permiso para excavar pozos y solo se implantaron medidas realmente restrictivas en 1973. La sal iba penetrando (Bisson ya lo comentaba en su tesis) y los hortelanos veían cómo se hacía imposible producir, primero las verduras más delicadas (judías, pimientos…) y después, casi todo lo demás. Solo la alfalfa resiste el agua salobre, pero este no es un alimento para los humanos… Hoy, sin embargo, es uno de los cultivos más extensos de lo que queda de L’Horta, en gran parte gracias a aguas depuradas; otros terrenos de antiguo regadío son hoy secanos dedicados a la cebada. Ha habido subvenciones para restaurar molinos, que han beneficiado a unos cincuenta casos, algunos de ellos con función publicitaria o de simple taxidermia del paisaje. Un ensayo de adaptarlos a producir electricidad en los primeros años del presente siglo no tuvo éxito.

En la lista de los atentados ecológicos cometidos en Mallorca, la destrucción de L’Horta ocupa un lugar muy destacado. Hoy es el barrio más degradado arquitectónicamente de Palma, con cientos de molinos en ruinas, casas abandonadas y cerramientos de las parcelas a menudo precarios y lamentables. Algunas organizaciones agrarias reivindican la necesidad de abrir las fincas a actividades complementarias a las agrícolas (agroturismo o agroestancias) que incrementen las escasas rentas, pero la normativa limita estos usos a fincas de extensión mucho mayor que los tradicionales huertos de Ciutat. Lo que era un paisaje de gran calidad es hoy un panorama deprimente. Pero lo grave es que se han perdido, en gran parte de forma irreversible, muchos cientos de hectáreas vitales para la obtención local de alimentos.

Hoy, L’Horta es objeto de un proyecto de «parque agrario» de iniciativa urbanística, cuyo éxito está muy condicionado a una dificilísima regeneración del acuífero. Obviamente, la «despensa de Ciutat» no es recuperable, pero un esfuerzo bien dotado de imaginación y medios podría encontrar nuevos usos agrarios para la parte de ese territorio que no se ha destruido de forma irreversible.

Oriundo de l’Horta

¡Podría decir que mi patria chica es L’Horta! Mis abuelos maternos eran hortelanos, y la familia paterna, propietaria de un huerto. Mi madre, nacida en 1931, recuerda cómo en su infancia le hacían vigilar y estimular la bístia5 que rodaba la noria. Su hermano sufrió aún las fiebres (la malaria) en aquella década.

De las estancias en la casa de mis abuelos, recuerdo especialmente la fuerza imponente de los molinos de palas de hierro, a los que teníamos estrictamente prohibido acercarnos y, sobre todo, subir a la torre. Era una prohibición casi innecesaria: el gran cachivache metálico rodaba con gran inercia y estruendo, el cajón enorme que albergaba el mecanismo vibraba y se estremecía con crujidos formidables, y la oscuridad del pozo donde la bomba se perdía de vista era lo más parecido a la boca del infierno en nuestra imaginación.

En cambio, las cargas de cosecha para llevar al mercado eran de una gran belleza. Los productos se lavaban con el agua de la alberca de riego, en fregaderos especialmente habilitados, y se componían cuidadosamente en canastas de madera. Aquellas carretadas multicolores, resplandecientes y fragantes eran un prodigio de diversidad: tomates, coles, coliflores, berenjenas, cebollas, lechugas, melones, sandías, pimientos, patatas, boniatos, espinacas, acelgas… a veces con el complemento de algunos ramilletes de flores.

Otro recuerdo, paterno en este caso: mi progenitor me había contado muchas veces que en los años cuarenta y cincuenta los campesinos de Sant Jordi talaban anualmente decenas de hectáreas de los matorrales cercanos y bajaban gran cantidad de carretadas de leña para abonar los campos con formiguers (‘hormigueros’), montones de hierbas o residuos de la cosecha que se quema en el campo cultivable para utilizar la tierra quemada como abono, según nos dice el Diccionario Alcover-Moll. Una práctica hoy abandonada que suponía una gestión continuada de los terrenos forestales, con consecuencias positivas al disminuir la carga de combustible.

Por último, un detalle paisajístico: en mi infancia casi ningún campesino ni propietario sacrificaba terreno para cerrar la finca, estaban todas abiertas con los límites señalados por hitos en las esquinas. Hoy, desgraciadamente, se han convertido en imprescindibles los cierres físicos, con frecuencia de factura lamentable y estética inexistente.

Notas al pie

1. La cuarterada es la unidad de superficie utilizada en Mallorca, que equivale a 7.103,1 m2. Según la tradición, equivale a un cuadrado de 40 brazas de lado, adoptando como braza la del rey Jaime I, que resultaría tener 2,107 m, una dimensión considerable. Volver al texto.

2. Mientras hacía el servicio militar, fue ascendido a cabo. Tuvo tal alegría que estuvo de celebración durante tres días, y al volver a casa su madre se lo reprochó, acusándole de loco. «Loco sí, pero ¡cabo! Ahora soy es cabo loco», respondió, y mantuvo el mote toda la vida (Galiana Veiret, 2017a). Volver al texto.

3. Tradicionalmente, en Mallorca se distingue entre senyor, el propietario de las tierras, y el amo, el jefe de la explotación. Después de la Primera Guerra Mundial y de la Guerra Civil, muchos agricultores compraron la tierra a los señores, sin perder, con ello, su apelativo de amo. Volver al texto.

4. ‘Hombre alquilado por meses o por un año para trabajar en una posesión o lugar (Mall., Men.)’ (Alcover y Moll, 1930). Volver al texto.

5. En Mallorca, una bístia es siempre un équido, es decir, mulo, caballo o asno (o las hembras respectivas). Volver al texto.

 

Referencias

Alcover, A., & Moll, F. de B. (1930). Diccionari català-valencià-balear. Consultado en octubre de 2022 de la edición electrónica https//dcvb.iec.cat

Associació d’Amics dels Molins de Mallorca. (1995). Els molins en el paisatge i l’arquitectura de les Illes Balears. Catálogo de la exposición del Casal Balaguer.

Bisson, J. (1977). La terre et l’homme aux Baléares. EdiSud.

Cañellas, N. S. (1993). L’aigua, el vent, la sang. L’ús de les forces tradicionals a Mallorca. Col·lecció Menjavents, vol. 6. Documenta Balear.

Galiana Veiret, P. (2017a). L’Horta Baixa i el Coll d’en Rabassa. En M. Rosselló Pons, J. M. Pastor, & S. Serra Busquets (Coords.), I Jornades d’Estudis: el Pla de Sant Jordi. Actes. Rúbrica, 27 (pp. 233–236). Ajuntament de Palma.

Galiana Veiret, P. (2017b). Sínies i molins al Coll d’en Rabassa i zona d’influència. En M. Rosselló Pons, J. M. Pastor, & S. Serra Busquets (Coords.), I Jornades d’Estudis: el Pla de Sant Jordi. Actes. Rúbrica, 27 (pp. 377–399). Ajuntament de Palma.

Jansà, J. M., & Jaume, E. (1946). El régimen de brisas en la isla de Mallorca. Revista de Geofísica, IV(19), 304–328.

Rosselló Verger, V. M. (1959a). El Prat de Sant Jordi y su desecación. Boletín de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Palma de Mallorca, 622, 1–10.

Rosselló Verger, V. M. (1959b). La huerta de Levante de Mallorca. Estudios geográficos, 20(77), 523–578.

Rosselló Verger, V. M. (1961). Molinos y norias. Col·lecció «Panorama Balear», vol. 81. Ed. Luis Ripoll.

Rosselló Verger, V. M. (2018). Rèquiem per als molins aiguaders de Mallorca. Lleonard Muntaner editor.

Segura Salado, J. (2005). Els molins elevadors d’aigua a Mallorca: Notícia històrica. En Actes IV Congrés Internacional de Molinologia, vol. I (pp. 519–535). Consell de Mallorca.

Serrano, A. R., Cardell, V., & Coll, M. (2002). El catálogo de los molinos de extracción de agua de Mallorca. Metodología y primeros resultados. En S. Navarro Lorente, C. I. de Santiago Restoy, & J. M. Bernal Palacios (Coords.), De la tradición al futuro: III Jornadas Nacionales de Molinología (pp. 1–16). Gobierno de la Región de Murcia. Consultado en octubre de 2022 en http://www.patrimur.es/documents/1806272/1815086/ainaserrano.pdf/ac36bdee-8a17-437d-bafc-b71ccf4b199d

 

Agradecimientos

Quiero dedicar este artículo, con admiración, al profesor Rosselló Verger, que ha estudiado L’Horta de Palma durante más de sesenta años.

© Mètode 2023 - 118. Parientes primates - Volumen 3 (2023)

Jefe del Servicio de Protección de Especies del Gobierno de las Islas Baleares hasta su jubilación en 2019. Actualmente, mantiene la actividad agraria en diez cuarteradas de L’Horta de Ciutat de Mallorca.

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