Cierto es que el ciclo de la seda no acompaña, como había pasado durante siglos, a la vida de los pueblos mediterráneos. Actualmente, la producción de seda es cosa de los países asiáticos, pero la industria textil europea todavía exporta hilo y tejidos para producir las seductoras piezas confeccionadas en seda. Las hilanderas de seda de nuestras tierras ya no hilan, pero aún existen talleres artesanos con tejedoras que cada día ponen en marcha el ruido de los telares para atender los encargos más exigentes.
Si sabemos mirar, la seda ha dejado rastros en el paisaje rural y urbano y, al mismo tiempo, está vigente en ámbitos muy diversos. Con este fin, el presente dosier ofrece tres miradas complementarias realizadas desde tres ángulos diferentes. De entrada, vuelve la mirada al tiempo en que la actividad sedera transformó el paisaje valenciano, con plantaciones de moreras que llevaron a configurar huertos y que dejaron una huella en la arquitectura de las casas, hasta el punto de que la palabra andana ha llegado a designar la estancia donde se crían los gusanos. Y, a continuación, dirigimos la mirada al tiempo presente. En primer lugar, al estado de la producción de seda en el mundo, en un contexto en el que las fibras textiles químicas superan en volumen a las naturales, dentro de las cuales la seda tiene una vigencia especial. Y abrimos también los ojos a investigaciones que van más allá del mundo textil, en concreto, a la investigación biológica centrada en la fibroína del hilo de seda. Dejando al margen los bioproductos derivados de la seda, se contextualiza una importante línea de investigación que estudia el uso de la proteína de la seda como biomaterial en medicina regenerativa.
Tres miradas sobre la obtención de un hilo de oro que nos recuerdan un pasado muy presente.