«Charles Darwin’s barnacle and David Bowie’s spider», de Stephen B. Heard
¿Cómo se pone nombre a las especies?
Como especialista de una pequeña familia de escarabajos, me he visto en la situación de identificar especies nuevas, que había que describir y a las que había que poner un nombre. Las reglas para dar nombre a un organismo son sencillas: se trata de elegir un nombre latino, que queda a la discreción del autor, lo cual abre un gran abanico de posibilidades. La más común es poner un nombre que evoque un carácter distintivo de la especie (como Sphaericus hirsutus), o un nombre geográfico (Ptinus venezolanus). También es frecuente dedicar la especie a alguien, a menudo a la persona que recolectó los primeros ejemplares (Dignomus kukalovae), o para honrar a algún personaje importante (Sundaptinus wallacei), o a algún ser querido (Falsogastrallus theresae). Los nombres de especie referidos a alguien se denominan epónimos, y de ellos trata el libro de Stephen B. Heard Charles Darwin’s barnacle and David Bowie’s spider.
El título ya nos aproxima al recorrido del libro. Darwin, científico genial, es la persona a quien se le han dedicado más especies, un total de 389, mientras que David Bowie, músico de rock, tiene una araña con su nombre. La araña de David Bowie se denomina Heteropoda davidbowie y vive en Malasia. Es una especie grande, amarillenta y peluda, y en visión frontal puede recordar la cara pintada del cantante a principios de su carrera. El libro de Heard comenta otras especies con nombre de músicos, desde Beyoncé (con la mosca Scaptia beyonceae) hasta Frank Zappa (con el cnidario Phialella zappai). Las especies fósiles, como los trilobites, han recibido también nombres de músicos, por ejemplo, las dedicadas a los cinco miembros de los Sex Pistols, a los cuatro Beatles, o a Simon y Garfunkel. En unos pocos casos, se han puesto nombres insultantes. Un caso sonado fue el de los paleontólogos suecos Elsa Warburg, que era judía, y Orvar Isberg, que simpatizaba con las ideologías pronazis, y que en las décadas de 1950 y 1960 pusieron nombre a varias especies que suscitaban ofensas recíprocas. Por ejemplo, Warburg describió el trilobites Isbergia planifrons (“de cabeza plana”), mientras que Isberg impuso el nombre de Walburgia inicua (“malvada”) a un molusco.
Heard también nos descubre la vida fascinante de algunos naturalistas, como Maria Sibylla Merian, que en 1669 (tenía 52 años) se embarcó hacia las Antillas holandesas, donde pasó dos años pintando insectos. O la de Richard Spruce, que en 1849 empezó a explorar con grandes esfuerzos y penalidades la cuenca del río Amazonas, donde recolectó más de 30.000 plantas a lo largo de catorce años. Merian descubrió unos sesenta animales y cuarenta plantas, muchas de las cuales llevan su nombre, mientras que Spruce tiene dedicadas unas 200 especies de plantas. El libro también habla de taxónomos excepcionales, como Alex Alexander y su mujer Mabel, que llegaron a describir más de 11.000 (once mil, lo habéis leído bien) dípteros tipúlidos, a pesar de que el crédito de autor se lo llevó Alex en casi todos los casos, mientras que Mabel quedaba prácticamente en el anonimato.
Escrito con un estilo ameno y próximo, y acompañado de unos encantadores dibujos de Emily Damstra, el libro de Heard nos permite descubrir algunas curiosidades poco accesibles sobre las filias y fobias de los taxónomos, y nos descubre a algunos naturalistas injustamente olvidados en la historia de la ciencia.