Protocolos

Dos onzas de placenta y un buen rayo de agua caliente

Homes seguint el protocol

El último lazo que los científicos mantenemos con los alquimistas son los protocolos. No los protocolos limpios y ordenados de las secciones correspondientes de los artículos científicos, sino los protocolos anotados y enmendados que los investigadores veteranos transmiten a los recién llegados. No sé si se aplica en otros campos, pero en mi campo de la biología molecular los protocolos están llenos de números mágicos: sacudir tantas veces, incubar tantos minutos. ¿Cómo hemos llegado a ellos? ¿Qué pasa si los cambiamos? ¿Los números redondos son cuestión de conveniencia o un requisito indispensable? Misterios. Los impacientes siempre buscamos maneras de acortar los tiempos, hasta que vemos que el protocolo deja de funcionar.

Además, está lo que no se puede escribir y que se transmite por tradición oral: si los golpes deben ser secos, si el pipeteo tiene que deslizarse por la pared del tubo o si tiene que ir directo al fondo, si el ángulo de entrada de la micropipeta tiene que ser de 30 grados o de 60… Las posibilidades son infinitas, y siempre hay alguien que ha encontrado el truco para que el protocolo funcione. Eso es lo que me fascina de los protocolos. La parte oficial es tan interesante como una lista de la compra: muy importante para quien lo tiene que ejecutar, y totalmente prescindible para los otros. En cambio, los detalles empíricos que se transmiten oralmente y que los investigadores aprendices apuntan en los márgenes son rastros de humanidad.

Ya no los utilizo, pero aún guardo algunos protocolos de hace tiempo, simplemente porque las anotaciones al margen son testimonios de la comunicación en estado crudo: normas de supervivencia que no están lo bastante maduras o demostradas como para pasar a la versión oficial, pero que hay que seguir para asegurarse de que el protocolo funcionará. Y no soy el único. En un laboratorio donde trabajé aún había libretas de finales de los años sesenta del siglo pasado, con protocolos manuscritos que todos seguíamos al pie de la letra. Nosotros los teníamos impresos, pero la mera presencia de aquellos mamotretos ajados en un estante del laboratorio tenía un efecto benefactor. El emérito autor de los protocolos aún trotaba por el laboratorio (cuando no estaba jugando a tenis), y seguramente eso añadía fuerza a la sugestión.

Con la combinación de receta de cocina y secretos de la abuela, de documentos escritos y tradición oral, los protocolos están en la base de la imagen del científico como alguien que remueve potingues. Allá donde otros ven en un protocolo un ejemplo de cartesianismo cabeza cuadrada, yo veo un punto de partida, una oportunidad para la creatividad y la transgresión.

Referencias
Maniatis, T. et al., 1982. Molecular Cloning: A Laboratory Manual. Cold Spring Harbor Laboratory Press. Nova York.

© Mètode 2010 - 68. Después de la crisis - Número 68. Invierno 2010/11
Biólogo y escritor (Barcelona).