Para la tercera cultura
Ensayos sobre ciencias y humanidades
Francisco Fernández Buey
El Viejo Topo. Barcelona, 2013. 410 páginas.
Hay reflexiones que una sociedad con capacidad crítica no puede dejar de hacerse. El actual desarrollo tecnocientífico –con sus retos y controversias– es parte consustancial de nuestra vida y hay que adquirir los conocimientos necesarios para superar la simple beligerancia en los debates públicos y llegar a una discusión integradora. Así, conocer las investigaciones sobre genética de poblaciones puede ayudar a combatir la xenofobia y el racismo con argumentos racionales, por poner uno de los ejemplos que cita el libro.
El filósofo vinculado al marxismo Francisco Fernández Buey defiende así, en este volumen póstumo e inacabado, la necesidad de que los humanistas abandonen actitudes basadas únicamente en la tradición literaria y que, en un camino recíproco, de doble vía, los científicos cultiven la formación humanística. No se trata de que el historiador se convierta en genetista experto ni de que el químico se especialice en literatura o teoría política. Es más bien, abogar por un concepto de cultura que supere la división entre ciencia y humanidades, que deje atrás cualquier tipo de rechazo y menosprecio hacia el saber del otro. Se trata, en definitiva, de dejar bien cimentado «un puente de doble dirección entre cultura científica y cultura artisticoliteraria». Una idea de plena actualidad en un contexto en el que, cada vez más, se valora la hiperespecialización.
Pero esta cultura, aparte de superar la fragmentación entre ciencias experimentales, sociales y humanidades, es necesario que sea crítica. Este es un punto importante de su pensamiento porque, para Fernández Buey, reconocer las limitaciones de la ciencia no significa ser anticiencia. De hecho, admiraba profundamente a Einstein, a quien consideraba el primero que hizo una autocrítica de la ciencia, que asumió la responsabilidad social de los científicos. Para el autor, los peligros de la ciencia, las implicaciones que se derivan de los avances, tienen que estar presentes también en el debate social.
Francisco Fernández Buey murió antes de poder acabar este libro donde seguro que hubiese desarrollado más extensamente todos sus argumentos. De hecho, la parte más acabada y revisada es la primera –tal y como apuntan los editores al principio del ensayo–, la dedicada a las humanidades y a la tercera cultura. En el extenso primer capítulo repasa los autores que marcaron un debate que ha continuado hasta hoy en día sobre lo que es la ciencia y cuáles son los mejores métodos para llegar al conocimiento. Esta parte, la más extensa del libro, constituye un excelente repaso a la historia de las ideas, a la filosofía de la ciencia, por lo que no resulta forzado pensar que tenía a sus alumnos en mente cuando la escribía.
El volumen, que ha sido prologado por Alicia Durán, Jorge Riechmann, Jordi Mir y Salvador López Arnal, recoge también un interesante capítulo donde se proponen lecturas para reflexionar conjuntamente, científicos y filósofos, sobre esta otra forma de entender la cultura. Entre las obras propuestas, Fernández Buey hace un análisis del Galileo de Bertolt Brecht y de El paraíso perdido, de John Milton. También había considerado interesante incluir un diálogo sobre medicina y humanidades (con la lectura del corpus hipocrático) y sobre la influencia en la ciencia moderna de las obras de Newton y Goethe. Estos últimos apartados, sin embargo, no los pudo acabar y se han incorporado como anexos al final del libro, junto a algunas anotaciones sobre el concepto de objetividad y sobre las relaciones entre ciencia y religión.
«Fernández Buey defiende, en este volumen, la necesidad de que los humanistas abanonen actitudes basadas únicamente en la tradición literaria y que, en un camino recíproco, de doble vía, los científicos cultiven la formación humanística»
De la misma forma, el autor deja esbozadas, en una serie de ideas, las conclusiones del libro. Así, advierte que el humanista –aunque no puede convertirse en un científico strictu sensu– tampoco debe ser «la contrafigura en queja constante por las posibles implicaciones peligrosas o negativas de los descubrimientos científicos o las innovaciones cientificotécnicas». Este esfuerzo, sin embargo, exige reciprocidad al científico. Y todo para alcanzar otra cultura, que presupone una «ciencia con conciencia» y que implica, no solo el diálogo entre científicos y filósofos, sino la comunicación de estos con el público general. Esta perspectiva requiere cuidar cómo se presentan los resultados, el método de exposición. Y para ello, nos propone atender a Goethe y Marx, dos clásicos que se situaron entre la ciencia y las humanidades, y que dieron mucha importancia «a la forma arquitectónica de la exposición de los resultados». ¿Y cómo se pueden empezar a cambiar las cosas? Que el humanista sea amigo de la ciencia no depende solo de la enseñanza universitaria, hay que ir más allá, apostar por la racionalidad compartida. El autor propone recuperar el sapere aude ilustrado, aunque complementado con el ignoramos e ignoraremos, propio de la autocrítica de la ciencia en el siglo xx.
En definitiva, el libro nos muestra que no se puede renunciar a esta reflexión sobre el conocimiento y la sociedad en la que se inserta. Falta averiguar quién puede hacerla mejor, si el humanista o el científico. La apuesta de Fernández Buey es rotunda: ambos y juntos.
Y eso nos lleva a rescatar el editorial del número 21 (1999) de esta misma revista, Mètode, donde su director, Martí Domínguez, afirmaba que «El objetivo primordial de Mètode es luchar contra la división entre ciencias y humanidades, y acercar la ciencia –la ciencia que además se realiza en nuestros laboratorios universitarios– a la sociedad. […] luchar contra este desgarramiento del saber –inverosímil a las puertas del siglo xxi–, donde ciencia y cultura parecen cada día más irreconciliables.»