Lidó Rico irrumpe en la escena artística de los años noventa con una exploración escultórica del cuerpo y una pluralidad de formas expresivas. Lo performativo, lo gestual, la escenificación espacial, las narrativas fragmentadas, la disrupción de lo visual, se yuxtaponen con estrategias de apropiación y montaje que van desde la repetición, la fragmentación, la multiplicidad o lo relacional, con el propósito de establecer un diálogo sobre la condición humana.
Sus últimos trabajos, recogidos bajo la acepción de «Genoarquitecturas», se desarrollan en colaboración con neurobiólogos y neurofisiólogos que tratan el estudio del cerebro y las posibles implicaciones de éste con enfermedades diversas. Esas afecciones son reinterpretadas escultóricamente por Lidó mediante la exposición cartográfica del cerebro humano, ahora moldeado e intervenido plásticamente.
De este modo, comparecen en el espacio expositivo una multitud de cerebros como único rasgo de un individuo ausente. El ejército de cerebros se configura como un oxímoron de la condición humana donde se nos invita a descifrar sus contenidos inscritos. Quizá sea ese cerebro transformado en barco con un diminuto patrón a la deriva quien mejor invita al viaje que plantea «Genoarquitecturas». De este modo, todo un sinfín de metáforas emergen de los pliegues de la masa encefálica fosilizada que, sin embargo, adquiere una cualidad blanda, gelatinosa, de la cual surgen multitud de manos. Como si el afecto y la pasión fueran el único timonel posible para gobernar las viscosidades, las mezquindades del individuo contemporáneo.
Desde los pliegues rugosos de la masa amorfa se alza una figura diminuta que otea el paisaje donde se asienta: parece querer hablarnos de su soledad y precariedad, de lo provisional de todo acontecer. Ahora, en el hemisferio derecho, donde se aloja el pensamiento holístico-emocional, encontramos incrustado un nido de avispas, sin zumbidos, sin presencias… De nuevo la referencia a la condición animal. Como en ese autorretrato con ojos de pollo, inquietante, poshumano.
De repente, un cerebro plagado de neumáticos usados, demasiado usados. Su desgaste nos habla de una vida acontecida, de un tiempo vivido. Perdido en sus recuerdos (alzhéimer). O ese otro cerebro preñado que acoge dentro de sí otros más pequeños. La gran muñeca rusa de la diferencia que indefectiblemente nos habla de ese género en disputa que mencionara Buttler. Y, finalmente, ese otro que representa a un puño cerrado, críptico. Custodiando ese ruido secreto duchampiano que conspira contra toda objetividad.
Esta maniobra de inversión material y simbólica donde se produce un desprendimiento hacia otras formas y usos simbólicos es una constante en la producción artística de Lidó Rico. Su trabajo articula procesos intuitivos y deductivos donde lo particular y lo general, lo concreto y lo abstracto, se reformulan discontinua e intermitentemente. Es por esto que ese humanismo emanado de la modernidad se somete a un experimentalismo en el que la ensoñación y un cierto onirismo desafían la homogeneización del sujeto moderno para confrontar diferencia e identidad, pasado y presente e interior y exterior.
Hay una suerte de dialéctica entre objeto intervenido y lenguaje insertado que da lugar a un «entorno sensible» donde se activa esa «verdad extática» que mencionara Herzog, y que consiste en insertar una atmósfera ensoñadora al objeto que permite establecer una dialéctica reflexiva donde la mirada del espectador crea las condiciones de posibilidad narrativa de todo acontecer en las piezas. En este sentido, debemos entender el trabajo de Lidó Rico como una apuesta decidida por entender las complejidades y contradicciones del individuo contemporáneo.
Estamos, pues, ante un trabajo para adultos, con dos rombos, quizá tres o cuatro, donde uno tiene que estar preparado para reconocerse en su precariedad, en su condición fallida de persona humana.