El prefijo pseudo–, precisan los diccionarios, equivale a “falso”. No resulta fácil utilizarlo en las artes o las letras, dominio donde se entreveran de manera genuina la verdad y la mentira. Por contra, lo admitimos de inmediato en el vocabulario de la ciencia, para advertir lo falsamente científico. También lo aceptamos cuando queremos ocultar nuestra identidad tras un pseudónimo, recurso frecuente en las artes. Uno de ellos fue Alberto Savinio (1891-1952), nombre que adoptó Andrea de Chirico, figura central de la pintura metafísica italiana cuya obra ejerció una influencia peculiar en la formación de Joël Mestre.
La revelación de Savinio para Mestre fue Los emigrantes (1929), exhibido en «Memoria del futuro», exposición sobre las vanguardias italianas organizada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS)a finales de 1990. El lienzo representa dos series de objetos en paralelo. Una aparece junto a la orilla del mar y reúne pequeños juguetes. La otra, formada por extrañas y leves formas geométricas que se van trenzando, la vemos suspendida en un sereno cielo. De significado oculto, el cuadro resultó perturbador y llevó a Mestre a interesarse por Savinio –pintor al tiempo que escritor, músico y escenógrafo-, a quien dedicó su tesis de doctorado.
La influencia de Savinio en Joël Mestre no ha sido formal. Sin embargo, el legado del metafísico se percibe en su poética de lo fantástico y en los recursos narrativos. La limpieza y el orden compositivo, la ironía, la imaginación, los títulos enigmáticos, los significados indeterminados, las asociaciones inesperadas, la presencia de objetos cotidianos y extraños entre sí. Unos rasgos a los que Mestre añade la versatilidad de técnicas y de formas. Estas características ya se apuntaban en «Muelle de Levante» (1994), exposición de aliento programático que reunió a los pintores entonces llamados neometafísicos, movimiento que recientemente Paco de la Torre ha propuesto rotular como «figuración postconceptual».
Conocí a Joël Mestre con motivo de «Marvazelanda», una muestra presentada en el Colegio Rector Peset de la Universitat de València en 2007 en la que desplegaba su interés por la virtualidad tecnológica. «Marvazelanda» era –y sigue siendo– un lugar situado entre el taller del artista y sus antípodas, una geografía sin límites para un pintor que no se prohíbe nada. Así es su vasto estudio en la Finca Roja, en Valencia, un ordenado gabinete de curiosidades colmado de estos artefactos que llama «prototipos», resultado de la manipulación y troceado de envases de plástico, de materiales de desecho con los que ha creado nuevas y casi infinitas formas.
«La tijera y la mano inventan volúmenes sometidos a un caprichoso y continuo cambio»
Estos objetos, también emigrantes, parecen estar en tránsito hacia no sabemos qué lugar. La tijera y la mano inventan volúmenes sometidos a un caprichoso y continuo cambio. La apariencia –entre la flora, la fauna, la ciencia ficción o la caja acústica–, se desvanece apenas la percibimos, como en una suerte de extraña anamorfosis que tiende a la indeterminación de las formas. Los «prototipos» proponen un juego repleto de ironía que recuerda las siluetas recortadas del escritor Hans Christian Andersen, en cuyos bolsillos siempre había tijeras y papel, o los recortables de flores y animales del pintor romántico Philipp Otto Runge. Un juego imaginativo y muy elaborado que reúne elementos de la cultura pop, de la tradición metafísica italiana, de la realidad virtual y del trato entre arte y ciencia, una cuestión de la que se ha ocupado Mestre en algunos escritos. Las obras de arte, cuyo sentido elabora y renueva cada espectador, activan nuestras emociones y nos alientan a la reflexión sobre el mundo.
Joël Mestre ha fotografiado estos objetos blancos sobre un fondo azul –color limpio y estable, frecuente en la señalética– con un resultado que tiene algo de trampantojo. No sé si es pertinente llamarlos esculturas –no importa demasiado–, pero estas imágenes evocan otros medios expresivos. Joël Mestre siempre habla del acto pictórico y de la Pintura —y lo hace con el énfasis de la letra mayúscula. La pintura, nos ha recordado, ya no es un medio aislado dentro de la cultura visual, no extingue los modelos referenciales, es capaz de conciliar entornos y conceptos de naturaleza diversa. Justamente es esa versatilidad la que la convierte en un medio idóneo para la experimentación. Quizá estos objetos enigmáticos, cuidadosos con la calidad de su textura y atentos a las sombras y a los pliegues, son un método indirecto para regresar a la pintura. Otra forma de pintar.