Ciencia geográfica, pintura y belleza

Hay decididamente dos formas de enfrentarse al reto de armonizar la producción artística, la naturaleza y la explicación geográfica. La primera es negando la posibilidad de hacerlo. La segunda, defendiéndola. Ortega y Gasset en un artículo de 1957 se mostraba partidario de la primera opción cuando escribía: «Llevad al mismo paisaje un cazador, un pintor y un labrador: los ojos de cada uno verán ingredientes distintos de la campiña; en rigor, tres paisajes diferentes. Y no se diga que el cazador prefiere su paisaje venatorio después de haber visto los del pintor y el labrador. No; estos no los ha visto, no los verá nunca.» La segunda postura tenía un defensor también ilustre: Alexander von Humboldt. En su monumental obra Cosmos (1845-1858) escribía la importancia de la influencia del mundo exterior sobre la imaginación y el sentimiento, «influencia que ha dado en los tiempo modernos un poderoso impulso al estudio de las ciencias naturales», y defendía que este impulso había sido protagonizado por «la animada descripción de regiones lejanas, por la pintura de paisaje, siempre que caracterice la fisonomía de los vegetales [y] por las plantaciones o la disposición de las formas vegetales exóticas en grupos que contrastan entre sí».

Domenico Ghirlandaio, Adoración de los Magos, detalle del paisaje. Florencia, Hospital de los Inocentes. Un ejemplo de paisaje del Quattrocento como los evocados por el geógrafo Vicenç Rosselló en su descripción de Mallorca.

Ciertamente la relación entre geografía, arte y naturaleza es manifiesta. Josep Sureda i Blanes, doctor en Farmacia y químico, alcalde de Artà y primer traductor de Die Balearen del archiduque Luis Salvador de Austria, en un artículo escrito en los años veinte del siglo pasado en la revista Levante, una publicación definida por alguien como mallorquina y católica, pedía la compatibilidad entre «la poesía de la naturaleza» y los «métodos de la ciencia». «Se trata –dice– de dos sistemas complementarios que ya Goethe supo fundir en un sólo método.» Y al hablar de mallorquines, recuerdo ahora las palabras de un joven Vicenç Maria Rosselló Verger, catedrático de Geografía Física en la Universitat de València, que en 1964 escribía –en castellano, malgré lui–: «Si el Mediterráneo es un mar entre montañas, Mallorca es su mejor compendio; el paisaje de la isla siempre se ve cerrado, como en un cuadro del Quattrocento por las sierras de perfil cortado.» La comparación del paisaje de Mallorca visto por un geógrafo con un cuadro del Quattrocento es significativa. Pero aún hay más: ¿es o no es el siguiente fragmento de Rosselló indicativo de una impresión plenamente «pictórica» de la geografía?: «Hacia levante se inclina el altiplano y desemboca en un golfo de verdor de donde emergen en gran número las vistosas ruedas de los molinos… La villa, de un tinte amarillo dorado, preside las dispersas casitas cuya blancura puntea el azul-verde de la alfalfa, rodeada de almendros y frutales, viñedos, pinares y garrigas.» Pero, además, un geógrafo busca siempre un punto de vista, una elevación del terreno desde donde captar la escena… Igual que un pintor. Rosselló afirma: «La más clara impresión de una comarca se tiene contemplándola desde algunos puntos elevados: los Puigs de Randa, Consolació, Sant Salvador… Consolació, el montecillo humilde de Santanyí […] va a ser la mejor atalaya […] Se contempla la costa de Porto Colom hasta más allá de Campos y en ella Cala d’Or, con sus casitas blancas, Porto Petra, las bellas calas familiares de los pescadores, contrabandistas y pintores.» Pescadores, contrabandistas, pintores y…, ¡geógrafos!, como el mismo Rosselló, que ha estudiado una a una todas aquellas calas de Mallorca. Aquellas calas del sudeste de la isla que eran destino final de pintores y de geógrafos y, por ello, medidas e inmortalizadas a partes iguales por los unos y por los otros. Por unos, como Rosselló, desde la ciencia geomorfológica. Por los otros, como el argentino «nacionalizado» mallorquín Francisco Bernareggi, desde la pintura. Se dice de Bernareggi (1878-1959) que se sentía tan ligado a aquellos lugares que se disgustaba mucho al ver pasar, sólo pasar, cualquier otra persona, y aún más otro pintor.

Antonio Muñoz Degrain, Amor de madre, Valencia, Museu de Belles Arts.

Con este precedente, es fácil adivinar que nuestra tesis está clara: los puntos en común entre geografía, naturaleza y arte –comenzando por el «punto de vista», sentido físico y preeminente del espacio–, son tantos que muy bien se podría analizar y explicar el croquis geológico y la configuración física del relieve a través de la pintura y, en general a través de la representación del espacio, es decir, de la cartografía y, para hilar más fino, esencialmente de la cartografía precontemporánea, tan significativa como naïf. No obstante, la tesis tiene una cara oculta: también se podría explicar el arte y la pintura por la geografía. Eso y no otra cosa es lo que recogió el geólogo mallorquín de principios del siglo pasado Bartomeu Darder Pericàs, con un trabajo de título impagable: Els fonaments geològics de la bellesa de Mallorca (1928). La belleza, pues, tenía un componente racional: la geología como sustrato inconmovible, la geomorfología como catalizador visual de formas y la geobotánica como matizadora de los colores. El silogismo está servido: si la belleza es pintura de paisajes y la geología es la base de la belleza paisajística, entonces, la geología está en los fundamentos de la buena pintura de paisajes. Ciertamente, mucho se ha hablado de como el arte condiciona la imagen de un país, especialmente desde época romántica (los nombres de Turner o Constable nos vienen a los labios), sin embargo, ¿y al revés? Cuando Darder publicó en 1920 uno de los primeros mapas fisiográficos y geomorfológicos de la isla de Mallorca, diferenciándola en cinco unidades, cuando el inglés Gilbert en 1934 también se pronunció y cuando el ya citado Rosselló, en 1974, remachó el clavo con otra división del relieve mallorquín, ¿qué influencia tuvieron en la materialización e idealización de un paisaje –¡y de un paisajismo!– en Mallorca? ¿Qué fue antes, la geografía o el arte? El pintor Pau Fornés (Palma, 1930) lo tenía claro: «El paisajismo se explica en función de la lujuria de azules y verdes, incluso de grises, del mar y los pinos y las nubes horabaixando.» También hay, como siempre, argumentos contrarios. Ramon Nadal (Palma, 1913-1998) contribuyó con su pintura de paisaje a «fijar» la geografía isleña, a solidificar una imagen prototípica de Mallorca.

Pero nos interesa, ahora, el caso contrario: cómo la geografía puede ser explicada con y por la pintura… En otras palabras, la posibilidad de que el fenomenal libro de Rosselló de 1964 sobre el sudeste de la isla de Mallorca –y otros que vinieron después–, pudieran ser explicados y complementados, con las obras, por ejemplo, del pintor Miquel Brunet (premio, por cierto, Ramon Llull a las Artes en 2003) para la plana, con Bernareggi para las calas, con Sassu para Formentor, con Blanes para Artà o con Mir para los acantilados. ¿La geografía de Mallorca podría apoyarse en las pinturas de Anglada Camarasa, de Cittadini, de Benàssar, de Hubert, de Cerdà padre e hijo? Si el pintor Aligi Sassu (Milán, 1912 – Palma, 2000) pudo ilustrar el libro A les Illes de Baltasar Porcel o el del poeta Bota Totxo, ¿por qué no el de Rosselló Verger?

Ramon Nadal, Palma y su bahía. El artista pintó en 1949 una imagen de la ciudad cuando comenzaba a extenderse sobre su bahía.

No hay ningún impedimento de la ciencia, en mi opinión, que lo imposibilite y el único freno es la propia limitación de la obra pictórica, que no nace, la mayoría de veces, para complementar o explicar el texto científico. La pintura de paisaje no es un croquis geomorfológico ni llega al detalle de la figura científica. De hecho, ¡poca geomorfología litoral se podría explicar con Sorolla y poca hidrología fluvial con Muñoz Degrain! –mejor nos iría con Gonzalo Salvá y el interior montañoso valenciano–. Pero sí que sirve como recurso didáctico y como medio de culturalización general, de sensibilización social. Si nos toca explicar, por ejemplo, el paisaje de la Toscana, ¿por qué no, siguiendo a Josep Pla, aprovechar los frescos de la cabalgada de Cosimo de Medici y de Lorenzo el Magnífico en el palacio Medici-Riccardi de Benozzo Gozzoli, tan admirado por el escritor catalán? Hay, sin embargo, otro impedimento: el rechazo de algunos científicos a incluir esta concesión al sentimiento. No nos puede extrañar que en los años veinte del siglo pasado se produjeran fuertes reacciones contra la espiritualidad del paisaje y sus consecuencias. Sureda i Blanes se hizo eco en un artículo de Levante: «Como un eco del criterio biológico que se extiende por todo el mundo invadiendo los terreros de las más diversas actividades humanas han salido, hace poco, en nuestra lengua tres estudios que consideran los paisajes de nuestra tierra desde un punto de vista estrictamente formal.» Se refería a El paisatge de Catalu­nya, de Marcel Chevalier; El Montseny, de Ignasi de Segarra, y al ya citado Los factores geológicos en la belleza de Mallorca de Bartomeu Darder. Estos tres textos reafirmaban la fundamentación cuantitativa del paisaje, y quizá tenían razón: nacían como reacción ante el exceso de sentimentalismo. «Se trata de oponer una especie de rigorismo científico a las vaguedades líricas de las almas sensibles», afirmaba un más que comprensivo Sureda i Blanes.

Dibujo del geógrafo Pierre Vidal de la Blanche de las barracas valencianas con notas sobre su aspecto, técnica constructiva y distribución comarcal. Extraido del carnet 26, hoja 8, Biblioteca del Instituto de Geografía de París.

Los tiempos, sin embargo, han cambiado. Hoy, debería ser posible cultivar una «geografía racional», una «doctrina objetiva del paisaje», un «rigorismo científico», como defendían Chevalier, Darder y Segarra, y una culta y proporcionada delectación por la pintura, apreciando el valor añadido que para la explicación ordenada de la naturaleza tiene la pintura, siempre sin caer, como Chevalier afirmaba, en «la admiración beata y pasiva de la naturaleza». En un tiempo como el nuestro de sensualidad exacerbada y colectiva, un cuadro permite introducir conceptos geográficos mejor que cien tratados –tan necesarios como pesados–, de nuestra ciencia. Aprovechémoslos.

El geógrafo Pierre Deffontaines dibujando durante su trabajo de campo. Extraído de Pierre Deffontaines, Geografia dels Països Catalans, Barcelona, 1975.

Josep Vicent Boira Maiques. Departamento de Geografía, Universitat de València.
© Mètode 47, Otoño 2005.

© Mètode 2014 - 47. Del natural - Disponible solo en versión digital. Otoño 2005

Doctor en Geografia per la Universitat de València, ha estat professor del Departament de Geografia i Història d’aquesta universitat durant més de dues dècades. Actualment és Secretari Autonòmic d´Habitatge, Obres Públiques i Vertebració del Territori de la Generalitat Valenciana. A la tardor de 2001 va coordinar el monogràfic «Existeix la ciutat somniada? En busca de la ciutat ideal» de la revista ‘Mètode’.