Darwin en los quioscos

La fábula del gorila y el caballito de mar

Darwin als quioscos

Julia Pastrana, la mujer simia, tal como se exhibió como fenómeno en Londres en 1857. / Cortesía del Royal College of Surgeons, Londres

Darwin on Sale in the Kiosks. The Gorilla and the Seahorse.
A simple drawing and thirteen verses from the year 1861 are an example of scientific communication that enables us to assess certain events that will never take place again. The authors narrate the history of a dispute about anatomy that took place between two of the greatest specialists in Victorian England: Owen and Huxley. This was an uninhibited, public argument, held before all the Londoners in the halls of Scientific Societies and Worker’s Unions, reported in popular magazines on sale in kiosks and those published by the Gentlemen’s Clubs, as well as in more prestigious scientific publications. Besides making a spectacle, this controversy of almost local scope brought about a deep change in our perception of the world and the place we humans hold in it.

Los años siguientes a la publicación en 1859 de El origen de las especies hicieron de Charles Darwin (1809-1882) el más famoso de los naturalistas; su nombre quedó indeleblemente unido a la idea de evolución biológica en la mayor parte del mundo. Ninguna teoría científica ha logrado expandirse tanto como la de la evolución por selección natural. Diez años después de la publicación de El origen ya había dieciséis ediciones diferentes en lengua inglesa, además de traducciones al alemán, al francés, al holandés, al italiano, al ruso y al sueco. Este fenómeno editorial encendió el debate sobre las ideas evolutivas en la que finalmente acabó siendo la principal y una de las primeras polémicas internacionales sobre un asunto científico, polémica que perdura 150 años después.

Esta diseminación de la fama se favoreció por el desarrollo de la profesión periodística y de las tecnologías de la imprenta y la ilustración en el mundo occidental de aquella época. A los avances en los medios de comunicación impresos se unieron otros factores: la mejora en los medios de distribución y la consiguiente expansión de la prensa periódica; la consolidación de audiencias y grupos culturales, ajenos a los académicos, ávidos de conocimiento científico y médico; y la aparición de tendencias culturales ligadas al individualismo, la comercialización, la profesionalización y el pensamiento seglar. Todo junto produjo una nueva percepción del concepto de celebridad, del que Darwin fue el arquetipo de naturalista famoso en el mundo de la Inglaterra victoriana.

«Ninguna teoría científica ha conseguido expandirse tanto como la de la evolución por selección natural»

La mayoría de la gente corriente de la segunda mitad del siglo XIX, sus contemporáneos, no conoció la obra de Darwin leyendo la versión original o sensatos tratados académicos, sino mediante periódicos y revistas gráficas, libros de entretenimiento, concursos, exhibiciones de fenómenos, espectáculos y otras manifestaciones populares. Una de las más notables formas de divulgación fue la caricatura y el dibujo humorístico, medio a través del cual caló Darwin, y algunas de sus ideas, en el público en general. Un dibujo satírico es capaz de presentar ideas nuevas, o también algunos problemas e inconsistencias propios de estas ideas nuevas, de forma clara y sucinta, eliminando pomposidad y exponiendo al aire los temores que suscitan. Las publicaciones periódicas ilustradas crearon un espacio público que permitió la participación de la ciudadanía corriente en acontecimientos contemporáneos que de otro modo habrían quedado fuera de su alcance.

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Portada del primer número de la revista londinense Punch, or the London Charivari, publicado en 1843.

En la década posterior a la publicación de El origen, en el quiosco de W. H. Smith en The Strand de Londres –hoy una gran cadena de establecimientos de venta de material impreso– se podían encontrar 150 publicaciones periódicas distintas. De entre éstas destacaba, en la aguda tradición de la sátira inglesa, la revista Punch, or the London Charivari, que comenzó a publicarse en 1843 como la versión londinense de la revista satírica ilustrada parisiense Le Charivari. Los dibujantes de Punch conocían muy bien a su audiencia y le presentaban su material identificando directamente y con gran claridad los asuntos que habían decidido abordar, sin necesidad de traducir el significado ni de resolver ninguno de los conflictos que pudieran suscitar. La ironía y la sátira eran la materia prima y las utilizaron muy bien para expresar la ansiedad producida por algunos asuntos relacionados con las ciencias. Naturalmente, los temas científicos no ocupaban la mayoría de las páginas de Punch, pero la evolución, especialmente las relaciones evolutivas entre humanos y otros animales, dio mucho juego gracias a la idea de transmutación: era habitual representar a los políticos como sapos y serpientes que reptan en la hierba –representaciones icónicas para los ingleses de lameculos y traicioneros–, y también abordar asuntos que, entremezclados, provocaban emociones fuertes como la esclavitud, el racismo, los africanos, los grandes simios y la identidad humana. La difusión de algunas de estas publicaciones llegó a cobrar la importancia suficiente como para que los protagonistas de las polémicas estuvieran atentos e incluso llegaran a verse influidos en sus intereses y puntos de vista.

La publicación de El origen puso en circulación numerosas teorías (Ernst Mayr hace una magnífica exposición en su libro One long argument), pero el asunto que cautivó completamente la atención del público fue el de la ascendencia común. Si bien Darwin se limitó en El origen a anunciar que se haría luz sobre el origen del hombre y su historia, muy pronto la educada sociedad victoriana quedó sorprendida con la supuesta ascendencia común con los simios, no tanto por considerarla un asunto amenazador, sino más bien por su exotismo, por chocar de lleno con el autocomplaciente sentimiento imperialista victoriano que los hacía sentirse importantes y únicos. La prensa se apresuró a recoger esta agitación popular y uno de los primeros ejemplos fue la imagen que hemos elegido: se publicó el 18 de mayo de 1861 en el número xl de Punch y es aparentemente simple: un gorila erguido, sosteniéndose con un cayado, llevando un cartel a modo de hombre anuncio con la leyenda «¿Acaso no soy yo hombre y hermano?». En realidad, la imagen servía de apoyo gráfico al que era uno de los puntos fuertes de Punch, la crónica de la actualidad inglesa narrada en versos satíricos. En este caso, la poesía satírica se titulaba Monkeyana y su texto también forma parte de este breve relato de un episodio antiguo de divulgación científica. Vayamos por partes.

Sobre el cartel

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Emblema adoptado en 1787 por la Society for the Abolition of Slavery (izquierda), que inspiró el sello de la sociedad (derecha) y que acabó siendo conocido como «el suplicante».

La leyenda que muestra el gorila da pie a la poesía satírica publicada en Punch y fue una frase utilizada muy a menudo por esta publicación con el fin de identificar asuntos relacionados con la abolición de la esclavitud. Pertenece al emblema que en 1787 adoptó la británica Society for the Abolition of Slavery con la intención de grabar un sello para uso de la sociedad: un esclavo encadenado y suplicante que se pregunta, «¿Acaso no soy yo hombre y hermano?». Un abuelo de Darwin, Josiah Wedgwood (1730-1795) –industrial cerámico, persona influyente en la sociedad victoriana y activista antiesclavista miembro del Britain’s Committee to Abolish the Slave Trade, uno de los comités de la Society for the Abolition of Slavery–, encargó el mismo año a los artistas de su fábrica que modelaran el emblema con la intención de poner su industria, Wedgwood Potteries, a trabajar por el ideal antiesclavista. El modelo acabó convirtiéndose en el que se conoció desde 1787 como The Slave Medallion, una reproducción del emblema en jaspe blanco con la figura en relieve en basalto negro. Se pusieron en circulación millares en agujas de sombrero, cajas de rapé, brazaletes y pasadores, uniendo moda y acción política para favorecer la causa de la liberación, uno de los primeros ejemplos de sinergia de ambas actividades.

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William Hackwood, artista de Wedgwood Potteries, fue el autor del emblema de la Society for the Abolition of Slavery para al modelaje de The Slave Medallion. A la izquierda, reproducción del emblema, modelado por Hackwood, en jaspe blanco con el suplicante en relieve de basalto negro (1787). A la derecha, versiones del camafeo Wedgwood realizadas con distintos jaspes. El ejemplar del centro fue encontrado en una caja de documentos que perteneció a Benjamin Franklin.


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El éxito del camafeo Wedgwood fue tan grande que el emblema de la Society for the Abolition of Slavery se acuñó en moneda (izquierda) e incluso se ideó una versión femenina (derecha).

El éxito de la versión en camafeo fue notabilísimo. Wedgwood envió a Filadelfia en 1788 un gran número de ellos a Benjamin Franklin (1706-1790), presidente de la Abolition Society in America y a quien había conocido a través de la inglesa Lunar Society, a la que también pertenecía Erasmus Darwin (1731-1807), el otro abuelo de Charles. En una carta de agradecimiento a Wedgwood por el envío, Franklin escribió:

Estoy distribuyendo su valioso regalo de camafeos entre mis amigos, en cuyos semblantes he podido ver tales señales de haber quedado conmovidos al contemplar la figura del suplicante (que está tan admirablemente ejecutado) que estoy seguro de que llegará a tener el mismo efecto que el mejor de los panfletos escritos a la hora de hacer honor a estas gentes oprimidas.

Otra muestra más de la popularidad del texto que lleva el gorila en su pancarta la encontramos en una carta que Thomas Henry Huxley (1825-1895), uno de los protagonistas de los versos, escribió a su madre en diciembre de 1846; el entonces teniente Huxley se alojaba en una pequeña cabina de un viejo barco prisión fuera de servicio en el puerto de Plymouth, mientras acababan de preparar el navío H.M.S. Rattlesnake, en el que sirvió como ayudante de cirujano y naturalista en una expedición cartográfica a la Gran Barrera de Arrecifes australiana, entre 1846 y 1850. Era costumbre de Hal, nombre familiar de Huxley, dibujar en sus cartas, y ésta la ilustró dibujándose a sí mismo encajado en una cabina mínima y utilizó el lema de la Society for the Abolition of Slavery como metáfora para explicar la pésima habitabilidad de su alojamiento y para dar cuenta a su madre de su alegría al abandonarlo.

Sobre el gorila y el cayado

El cayado quizá fuera un recurso del artista para dejar claro que no se trataba de un ejemplar vivo, sino de uno de los gorilas disecados entonces acabados de adquirir con no poco esfuerzo económico por parte del British Museum, que daba satisfacción a la insistencia del superintendente de su departamento de historia natural, el anatomista Richard Owen (1804-1892), otro de los protagonistas de esta historia. Desde que un misionero norteamericano de la Iglesia episcopal en África, el Dr. Thomas S. Savage (1804-1880), enviara, en abril de 1847, a Owen, entonces conservador del Hunterian Museum del Royal College of Surgeons de Londres, unos dibujos de un cráneo y de algunos otros huesos de un gran simio desconocido hasta entonces para la zoología, éste vivió obsesionado por ser el primero en describir la especie y compararla con otros simios conocidos y con humanos. Los grandes simios produjeron enorme admiración entrado el siglo xix y prueba de ello es que el propio Darwin escribió a su hermana Susan Elizabeth (1803-1866) el 1 de abril de 1838 sobre las impresiones que le causó su primer encuentro con un orangután:

[…] cabalgué hasta la Zoological Society […] vi perfectamente aquella orangutana: el vigilante le mostró una manzana, pero no se la dio; después de todo eso el animal se tiró de espaldas, protestó y lloró, justamente igual que un niño malo. Acto seguido miró muy malhumorada y después de dos o tres arrebatos de pasión, el cuidador le dijo: «Jenny, si dejas de llorar y eres una buena chica, te daré la manzana.» Ciertamente comprendió cada palabra del mensaje y, aunque, como un niño, le costó bastante dejar de lloriquear, al final lo logró y entonces obtuvo la manzana, con la que saltó al brazo de una silla y comenzó a cómersela, con el semblante más contento que se pueda imaginar.

Darwin utilizó la admiración que produjo su encuentro con Jenny para describir en su primer libro otra situación de estupefacción vivida, su encuentro cara a cara con los fueguinos, los naturales del archipiélago de la Tierra del Fuego:

Uno de nosotros les enseñó el brazo desnudo y se extasiaron con su blancura, entonces lanzaron las mismas exclamaciones de sorpresa e hicieron los mismos gestos que un orangután ha hecho ante mí en los Jardines Zoológicos.
El viaje del Beagle. Labor. Barcelona, 1983: 247-248.

Esta es la única referencia pública que conocemos de Darwin, anterior a la publicación en 1871 de The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex, comparando a hombres y simios, ya que en 1845, fecha en la que publicó el diario de viajes, era aún desconocedor de la enorme polémica que este asunto generaría en las décadas siguientes.

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Dos grabados que ilustran las aventuras del explorador Paul du Chaillu, a la vez que muestran el escaso rigor de sus relatos; sacados de su libro Explorations and Adventures in Equatorial Africa, with Accounts of the Manners and Customs of the People, and of the Chace of the Gorilla, Crocodile, Leopard, Elephant, Hippopotamus, and other Animals (Harper & Brothers. Nueva York, 1861).

Pero cuando el doctor Savage partió del río Gabón hacia su país, Estados Unidos, en mayo de 1847, no envió el cráneo y los huesos a Inglaterra, sino que los llevó con él y, con el anatomista de Harvard Jeffries Wyman (1814-1874), publicó en diciembre de 1847 la primera descripción de la nueva especie de simio africano, denominada por ellos Troglodytes gorilla. Richard Owen perseveró y pronto logró tres cráneos de este nuevo simio, gracias a un mercader de Bristol, y en 1851 un esqueleto completo. Pero no fue hasta el 10 de septiembre de 1858 cuando recibió de otro norteamericano, Paul du Chaillu (1835-1903), un anhelado espécimen completo de macho maduro conservado en alcohol. Este aventurero estuvo viajando por el occidente de África ecuatorial entre 1856 y 1859, e hizo famosas sus peripecias contándolas en conferencias, tan espectaculares como poco rigurosas, y narrándolas en libros, de los que alguna edición para niños fue un gran éxito de ventas. Posiblemente, el modelo de la ilustración de Punch fuera este mismo ejemplar de macho maduro, ya que Owen lo desolló, lo disecó y finalmente lo dio a montar al taxidermista del Museum para que fuera exhibido; o quizá fuera uno de los ejemplares que acompañaron a Du Chaillu a principios de 1861 en sus presentaciones en los abarrotados salones de la Royal Geographical Society o la Royal Institution de Londres. El mismo Owen dio una de las conferencias vespertinas de los viernes de la Royal Institution, el 4 de febrero de 1859, donde mostraba dibujos a escala natural del gorila, según el ejemplar acabado de adquirir, y comentaba que éste, cuando busca comida, va armado de una vara robusta y

[…] cuando pasa de un árbol a otro dicen que camina medio erguido, con la ayuda de su bastón, pero con andares patosos y desgarbados.
«On the Gorilla». Proc. Roy. Inst. Gr. Brit., 1858-1862, 3: 27.

Sobre la poesia satírica «¿Acaso no soy yo hombre y hermano?»

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Un cerebro de humano comparado con uno de chimpancé (aumentado éste hasta un tamaño equivalente al del humano). La disección muestra que ambos presentan el hippocampus minor con claridad (la estructura señalada con flechas que recuerda la figura de un caballito de mar); a) lóbulo posterior, b) ventrículo lateral, c) asta posterior. / Figura extraída de T. H. Huxley, 1863. Evidence as to Man’s Place in Nature. Williams % Norgate. Londres.

La sátira describe, desde la perspectiva del firmante, un gorila que escribe desde su residencia en los jardines de la Zoological Society, lo que de su propia naturaleza se discute; la primera parte la dedica a revisar el lugar que para él mismo se propone en la jerarquía natural, mientras que las últimas seis estrofas las dedica a la más famosa disputa científica de la época victoriana: la controversia entre Huxley y Owen sobre la especificidad anatómica del cerebro humano, que se denominó la «sátira del gorila» o las «guerras del gorila» y que Punch recogió en sus páginas de 1861 ni más ni menos que en veinte ocasiones.

En la primera estrofa el gorila se pregunta sobre la posibilidad de ser una criatura compuesta de partes dispares de hombre y animal, un sátiro. En las seis siguientes da un repaso a la bibliografía de la época sobre los orígenes de los seres vivos. Comienza por Vestiges of the Natural History of Creation de 1844, un libro polémico y poco riguroso que fue ampliamente leído y que causó auténtico furor con su defensa de la evolución, publicado anónimamente por Robert Chambers (1802-1871), escritor escocés de libros de consulta y enciclopedias populares. Continúa poniendo en su justo valor El origen de las especies de Darwin, recientemente publicado, para seguir con un repaso a las aportaciones de otros contemporáneos: Leonard Horner (1785-1864), geólogo escocés y presidente de la Geological Society of London entre 1846 y 1860, que estudió en sus últimos años la historia geológica de las tierras aluviales de Egipto y demostró que las fechas bíblicas no eran capaces de describir la edad del mundo; William Pengelly (1812-1894), geólogo inglés y uno de los primeros arqueólogos, que contribuyó con su estudio de la ocupación humana de las cuevas de Devon a probar que la cronología bíblica de la edad de la tierra calculada por el arzobispo James Ussher (1581-1656) no tenía sentido; Sir Joseph Prestwich (1812-1896), devoto clérigo anglicano y geólogo de gran prestigio que, a pesar de no hacer personalmente ningún descubrimiento, fue el responsable de confirmar la coexistencia de nuestros antepasados prehistóricos con otros mamíferos ahora extintos en épocas muy anteriores a las que nadie hasta entonces había sospechado.

Las seis últimas estrofas las dedica a la polémica del momento, cuyo punto álgido, el debate organizado por la British Association for the Advancement of Science en Oxford en junio de 1860, ha quedado como ejemplo palmario de triunfo del razonamiento científico sobre el abuso autoritario y fundamentalista en la historia de las tempestuosas relaciones entre las ciencias y las religiones en occidente.

Pero la polémica había empezado antes: en 1857 Richard Owen publicó «On the characters, principles of division and primary groups of the class Mammalia» (J. Proc. Linn. Soc., Lond., Zool., 1857, 2: 1-37), un artículo en el que postulaba que una serie de características anatómicas cerebrales distinguía tan claramente a los humanos del resto de primates que exigía establecer para nosotros una nueva subclase propia, Archencephala (estrofa 10). Para él, era necesario mantener a los humanos en su situación especial y decidió concentrarse en el hecho diferencial más universalmente reconocido: su cerebro único. Según Owen, sólo los humanos poseíamos en nuestro cerebro un lóbulo posterior, la parte del cerebro que se extiende hacia atrás cubriendo el cerebelo, un asta posterior (posterior cornu) del ventrículo lateral y, lo más importante, un hippocampus minor (estrofa 9), estructura que por la forma recordaba a Arantio, discípulo de Vesalio, un caballito de mar, razón por la que la denominó Hippocampus, vocablo en latín para estos peces. De las muchas características anatómicas que nos diferencian a los humanos del resto de primates, como por ejemplo la laringe, Owen eligió estas oscuras partes de la anatomía cerebral precisamente porque era el cerebro el lugar en el que se esperaba encontrar el alma.

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La famosa fábula de Charles Kingsley, The Water-Babies (1863), también proporcionó su momento de gloria al explorador Du Chaillu y al lema de la Society for the Abolition of Slavery: en el grabado de Sambourne aparece el último poblador del degenerado pueblo de los Hazloquequieras, agonizando a causa del tiro propinado por el Sr. Du Chaillu que le confundió con una bestia al rugirle erguido y golpeándose el pecho; en ese momento, el último representante de los Hazloquequieras recuerda que sus antepasados fueron una vez hombres e intenta pronunciar «¿Acaso no soy yo hombre y hermano?», pero sin éxito, porque en su degenerado estado ya había olvidado su lengua.

La batalla empezó con la declaración de Huxley, que aseguró que las afirmaciones de Owen eran inexactas y discordantes con informes de otros investigadores y llegó al punto álgido cuando demostró inequívocamente que el hippocampus minor, que Owen postuló reiteradamente que era exclusivo de los humanos, se hallaba también en el cerebro de los monos. Esta batalla intelectual fue recreada en versos, en prosa, en teatro, en dibujos, en cualquier medio, ya que público y prensa británicos quedaron fascinados al ser testigos de la desaforada pelea entre dos de los más importantes científicos ingleses por la existencia o no de partes del cerebro por todos desconocidas y con largas denominaciones en latín, que tan difíciles de pronunciar como cómicas resultan a los ingleses a causa de la brevedad de las palabras originales de su lengua.

Además de cruenta, la batalla fue sostenida, dos características imprescindibles para explicar la repercusión pública que tuvo. Owen se reafirmó públicamente en sus términos con el artículo «The Gorilla and the Negro», publicado en la revista Athenæum (23 de marzo de 1861: 395-6), editada por el famoso y homónimo club londinense para intelectuales barones; Huxley, en el siguiente número de la misma revista, sólo siete días más tarde, le rebatía de nuevo públicamente mediante su famosa carta «Man and the Apes» (Athenæum, 30 de marzo de 1861: 433); Owen se defendía de nuevo en Athenæum el 6 de abril (p. 467) y Huxley volvía a atacarlo sólo una semana después con otra carta, que acababa así:

La vida es demasiado corta para que se ocupe uno de volver a estrangular al que ya está muerto.
Athenæum
, 13 de abril de 1861: 498.

A pesar de esta declaración, recogida en la última estrofa de Monkeyana, Huxley consideró pocos meses después que la vida incluso era lo bastante larga para que valiera la pena volver a publicar, una vez más en Athenæum (21 de septiembre de 1861: 378), la segunda parte de «Man and the Apes», si bien esta vez en un tono un tanto desesperado:

[…] será, creo, la séptima demostración pública en los últimos nueve meses de la falsedad de las tres afirmaciones, que el lóbulo posterior del cerebro, el asta posterior del ventrículo lateral y el hippocampus minor son peculiares del hombre y que no se encuentran en los simios.

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Richard Owen y Thomas H. Huxley, observando a un niño del agua; ilustrados por Edward Linley Sambourne, dibujante de Punch durante cuarenta años. Sacado de la edición conmemorativa de 1889 (MacMillan & Co.) de The Water-Babies (1863) de Charles Kingsley, una fábula considerada precursora de Alicia en el País de las Maravillas; en ella Owen y Huxley aparecen con sus nombres propios y también como personajes parodiados; Huxley es fácilmente reconocible en el profesor Ptthmllnsprts –Put-them-all-in-spirits, «mételos a todos en alcohol»–, de quien se relata una divertida versión de la polémica del hippocampus minor, en la que garantiza que la presencia de un hippopotamus major en el cerebro es la diferencia definitiva entre simios y hombres.

Para acabar, revelaremos que el autor, el firmante Gorila del Jardín Zoológico, fue Philip de Malpas Grey-Egerton, colaborador habitual de Punch, autoridad reconocida en peces fósiles y miembro conservador del parlamento británico por South Cheshire. Egerton mostró en esta sátira que, gracias a su ingenio y a su conocimiento de la realidad científica del momento, era capaz de escribir para muchos y, al mismo tiempo, para unos pocos, una de las muchas virtudes de Punch. Muestra de ello es la rebuscada rima de la estrofa 10, en la que hace intervenir el operador matemático convolución –que tiene como símbolo una estrella y que Jean-Marie Constant Duhamel (1797-1872), matemático francés y presidente del Académie des Sciences, puso en circulación en la época– en la invocación cómica del término de Owen Archencephalic. Y eso porque, en inglés, el prefijo arch favorece la confusión de su significado de “antiguo” con el de “arco”, que es el que lleva a la mente de Egerton, gracias a la polisemia del término grado, los términos matemáticos solution y convolution. Además, Egerton aprovechó al mismo tiempo la polisemia de este último término, que en inglés también se usa para las estructuras cerebrales que nosotros denominamos circunvoluciones.

Tal vez el éxito de la narración de esta disputa victoriana no consista más que en el goce que es reflejo de la arraigada cultura de competición que parece ser peaje ineludible en la búsqueda del reconocimiento intelectual en cualquier época; un hecho que, aún hoy, nos continúa produciendo deleite al hacernos participar de la emoción que otro y en otra época gozó al sentir que derrotaba a quien en el fondo consideraba un igual intelectual.

Pero también es cierto que hay pruebas irrefutables de que no todos disfrutaron; el propio Charles Darwin, el 22 de mayo de 1861, escribía a Huxley:

Hooker me cuenta que la sátira de Punch es de Sir P. Egerton, lo cual me sorprende: no me pareció muy buena.

Monkeyana

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Cortesía de la Wellcome Library de Londres

¿Soy un sátiro o una persona?
Quien pueda, que me guíe un rato
y que en la escala establezca mi lugar.
¿Soy, con aspecto de mono, un homínido,
soy un antropoide simio
o sin cola un mico yo soy?

En los Vestiges se establecía
que todo de la nada procedía,
y que por el dicho «desarrollo»,
calificado «progresista» por todos,
llegaban a formas superiores,
por mucha modificación
todos los seres vivos: insectos y vermes.

Después Darwin dejó claro
en un libro bien valorado
la valía de la «natural selección»,
que la pugna por la vida
es una preciada riña
de la «específica distinción».

Dejad que torcaces y palomas
elijan sus amores,
dadles de épocas una o dos mil
y efectivamente podréis encontrar
que la especie han mudado
y en sabios y profetas se han cambiado.

Y Leonard Horner explica
como, con la datación bíblica,
no se puede la edad del mundo determinar,
ya que, a la sagrada tradición,
la del Nilo deposición
ha sabido completamente trastocar.

Poco más tarde, Pengelly llega
y ahora será él quien nos diga
que él y sus colegas de los muertos
en cuevas y con huesos mezclados
mazos y cinceles encontraron
de edad más que coincidente, ¿o no?

Y después Prestwich va y lanza
mazos y alguna escarpa
contra aquel que en su relato no creyó:
que las herramientas de las tumbas que exhuma
datan sin duda una a una,
de antes del cuento que Moisés nos dio.

Huxley y Owen más adelante,
con rutilante rivalidad,
a por el récord con tinta y pluma van;
es una lucha Cerebro contra Cerebro,
hasta que muera el primero de ellos.
¡Por Júpiter! ¡Un buen encuentro será!

Podéis ver, dice Owen, que
el cerebro de todo chimpancé
es siempre exageradamente menudo
con el que parece escondido «cuerno»,
extremadamente afeitado,
y además sin «Hippocampus» alguno.

El Profesor después les muestra
que el cerebelo de una persona
no se puede ver desde un punto apical;
y es porque cada «convolución»
contiene una solución
del grado «Arquencefálico». ¡Genial!

Dice: ¿los simios tienen nariz? No.
Pero sus pies tienen dedo gordo.
Menuda y estrecha tienen la pelvis,
además no pueden mantenerse derechos
excepto cuando se muestran fieros
con ‘Du Chaillu’, ¡un caballero intrépido!

Huxley declara al poco tiempo
que Owen es un mentiroso
cambiando su cita latina;
porque los hechos que presenta nuevos no son
y sus desaciertos son muchos:
su reputación ya declina.

«Al que ya está muerto, volvedlo a
estrangular, el Cerebro usando,
(así concluye Huxley la revisión que obró)
no es más que un trabajo vano
del todo improductivo en ganancias,
y por eso le digo “¡Adiós! ¡Adiós!”»

Jardín Zoológico, mayo de 1861
Gorila

Bibliografía Browne, J., 2001. «Darwin in Caricature: a Study in the Popularization and Dissemination of Evolution». Proceedings of the American Philosophical Society, 145 (4): 496-509. Gould, S. J., 1999. «Un caballo de mar para todas las carreras». La montaña de almejas de Leonardo. Crítica. Barcelona. Gross, Ch. C., 1993. «Hippocampus minor and Man’s Place in Nature: a case study in the social construction of neuroanatomy». Hippocampus, 3: 403-416. Kingsley, Ch., (1863) 2007. Los niños del agua. Rey Lear. Madrid. Mayr, E., (1991) 1992. Una larga controversia: Darwin y el darwinismo. Crítica. Barcelona. Wilson, L. G., 1996. «The Gorilla and the Question of Human Origins: The Brain Controversy». Journal of the History of Medicine and Allied Sciences, 51: 184-207.

© Mètode 2011 - 60. Darwiniana - Número 60. Invierno 2008/09

Escuela de Magisterio Ausiàs March de la Universitat de València.

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