Ramblas y barrancos: los ríos de piedras

La difícil vida de la adelfa

La solidaridad de los humanos con los animales es cada vez mayor. Y es que tener cabeza, brazos, piernas, ojos, nariz y tantas otras partes análogas a las del cuerpo humano crea inevitablemente una conciencia de mamífero que empapa la manera de sentir y actuar de muchos humanos. Así, muchos solemos padecer cuando vemos sufrir un animal, nos imaginamos con facilidad la sensación de un perro que hace días que no come, nos imaginamos el dolor que puede sentir cuando se hace una herida, o incluso la soledad cuando nadie le hace caso.

Las plantas, en cambio, suelen carecer de la comprensión y solidaridad de la mayor parte de los Homo sapiens. Quizá el hecho de no tener un sistema nervioso central nos libera de muchas de las consideraciones que tenemos hacia los animales. O, como también se ha dicho, las plantas no tienen alma, o tienen “menos”. Así es que pocas veces nos planteamos cuáles pueden ser las condiciones de vida de las plantas, que, al contrario de los animales, están atrapadas por el suelo donde germinó su semilla. Las raíces de las plantas son de alguna manera la bola y la cadena o los grilletes de los antiguos prisioneros.

Imaginemos, aunque sea sobre el papel, que nos encadenan en medio de una de tantas ramblas de las que hay en las tierras costeras valencianas. Durante la primavera disfrutaríamos de un tiempo relativamente amable en lo que atañe a las temperaturas, que en esta época son moderadas, un poco de fresco por la madrugada, una mañana espléndida, un poco de calor, eso sí, atenuado por el aire fresco primaveral, y una tarde dulce y agradable. En cuanto al agua, los chubascos son relativamente comunes pero muy a menudo se trata de lluvias bien dosificadas sin extremos. Agua que se filtra en el suelo que hay escondido bajo los guijarros de la rambla. Esta bonanza meteorológica no es suficiente para que la adelfa se decida a sacar las flores si no es bastante más tarde, ya cara al verano.

El verano mediterráneo es la época más seca del año, y además coincide con el período más caluroso. La vida en las ramblas empieza a ser realmente dura, las temperaturas ascienden como si estuvieran fuera de control. Serpientes y avispas se mueven frenéticamente alrededor de la adelfa, que pasa un infierno temporal. Pero si las temperaturas altas no fueran suficiente para amedrentar la adelfa, se añade la reverberación de los guijarros blanquecinos, de tal modo que desde el suelo le llega casi tanto calor como desde el cielo. No es extraño que la adelfa, al contrario que la mayor parte de las plantas mediterráneas, se haya provisto de otra capa de parénquima en empalizada a fin de recibir en condiciones estas radiaciones reflejadas por el albedo del lecho de la rambla. ¿Cómo puede ser entonces que la adelfa pueda florecer ahora que toda la vegetación mediterránea se agosta, cuando muchas escrofularias e incluso el romero pueden llegar a perder la hoja por la sequedad extrema? El secreto está bajo los guijarros, donde se acumulan los sedimentos finos, que sirven de almacén del agua que parece que la rambla quiera esconder para evitar la evaporación. La combinación de altas temperaturas y una buena reserva de agua son la llave que permite abrir los capullos, cubrir la rambla de flores rosadas y convertirla en un auténtico jardín natural. El adelfar se adueña de la rambla y nos brinda un vivo espectáculo de color.

El final de la temporada veraniega viene marcado por las primeras tormentas, que empiezan a descargar bruscamente la inmensa carga de agua. Es la época de riadas y avenidas, grandes cantidades de agua capaces de remover toneladas de guijarros que al chocar los unos con los otros, parecen querer reproducir el sonido de la tormenta. La adelfa no puede huir. Las raíces que la tienen unida a la rambla deben tener la suficiente fuerza para evitar que el agua se lleve el fruto de años y años de actividad fotosintética. Si la corriente se embravece, las ramas empiezan a desprenderse de la planta como queriendo limitar la resistencia al agua. A veces toda la mata puede ser arrancada de cuajo.

    Han pasado las turbulencias otoñales y los adelfares que permanecen en la rambla, a veces solamente los sistemas radicales, se disponen a pasar de la mejor manera posible las temperaturas invernales, a menudo al lado de un hilillo de agua que se puede mantener permanentemente si el invierno es un poco lluvioso, hasta llegar a la primavera, cuando empezarán a brotar para rehacer las partes que habían perdido en su lucha contra las inclemencias del tiempo.

Antoni Aguilella. Jardí Botànic, Universitat de València.
© Mètode 38, Verano 2003.
 

Foto: A. Aguilella

 

© Mètode 2013 - 38. Caminos de plata - Disponible solo en versión digital. Verano 2003

Facultad de Geografía e Historia, Universitat de València.