RESUMEN
Una carrera científica normalmente es una carrera de obstáculos, pero en caso de ser mujer se añaden problemas y mecanismos de exclusión específicos. Para conocer las estrategias utilizadas para superar algunos obstáculos, en el presente artículo revisamos las biografías de cuatro psicólogas que, entre 1890 y 1940, intentaron obtener una formación académica y consiguieron hacer una contribución importante a la ciencia psicológica.
Palabras clave: psicólogas, historia, Mary W. Calkins, Anna Freud, Beatrice Edgell, Mercedes Rodrigo.
«En el siglo XIX las barreras casi impedían el acceso a las mujeres como estudiantes registradas. No fue hasta los años setenta del siglo XX cuando pudieron disponer de condiciones más paritarias en lo referido a oportunidades y estatus»
Las mujeres científicas que querían hacer carrera académica generalmente tuvieron que superar por lo menos tres obstáculos (Russo y O’Connell, 1980; Valentine, 2005). En primer lugar, barreras culturales que les mostraban que estudiar en la universidad no era lo que se esperaba socialmente de ellas. En segundo lugar, una vez entraban en las aulas universitarias, se veían sujetas a desconfianza. En este sentido, notaban el reto que suponía desmentir la creencia, muy común, de que como mujeres eran incapaces de hacer un trabajo intelectual intensivo y de calidad. Finalmente, una vez habían conseguido este hito –a menudo tras un esfuerzo considerable–, aún debían enfrentarse a impedimentos estructurales que las discriminaban en la búsqueda de oportunidades laborales. Especialmente en el caso de haber decidido casarse, la mujer tenía más dificultades para acceder a una posición universitaria de cierto prestigio que le permitiese llevar a cabo publicaciones, investigación y docencia.
«Ni las observaciones positivas de su director ni el aval de la comisión de examinación pudieron evitar que –por el hecho de ser mujer– la universidad no concediese el título de doctora a Calkins»
Teniendo en cuenta los impedimentos expuestos, no es tan extraño el hecho de que hayan sido pocas las mujeres que hicieron carrera científica. Por este motivo, vale la pena destacar sus trayectorias como pioneras. A grandes rasgos, en el siglo xix las barreras casi impedían del todo el acceso a las mujeres como estudiantes registradas. Durante la primera mitad del siglo xx algunas lo consiguieron (Bohan, 1992), pero no fue hasta los años setenta cuando pudieron disponer de condiciones más paritarias en cuanto a oportunidades y estatus (con respecto a la segunda generación de psicólogas norteamericanas, véase Johnston y Johnson, 2008).
Seguidamente, presentaré las trayectorias de algunas pioneras en el campo de la psicología, una disciplina relativamente joven que empezó a establecerse en la segunda mitad del siglo xix. A lo largo de las primeras décadas, todavía era institucionalmente muy frágil, caracterizada históricamente por una obsesión por el método para reivindicar su estatus científico ante otras ciencias naturales como la física o la química.
CALKINS: UNA DOCTORA SIN TÍTULO
Una primera mujer que destaca como pionera en el campo de la psicología es la norteamericana Mary Whiton Calkins (1863-1930). Calkins era la primogénita de una familia con cinco hijos, con la que estuvo muy ligada a lo largo de su vida. Los padres la animaron y la ayudaron a obtener una sólida formación universitaria gracias a los primeros colleges (“universidades”) para mujeres de los Estados Unidos. A lo largo de su carrera fue capaz de estudiar filosofía y de especializarse en psicología experimental (Furumoto, 1980).
Ante el dilema de tener que escoger entre carrera y familia, Mary Calkins decidió quedarse soltera y dedicar sus fuerzas a contribuir a la ciencia. De esta forma inició su tesis doctoral bajo la dirección de Hugo Münsterberg en la Universidad de Harvard. En 1895 defendió con éxito su tesis sobre aprendizaje de palabras asociadas (paired-associate learning). Su director de tesis quedó impresionado por su capacidad de trabajo y la brillantez de su mente. Ante las autoridades académicas declaró que Calkins era la mejor de todos los doctorandos que había tenido y que seguramente sería la mejor experta en psicología del país. Pero ni las observaciones positivas de su director ni el aval de la comisión de examinación pudieron evitar que –por el hecho de ser mujer– la universidad no le concediese el título.
Cuando unos años más tarde Münsterberg le consiguió un título de otra universidad (Radcliffe), Calkins agradeció la oferta, pero la rechazó. Si había cumplido con los requisitos formales para obtener un título de Harvard, ¿por qué se tenía que conformar con un título de Radcliffe? Toda su vida había luchado en contra de la distinción entre sexos en la educación. Según ella era como recetar una dieta diferente a hombres y a mujeres: «¿Os parecería adecuado un régimen dietario de dulces para las mujeres y de carne para los hombres? Igual que el cuerpo, también la mente humana necesita un poco de todo para poder crecer y desarrollarse.» Calkins fue una mujer valiente que denunció lo que le parecía injusto en un tiempo en que la mayoría aceptaba las normas que diferenciaban los roles sociales de hombres y mujeres.
Mary Calkins trabajó el resto de su vida como profesora en el Wellesley College, donde estableció uno de los primeros laboratorios psicológicos (Wilson, 2003), una institución que permitió que las chicas obtuviesen una formación experimental. Aparte de su tarea docente, llegó a publicar un gran número de trabajos (cuatro libros y unos cien artículos) en los que desarrolló una teoría psicológica propia entendida como «ciencia del yo», totalmente opuesta a la psicología conductista entonces en boga
Aunque no obtuvo nunca su título oficial de doctora de Harvard y su tarea profesional quedó limitada al marco de un pequeño college femenino, a lo largo de su carrera consiguió reconocimiento nacional e internacional por su contribución científica. Así, por ejemplo, en 1905 fue nombrada presidenta de la Asociación Americana de Psicología (APA).
EDGELL: LA DOCTORANDA EXTRANJERA
Otra mujer que sí que recibió el título de doctora en psicología fue la inglesa Beatrice Edgell (1871-1948). Se trata de otro caso en el que, como Calkins, recibió apoyo familiar para cursar sus estudios y decidió no casarse. Aunque diez años más joven que Calkins, también tuvo dificultades para encontrar una universidad donde admitiesen mujeres. Finalmente, Edgell tuvo suerte en Gales, donde pudo ir al Aberystwyth College. Aunque espacialmente separados, en este centro tanto mujeres como hombres podían cursar estudios universitarios. En 1894 se graduó en ciencias mentales y morales (Valentine, 2005).
«En 1901, Beatrice Edgell se convirtió en la primera mujer que se graduaba en la Universidad de Wüzburg y, a la vez, en la pimera inglesa con un doctorado en psicología»
Continuar con su carrera y hacer el doctorado no era fácil. Edgell decidió irse a Alemania para cursar el postgrado en la Universidad de Würzburg. No se podía inscribir pero sí asistir a clases con el psicólogo Oswald Külpe. En 1901, con la defensa oral, concluyó con éxito su trabajo y se convirtió en la primera mujer que se graduaba en la Universidad de Würzburg y, a la vez, en la primera inglesa con un doctorado en psicología.
Edgell tuvo suerte porque, de hecho, en Alemania las mujeres tampoco eran aceptadas en las aulas universitarias. Eran necesarios permisos especiales del ministerio regional. Pero parece que admitían antes a mujeres extranjeras que después volverían a su país que a alemanas que después querrían seguir su carrera en las universidades locales. También la educación secundaria en Inglaterra proporcionó a Edgell una formación más completa de lo que era habitual en Alemania.
Al volver a Inglaterra con un prestigioso título de doctorado de una universidad alemana, Edgell pudo establecer un laboratorio psicológico en una universidad femenina, el Bedford College. Empezó con pocos medios y con ayuda de los que dirigían laboratorios de fisiología, pero con paciencia y tenacidad pudo organizar un lugar productivo en investigación psicológica. En 1927 recibió el título de profesora de psicología, un título que en España equivaldría a una cátedra. Fue la primera mujer con este título (por lo menos en Inglaterra). Pudo trabajar en la universidad de manera muy productiva, formando discípulos y publicando libros y artículos. Uno de sus libros más conocidos es un curso introductorio a la psicología en el que tiene en cuenta las actitudes emocionales y la aplicación del conocimiento psicológico a situaciones de la vida real (Valentine, 2005).
ANNA FREUD: A LA SOMBRA DEL PADRE
Una de las mujeres pioneras en el campo del psicoanálisis fue Anna Freud (1895- 1982), la hija más joven del famoso psiquiatra Sigmund Freud. Anna empezó sus estudios en Viena, donde entre 1915 y 1920 trabajó como maestra de primaria. A la vez recibió una formación y preparación psicoanalítica bajo la dirección de su padre. En 1922 ingresó formalmente en el círculo profesional como nuevo miembro de la Asociación Psicoanalítica de Viena.
Descrita como una mujer con mucha energía, cuando su padre empezó a sufrir problemas de salud debido a un cáncer en el paladar, gestionó sus negocios y sus responsabilidades. La experiencia como maestra hizo que Anna Freud pronto combinase el interés por los métodos psicoanalíticos con cuestiones pedagógicas. En 1927, con la publicación de su obra sobre psicoanálisis para niños, se convirtió en la analista más reconocida de Viena en esta especialidad.
«Anna Freud combinó el interés por el psicoanálisis con la pedagogía. Con la publicación de su obra sobre psicoanálisis para niños en 1927, se convirtió en la analista más reconocida de Viena en esta especialidad»
Al mismo tiempo empezó el conflicto entre su postura y la de la psicoanalista Melanie Klein. Anna postulaba una aparición más tardía del superyó en el niño, que se encontraría muy influido por la estimulación ambiental. Mientras que Klein no distinguía entre la dinámica psíquica infantil y adulta y psicoanalizaba el juego de los niños pequeños, Anna Freud mantenía una distinción muy clara y exigía la capacidad del lenguaje como condición necesaria para llevar a cabo un análisis (Volkmann i Lück, 2002).
«Les psicòlogues, en general, es movien entre els dos extrems: d’una actitud de protesta desafiant a una complicitat submisa»
El conflicto se agravó en el momento en que la familia Freud se vio obligada a exiliarse de Viena para ir a Londres debido a la invasión nazi de Austria en 1938. Tras la muerte de su padre, Anna Freud gestionó y defendió su legado. Vivió unos años dolorosos de guerra inmersa en intensas confrontaciones con el grupo que apoyaba a Klein. Durante aquellos años se ocupó sobre todo de los niños abandonados y traumatizados. Conjuntamente con su amiga Dorothy Burlingham, organizó primero una escuela cuna y después una clínica en Hampstead para atender a los niños y a sus familias, además de formar a psicoanalistas. Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, también volvió la paz al mundo de los psicoanalistas en Londres con la aprobación oficial de dos itinerarios de especialización reconocidos (la línea de Klein y la de Anna). A lo largo de su vida recibió varios reconocimientos por su tarea científica, como el título de doctor honoris causa por la Universidad de Clark (Estados Unidos).
RODRIGO: DIRECTORA EN TIEMPO DE GUERRA
Otra psicóloga de la misma generación que Anna Freud fue Mercedes Rodrigo Bellido (1891-1982), formada como maestra en Madrid. Interesada por la nueva psicopedagogía, fue visitando varias instituciones de dentro y fuera del país justo antes de la Primera Guerra Mundial. Una vez acabada la guerra volvió a irse para trabajar con Édouard Claparède en el Instituto J. J. Rousseau de Ginebra. En 1923 volvió a España como experta en educación especial y con un diploma en psicología. A continuación se ocupó de la formación de maestros.
«Las psicológas, en general, se movían entre los dos extremos: de una actitud de protesta desafiante a una complicidad sumisa»
Una vez se creó el Instituto Reeducación Profesional de Inválidos del Trabajo, Mercedes se hizo cargo de la sección de orientación profesional y se convirtió en pionera en el campo de la psicotecnia y la medida a través de tests psicológicos. Por esta razón José Germain le pediría poco después la colaboración en el Instituto Nacional de Psicotecnia creado en 1928. Durante su labor docente en el Instituto entrenó y tuteló a toda una generación de psicólogos del país. A la vez, desde 1931, se ocupó de la infancia problemática como psicóloga en el Tribunal Tutelar de Menores, un hecho que la llevó a promocionar la higiene mental infantil
En el momento que empezó la Guerra Civil el director decidió marchar al extranjero y la dejó a cargo de la institución a lo largo de los años de conflicto bélico. Rodrigo se ocupó, sobre todo, de la organización de la evacuación infantil de Madrid, una ciudad asediada y blanco constante de los bombardeos. Los otros iban marchando, pero ella se quedó para dirigir varias instituciones de reeducación para jóvenes delincuentes.
Acabada la guerra, mientras que los que se habían ido podían volver al país, Mercedes Rodrigo se vio obligada a exiliarse, aunque, según Herrero (2003a y 2003b), no había militado nunca en ningún partido político. En un primer momento fue a Bogotá (Colombia), donde se quedó once años colaborando en la puesta en marcha de los primeros programas de selección de estudiantes universitarios. La creciente demanda de servicios psicotécnicos se concretó, en 1947, en la constitución del Instituto de Psicología Aplicada de la Universidad Nacional, dirigido por Rodrigo. Su tarea en la formación de psicólogos permite que hoy sea considerada la pionera de la psicología científica en Colombia, así como la pionera en el campo de la psicotecnia, incluso en diferentes países de América del Sur.
Pero este éxito no evitó que, tras llegar al poder un gobierno conservador, en 1948, fuera víctima de acusaciones contra «comunistas», un calificativo que los exiliados de la Segunda República recibían a menudo. Así, en 1950 (a la edad de 59 años) afrontó un segundo exilio en Puerto Rico, donde reanudó de nuevo con ganas y energía su actividad laboral. En este país, Rodrigo trabajó como profesora de educación en la universidad, ya que aún no existían los estudios de psicología. A partir de 1955, hizo terapias psicológicas a veteranos norteamericanos en la clínica privada de Julià de San Juan (Guil Bozal y Vera Gil, 2011). Su prestigio profesional hizo que en 1958 fuera nombrada presidenta de la Asociación de Psicología de Puerto Rico. Unos años antes de morir, en 1971, aún recibiría un homenaje de la comunidad de psicólogos de Colombia: el primer Premio Nacional de Psicología de la Federación Colombiana de Psicología.
COMENTARIO FINAL: MUJERES Y PSICOLOGÍA
Hace más de un siglo que las mujeres comenzaron a sentirse atraídas por el estudio de la psicología, desde que se empezaron a ofrecer cursos, doctorados y carreras especializadas en este campo. Una vez formadas como psicólogas, también querían formar parte de la comunidad científica constituida por sociedades científicas.
Una de las primeras fue la Asociación Americana de Psicología (APA), que se fundó en 1892. Contrariamente a lo que pasaba en otras sociedades científicas como la de fisiología, la APA admitía prácticamente desde su fundación a mujeres como miembros. En 1917 el sector femenino formaba un 13% de la lista de miembros, una proporción más alta que en cualquier otra sociedad científica americana. De la misma forma, destaca la cantidad de mujeres cualificadas: en 1921 la proporción de mujeres doctoradas en psicología era mayor que en cualquier otro campo científico (Scaraborough, 1994; Valentine, 2005).
Eso no quiere decir que no hubiese obstáculos en la psicología, sino que había un cierto número de mujeres valientes, como las que hemos mencionado aquí, que consiguieron el apoyo necesario para hacer carrera. Se trata de un contexto en el que García Dauder (2010) habla de mecanismos de exclusión y resistencia. Muchas de ellas provenían de familias de clase media con un alto nivel cultural. En general recibieron apoyo de la madre o del padre, que deseaban una educación de alto nivel para su hija, aunque en aquel tiempo eso no fuera habitual.
De gran relevancia resultan las estrategias adoptadas para superar los obstáculos que hemos definido al principio. En primer lugar, llama la atención que ninguna de las mujeres que hemos mencionado se casase. Se trataba de mujeres ambiciosas que, ante el dilema «familia o carrera», claramente consideraran incompatible el matrimonio con una carrera científica. Tal y como han mostrado algunas historiadoras, el matrimonio o el hecho de tener hijos suponía, para una mujer, un freno e incluso, en muchos casos, el abandono de la carrera académica.
Se movían entre los dos extremos: de una actitud de protesta desafiante a una complicidad sumisa. Psicólogas como Calkins se atrevieron a marcar claramente los límites hasta los que estaban dispuestas a seguir las reglas del juego académico, como cuando rechazó el título de doctora de segunda categoría que se le ofreció como consolación. Tal y como observa Valentine (2005), Edgell adoptó una estrategia intermedia denominada «Madame Curie», que se basaba en una quieta pero deliberada sobrecualificación, modestia personal, mucha autodisciplina y estoicismo. Otro factor que sin duda la ayudó fue su capacidad de establecer redes sociales de apoyo, tanto profesionales como privadas.
Mercedes Rodrigo trazó un camino parecido, se dedicó a desarrollar una tarea profesional innovadora tras haber recibido una formación de prestigio internacional en el extranjero. Supo buscarse aliados masculinos y se atrevió a asumir la responsabilidad y la carga del Instituto de Psicotecnia cuando su país pasaba por unos años de crisis y guerra.
El caso de Anna Freud fue un poco diferente, ya que su carrera se encontró totalmente ligada a la reputación y al pensamiento de su padre, aunque pronto desarrolló su propio campo de especialización. A medida que la salud de su progenitor se fue debilitando, heredó su legado y su posición dominante, a cargo del grupo de psicoanalistas en Viena.
De la misma manera que en el caso de la psicopedagoga española, los acontecimientos políticos truncaron su trayectoria. En el extranjero, las dos mujeres, Anna Freud y Mercedes Rodrigo, reanudaron sus actividades laborales, aunque con serias dificultades. Estas no fueron producto de una discriminación sexista, sino consecuencia del exilio, agravado por una confrontación teórica, en el primer caso, y por una acusación política, en el segundo.
Las psicólogas que hemos visto se especializaron en áreas diversas como la psicología experimental, en el caso de Edgell; temas más filosóficos, en el caso de Calkins; la psicopedagogía y psicotecnia, por parte de Mercedes Rodrigo, y el psicoanálisis para niños de Anna Freud. Los ámbitos de especialización de estas mujeres en general no gozaban de gran reputación científica entre la psicología académica dominante (norteamericana), de cariz más empírico y basada, sobre todo, en la observación y el control de la conducta. Aun así, a lo largo de sus vidas todas recibieron un cierto reconocimiento de las sociedades profesionales de psicología.
Bibliografía
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García Dauder, S., 2010. «El olvido de las mujeres pioneras en la Historia de la Psicología», Revista de Historia de la Psicología, 31(4): 9-22.
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