Cuando pensamos en el papel que ha tenido la química desde hace siglos en el desarrollo de la sociedad, así como en la evolución de la industria, en los acontecimientos históricos y en los retos presentes, vemos que esta resulta esencial. Algunos de esos retos actuales que debemos abordar como profesionales de la química se describen en este número de Mètode.
La sociedad es conocedora de que la química está presente en aspectos tan diversos como los alimentos que llevamos a nuestra mesa, la producción de energía, los materiales textiles con los que nos vestimos, los cosméticos que utilizamos, los productos farmacéuticos que tomamos, los combustibles que usamos, etc. Sin embargo, no se es tan consciente de lo que hacemos las personas dedicadas a la química en facetas como la academia y la industria, que contribuimos con nuestro trabajo a que esta sea comprendida y utilizada a su máximo potencial.
La sostenibilidad de nuestro sistema productivo, nuestra vida y nuestro planeta, se ha convertido en el motor que impulsa a muchas industrias, incluida la química, a una mejora y un aprovechamiento de todas sus posibilidades. La química cuenta con un enorme potencial para poder cumplir con los retos ambientales y de sostenibilidad que tenemos por delante y, de hecho, ya ha dado los pasos necesarios para ser la mejor aliada de la sociedad en el futuro.
Pensemos, a modo de ejemplo, en lo que ha significado la química verde desde el comienzo del siglo XXI o en la reducción del impacto ambiental como consecuencia de que muchos de los productos y envases con base química que tenemos en nuestros hogares se han modificado en los últimos años. Ese impulso tiene el objetivo de conseguir productos basados en nuevos materiales a través de procesos más sostenibles, y así minimizar el uso de sustancias peligrosas y reducir el impacto ambiental.
Es cierto que muchos de nosotros tenemos en mente algún ejemplo negativo generado por productos y procesos químicos, o por accidentes en plantas químicas y sus correspondientes vertidos peligrosos; pero si anotásemos en un papel las cosas negativas y las comparásemos con todo lo positivo que ha generado la química, observaríamos que las dos listas son realmente diferentes, no solo en extensión y cantidad, sino en impacto sobre el ser humano y nuestro planeta. Pensemos en lo que hemos vivido con la covid-19: la sociedad que, en determinadas ocasiones, rechaza «lo químico», espera que surjan nuevas moléculas que puedan curarnos o ayudarnos en nuestro día a día. Y solo los que nos dedicamos a esto somos conscientes de lo que significa llegar a sintetizar nuevas moléculas con fines provechosos para la humanidad, o del lugar al que nos puede llevar el buen uso de nuestra ciencia.
Es nuestro deber comprometernos con la sociedad en hacer uso de todos los aspectos positivos de nuestra ciencia, desde los elementos químicos hasta los productos que se manufacturan gracias a la química, para que la sociedad sea consciente de que el futuro también está en ella. Sin este compromiso, sin esta capacidad para demostrar todos los beneficios que puede aportar la química, será complicado enfrentarnos a un futuro prometedor.
La química debe perseguir la mejora de la calidad de vida en la sociedad, sin olvidar promover la equidad de la misma. Esta situación está ligada de forma directa con aspectos éticos y sociales, que nos deben comprometer en el desarrollo de nuevos procesos y productos químicos que garanticen la máxima seguridad, minimicen el riesgo para la salud y promuevan prácticas laborales cada vez más justas. El compromiso de colaboración entre los actores involucrados en ello –desde la academia a la industria y el Estado– debe llevarnos a dar respuesta a los desafíos emergentes con soluciones transdisciplinares más sostenibles. Estoy convencido de que el desarrollo de nuevos productos químicos más respetuosos con el medio ambiente generará ventajas competitivas y llevará a las diferentes empresas del sector productivo hacia una economía sostenible en la que la química jugará uno de los papeles protagonistas.
La química debe avanzar, desde las aulas a la industria, hacia un sistema que se resuma en tres palabras: renovable, saludable y persistente. Esto, que supone un enorme reto, es el camino que demanda la sociedad y estoy convencido de que lo conseguiremos, porque sin química no existe futuro.