© MÈTODE En la imagen, una angiografía cerebral. Esta técnica permite valorar los desplazamientos de la distribución de los vasos sanguíneos por el crecimiento de tumores, los accidentes y las alteraciones genéticas. A pesar de la importancia de esta técnica, fue principalmente el desarrollo de la lobotomía prefrontal lo que le valió a Egas Moniz el premio Nobel. |
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En 1861 el médico y antropólogo francés Pierre Broca localizó experimentalmente el centro del lenguaje articulado en la tercera circunvolución frontal. Desde entonces, las experiencias para demostrar la localización cerebral de numerosas funciones orgánicas se multiplicaron y la corteza del cerebro se representó como un mapa de funciones bien localizadas y relacionadas entre sí. En 1909, K. Brodman propuso una cartografía del córtex cerebral dividido en áreas, pero fueron las investigaciones posteriores a la Gran Guerra las que contribuyeron a configurar una visión integrada de la neurofisiología del cerebro. Desde una orientación diferente, las primeras décadas del siglo xx vieron nacer dos nuevas aproximaciones a los procesos mentales y a su patología. La orientación más psicológica tomaba como punto de partida la obra de Sigmund Freud, que ponía énfasis en la función determinante del inconsciente, los acontecimientos traumáticos reprimidos y los trastornos en el desarrollo de la sexualidad para explicar la génesis de ciertas enfermedades mentales. La otra orientación partía de la psicología fisiológica iniciada por Wilhelm Wundt e Ivan Pavlov. Es en esta segunda orientación donde deben situarse los experimentos y las aportaciones técnicas de nuestro protagonista, Antonio Caetano de Abreu Freire Egas Moniz (1874-1955), creador de la angiografía cerebral y de la técnica de la lobotomía prefrontal. El médico portugués Egas Moniz había estudiado medicina en Coimbra en las postrimerías del siglo xix y se trasladó a Burdeos y París para especializarse en neurología y psiquiatría. Docente en Coimbra desde 1902, en 1911 accedió a la cátedra de neurología de Lisboa hasta que se jubiló en 1945. Durante su vida llevó una doble carrera profesional y política como parlamentario (1903-1917), embajador en Madrid (1917), ministro de Asuntos Extranjeros (1917-1918) y presidente de la delegación portuguesa en la Conferencia de Paz de París (1919), capital para el Pacto de Versalles que marcó el contexto internacional durante el período de Entreguerras. Al fin y al cabo, estamos hablando de una de las figuras más relevantes de la vida pública y médica portuguesa del primer tercio del siglo xx. Egas Moniz llevó a cabo dos aportaciones de interés en la historia de la cirugía y la tecnología médica que le permitieron obtener el premio Nobel de medicina y fisiología en 1949, compartido con el médico suizo Walter Rudolf Hess. La primera de las aportaciones fue el desarrollo de la angiografía cerebral, una técnica diagnóstica que por primera vez permitía visualizar la circulación sanguínea cerebral mediante una técnica sencilla basada en los rayos X. El descubrimiento en 1895 de la radiación X por parte del físico Wilhelm Conrad Roentgen tuvo aplicaciones inmediatas en la práctica clínica y revolucionó el mundo del diagnóstico. A partir de estudios realizados inicialmente en cadáveres, a los que Moniz inyectaba líquidos de contraste en el interior de las arterias cerebrales, reprodujo la distribución vascular a lo largo de todo el territorio cerebral y a partir de 1927 trasladó sus experiencias a la práctica clínica. El período de Entreguerras, como es bien sabido, no destacó por las restricciones éticas a la experimentación humana, y esta tolerancia a menudo justificada por el progreso de la ciencia y el bien de la humanidad fomentó muchos experimentos que hoy serían moralmente inaceptables. La práctica de la angiografía permitía valorar los desplazamientos que el crecimiento de tumores, los accidentes o las alteraciones genéticas provocan en la distribución normal de los vasos sanguíneos. Las experiencias practicadas por Egas Moniz fueron tan numerosas que llegó a publicar más de doscientos trabajos junto a sus colaboradores, en los que analizaba con todo lujo de detalles la cartografía vascular cerebral y las alteraciones provocadas por procesos patológicos. |
© Sociedade das Ciências Médicas de Lisboa El médico portugués Egas Moniz hizo dos aportaciones importantes a la historia de la medicina: la angiografía y la lobotomía prefrontal, que supusieron el inicio de la práctica de la lobotomía.
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© Warner Bros En la película La naranja mecánica de Stanley Kubrick, el protagonista, «un psicópata y delincuente», es sometido a una intervención de características similares a las realizadas por Egas Moniz. |
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A pesar de la importancia diagnóstica de esta nueva técnica, el neurólogo portugués recibió el premio Nobel principalmente por una técnica quirúrgica aplicada a la patología psiquiátrica: la lobotomía prefrontal, intervención que aplicó con generosidad al tratamiento de enfermos mentales afectados de ciertas psicosis, particularmente de carácter depresivo grave. La técnica consistía en la sección quirúrgica de una parte de la sustancia blanca del lóbulo frontal del cerebro, la cual provocaba un cambio radical en la situación del paciente, en unos momentos en los que las diversas doctrinas psicológicas habían aportado claves para la comprensión de los procesos psicóticos, pero no aportaban resultados terapéuticos ni mejoras fehacientes. Era conocida la importancia de los lóbulos frontales en la regulación de algunos de los procesos más complejos del cerebro, como el control de las emociones (se conocían los trastornos provocados por los tumores en esa zona o las heridas de bala) y se había comprobado que las destrucciones parciales de la zona alteraban el juicio, la adaptación social y provocaban muchas reacciones más. Egas Moniz conoció en el II Congreso Internacional de Neurología, celebrado en 1935, los experimentos realizados por J. F. Fulton sobre chimpancés, e inmediatamente se puso a trabajar para aplicar la cirugía cerebral a sus pacientes psiquiátricos. Inicialmente no se trataba de extirpar los lóbulos frontales, sino de interrumpir las vías de comunicación neuronal con el resto del cerebro. Los experimentos resultaron de una palpable efectividad empírica en algunos casos, porque domesticaban la agresividad de los pacientes. Según la experiencia de Moniz, los estados depresivos, las neurosis obsesivas y algunas formas de esquizofrenia eran paliadas. Los resultados más espectaculares se daban en pacientes con dolores intensos, que provocaban ansiedad y tensión. Parece que los pacientes intervenidos sentían igualmente el dolor, pero lo aceptaban con total indiferencia. Stanley Kubrick hizo una excelente obra de ficción en su famosa La naranja mecánica (1971), donde el carismático psicópata y delincuente Alex de Large era sometido a una intervención de características semejantes con unos resultados fantásticos: ya no era capaz de reaccionar y aceptaba con una docilidad absoluta su situación. ¿O no era una obra de ficción? Josep Lluís Barona. Catedrático de Historia de la Ciencia. Universitat de València. |
© Mètode 2011 - 68. Después de la crisis - Número 68. Invierno 2010/11