Un abogado primero tiene un caso y después busca pruebas para defenderlo, mientras que un científico –como mínimo en teoría– primero tiene unas pruebas y después concluye un caso. La diferencia es sutil pero no baladí.
Justo ayer, en Washington DC, me encontré una bióloga que trabaja en un lobby antitransgénicos. Su función como lobbista es intentar influir en personas que tengan poder regulador sobre cultivos modificados genéticamente. Hablando con ella me di cuenta de que en todo momento defendía su posición con argumentos científicos y citando artículos publicados en revistas de referencia. No me interesa el tema de los transgénicos en sí, pero el problema fue que su interpretación de los estudios era un pelín sesgada, e incluso algunos de los artículos citados ya han sido retractados (el caso del francés Seralini).
Cuando le hice ver estos hechos, ella en seguida los negó y contraargumentó de forma más visceral y posicionada. Entonces le dije que no estaba actuando como científica sino como abogada, y le cité la frase que Neil Degrasse Tyson dijo justo al principio del primer episodio del nuevo Cosmos: «Pon a prueba las ideas con la experimentación y la observación. Continúa firme con las ideas que pasen la prueba y rechaza aquellas que fallen. Sigue a la evidencia allá adonde te lleve y cuestiónalo todo. Acepta estos términos…
y el Cosmos es tuyo.»
Es toda una declaración de intenciones, y una descripción de cómo funciona el pensamiento científico: primero buscas evidencias y después sacas conclusiones o ideas. Justo lo contrario de lo que hace un abogado o una lobbista cuando se plantea defender a un cliente: parte de unas ideas o conclusiones predeterminadas y después busca evidencias que las avalen.
Para un investigador la duda es obligatoria y sus hipótesis iniciales tienen que ser flexibles a los resultados experimentales que obtenga. Y de no ser así, si se empeña en defenderlas, estará actuando como un abogado, no como un buen científico. Pensar científicamente no es tanto saber mucha física o biología como estar predispuesto a modificar tus ideas.
Al contrario, un cliente no estará demasiado contento si su abogado hace lo mismo y a medio juicio, ante pruebas contrarias, duda y deja de defender «su» verdad. «Hay dos verdades, la real y la del caso» y «lo que no está en los actos no está en el mundo», dicen en la carrera de derecho. Ambas afirmaciones deberían generar suspicacias a cualquier investigador. Ser parcial es una obligación para el abogado y una falta para el buen científico.
«¿Les sorprende que los políticos puedan estar discutiendo argumentos durante horas sin llegar a un acuerdo? Recuerden que suelen ser abogados, no científicos»
Soy plenamente consciente de que ni la ciencia ni los científicos son tan nobles como eso, y que el trabajo de los abogados es mucho más complejo que esta pésima caricatura que he hecho. Disculpen por la sobresimplificación. Pero desde hace tiempo me fascina reflexionar sobre este orden de pensamiento inverso entre el científico que saca conclusiones objetivas de las pruebas, y el abogado que selecciona subjetivamente las pruebas que apoyen las conclusiones
(e incluso esconde si puede las que no lo hagan).
Y me hipnotiza justamente porque me doy cuenta de lo lejano que está este pensamiento científico en nuestra vida cotidiana, y lo profundamente abogados que somos a la hora de sentir, reflexionar, decidir y discutir.
No pensamos en función de lo que vemos, sino que vemos en función de lo que pensamos (o sentimos). Algo que parece estar impregnado en nuestra naturaleza. Cuando decimos que alguien «ve lo que quiere ver» es justamente eso. Desde la madre que siempre defenderá a su hijo, al socio que inmediatamente verá penalti o «piscinazo» en función de si la caída es dentro del área de su equipo o del contrario, o a los juicios sesgados que hacemos de ciertas situaciones en función de cómo nos afecten personalmente. Estamos llenos de contradicciones. ¿Les sorprende que los políticos puedan estar discutiendo argumentos durante horas sin llegar a un acuerdo? Recuerden que suelen ser abogados, no científicos.
Y eso me lleva a una última idea que no ha pasado aún el filtro experimental: es obvio que se deben defender unos ideales y aquí la ciencia poco tiene que decir, pero tengo la hipótesis de que el mundo iría mejor si aprendiésemos a pensar más como científicos que como abogados, y especialmente en el ámbito de la política se tomasen decisiones basadas en la evidencia y no a la inversa. Es la única forma de que el Cosmos pueda ser nuestro.