Hoy es 18 de julio y estoy en la Ràpita de semivacaciones (los autónomos podemos parar de trabajar, pero yo no lo considero vacaciones porque nadie me paga mientras descanso). Me salta del Calendar la notificación avisándome de que tengo que enviar el texto para Mètode. Confieso que me da un poco de pereza, pero abro la carpeta del Drive donde tengo Words empezados (cuando te venga una idea a la cabeza, escríbela enseguida, porque la sensación de que te acordarás es una trampa). Empiezo a leer y… ¡uf! ¡Mira que son espesos! No me acaban de convencer. Y eso que en su momento me entusiasmaron bastante como para dejarlos planteados. De hecho, creo que son buenos, pero ahora no me apetecen. Es como ir a un restaurante sin hambre.
Y esto mismo es lo que nos pasa, a mí y a muchos escritores y periodistas: cuando estamos un poco cansados y saturados, cuesta ponerse. Pero hay una cosa que he aprendido después de tantos años de profesión: si empiezas, aunque sea sin ganas, van apareciendo ideas y cierta motivación. De hecho, ya tengo unas cuantas en la cabeza mientras escribo estas frases.
La primera es sexual (que no os sorprenda a quienes no me conocéis: desde que escribí S=EX2: La ciencia del sexo, me fascina intelectualmente el deseo en el comportamiento sexual humano). Y está muy relacionada, de hecho, con lo que os acabo de comentar. Resulta que, en el ámbito de la terapia sexual, una de las quejas más frecuentes es la falta de deseo dentro de la pareja, y si el o la psicóloga que la analiza no ve ningún trauma o situación problemática de fondo, muchas veces suele recomendar que fuercen un poco la situación. Es decir, que encuentren el momento para comenzar con algunos preámbulos, a pesar de no tener ganas, para llegar poco a poco al punto. Generalmente, entendemos que primero tiene que aparecer el deseo mental y este llevar a la excitación física (siguiendo el modelo lineal clásico de William Masters y Virgina Johnson, y también de Helen Singer Kaplan). Pero a principios del 2000, Rosemary Basson, profesora de la Universidad de British Columbia (EE. UU.), propuso el modelo circular, según el cual la excitación física también puede conducir al deseo mental. Esto hizo que algunos terapeutas sugirieran una cosa tan poco habitual como empezar a acariciarse sin sentirse excitado, de forma parecida a lo que estoy haciendo yo ahora: empezar a escribir esperando que la inspiración llegue.
De hecho, voy escribiendo y me vienen más ideas a la cabeza. Una es que, a diferencia de otras columnas de Mètode, esta la estoy escribiendo en catalán (los editores de Mètode –¡hola, Susanna!– me dicen que escriba como quiera y después se traduce el texto). Mi lengua materna es el catalán, pero como en los últimos años he escrito muchísimo más en castellano, suelo encontrarme más cómodo en esta lengua. Pero ahora, sin darme cuenta, he empezado en catalán, y estoy recordando el trabajo del ya desaparecido Albert Costa de la Universidad Pompeu Fabra sobre las emociones asociadas a la lengua materna y a otras que hemos aprendido. Estas últimas tienen menos carga emocional; por ejemplo, es más fácil mentir en inglés, o ser más pragmático, o que te moleste menos un insulto. Esto posiblemente quiere decir que estoy siendo más sincero y espontáneo con este texto. También puede ser que estoy en la Ràpita, obvio, pero yo conmigo mismo pienso en catalán y creo que sí que hay algo de lo que he comentado sobre emociones y lenguaje.
Otra cosa que he recordado es una conversación que tuve hace dos semanas con un neurocientífico especializado en ictus, con quien hablamos de qué capacidades se perdían en función del área del cerebro afectada. No sé cómo, acabamos hablando de cansancio y motivación, a partir de un estudio que pedía a voluntarios sujetar unas pesas durante el máximo tiempo posible. Cuando estos decían de manera genuina que ya no podían más, si se les ofrecía una recompensa económica, todavía aguantaban un buen rato. Parece obvio, pero me recordó a estudios parecidos en que a los voluntarios que estaban a punto de dejar caer las pesas se les desactivaba, mediante estimulación magnética transcraneal, un área del cerebro asociada a la fatiga, y entonces aguantaban más. Otro artículo hablaba de una chica que tenía una lesión en aquella misma área del cerebro y no sentía el cansancio. Podía correr y correr hasta que le fallaban los músculos o notaba problemas, pero no sentía fatiga. El trasfondo de esto es que la fatiga es una señal protectora para evitar lesiones que se activa antes de que el músculo esté al máximo de su potencial. Entonces, por un lado, el entrenamiento es una manera de decirle al cerebro que puede tardar un poco más en lanzar esta señal; por otro, resulta que, con mucha motivación, el cansancio cerebral se nota menos. Por eso antes me costaba empezar a escribir, y ahora ya estoy lanzado y me siento más fresco mentalmente que hace veinte minutos (digo veinte, y no sé si son más o menos, porque estoy en flow y evito mirar las notificaciones del teléfono para no perderlo).
De hecho, la otra cosa que me ha venido a la cabeza es un mensaje sobre la importancia de la ilusión que les lancé a los alumnos del máster de telecomunicaciones de la Universidad Politécnica de Catalunya, hace también un par de semanas. Decirles que persigan sus sueños e ilusiones es un tópico, pero me lo creo plenamente, sobre todo con alumnos tan brillantes, motivados y trabajadores, que tienen capacidad para conseguir lo que quieran. Yo siempre explico que, en los agradecimientos de mis libros, siempre incluyo un: «A la ilusión, porque en momentos delicados es la que decide». Me refiero al hecho de que escribir un libro, o afrontar cualquier reto importante, no se logra solo con capacidad: se requiere mucho esfuerzo. Y habrá momentos –escribiendo un manuscrito, creando una start-up, escalando una montaña– en que la cosa se complica: no se ve tan fácil como al inicio se pensaba, surgen problemas, aparece la posibilidad de desistir… Y entonces es cuando la ilusión decide: si es grande, se saldrá adelante; si es pequeña, se abandonará el proyecto. Todo depende del premio psicológico que signifique para la persona publicar el libro, montar la empresa o llegar a la cumbre de la montaña.
Pero es importante ser conscientes de que este estado subjetivo no es siempre el mismo. La misma tarea unos días nos hará más ilusión que otros, y también tendremos la sensación de estar más o menos fatigados según el momento. Es intercambiable: yo ahora no sé si la pereza de ponerme a escribir era por agotamiento mental o por poca motivación. Pero da lo mismo.
Una opción es dejar la tarea para otro día, y la otra es forzarte un poco. Yo, conociéndome, en el ámbito laboral prefiero forzarme. Ay, madre, que ahora me viene a la cabeza el capítulo de El cazador de cerebros con el premio Nobel Daniel Kahneman sobre los factores inconscientes que contribuyen a la toma de decisiones, y podría ligar perfectamente un par de estudios con lo que estoy comentando. Pero lo dejo para el próximo texto. Sobre Kahneman prefiero escribir más adelante utilizando lo que él define como system 2 (el pensamiento lento y racional) que el system 1 (la forma de pensar rápida e intuitiva). ¡Buen verano (u otoño cuando me leáis)!