El mundo intangible

Vivimos en una ilusión. Navegamos el mundo que nos rodea con la sensación de que lo percibimos tal y como es. Lo cierto, no obstante, es que apreciamos apenas una leve sombra de la realidad que nos envuelve. La percepción es un proceso creativo de interpretación que depende de sistemas sensoriales que han evolucionado para permitirnos percibir lo suficiente de nuestro entorno como para poder sobrevivir y reproducirnos. Ni más, ni menos. Aquello que hace tangible el universo, nuestros cinco sentidos, no conforma más que una pobre representación de la realidad, totalmente sesgada por las características particulares de nuestra maquinaria sensorial. Incluso si nos fijamos en la vista, nuestro sentido más desarrollado, cuesta no llegar a la conclusión de que deambulamos a tientas por el universo.

Nuestra vista, especializada en la percepción de radiación electromagnética, es sensible a longitudes de onda entre 380 y 700 nm. Esto supone menos de un 0,005 % del espectro electromagnético total, que cubre desde las ondas de radio, con longitudes de onda de hasta miles de km, hasta los rayos gamma, con longitudes de onda mucho menores que un núcleo atómico. De hecho, como resultado de nuestra peculiar trayectoria evolutiva, nuestro espectro visible es relativamente estrecho si lo comparamos con el de otros animales. Muchos insectos, por ejemplo, perciben el espectro ultravioleta cercano (UV), entre los 320 y los 400 nm, que pueden usar para detectar patrones de coloración complejos en las flores de las que se alimentan, y que nosotros no percibimos. Entre los vertebrados, la mayoría de los reptiles y aves también presentan visión en el espectro UV, que les permite, entre otras cosas, el uso de coloraciones UV como señales sociales muy llamativas y generalmente diferentes entre sexos.

El color no es una cualidad física de los objetos sino una propiedad psicofísica que depende de las características del sistema sensorial que la percibe. Los humanos podemos discriminar una paleta de colores muy compleja porque somos animales tricromáticos y nuestra percepción del color depende de tres tipos de células fotosensibles distintas, los conos, y de cómo nuestro sistema nervioso integra la información percibida por ellos. Muchos otros mamíferos solo presentan dos tipos de conos y una visión dicromática, por lo que pueden percibir una diversidad de colores mucho menor a la nuestra. En cambio, la retina de tortugas, lagartos y aves suele presentar cuatro tipos de conos, incluyendo uno sensible al UV. Una visión tetracromática que les permite discriminar colores para los cuales los humanos no disponemos de nombre y que, simplemente, no podemos imaginar. La acción de la evolución, a veces sutilmente mediante ajustes nanométricos en la sensibilidad de los conos, a veces abruptamente incrementando el número de conos de un sistema sensorial, es en último término lo que explica esta diversidad de mundos sensoriales.

En definitiva, lo que vemos, olemos, oímos, tocamos y sentimos no es más que una porción diminuta del complejo universo en el que vivimos, percibida de manera subjetiva por unos sistemas sensoriales esculpidos por nuestro pasado evolutivo. La naturaleza rebosa sonidos sordos, colores invisibles y sensaciones inconcebibles, pues cada una de las especies con las que compartimos este planeta la percibe de forma distinta. Millones de mundos intangibles, ocultos a nuestro alrededor. 

© Mètode 2024 - 123. Ciencia, raza y nazismo - Volumen 4

Laboratorio de Etología, Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva, Universitat de València.

Profesor de Zoología de la Universitat de València e investigador del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva de la Universitat de València (España). Doctor en Etología, ha trabajado fundamentalmente en el estudio de la evolución del comportamiento animal. Actualmente, sus investigaciones se centran en estudiar la evolución del envejecimiento y la comunicación animal, y en entender el papel que juega la ecología en la evolución de la selección y el conflicto sexual.