La superficie del océano Ártico se derrite cada vez a un ritmo mayor; de hecho, podría quedarse sin hielo en los meses de verano en un plazo máximo de veinte años. Pese al enorme problema medioambiental que esto supone, algunos gobiernos parecen más preocupados por asegurarse una parte de los tesoros que el fondo marino del Ártico alberga. El más preciado, el petróleo.
Decenas de científicos, ecologistas, tecnócratas y ciudadanos concienciados con el medio ambiente miran hacia el norte del planeta con preocupación. Esta zona, protagonista de hazañas humanas y cuentos increíbles, se vuelve cada vez más accesible y menos misteriosa, porque el entorno que la hacía única empieza a desvanecerse. Las razones de este deshielo acelerado son diversas, no hay un «enemigo único» al que combatir, la lucha está en varios frentes y las consecuencias tampoco se limitarán a esa zona; lo que ocurra en el Ártico nos afectará a todos.
«Las últimas imágenes tomadas por un satélite de Estados Unidos en agosto de 2012, e interpretadas por la NASA y el Centro de Datos Nacional de Hielo americano, han confirmado las peores hipótesis»
El Ártico es una utopía que desaparece. Este paraíso blanco, que según los últimos datos ha alcanzado este año las cifras máximas de deshielo de la historia, tiene los días contados. Esta llamada por muchos expertos «frontera contra el cambio climático», está a punto de caer frente a muchos ojos atentos, que ven cómo las consecuencias podrían ser irreversibles.
Este verano las cifras de deshielo han sorprendido mes a mes. El océano Ártico ha registrado el mayor nivel de deshielo desde 1979, año en el que se empezaron a realizar estas mediciones. Las últimas imágenes, tomadas por un satélite de Estados Unidos en septiembre de 2012, e interpretadas por la NASA y el Centro de Datos Nacional de Hielo americano, han confirmado las peores hipótesis de los científicos. Ese mes el hielo del Ártico ocupaba 3,41 millones de kilómetros cuadrados, más de 70.000 menos que en 2007, cuando se estableció el último récord.
No es un hecho aislado. Hace pocas semanas escuchábamos también que el glaciar Pettermann se rompía, desprendiéndose un iceberg de 70 kilómetros de longitud. Pero esas imágenes empiezan a no sorprendernos, por habituales.
Según los datos que barajan los expertos en cambio climático, en diez años o como máximo en veinte, el Ártico estará completamente libre de hielo en verano.
«Las consecuencias inmediatas de la pérdida de hielo son la desaparición del hábitat de muchas especies, una aceleración del calentamiento del Ártico por el incremento del albedo y el aumento del riesgo de desencadenar cambios abruptos en el clima por la liberación masiva de gases de efecto invernadero.
A estos efectos hay que añadir el aumento de la presión humana sobre el ecosistema por el incremento de la actividad minera, de extracción de gas y petróleo, pesquera y de navegación», detalla Carlos Duarte, investigador del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados de Blanes (CSIC).
Este deshielo no interesa a todo el mundo de la misma manera, ya que, sin hielo, el Ártico podría convertirse en el «Nuevo Mundo» para muchos países.
Los «cinco fantásticos» del Ártico
La nueva lucha territorial no está en la Luna, ni siquiera en Marte. La nueva guerra fría se está librando en el norte del globo terráqueo, lejos de nuestras miradas. Los países que dominan la zona norte y que quieren «repartirse el pastel» son EE UU, Rusia, Canadá, Noruega y Dinamarca, los llamados «Arctic 5». Estos países reclaman partes de esa zona bajo la excusa de derechos históricos o cercanía territorial, pero dejan al margen a algunos de sus vecinos. Tres países más tienen parte de su territorio en el Ártico, pero están fuera de esa lucha por el control de la zona: Finlandia, Islandia y Suecia, aunque parte de ese territorio es considerado subártico.
«El deshielo del Ártico no interesa a todo el mundo de la misma manera, ya que, sin hielo, el Ártico podría convertirse en el “Nuevo Mundo” para muchos países»
En esta zona las normas no están nada claras, al contrario que en la Antártida, que cuenta con un tratado internacional que la protege de actividades económicas y militares. La Convención de Naciones Unidas del Derecho del Mar de 1982 abrió la posibilidad de que los países ribereños del Ártico pudiesen reclamar una zona económica más allá de las 200 millas náuticas (370 kilómetros) de sus aguas territoriales. Pero el conflicto aún no está resuelto.
La supervisión de la zona la lleva a cabo desde 1996 el Consejo Ártico, un foro intergubernamental que discute asuntos de los gobiernos de los países árticos y de sus pueblos indígenas recogido en la Declaración de Ottawa. A pesar del tratado, los países han ido tomando posiciones con más o menos éxito y con más o menos alarde nacional.
Ahora los barcos que navegan por la zona no buscan nuevas especies o calcular el nivel de oxígeno del agua, ahora estos barcos buscan límites territoriales y recursos naturales. Canadá, por ejemplo, ha actuado de forma directa para asegurarse la soberanía de esta zona olvidada durante años. De hecho, lleva años patrullando el Ártico con soldados y vigilándolo por satélite.
Rusia tampoco tardó en tomar posiciones. En agosto de 2007, para demostrar que el Ártico es una extensión de la cordillera Lomonósov y Mendeléev y que, por lo tanto, le pertenecía, una expedición dirigida por Artur Chilingarov colocó una bandera rusa en el fondo marino. Este hecho, que parece simbólico, como la bandera americana colocada por Amstrong en la Luna, pretende reclamar 1,2 millones de kilómetros cuadrados del Ártico. Estas noticias nos llegaban a la vez que otros datos: un récord histórico de deshielo en la zona.
Dinamarca, que cuenta con Groenlandia en el Círculo Polar Ártico, ha realizado ya misiones geológicas en la zona para recopilar datos que demuestren que también tiene derecho a un pedazo del pastel. Estados Unidos, por su parte, también tiene en su poder un mapa del fondo ártico.
Lejos queda ya el 11 de mayo de 1926, un día histórico en el que Roald Amundsen, Umberto Nobile, Lincoln Ellsworth y otras 13 personas llegaron al Polo Norte en el dirigible Norge. Lo conquistaron de otra forma, claro.
Si ya se ha realizado ese gran viaje, si ya se ha coronado esa cima, entonces, ¿por qué es tan interesante hoy en día un pedazo de hielo? Parece que la respuesta a la soberanía de la zona está en el fondo marino, al igual que la riqueza que esconde.
Oro blanco
El Ártico, una gran zona de la Tierra poco explorada, podría contener grandes cantidades de hidrocarburos, pero también oro, diamantes y otros recursos naturales. El nuevo oro no es blanco, está oculto por esas capas cada vez más finas de hielo, pero tiene otro color. El nuevo oro es el petróleo que existe en el suelo Ártico. El beneficio para el país que se instale en la zona es claro.
En la actualidad, diversos países trabajan para explotar los recursos del Círculo Polar Ártico. En Canadá, Alaska y Siberia hay centenares de campos de extracción de petróleo, aunque todos ellos están en tierra firme. Según el US Geological Survey, el Ártico esconde todavía cerca de 90.000 millones de barriles de petróleo, 47 billones de metros cúbicos de gas y cerca de 44.000 millones de barriles de derivados líquidos de gas. La suma de estas cifras equivale al 22% de los recursos que aún no han sido descubiertos. Ahora es más fácil comprender por qué los países tienen tanto interés en ganar terreno al mar.
Aun así, la extracción de ese petróleo es complicada, ya que más del 80% está alejado de la costa y a grandes profundidades. En algunos lugares, estos recursos están a más de 500 metros de profundidad, lo que supone un reto tecnológico importante, a lo que además hay que sumar el problema de trabajar a bajas temperaturas.
En este punto entra la preocupación por los problemas que produciría un vertido. Con el agua a bajas temperaturas y unas condiciones de luz tan particulares, la actividad de los microorganismos sería muy lenta y el impacto se mediría a largo plazo.
La ruta del norte
El deshielo está dejando al descubierto los recursos naturales, pero, además, ha conseguido que se abra la ruta del norte. Hace tres años dos cargueros alemanes atravesaron la ruta del Paso del Nordeste, desde el Pacífico al Atlántico, a través del océano Ártico. Atravesaron una zona nueva que hasta entonces había estado cubierta de hielo. Con esa ruta se recortan cerca de 4.000 millas náuticas de las 11.000 que supone el recorrido habitual de los barcos que se dirigen hacia el mar del Norte desde el Pacífico, a través del canal de Suez. Con el nuevo camino se ahorra tiempo y dinero y se evita a los piratas del Mar del Sur de China y del Mar Rojo, a los que han tenido que enfrentarse decenas de barcos desde hace años.
Aunque económicamente muy beneficioso, de eso no cabe duda, este camino abre además otros peligros: una zona muy transitada por barcos multiplica las posibilidades de que se produzca un vertido, que en la zona sería catastrófico.
José Luis García-Fierro, investigador del CSIC en el Instituto de Catálisis y Petroleoquímica, señala: «La degradación de los hidrocarburos por microorganismos es muy complicada en esa zona debido a las temperaturas. Cuanto más alta es la temperatura, más rápido es el proceso de degradación. Por eso, a 2 o 3 ºC, se necesitarían cientos o incluso miles de años para terminar con el vertido.»
Aún quedan algunos años para que el Ártico quede totalmente libre de hielo en verano, pero poco a poco los barcos pasan por latitudes más altas. Rusia, por ejemplo, ha aprovechado las circunstancias para iniciar el tráfico mercante a lo largo de la plataforma de Siberia. Utiliza una flota de rompehielos nucleares que abren el paso para que los barcos de mercancías naveguen tranquilamente a escasos metros del hielo.
En este sentido, Rusia promulgó una ley en julio de 2012 para regular la navegación en la zona. Además, el gobierno ruso ha diseñado un plan comercial que incluye construir infraestructuras y puertos en la costa ártica e invertir en potentes buques rompehielos. Hasta ahora, Canadá es el país con más rompehielos, eso sí, la mayoría tienen otros fines.
Mientras, la vida en el Ártico sigue su curso. Casi, podría decirse, ajena al papel tan importante que se está jugando en estos momentos.
Reflejos helados
El hielo Ártico, que ha cubierto durante millones de años la zona, refleja hasta un 80% de la luz que recibe. Si desapareciera, esa radiación sería absorbida por el océano, lo que produciría que se acelerara el calentamiento de la zona. Además, el aumento de la temperatura del agua puede provocar que se reduzca la capacidad del océano de absorber CO2.
«Hay muchos ojos que miran hacia el norte, hay muchos ciudadanos dispuestos a gritar que el Ártico es de todos, como la Luna, Marte o cualquier territorio cuyo futuro esté unido al nuestro»
Si el Ártico alcanza los 5 ºC, el plancton empezará a liberar CO2 a la atmósfera, en vez de capturarlo. Teniendo en cuenta que 2/3 del oxígeno de la Tierra proviene del fitoplancton marino, el aumento de las temperaturas es un auténtico problema. Lo que ocurriría está claro, aunque no se controlan sus dimensiones: aumento global del nivel del mar por el deshielo, esta descarga de agua dulce al océano Atlántico podría alterar el sistema de corrientes oceánicas globales que transportan calor de las zonas tropicales hacia el Atlántico y, a partir de ahí, las consecuencias, irán en cascada y a todos los niveles.
«Los mayores efectos del cambio global se encuentran en el Ártico. Menos hielo significa más superficies oscuras y más calentamiento. Más calentamiento puede implicar menor absorción de CO2 por el océano Ártico. Las especies del sur, además, invadirán el norte. En suma, los efectos del calentamiento climático en el Ártico remoto tienen un impacto en todo el hemisferio norte. Hay que trabajar de forma local, pero el efecto será global», señala Paul Wassman, investigador de la Universidad de Tromsø (Noruega).
Pero el Ártico guarda además un gran secreto encerrado en el hielo. La placa blanca y hasta ahora eterna, el permafrost, encierra depósitos de hidratos de metano. «El metano es un gas de efecto invernadero 22 veces más potente que el CO2. Con el aumento de las temperaturas, estos gases podrían liberarse a la atmósfera, lo que agravaría aún más el problema de exceso de gases de efecto invernadero que ya existe», explica García-Fierro.
Además, si el agua alcanza los 5 ºC de temperatura, una especie clave del Ártico podría desaparecer: es el Calanus glacialis, un pequeño crustáceo que representa un papel fundamental en la cadena alimenticia del Ártico, similar al del krill en la Antártida.
Los héroes invisibles del hielo
En la naturaleza hay normas, especies fundamentales y cadenas tróficas que se han mantenido miles de años. Hay cosas en la naturaleza que, aunque pequeñas y supuestamente insignificantes, son importantes y casi se podría decir que mueven el mundo. Esos seres pequeños, casi olvidados o desconocidos por muchos, no pasan desapercibidos para el ojo experto de un investigador del cambio climático.
«Aún faltan algunos años para que el Ártico quede totalmente libre de hielo en verano, pero poco a poco los barcos pasan por latitudes cada vez más altas»
Estos microorganismos, como Calanus glacialis, son algunos de los que más sufrirán con el cambio global. Este copépodo, de unos 3 milímetros de longitud, morirá si suben un poco las temperaturas. Aunque parecen insignificantes, por pequeños y desconocidos, este y otros microorganismos son el origen de la cadena alimenticia del Ártico, que, claro, acaba en el oso polar y las focas.
Pensando en especies amenazadas, en especies únicas, el Ártico tiene mucho que decir. En esa zona residen morsas, focas barbudas y varias especies de ballenas, como las de Groenlandia, las minke o las jorobadas. Además, es lugar de paso de decenas de tipos de aves y territorio oficial del animal que se ha convertido en el protagonista de las campañas para proteger el Ártico: el oso polar.
Este oso polar, hasta hace poco blanco y robusto, ha cambiado mucho en los últimos años. Ahora empieza su migración hacia el norte mucho antes, debe nadar más, porque ya no hay hielo en algunas zonas y ha perdido peso por falta de comida y por el largo viaje, parte del cual ya no se realiza sobre el hielo, sino a nado en las frías aguas del norte. De media, los osos polares han perdido hasta 30 kilos de peso en los últimos diez o veinte años.
En 2012 un equipo de investigadores publicaba un estudio muy particular en la revista Polar Biology. Siguieron por satélite a un oso polar durante un año y los datos no dejaron lugar a dudas: llegó a nadar 687 kilómetros sin parar durante 232 horas hasta que encontró una zona con hielo. Los que sobreviven a esos viajes llegan exhaustos a su destino, pero aún deben guardar fuerzas para cazar y poder llevarse algo a la boca.
Los cachorros de esta especie muchas veces no logran completar el viaje. Al tener que nadar tantas horas, el agua del Ártico enfría sus cuerpos rápidamente, por lo que muchos mueren ahogados antes de alcanzar su destino.
Duarte destaca que «ahora hemos de aprender del fracaso en prevenir el cambio climático y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar que los rápidos cambios en el Ártico se contagien al resto del planeta».
El proceso se ha iniciado, y la lucha individual y colectiva también. Los ciudadanos más que nunca están en pie de guerra para combatir todos esos enemigos, todas esas causas que atacan el Ártico. Hay muchos ojos que miran hacia el norte, hay muchos ciudadanos dispuestos a gritar que el Ártico es de todos, como la Luna, Marte, o cualquier territorio cuyo futuro esté unido al nuestro.
Más que nunca, los investigadores que se acercan al Ártico parecen Shakelton, Cook o Darwin, aunque en vez de describir nuevas rutas y nuevas especies, fotografían y registran datos y animales antes de que desaparezcan. El Ártico es un nuevo mundo, uno en extinción.