Obamavoz

Sedosidades imperiales en Washington

la voz de Barack Obama

El mundo atraviesa los trances de una contracción económica con una placidez y resignación sorprendentes. Con una calma evaporadora de las conjeturas más infaustas de sociólogos y politólogos. Sospecho que las virtudes seductoras del nuevo príncipe instalado en la Casa Blanca no son nada ajenas al aire viciado, de balneario o tregua convaleciente en el que se ha situado la escena internacional desde el recambio de capitostes en Washington. Ya tocaba, de hecho, porque después de ocho años de guerra contra el terrorismo global y los Ejes del Mal, continuarla sin desfallecer pero pregonando que somos buenos chicos y adoptando aires gandhianos es un giro reconfortante.

«La voz de Barack Obama es profunda, sobria y sabia. emana además una tenue desazón ceceante, en algunos pasajes, ganando afabilidad y un punto de dulzura»

La gravedad aterciopelada del habla del galán perpetuamente bronceado (en expresión feliz de Berlusconi) que ahora es el rostro de América constituye un ariete formidable. Si acompaña, como lo hace, la prestancia armoniosa de un moreno fino, estilizado y bien dotado para el sermón amparador, tenemos todos los ingredientes de los seductores de altos vuelos. De los predicadores de éxito planetario. El último salido de la fábrica de líderes yanquis fue Bill Clinton, un hombretón de planta imponente pero en versión rostro pálido, con unas sedosidades tórpidas en la voz quizá anunciadoras de clamorosas licencias en el Despacho Oval que condujeron a cataclismos inesperados. El presidente Obama supera, con mucho, a su predecesor y antiguo gobernador de Arkansas en dos atributos cruciales: es más formal y es, también, un tribuno más sofisticado en la trona. Atesora el don de la retórica de alta exigencia y construye el discurso partiendo de la seriedad litúrgica allá donde Clinton ponía siempre el picante de la sinvergüencería.

«La musicalidad genuina de algunas voces produce una satisfacción inmediata e inevitable, porque hace vibrar los sistemas neurales del placer»

La voz es, invariablemente, el ornamento decisivo que corona el repertorio de los grandes seductores. Reproduzco aquí fragmentos de cosas escritas hace quince años (Tobeña, 1997): «La melodía vocal es un ingrediente fundamental para diagnosticar el temple de los interlocutores. Es en la conversación, mucho más que en la apariencia, donde llegamos a precisiones definitivas sobre la forma de ser de la gente próxima y lejana. Porque la voz, como la mirada, viene directamente de los vericuetos del espíritu y aunque haya disciplina al servicio de la ocultación, o de la simple formalidad, siempre deja brechas de penetración en territorios ocultos. Tengo para mí, por ejemplo, que muchas incitaciones oculares y gestuales que prometían un horizonte de sintonías esplendorosas naufragan en la proximidad vocal. Y a la inversa, en algunas interacciones que se adivinaban anodinas o irrelevantes, el reclamo de una voz portentosa añade reverberaciones insospechadas.»

Ya avisaba, allá mismo, que «la predicación de gran estilo continúa camelando en estos tiempo de la cultura de la imagen y las telarañas informáticas, como siempre lo había hecho. Lo que pasa, sin embargo, es que ahora lo tenemos mucho menos presente y quizá estamos, por eso mismo, más indefensos ante las caricias acústicas. Porque, de la misma manera que osamos viajar, con desparpajo, a las interioridades de otro, aprovechando los indicios que flotan en los ritmos, los armónicos y las disonancias que llevan las palabras, las hablas fluyen hacia nuestros escondrijos con idéntica facilidad. Y hacen resonar, allí, cuerdas difíciles de domeñar. De hecho, buena parte de las atracciones y las aversiones que anidamos, automáticamente, en la mezcolanza del trato social, nacen de los impactos que saben dejar las voces amables o inquietantes, en las profundidades del cerebro emotivo».

«todo el mundo quiere tener a Obama cerca. Y todos confían en su taumaturgia: al fin y al cabo ha conseguido lo que hace poco más de un año se tenía por imposible, que un negro fuera el primer mandatario del planeta»

Y lo remachaba concluyendo que «la musicalidad genuina de algunas voces produce una satisfacción inmediata e inevitable, porque hace vibrar los sistemas neurales del placer. Las tonalidades claras y diáfanas atraen, sin remisión, cuando hay entrenamiento para usarlas con medida. Pero es aún mucho más poderosa la seducción de las texturas complejas, de los instrumentos que emiten con riqueza de matices y que saben modular, con sutileza, los contrastes y las ondulaciones. Las voces dulces arrullan pero tan sólo evitan el empalago cuando son frescas. Las voces sedosas y aterciopeladas conllevan el máximo peligro porque garantizan inercias mórbidas. De hecho, me da la sensación de que el confort afectivo (y acústico) de larga duración sólo se obtiene de las voces sobrias y sabias.»

© Anna Sanchis

La voz de Barack Obama es así: honda, sobria y sabia. Emana además una tenue desazón ceceante, en algunos pasajes, ganando afabilidad y un punto de dulzura. Es un sonido de saxo bajo que viste con elegancia la pose de un hombre confiado y tranquilo, sin rémoras antiguas ni agobios por el futuro. De hecho, en su corto periplo como senador de Illinois alcanzó el récord absoluto de abstenciones, en las votaciones del Capitolio, en toda la historia de la institución. Más contención y prudencia imposible. Prudencia que le ha llevado a mantener en el lugar de mando a personajes capitales de la administración Bush: al secretario de Defensa, al general en jefe de los ejércitos operativos y al director de la Reserva Federal. Y a situar como secretario del Tesoro al hasta entonces director de la Reserva de Nueva York, es decir, el más alto mandatario financiero del lugar de donde brotó la tremenda conmoción económica entre el 2007 y el 2008. Y a no mover a los soldados de Mesopotamia, y a aumentar el número de éstos en Afganistán, y a no cerrar el campo penitenciario de Guantánamo (hasta que no tenga un recambio en el bolsillo), y a no mencionar ni por casualidad ninguna de las regulaciones civiles (pena capital, tenencia y venta de armas, trabas migratorias, atributos policiales) que los europeos acostumbran a considerar cualidades lamentables de la democracia norteamericana. Pero su pose de pastor benigno, su gestualidad cordial y sobre todo su voz arrulladora mientras predica sobre la audacia de la esperanza y la comunión fructífera en los mejores ideales americanos, para compartirlos con todo el mundo y sin querer imponer nada, lo arregla todo. Todo el mundo lo quiere tener cerca. Y todo el mundo confía en su taumaturgia: al fin y al cabo ha conseguido lo que hace poco más de un año se tenía por imposible. Es decir: que un negro fuera el primer mandatario del planeta. Mientras se olvidaba, por ejemplo, que una mujer negra –la Sra. Rice– ocupó el segundo lugar en la línea de mando en la administración precedente o que la máxima dirección de los ejércitos norteamericanos ya había sido confiada a ciudadanos de color. Pero da igual, es sencillo entender que lo que verdaderamente cuenta es el primer sitial, el sillón del capitoste mayor. Y allá sólo ha llegado Barack Husein Obama.

© Anna Sanchis

Durante una rutilante visita presidencial a Giza, en la pirámide del Cairo, lo compararon con Tutankamon y los publicitarios de todo el mundo se han apresurado a celebrar convenciones monográficas dedicadas a estudiar su poder de convocatoria. Estoy convencido de que no tardarán mucho en aparecer resultados de estudios de neuroimagen sobre los ecos que su flujo sonoro evoca en la actividad de zonas peculiares del cerebro de los oyentes, comparándolos, por ejemplo, con los inducidos por fragmentos de la voz de Bill Clinton, George Bush, Arnold Schwazenegger o el papa Ratzin­ger. Distinguiendo, además, entre perceptores masculinos y femeninos, y también por edades, por razas y por adscripción política. Al fin y al cabo, si ya se han hecho estudios similares con los rostros de los líderes políticos (Kaplan, Freedman y Iacoboni, 2007), y con las resonancias neurales evocadas por las modulaciones eróticas de algunos pasajes vocales (Ethofer et al., 2007), no es de extrañar que se pretenda dilucidar las propiedades de la voz de uno de los predicadores más incisivos que registran los anales (Tobeña, 2008), a la par quizá con la potencia embaucadora del flautista de Hamelin.

La Obamavoz ha sonado a menudo muy alta pregonando las virtudes de la frontera investigadora, mientras insistía en la necesidad de sacudirse las aprensiones anticientíficas que resultan paralizantes. Con su inclinación subyugadora hay que esperar una excelente temporada para las aventuras científicas, porque en la desafiante travesía que los humanos siguen, desde siempre, caminan con más o menos miedo en función de los predicadores que les marcan el camino. La evaluación, dentro de cuatro años.

BIBLIOGRAFIA
Ethofer, Th. et al., 2007. «The voices of seduction: cross genders effects in processing erotic prosody». Scan, 2: 334-337.
Kaplan, J. T., Freedman, J. i M. Iacoboni, 2007. «Us versus them: political attitudes and party affiliation influence the neural response to faces of presidential candidates». Neuropsychologia, 45: 55-64.
Tobeña, A.,1997. Neurotafaneries: els secrets del cervell humà. Bromera. València.
Tobeña, A., 2008. Cerebro y poder. La Esfera de los Libros. Madrid.

© Mètode 2009 - 63. Los miedos a la ciencia - Número 63. Otoño 2009
Departamento de Psiquiatria. Instituto de Neurociencias UAB, Bellaterra (Barcelona).
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