Yellowstone, la vigencia de un parque pionero

140 aniversario del primer parque natural del mundo

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El popular géiser Old Faitfhul es una de las muchas maravillas geotermales del parque. El nombre proviene de la regularidad con la que expulsa el agua a alta temperatura. © Albert Masó

Actualmente parece una obviedad afirmar que hay que conservar la naturaleza y que se tienen que tomar medidas para preservarla de la degradación. Sin embargo, durante el siglo xix esta concienciación no existía. En plena conquista del oeste norteamericano, los inmensos territorios simplemente eran ocupados, los bosques constituían almacenes de madera y leña y los animales eran poco más que piezas de caza para obtener carne y traficar con las pieles. En los otros países, la idea que se tenía de la naturaleza no era muy diferente.

 

Pues bien, para cambiar esta dinámica resultó determinante la creación del primer parque natural del mundo: el de Yellowstone, en 1872, ahora hace 140 años. Fue un buen invento. En efecto, la delimitación de un área protegida significó un importante punto de inflexión en la forma de entender el respeto hacia la naturaleza. Uno de los hechos que más ayudó a la constitución del parque fue la difusión de las fotografías realizadas en 1870 por William Henry Jackson en una expedición geológica para explorar una inhóspita región llamada Yellowstone. Inicialmente se estableció como espacio público para «uso y disfrute del pueblo», pero lo importante era que se prohibió la construcción libre, la tala de árboles y la caza de animales, es decir, se fundó un parque natural, una acción pionera que influyó en la política conservacionista a escala global.

Rápidamente se produjeron consecuencias positivas. Una de ellas fue que se evitó la extinción del bisonte. Este enorme herbívoro era el animal más importante para los indios, ya que se alimentaban de su carne, se vestían con sus pieles y fabricaban herramientas con sus huesos. Tanto era así que, cuarenta años antes de la fundación del parque, el gobierno ordenó exterminarlos para intentar reducir las poblaciones indias hostiles. Cuando los europeos llegaron a las costas americanas, la especie contaba con sesenta millones de ejemplares. Sin embargo, la caza excesiva, la colonización y explotación de las grandes praderas y la llegada del ferrocarril provocaron que el bisonte estuviese a punto de extinguirse y que la población quedase reducida a unos centenares. Se llegaron a matar por placer, para practicar puntería desde el tren, dejando después los cuerpos abandonados en medio de la llanura.

Entonces empezó la cruzada por recuperar la especie: un pequeño grupo de bisontes instalado en Yellowstone, que era ya parque natural, prosperó y en poco tiempo no solo aseguró su futuro en la reserva, sino que sirvió para repoblar otras zonas de donde había ya desaparecido. Asimismo, muchas otras especies fueron recuperando las poblaciones originales. Rápidamente, estas medidas fueron imitadas en otros países, estimulando la creación de nuevos parques naturales por todo el planeta.

«Yellowstone forma un ecosistema inmenso de la extensión de Holanda que ha permitido sobrevivir a gran cantidad de especies»

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A la izquierda, un rebaño de bisontes, el emblema del parque, pasta en las praderas de Hayden Valley. Fue el protagonista del primer gran éxito del parque: a punto de extinguirse, la buena gestión ambiental consiguió salvar la especie. A la derecha, un macho de ciervo uapití berrea en presencia de las hembras cerca del río Garner, en la región de Mammoth. Este ciervo, que forma grandes manadas, llegó a los 100.000 ejemplares tras la desaparición del lobo. © Albert Masó

No obstante, como advirtió en su momento el doctor Ramon Margalef, a veces se cae en el error de crear parques naturales para después, bajo la argucia de decir que ya se conserva algo, dejar arrasar el resto del territorio. Además, la normativa que aplica la dirección del «parque del oso Yogui» no está exenta de polémica, y es que gestionar un parque de estas dimensiones comporta necesariamente medidas controvertidas, que a veces han resultado contraproducentes y ha habido que rectificar. Por ejemplo, la desaparición del lobo a principios del siglo xx (por su injustificada mala fama) provocó un espectacular incremento de la población de algunos animales como el ciervo uapití, que se acercó a los 100.000 ejemplares. Sin embargo, la reintroducción del lobo ha empezado a reconducir la situación.

Otro problema fue cómo afrontar la lucha contra los fuegos forestales que se producían en el parque. Al principio se extinguían todos los declarados, fuesen naturales o no, pero eso significaba dejar el suelo de los bosques lleno de ramas. Así fue como en 1988 gran parte de la madera muerta acumulada durante noventa años se extendía por todo el parque. Aquel verano, los incendios que se produjeron en junio no se pudieron apagar hasta las primeras nevadas de septiembre. Se quemó medio millón de hectáreas, un 36% de la superficie total del parque. A raíz de aquello, la política cambió: ahora los incendios provocados por causas naturales se dejan quemar controladamente porque se consideran un factor natural de regeneración del bosque, y solo se interviene en los causados por el hombre.

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La Lower Yellowstone Falls, con sus 94 metros de caída libre, es la cascada más grande del parque. © Alber Masó

«Uno de los hechos que más ayudó a la constitución del parque de Yellowstone fue la difusión de las fotografías realizadas en 1870 por William Henry Jackson en una expedición geológica»

Es, pues, un buen momento para recordar el acontecimiento de 1872 y hacer balance no solo de los 140 años de funcionamiento de Yellowstone, sino de 140 años de gestión de parques naturales. Pero este parque no es importante solo por el hecho de ser el pionero, sino también porque posee infinidad de valores que lo convierten en un paraje excepcional. Contiene unas 10.000 formaciones termales (la mayor concentración que se conoce), incluyendo más de 200 géiseres.

Enclavado en el corazón de las Montañas Rocosas, incluye picos altos y escarpados, ya que se trata de una cordillera geológicamente joven y, por tanto, poco erosionada. La tonalidad amarillenta de algunas de las rocas del parque le ha dado nombre, ya que Yellowstone significa “piedra amarilla”. En las partes altas perduran glaciares de tipo alpino atravesados por un profundo cañón perforado por el río Yellowstone, que origina una cascada de casi 100 metros de caída libre. Presenta árboles centenarios, troncos fosilizados, ríos salvajes y una gran riqueza en minerales de origen volcánico, como el basalto, que puede cristalizar y dar lugar a grandes formaciones vidriosas de obsidiana, como el impresionante Macizo de Obsidiana.

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Los incendios forestales, uno de los problemas más polémicos que tiene que afrontar el parque, han dejado paisajes desolados como este bosque en la ribera del río Madison (izquierda). El profundo cañón perforado por el río Yellowstone (foto derecha) revela la tonalidad amarillenta de la cordillera, origen del nombre Yellowstone, que quiere decir “piedra amarilla”. © Albert Masó

Junto al Grand Teton National Park y a los bosques nacionales y refugios de fauna que lo rodean, forma un ecosistema inmenso de la superficie de Holanda que ha permitido sobrevivir a gran cantidad de especies. En sus vertientes crecen grandes bosques de pinos y abetos, así como extensas praderas, en las que se pueden ver coyotes, ciervos, osos grizzly, alces, linces, cabras blancas… hasta unos sesenta mamíferos que forman parte de una rica fauna de montaña. Por todo ello se comprende que, además del primero, Yellowstone sea también el parque natural más visitado del mundo, con más de tres millones de visitas anuales.

Un origen infernal

Hace 600.000 años, en medio de América del Norte hubo una enorme erupción de un extraordinario volcán que cambió drásticamente el paisaje, formando la caldera de 2.500 km2 que se encuentra en el centro del parque. Se trata de una zona con una actividad geotérmica enorme que forma géiseres, fumarolas, volcanes de fango, fuentes termales…

Algunas tribus indias, como los Shoshone y los Bannock, cazaban allí mucho antes de que llegasen los conquistadores, pero otras tribus creían que estaba poblado de espíritus malignos a causa de los espectaculares fenómenos geotermales. Con la llegada de los europeos y todo lo que eso conllevó se produjo un cambio drástico en el paisaje y se redujeron muchísimo las poblaciones de bisontes, lobos y osos.

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De arriba a abajo. Un ejemplar de ciervo norteamericano (Cervus elaphus), llamado elk o uapití por los indios autóctonos, recorre los bosques de Mammoth. El ciervo común o rojo (Odocoileus hemionus) se agrupa en rebaños, como este que entra en un bosque de la llanura central de Yellowstone. Un ardilla listada del género Tamias, llamada chipmunk, reposa sobre una roca cerca del río Gibbon. © Albert Masó

En 1808, John Colter, el primer explorador de origen europeo, describió estas tierras como parajes llenos de calderas de fuego y agua hirviente, que dieron lugar al sobrenombre de «el infierno de Colter».

Los primeros visitantes llegaban atraídos por las maravillas geotermales, y no prestaban mucha atención a los increíbles paisajes vírgenes ni a la rica fauna que los habitaba.

El sentido de los espacios protegidos de la actualidad

Por supuesto, se pueden encontrar inconvenientes a la constitución de áreas protegidas. Pero los pocos que se puedan argumentar se ven compensados de manera abrumadora por los aspectos positivos que aportan los parques.

Un parque natural representa el refugio (a veces el último) para muchas especies, que si desapareciesen serían irrecuperables. Eso no es comparable a los pocos ejemplares que pueden quedar en un zoo o un centro de recuperación, ya que, para evitar el peligro de la degeneración por consanguinidad, tiene que existir una población suficientemente grande. Asimismo, conserva ecosistemas completos, lo cual está a un nivel muy superior al mantenimiento de una o unas cuantas especies, y permite la realización de estudios de ecología y otras ramas de la biología que, de otro modo, resultaría imposible hacer. También facilita la enseñanza práctica y sobre el terreno de múltiples aspectos de la naturaleza y, por tanto, la concienciación colectiva de la necesidad de preservarla de la destrucción. Tan solo se puede apreciar y defender lo que se conoce.

Ante la creciente evidencia de la disminución de la diversidad biológica del planeta, es incuestionable que los parques naturales representan una reserva de esta biodiversidad; por lo menos así se puede impedir la industrialización, la agricultura, la erosión, la deforestación, la desertificación y otros factores que alteran gravemente el medio.

Finalmente, el argumento de mantener un entorno estético también es válido. Si hay que conservar las catedrales, los monumentos y otras obras artificiales por su belleza, no veo por qué no se tiene que conservar un paraje natural por el mismo motivo… aun en el supuesto de que no se estuviese protegiendo ninguna especie en peligro.

En esta cuestión, resulta muy ilustrativo y plenamente vigente lo que escribió el doctor Ramon Folch ahora hace más de treinta años en el capítulo «El caso de los espacios naturales protegidos» (Sobre ecologismo y ecología aplicada, 1977), concretamente en el apartado «Objetivos científicos, pedagógicos y estéticos de los espacios naturales protegidos». Al suscribirlo y no poderlo mejorar, prefiero reproducir unas cuantas líneas literalmente:

En el actual contexto de degradación ambiental, el mantenimiento de zonas protegidas, más que una ventaja es una necesidad imperiosa para la investigación científica. […] En otro orden de acontecimientos hay que admitir que la mayoría de los espacios protegidos unen a su interés científico y pedagógico un interés estético, dado que suele tratarse de áreas provistas del incontestable encanto de las cosas armoniosas. Contribuir a mantener la belleza natural de un país no es ni mucho menos un objetivo despreciable.

Ramon Folch, 1977

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De arriba a abajo. Un bisonte americano (Bison bison) pasta en las praderas que orillan el río Gibbon. Un coyote (Canis latrans) observa atentamente una presa en Alum Creek. Y, finalmente, un grupo de pelícanos blancos americanos (Pelecanus erythrorhynchos) se bañan en una laguna de Hayden Valley. © Albert Masó

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La espectacular formación de las terrazas de Minerva (Mammoth Hot Springs), a la izquierda, es producto del depósito de minerales que se van sobreponiendo por la continua evaporación del agua caliente que surge del interior de la tierra. Las fumarolas (a la derecha) son la manifestación más visible de la actividad volcánica del parque. A su alrededor, el bosque se ve obligado a retroceder, como en esta zona del Norris Geyser Basin. © Albert Masó

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© Mètode 2012 - 74. La cala encantada - Verano 2012

Doctor en Ecología y Evolución, escritor, profesor y fotógrafo de naturaleza (Barcelona).

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