Ahora hace un siglo, Alfonso XIII firmó una breve ley para regular la cesión de la Albufera al Ayuntamiento de Valencia. Este año, el consistorio ha querido celebrar la adquisición de la antigua propiedad del Estado y ha declarado el 2011 año albuferenco, aprovechando también el 25 aniversario de la declaración del humedal como Parque Natural. Ambas efemérides, referidas a los años 1911 y 1986, marcan dos hitos destacados en la conservación de la Albufera que tuvieron lugar sobre escenarios físicos y sociales muy contrastados.
«A principios del siglo XX, la Albufera era un espejo de agua prístina rodeado de vastas huertas y arrozales. En el humedal, refugio de una variada cohorte de flora y fauna, aún se escondían las últimas nutrias»
Un espejo de agua clara
A principios del siglo xx, la Albufera era un lluent (“espejo”) de agua prístina rodeado de vastas huertas y arrozales. En el humedal, refugio de una variada cohorte de flora y fauna, aún se escondían las últimas nutrias. En la agreste Dehesa, bajo la custodia de un servicio de guardia, solo se levantaba la casa de los Carabineros. El lago y el marjal se alimentaban de una miríada de canales de riego y drenaje. Por estas acequias, cavadas en el suelo y orilladas de espadaña o lirio amarillo, fluía generosamente el agua del Júcar y, en menor proporción, también la del Turia.
Sobre este espacio privilegiado, escritores como Blasco Ibáñez o Azorín, pintores como Antonio Fillol o Peris Brell, entre muchos otros artistas, contribuyeron a forjar una imagen cultural que a inicios del siglo xx se convirtió en un referente simbólico para los valencianos. La divulgación de los valores del humedal en la sociedad de la época despertó el interés por darle uso público y la preocupación por un avance transformador del arrozal que mermaba a gran velocidad las dimensiones del lago.
El blasquismo fue el catalizador de estas reivindicaciones. En 1901, en el manifiesto La Revolución en Valencia, Blasco Ibáñez había expresado públicamente la necesidad de convertir el bosque litoral en lugar de esparcimiento para las clases populares valencianas. Al año siguiente, con la impresión de Cañas y Barro, llevó a la literatura el impacto de la expansión arrocera sobre la comunidad de pescadores de El Palmar. El grupo municipal blasquista, que controló el consistorio entre 1901 y 1911, trasladaría a la administración estas aspiraciones, tratando de obtener la cesión del lago para el Ayuntamiento de Valencia, con el apoyo mediático y político del diario El Pueblo y de los diputados de la Unión Republicana en Madrid.
La Universitat de València participó activamente en la iniciativa municipal y la solicitud dirigida al gobierno de Madrid fue acompañada de un manifiesto, firmado por Eduardo Boscà, Ramón Gómez Ferrer, Pedro M. López y Pascual Téstor, decanos de Ciencias, Medicina, Filosofía y Derecho respectivamente. El documento subrayaba la necesidad de conseguir un uso social, dejando en un segundo plano el evidente interés científico del paraje, escenario de numerosos trabajos y excursiones realizados por los propios firmantes, sus maestros y compañeros. La actividad académica entorno de la Albufera motivó que incluso desde el diario Las Provincias se pidiera la cesión del lago a la Universitat y la construcción de una residencia para estudiantes.
La cesión de la Albufera a la ciudad suscitó una unanimidad lamentablemente mayor que la alcanzada posteriormente con la declaración de Parque Natural. No puede olvidarse que las pioneras medidas de protección ejecutadas por el Ayuntamiento en los años ochenta en la Dehesa fueron objeto de duras críticas, que la Oficina Técnica de la Dehesa fue incendiada y que la propia declaración del Parque Natural fue denunciada por una asociación de propietarios y empresarios y anulada en los tribunales. Los hitos legales de 1911 y 1986, a pesar de los paralelismos, se emplazan en diferentes coordenadas ecológicas y sociales.
«La Albufera es un lago eutrófico, más bien hipertrófico, un estado definido por la presencia de un exceso de nutrientes generalmente originado por el vertido de aguas residuales»
La Albufera eutrófica
A partir de los años sesenta, como es sobradamente conocido, las acequias que alimentaron este paisaje empezaron a vehicular importantes volúmenes de residuos urbanos e industriales, los cuales trastocaron radicalmente los parámetros químicos del agua. Desde entonces, la Albufera es un lago eutrófico, más bien hipertrófico, un estado definido por la presencia de un exceso de nutrientes, generalmente originado por el vertido de aguas residuales. La eutrofia se manifiesta en una explosión del fitoplancton que verdea y oscurece el agua, en unos recurrentes ciclos de anoxia y en una radical caída de la producción piscícola, singularmente de las especies de mayor valor comercial.
Es muy ilustrativo acudir a las primeras memorias de muchos valencianos sobre la Albufera. He podido escuchar muchas veces el relato de mayores de cincuenta años que añoran una transparencia en el agua que permitía ver el fondo y dejaba que las aves se zambulleran desde el aire para pescar. También es frecuente escuchar los recuerdos de los que bebieron directamente de los manantiales que brotaban en el estanque, de los niños de El Palmar que pasaban el verano chapoteando en el agua de los canales o de los que aún vieron la vegetación acuática, el pèl de l’Albufera, que cubría parcialmente el lago. Por contra, mi recuerdo de infancia de la Albufera, como el de muchos que no pasan de los cincuenta, es un amplio canal de aguas oscuras que se abría a un espejo de aguas verdosas. En los márgenes, entre cañas, plásticos y otros desechos, se descomponían algunas lisas, hinchadas y con los ojos vacíos. Esta memoria coincide con las imágenes registradas por Carles Mira en 1972 en su estremecedor documental Biotopo, rematado con una magnífica toma de un pez que muere boqueando, buscando en el aire el oxígeno que ya no encuentra en un agua negruzca.
La Albufera de Valencia se ha convertido en un triste corolario de las deficiencias ambientales del desarrollismo español. El crecimiento urbano de los sesenta y setenta dejó a los municipios desprovistos de muchas infraestructuras básicas: desde educativas y sanitarias hasta de saneamiento y tratamiento de residuos. Las acequias y barrancos se transformaron en alcantarillas y vertederos que vehiculaban todo tipo de residuos hacia el marjal. Desde hace tres décadas, los presupuestos públicos incluyen importantes partidas adscritas a revertir los daños generados sobre el ecosistema por este crecimiento desordenado e irresponsable, gastos que se tendrán que mantener en el futuro para alcanzar la completa recuperación del lago. Se lega a las generaciones futuras una importante factura impagada y se las priva de conocer el esplendor del humedal y la Dehesa, sin olvidar el descomunal impacto sobre la actividad y la forma de vida de los pescadores de El Palmar.
«El principal obstáculo para el futuro de la Albufera es probablemente en estos momentos la progresiva pérdida de recursos del Júcar. Incluso se ha llegado a proponer la aberración geográfica de desvincular la Albufera de la cuenca del Júcar»
Un punto de inflexión
Las primeras actuaciones dirigidas a revertir esta situación llegaron después de la declaración del Parque Natural, con la aprobación del Plan de Especial Protección y del Plan Director de Saneamiento, en los años 1990 y 1992. En este último se definía un sistema de tratamiento de aguas residuales formado por nueve estaciones depuradoras y varios colectores alrededor del lago, de entre los que destacaba el Colector Oeste, destinado a recoger las aguas residuales de L’Horta Sud y dirigirlas al EDAR de Pinedo. Estas intervenciones consiguieron una sensible mejora en la calidad de agua del lago, y las concentraciones medias anuales de clorofila a –de 485 µg/l en 1981– se redujeron a cifras que oscilaron entre 160 y 200 µg/l en los últimos años del siglo xx.
Durante la pasada década, sin embargo, la calidad del agua, según los indicadores de eutrofia, no ha continuado con la tendencia de mejora y permanece estable, entorno a los valores de clorofila a de 140 µg/l. Las causas pueden obedecer a dos razones. En primer lugar, la falta de capacidad y las deficiencias del Colector Oeste –diseñado a inicios de los setenta– provocan que con cierta frecuencia –singularmente durante los episodios de lluvia– se produzcan importantes vertidos de agua residual sobre el barranco de Torrent y la red de acequias que alimenta el lago, causando picos de contaminación muy dañosos. Además, las infraestructuras de los mencionados planes, ejecutadas entre 1992 y 2007, no han conseguido aislar por completo las infraestructuras de riego que abastecen el estanque de los residuos urbanos e industriales.
Por otro lado, la reducción de los caudales que llegan desde el río Júcar, históricamente la principal vía de entrada de agua de calidad a la Albufera, parece estar menguando la capacidad del ecosistema para asimilar la llegada de las aguas residuales: entra menos contaminación, pero también hay menos agua limpia. La media de aportaciones anuales del estanque fue superior a los 400 hm3 para el período 1970-1990 y apenas si llega a los 200 hm3 para la etapa 1990-2008. La mejora de la eficiencia de los sistemas de regadío tradicionales, asociada a la creciente competencia por los recursos fluviales, conlleva estas consecuencias para los humedales situados en la cola de las llanuras aluviales irrigadas.
El principal obstáculo para el futuro de la Albufera es probablemente en estos momentos la progresiva pérdida de recursos del Júcar. La dependencia respecto del río deja a la Albufera en medio de la tempestad política que ha envenenado la planificación hidráulica en España durante la última década y en la que el debate técnico se ha visto mezclado con intereses electoralistas y discursos patrióticos. Ni tan siquiera el principio tradicional de unidad de cuenca en la gestión ha resistido el paso del temporal. Incluso se ha llegado a proponer la aberración geográfica de desvincular la Albufera de la cuenca del Júcar. Se ha ignorado que el marjal es un espacio interdeltaico, como tantas otras albuferas. Se olvida el vínculo histórico entre los sistemas de riego y el lago, el cual ha configurado la Albufera tal y como la conocemos. Se omite la conexión hídrica entre el río, el marjal y el lago, por vías antrópicas y naturales, superficiales y subterráneas.
El porvenir de la Albufera depende en buena medida de la disponibilidad de recursos hídricos en el Júcar. Se trata de una dotación insustituible, ya que el principal recurso emergente, las aguas depuradas de origen urbano, no presenta la riqueza biológica que aportan los caudales fluviales. Por esta razón, la asignación de agua del Júcar para la Albufera en el futuro plan de cuenca se configura como la piedra angular para la recuperación del humedal.
Hacia otro modelo de albufera
Mientras tanto, últimamente se han puesto en marcha varias medidas destinadas a revertir el estadio eutrófico, iniciativas que parten del Estudio para el Desarrollo Sostenible de la Albufera que emprendió en 2002 el Ministerio de Medio Ambiente, impelido por las exigencias emanadas de la Directiva Marco del Agua. En 2003, en el Rectorado de la Universitat de València, tuvo lugar una reunión de expertos que sirvió para establecer un diagnóstico y definir unas líneas de actuación, fijando como meta la recuperación de las condiciones de calidad de la Albufera de hace cincuenta años. En primer término, se acometieron trabajos de diseño e instalación de una red de control de varios parámetros hidrobiológicos, que habrían de servir de base para avanzar en la modelación del balance hídrico y la calidad de agua.
Posteriormente, se definió una estrategia de intervención, actualmente en proceso de ejecución, fundamentada en cuatro líneas maestras. Primero, se han proyectado varias obras de bypass e interceptación de acequias en L’Horta Sud con la intención de conseguir que determinados sectores urbanos continúen sirviéndose de los canales de riego para evacuar agua residual. Segundo, se ha diseñado un nuevo Colector Oeste para corregir las deficiencias del antiguo. Ahora se incorporan tanques de tormenta, depósitos que almacenarán el agua vehiculada por acequias y alcantarillas durante las primeras horas de las lluvias –la más contaminada– y la enviarán a la depuradora de Pinedo. En tercer lugar, en colaboración con la administración autonómica, se ha puesto en marcha la reutilización del efluente de Pinedo que recibe tratamiento terciario, parte del cual ya se destina a las acequias de la huerta y a la Albufera. Esta deberá ser renaturalizada próximamente por un lago artificial.
Los filtros verdes, lagos artificiales o restaurados destinados a aprovechar la capacidad autodepurativa de estos ecosistemas son la cuarta actuación. Ahora mismo están prácticamente terminados dos en el Tancat de Mília (Sollana) y en La Plana (Sueca) para tratar las aguas depuradas que llegan desde el sur. Pero sin duda la actuación de referencia en este ámbito es el Tancat de la Pipa, un antiguo arrozal devuelto a su condición de marjal por la Confederación Hidrográfica del Júcar en el término de Catarroja, que, más allá de los propósitos de mejora de calidad del agua, ha significado un éxito en cuanto a la recuperación de hábitats y especies, así como en la divulgación y la investigación científica. En estos momentos se desarrollan proyectos del Instituto de Ingeniería del Agua y el Medio Ambiente y el Instituto Agroforestal Mediterráneo (UPV), del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva (UV) y de SEO Birdlife.
Así, en el marjal catarrogino, el gozo de ver de nuevo la asprella (Chara vulgaris) tapizando los limos albuferencos hace pensar en la oportunidad de renaturalizar otros tancats como una vía fundamental para mejorar la capacidad autodepurativa del lago. Esta sería también una manera de recuperar hábitats perdidos y, al mismo tiempo, de fortalecer ante la Unión Europea el valor agroambiental de un arrozal capaz de sustentar un humedal de importancia internacional. La investigación sobre esta y otras estrategias de renaturalización parcial del humedal, al socaire del espíritu legislativo europeo, puede coadyuvar a mejorar unas perspectivas de recuperación no demasiado optimistas. En este sentido, hay que recordar los resultados de las modelaciones hidráulicas efectuadas por M. Mondría en su magnífica tesis doctoral. El autor, tras analizar las actuaciones de saneamiento actualmente en marcha, nos recuerda que estas solo permitirán recorrer una parte del camino para alcanzar el buen potencial ecológico del agua albuferenca.
Estamos quizá en tránsito hacia otra Albufera. Poco a poco se van dando pasos para alcanzar un nuevo equilibrio sinérgico, ahora entre la actividad de un área metropolitana y un parque natural de valía internacional. Se busca una interacción semejante a la perfecta simbiosis que existió a principios del siglo xx entre la actividad humana y la dinámica del ecosistema. Se trata de componer, en los próximos años, un renovado artefacto de naturaleza y cultura, que con diferentes condiciones físicas y humanas pueda alcanzar similares parámetros de calidad ambiental y biodiversidad. En este sentido hay iniciativas positivas y cambios perceptibles. La recuperación de los ullals (“manantiales”) de la Muntanyeta dels Sants, la reciente restauración de la mata de la Manseguerota o la renaturalización de buena parte de los cordones dunares de la Dehesa son un buen ejemplo.
Mientras tanto, sin embargo, en el fondo de la Albufera se acumula una capa de sedimentos contaminados depositada durante los últimos cincuenta años. Esperemos que sean pronto sepultados por otros limos, ricos de nuevo en restos de asprella y zoopláncton; que de este episodio nos quede una secuencia como la que a menudo resta en los estratos arqueológicos de las ciudades históricas, con una tenue franja negra que testimonia un súbito episodio de barbarie y destrucción entre los potentes sedimentos de dos culturas.
BIBLIOGRAFÍA
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Mondría, M., 2010. Infraestructuras y eutrofización en l’Albufera de València. El modelo CABHAL. Tesis doctoral. Universidad Politécnica de València.
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