Pervivencias del paisaje de la seda

Del huerto de moreras al de naranjas

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Tanto el huerto de naranjos como el huerto de moreras parten del modelo del huerto jardín valenciano y tienen su origen en el contexto de la Ilustración y del pensamiento fisiocrático. En la imagen, Hort de Sant Carles (Alzira).

El paisaje de Alzira, Carcaixent, La Pobla Llarga y otras poblaciones limítrofes de La Ribera se encuentra en estos momentos casi exclusivamente plantado de huertos de naranjos. Pero en muchos de ellos aún podemos encontrar pervivencias del cultivo de la morera que le precedió, cuyas hojas servían de alimento a los gusanos de seda que se criaban en las andanas de las casas. Aunque la morera se plantaba en las huertas, la necesidad de ganar tierras de cultivo hizo que a partir del siglo xviii se cultivaran formando huertos. Tanto el huerto de naranjos como el huerto de moreras parten del modelo del huerto jardín valenciano y tienen su origen en el contexto de la Ilustración y del pensamiento fisiocrático. Pero en un primer momento, en el proceso de expansión del regadío, la morera ocupó buena parte de la superficie ganada al secano. En la segunda mitad del siglo XIX el naranjo empezó a expandirse sobre las nuevas tierras transformadas; sustituyó a la morera en los huertos y dio lugar al paisaje que ha llegado hasta la actualidad.

«Desde la edad media hasta la segunda mitad del siglo XIX la morera fue un árbol habitual en el paisaje de las huertas valencianas»

Un cultivo en expansión

Desde la Edad Media hasta la segunda mitad del siglo XIX la morera había sido un árbol habitual en el paisaje de las huertas valencianas que se habían especializado en la cría del gusano de seda, como La Safor, La Ribera Alta y L’Horta de Valencia. Esta imagen ha quedado reflejada en numerosos testimonios gráficos y literarios. Vicente Lassala, comisario regio de agricultura, en su inspección al sur de la provincia de Valencia realizada en 1871 visita la huerta de Alzira «con los campos cercados de corpulentas moreras» y Gandía, «cuya huerta se halla poblada de moreras». Estas se plantaban bordeando las parcelas de cultivo y acompañando los márgenes de caminos y acequias, «contribuyendo en gran manera a embellecer el panorama que nos ofrecen estas extensas huertas matizadas por tan variados cultivos», según explica el agrónomo Sanz de Bremón en 1875.

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En las tierras de los alrededores de las poblaciones de Alzira y Carcaixent podemos encontrar numerosas pervivencias de este paisaje de la seda, como las tapias de pared, los caminos adornados con palmeras y las casas de los huertos. Arriba, Hort de la Patà (Carcaixent).

En la Ribera del Júcar el cultivo de la morera creció considerablemente desde la Edad Moderna, sobre todo en Carcaixent y en los pueblos del alrededor, lo que hacía necesario ampliar las tierras de regadío. La primera gran expansión se produce a partir de 1679 cuando entró en servicio la Real Acequia de Carcaixent, gracias a la cual se transformó en regadío una extensa superficie de secano situada al norte de la población, y las parcelas, rodeadas de moreras, se dedicaron a cultivos hortícolas. Pero las necesidades de extensión del cultivo hicieron que, agotadas ya las posibilidades de crecimiento del regadío de pie, entrado el siglo XVIII se iniciase una nueva etapa de transformación de los secanos con la captación de aguas subterráneas. Este proceso empezó en aquellas tierras limítrofes con los regadíos de pie, situadas en las partidas de La Vilella y Les Basses del Rei, junto al camino que une Alzira y Carcaixent. Se trata de terrenos arenosos, poco aptos para cultivos bajos, por lo que se dedicaron fundamentalmen­te a plantaciones arbóreas, entre las que en una primera etapa la morera ocuparía un lugar destacado. El resultado fue la aparición de un paisaje diferente al de las huertas de pie, caracterizado por la presencia de huertos, término que denomina una porción del suelo, generalmente cerrada de pared y dedicada a arbolado, mientras que las huertas se dedican a cultivos bajos en campos abiertos.

«En la segunda mitad del siglo XIX el naranjo empezó a expandirse sobre las nuevas tierras transformadas»

El huerto valenciano

Un huerto está formado por varias hectáreas de tierra que habitualmente se reunían mediante la compra de las parcelas adyacentes. Para construirlo se nivelaba la superficie para poderla regar a manta y se cerraba de pared todo el perímetro. Se perforaban varios pozos, cuyo número dependía de la extensión de la explotación. Con un pozo se podía regar hasta una hectárea más o menos. Para elevar el agua se instalaba una noria de madera, que la vertía a una balsa de regulación. Desde allí, por varias canalizaciones de mampostería, el caudal se distribuía por toda la superficie de cultivo. Y en el huerto se construía una o varias casas, en relación con el régimen de explotación que se le diera a la tierra: en arrendamiento, aparcería o explotación directa. Aunque no disponemos de referencias escritas, la altura de las palmeras de muchos huertos que adornan los caminos interiores nos indica que este elemento vegetal ya formaba parte de los huertos de moreras.

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Los cambios sucedidos hace poco más de un siglo son un claro ejemplo de que la crisis del cultivo sobre el que se sustenta un paisaje no tiene por qué comportar la destrucción o aniquilación de este. En la imagen, Hort de Vernig y, al fondo, Hort del Mirador.

Por eso la expansión del cultivo de la morera se llevó a cabo partiendo de la base del modelo de huerto valenciano. En la tradición cultural valenciana los conceptos de huerto y jardín ornamental están íntimamente relacionados. El modelo ideal responde a una superficie ortogonal, cerrada de pared, con una casa alineada con la tapia situada cerca del camino de acceso, que estaba atravesado por dos ejes que se cruzan en el centro. Estos ejes dividían la superficie en cuatro cuadrantes. A partir de allí se planteaban varias subdivisiones en cuadros. Cada uno de ellos se plantaba con varios árboles frutales, hortalizas y verduras, que eran apreciados por sus cualidades estéticas, al mismo tiempo que los frutos se aprovechaban para el autoconsumo o para la comercialización a pequeña escala. Entre los árboles más valorados estaban las palmeras, las moreras, los granados, los naranjos… Se situaban en las huertas y se regaban con el agua de sus acequias. Por eso amenizaban los paisajes de la periferia de pueblos y ciudades y eran lugares de esparcimiento para las élites aristocráticas.

Mosén Cavanilles, cuando recorre el camino que une Carcaixent con Alzira a finales del siglo XVIII, nos da la noticia de la plantación del primer huerto de naranjos por parte del párroco Monzó. Hace referencia a un huerto cerrado de pared, plantado de naranjos, granados y otros frutales, que estaba regado por varias norias que elevaban el agua del subsuelo captada mediante la excavación de pozos. Esta descripción coincide bastante con las características del huerto de moreras, aunque aquí el cultivo predominante es el naranjo, tal y como se desprende de la cantidad de ingresos que aportan. Además, explica que la calidad arenisca de estas tierras, no demasiado apropiada para los cultivos hortícolas, resulta excelente para el naranjo, que adquiere un extraordinario desarrollo vegetativo, muy superior al que se producía en las tierras de regadío más arcillosas y compactas. Los historiadores han tomado esta referencia como inicio del cultivo comercial de la naranja. Esta experiencia pionera, que hay que enmarcar dentro del contexto de la Ilustración y su relación con las ideas fisiocráticas, se difundió entre las élites ilustradas locales y en seguida plantaron huertos de naranjos el boticario Bodí y el notario Maseres, y las plantaciones se propagaron.

«La expansión del cultivo de la morera se llevó a cabo en la comarca de La Ribera partiendo de la base del modelo de huerto valenciano»

Sin embargo, pese a las previsiones optimistas de Cavanilles, el naranjo no se difundió tan rápidamente como era de esperar, ya que una serie de factores limitaban su desarrollo. Por ello, como ha estudiado Francesc Torres en Carcaixent y en otras poblaciones limítrofes, durante el siglo XVIII y la primera mitad del xix las transformaciones de secano a regadío se realizan fundamentalmente para ampliar el cultivo de la morera y no tanto para plantar naranjos. Ocupadas las tierras más bajas, terratenientes de Carcaixent empiezan a comprar tierras en La Pobla Llarga y en otras poblaciones próximas con la finalidad de plantar huertos de moreras.

El declive de la morera

A partir de 1850 empezaron a confluir una serie de factores que posibilitaron el despegue del naranjo. La epizootia de la pebrina de 1854 fue una de las causas, en confluencia con otras de carácter socioeconómico, que propició la caída de la rentabilidad de la cría del gusano de seda y que esta actividad desapareciera casi por completo en tan solo unas décadas, por lo que se talaron las moreras que le servían de alimento. Así, en 1875 Sanz de Bremón constataba esta circunstancia, indicando que «desgraciadamente se han talado muchas moreras, desde que la enfermedad del gusano de seda comenzó a causar estragos, pero sin embargo, aún abundan bastante», sobre todo en las huertas.

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Todas las casas de huerto estuvieron habitadas hasta los años sesenta del siglo XX, cuando empezó un proceso de despoblación. En la fotografía, Hort del Maltès (Carcaixent).

La construcción de la red de ferrocarriles a partir de 1852, junto a la generalización de la navegación a vapor, crearon las condiciones para responder a los estímulos lejanos de demanda de fruta fresca por parte de los países europeos más desarrollados. La introducción de ruedas de hierro fundido y de las bombas a vapor a partir de 1880 posibilitó la superación de los límites que ofrecían las viejas norias de madera con la obtención de un caudal casi ilimitado para el riego. De esta manera, la gran demanda y los buenos precios que alcanzaba la naranja estimularon la expansión del cultivo, que comienza con la sustitución de las moreras que se encontraban plantadas en los huertos y continúa con la transformación de los secanos.

Por ello, en las tierras de los alrededores de las poblaciones de Alzira y Carcaixent podemos encontrar numerosas pervivencias de este paisaje de la seda, como las tapias de pared, los caminos adornados con palmeras y las casas de los huertos, muchas de las cuales fueron reformadas o construidas de nuevo al recoger los primeros beneficios de la naranja.

«La epizootia de la pebrina de 1854 fue una de las causas que propició la caída de la rentabilidad de la cría del gusano de seda»

Las casas de huerto

El poblamiento disperso basado en casas de labor en Carcaixent se configura a lo largo del siglo XVIII. Según Torres Faus, en 1704 encontramos en todo el término de Carcaixent solo siete casas de campo con siete norias. En 1789, hay un total de 182 casas de campo, 93 de las cuales con noria. Aunque hay varias tipologías de casas de huerto, la más difundida responde a la casa de pueblo valenciana canonizada por la Academia en el siglo XVIII, que da una respuesta racional a las necesidades de vivienda y del trabajo del campo. Está formada por un cuerpo principal de dos crujías de dos plantas paralelas a la fachada con cubierta de teja árabe a doble vertiente. Detrás se adosa un patio cerrado de pared donde, en uno de los lados y al fondo, se adosan sendos cuerpos de una crujía que se destinan en la planta baja a establo y en la planta alta a pajar. La planta baja del cuerpo principal, atravesada por un corredor central, se destina a vivienda. De uno de los lados parte una escalera que comunica con la planta alta. Es un espacio diáfano, donde el muro de carga central se sustituye por dos pilares, que se ventila por una o dos hileras de ventanas que se abren sobre las fachadas anterior y posterior. En cada una de las crujías se desplegaba una hilera de andanas. Se trata de una estructura de puntales de madera que sustentaban diferentes niveles de cañizos sobre los que se criaban los gusanos de seda. Normalmente había ocho o nueve pisos, por lo que contaban con un corredor volado en medio para poder arreglar los niveles superiores. Aunque la altura habitual del techo de las andanas era de cuatro o cinco metros, las hay que llegan hasta los diez metros de altura, por lo que necesitan dos hileras de ventanas para ventilarlas. Algunos huertos de Alzira y Carcaixent aún conservan estas estructuras ahora totalmente abandonadas. Pese a que ha desaparecido la seda y en muchos casos los cañizos que servían para la cría, en muchas localidades aún se denomina andana a este espacio.

No resulta casual que esta tipología de casa dispersa, que también se construye entre medianeras en los núcleos de población, sea la misma que veamos en las alquerías de L’Horta de Valencia, o en muchas poblaciones de La Ribera o La Safor, ya que todas ellas tienen como denominador común la presencia de la andana para la cría de la seda.

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En la casa de huerto señorial, el cuerpo principal está formado por tres plantas. El primer piso se destina a vivienda temporal de esparcimiento de los propietarios del huerto, mientras que la andana pasa a ocupar el segundo piso y adquiere una altura menos desarrollada. En la imagen, Hort de Llinares (Alzira).

De este modelo deriva la casa de huerto señorial, donde el cuerpo principal está formado por tres plantas. El primer piso se destina a vivienda temporal de esparcimiento de los propietarios del huerto, mientras que la andana ocupa el segundo piso y adquiere una altura menos desarrollada. Un buen número de estas casas las podemos encontrar a los bordes de la carretera de Alzira a Carcaixent.

En contraste con estas tipologías encontramos la casa d’hortet. Se trata de una construcción muy sencilla, normalmente de una crujía paralela a fachada de dos plantas, destinada a alojar la familia de hortelanos que cuidaba del huerto, con el establo para los animales que movían la noria para sacar el agua. Estas personas eran los que cuidaban del huerto y recogían la hoja para los gusanos que se criaban en las andanas de las casas que los propietarios tenían en el pueblo.

En todos los casos, al desaparecer la cría del gusano de seda, la estancia quedó sin un uso determinado. En ocasiones sirvió de almacén de herramientas y en otros huertos se transformó en vivienda para la residencia de los dueños. Incluso esta pervivencia arquitectónica de la cría del gusano se manifiesta en algunas casas de huerto de tres plantas construidas en Alzira y Carcaixent a principios del siglo XX, cuando la sericicultura ya se encontraba prácticamente extinguida, donde el espacio de la andana ocupa el último piso sin ninguna función concreta.

«Desde hace una década algunas casas se están recuperando como segundas residencias para el veraneo e incluso como alojamientos rurales»

Todas las casas de huerto estuvieron habitadas hasta los años sesenta del siglo XX, cuando empezó un proceso de despoblación, a partir del cual solo se residía de forma permanente en aquellas casas de propietarios acaudalados que tenían necesidad de tener hortelanos para el trabajo y la custodia del huerto. Esto propició un proceso de abandono por falta de mantenimiento. Desde hace una década se observa que algunas se están recuperando como segundas residencias para el veraneo e incluso como alojamientos rurales.

La transformación del paisaje

El proceso de la transformación del paisaje de la seda en huertos de naranjos constituye un ejemplo de total actualidad en un momento en que el ciclo de la naranja ha llegado a su fin. Los cambios que tuvieron lugar hace poco más de un siglo son un claro ejemplo de que la crisis del cultivo sobre el que se sustenta un paisaje no tiene por qué comportar la destrucción o aniquilación de este. En este caso, el naranjal consiguió una mejora en su calidad estética que fue percibida por numerosas manifestaciones culturales como la literatura, la pintura, la fotografía o el cine y fue adoptado como una de las imágenes características de la identidad valenciana.

Referencias

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Besó Ros, A., 2010. «Un dels camins més bells d’Europa. La formació del concepte d’hort de tarongers a partir de les mirades literàries de l’itinerari entre Alzira i Carcaixent». Ars Longa, 19: 131-146.

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Cavanilles, A. J., 1795-97. Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia. Imprenta Real. Madrid.

Fogués Juan, F., 1934. Historia de Carcagente. Imprenta B. Cuenca. Carcaixent.

Lassala Palomares, V., 1871. Reseña de la visita de inspección de la agricultura de la parte del litoral mediterráneo al sud de la provincia de Valencia. La Agricultura Valenciana. Valencia.

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Sanz Bremón, M., 1979. «Memoria sobre el estado de la agricultura en la provincia de Valencia. (1875)». Estudis d’Història Agrària, 2: 211-253.

Torres Faus, F., 1987. L’evolució de l’estructura de la propietat i els cultius en Carcaixent. Universitat de València. Valencia.

© Mètode 2014 - 80. La ciencia de la prensa - Invierno 2013/14
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Profesor del departamento de Historia del Arte. Universitat de València.