Ramon Margalef

Un ecólogo y naturalista universal (1919-2004)

Diría que un vicio que tenemos en casa es el de no valorar suficientemente lo que tenemos… y esto ha pasado con el Dr. Margalef. Su nombre ha aparecido referido en miles de libros y artículos de todo el mundo y ha adquirido un prestigio internacional insólito, ya que durante mucho tiempo ha sido no ya el biólogo, sino el científico más citado de nuestro país. Si esto ha sido así siendo catalán, ¿os imagináis por un momento la repercusión que hubiera alcanzado si, en lugar de nacer en Barcelona, hubiera nacido en Boston o Cambridge?

Su labor ha sido reconocida con infinidad de premios, empezando, claro, por los de fuera: la medalla Príncipe Alberto del Instituto Oceanográfico de París (ya en 1972), el prestigioso Huntsman de ciencias del mar (Canadá, 1980) , Foreign Member of the National Academy of Science de los EEUU (1984). Siguieron el Ramón y Cajal (1984)… y no acabaríamos. Hasta el último: la medalla de oro de la Generalitat de Catalunya, hace menos de un año.

«Quizás nuestro querido Ramon Margalef haya sido –y será siempre en nuestro recuerdo– no solamente un ecólogo universal, sino el último gran naturalista»

Pero esto no es lo más importante, ni lo que él valoraba más. Por lo que más destaca es por sus contribuciones a la oceanografía, la limnología y la teoría ecológica, con planteamientos que no sólo fueron geniales (formulaciones de modelos matemáticos), sino bastante revolucionarios, como el vínculo con la teoría de la información. A todo esto le ayudó mucho la increíble avalancha de conocimientos que absorbió y que le proporcionó esta visión global, tan necesaria para un ecólogo completo. El amigo Javier Romero, buen discípulo suyo, me comentaba que lo que más le sorprendía era el amplísimo abanico de conocimientos de biología que había adquirido y que lo convirtieron en todo un naturalista. Todo el mundo reconoce su rigurosa ética y calidad como investigador, así como la independencia en sus opiniones: siempre decía lo que pensaba, aunque tuviese que afirmar cosas «políticamente incorrectas», como en el caso de la energía nuclear, de ciertos planteamientos proteccionistas, del cambio climático…

Todo esto es indiscutible, pero los que tuvimos la suerte de tratarlo, a parte de estos aspectos, también disfrutamos de sus cualidades como persona.

Y eso fue decisivo en nuestras vidas, para guiarnos por el siempre resbaladizo mundo de la ciencia. Recuerdo que me inició en el estudio de los insectos en el viejo departamento de Ecología de la plaza de la Universidad. Al preguntarle si tendría un rincón para un grupo que queríamos estudiar las plantas y mariposas de un prado de Aiguafreda, nos contestó: espacio no hay, pero algo haremos. Primero no entendimos la respuesta –nos desconcertó, como ocurría tan a menudo– , pero finalmente nos adjudicó el desván, nada pequeño por cierto. Después de limpiarlo, pudimos trabajar perfectamente durante años.

 

Fotos: L. Monje (Gabinete de Fotografía Científica, Universidad de Alcalá de Henares)

Esta relación ya no se interrumpió nunca, prosiguió con la dirección de la tesis doctoral y ha durado hasta ahora mismo. No hace falta decir que sin sus ideas –que la inspiraban y revitalizaban continuamente– mi tesis sobre ecología evolutiva no tendría ninguna trascendencia. Nunca vi que se negara a atender a nadie: sentías que se alegraba de verte y te hacía pasar, ofreciéndote aquella silla plegable de director de cine. Cuando te veía preocupado o desorientado, sabía encontrar las palabras adecuadas… y siempre con aquellos ojos azules y con esa sonrisa, a veces cómplice, otras irónica.

Incluso en el aspecto profesional he de agradecerle su ayuda, porque fue a raíz de las fotos que me hacía hacer para los recuentos de escamas que me animó a presentar mis primeras imágenes de macro para publicarlas en la Història Natural dels Països Catalans. Personalmente me animaba mucho que colgara algunas fotos mías en su despacho de la Facultad. Al final ya no osaba pedirle nada, porque nunca obtenía un no por respuesta, como es el caso de la brillante presentación que me hizo en la librería Altair –junto con Ramon Folch– del libro Kalahari. El desert vermell.

«Conservó hasta el último momento ese entusiasmo por la naturaleza y por la vida que emanaba por todas partes»

Conservó hasta el último momento ese entusiasmo por la naturaleza y por la vida que emanaba por todas partes. La última vez que lo vi (el pasado abril) me dijo –quiero pensar que como regalo de despedida– una de las frases más bonitas que me han dicho: Deseo que recorras mucho la naturaleza [pausa] y que la eternices con imágenes. No puedo evitar emocionarme… guardaré su recuerdo como un tesoro y procuraré imitarle en lo que pueda.

Resulta inviable reflejar en estas líneas lo que representó el Dr. Margalef para tanta gente, pero sí es posible remarcar la importancia de la «escuela» que ha creado: somos muchos los que hemos de agradecerle su entrañable acogida al departamento. Él supo inculcarnos, además del rigor científico, su ética profesional y personal. Diremos, por último, que actualmente hay buenos especialistas en diversas ramas de la ecología, pero no muchos ecólogos completos, al estilo de Odum o Hutchinson. Y menos aún naturalistas en el viejo sentido griego. Quizás nuestro querido Ramon Margalef haya sido –y será siempre en nuestro recuerdo– no solamente un ecólogo universal, sino el último gran naturalista.

 

© Mètode 2013 - 42. Noticias de otros tiempos - Disponible solo en versión digital. Verano 2004

Doctor en Ecología y Evolución, escritor, profesor y fotógrafo de naturaleza (Barcelona).