Entrevista a Martín Aluja
«La creencia de que todo científico es un ser puro es falaz»
Entomólogo e investigador del Instituto de Ecología INECOL
Martín Aluja es uno de los entomólogos más reconocidos del mundo. Forma parte de la Academia Mexicana de las Ciencias y actualmente desarrolla su investigación en el Instituto de Ecología (INECOL), coordinado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México (CONACYT). Su trabajo científico ha sido reconocido, entre otros, con el Premio King Baudouin, otorgado por la International Foundation for Science, y con el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México. Desde hace poco combina su dilatada carrera como entomólogo (que incluye más de 170 artículos científicos, la edición de cinco libros y más de 2.700 citas) con la reflexión en torno a la ética de la investigación científica.
Se ha centrado en investigar la ecología y la conducta de las moscas de la fruta y de sus parasitoides; de hecho, puede presumir de que un género de insectos lleve su nombre (Alujamyia), así como dos especies de avispas (Aganaspis alujai y Diachasmimorpha martinalujat). Entre los resultados de sus investigaciones han sido particularmente relevantes los que ayudaron a refutar la idea de que el aguacate Hass constituye un reservorio de la larva de la mosca de la fruta. Esto permitió desbloquear el mercado estadounidense para este importante cultivo mexicano, lo que reportó grandes beneficios económicos y sociales para las poblaciones rurales. Aprovechando la visita de Martín Aluja a Valencia para ofrecer un curso sobre ética de la ciencia en la sede del Instituto de Biología Integrativa de Sistemas (UV-CSIC), pudimos mantener una agradable conversación respecto a la ética de la ciencia, un tema muy sensible que él aborda de forma rotunda y comprometida.
«Un científico formado en la ética científica genuina está blindado frente a cualquier tipo de presión»
Empecemos con una pregunta que es a la vez obvia e interesante: ¿de dónde viene su interés por la ética de la ciencia? ¿Hubo algún suceso particularmente relevante o ha sido algo que le ha acompañado siempre?
Fue un proceso paulatino. En casa, mi abuelo materno, madre y padre nos inculcaron mucho este tema de la ética y cuando estudié mi doctorado en EE UU empecé a ver cosas que me resultaban raras, pero que pocos objetaban. Cuando regreso a México y me incorporo al aparato científico, empiezo a participar mucho en comités de revisión y seguía percibiendo que había cosas que a mí me parecían equivocadas, pero que todo el mundo aceptaba. Entonces, en 2002, me acerqué al presidente de la Academia Mexicana de Ciencias y le pedí que me permitiera organizar un simposio en 2003 sobre ética científica. Invité a gente muy relevante de México y del extranjero, para evitar que los colegas locales se pusieran a la defensiva. Porque un error que hay que evitar invariablemente en este espinoso asunto es lo que podría denominarse como el «dedo flamígero» o la «cacería de brujas». Me parece un error muy grave hacer acusaciones sin pleno conocimiento de causa. El tema hay que abordarlo con mucho cuidado y, precisamente, con enorme ética, para no dañar la reputación de nadie de manera gratuita o equivocada.
¿Cuál sería la diferencia entre una ciencia moralista y una ciencia ética?
Como elegantemente lo formula [la filósofa] Paulina Rivero-Weber, la moral es un tema impuesto, cultural, que cambia de forma constante. Hace cien o cincuenta años la moral era otra, por eso no es un buen sostén, porque es algo que va cambiando de acuerdo a las culturas y a los tiempos. La ética, en cambio, en principio, no varía: es un compromiso profundo contigo mismo de actuar conforme a estándares éticos muy arraigados a lo largo de toda tu trayectoria científica. La ética tiene muchísimos componentes, no solamente es el espectro del fraude y la falsificación de datos, los conflictos de interés o el terrible acoso sexual de un tutor hacia una alumna. Es mucho más complejo que todo eso. Una componente, poco valorada hasta la fecha, es la inteligencia emocional. Muchas veces en las universidades se selecciona a los investigadores por su inteligencia intelectual, pero la inteligencia emocional es exactamente igual de importante, especialmente para poder manejar conceptos de integridad científica. Por ello, al menos en mi opinión, el científico actual debe conjuntar ambos tipos de inteligencia para realmente poder operar en un ámbito cada vez más complejo, estresante y competitivo.
Sin embargo, algunas personas tienen, sobre los reclamos por una ciencia más ética, una visión, digamos, «puritana», de algo que no sería más que una herramienta neutra de obtención de conocimiento. Es un punto de vista que traslada los problemas éticos desde los científicos hasta los que usan los conocimientos científicos.
Pero eso no es así. La investigación científica, el proceso de generar conocimiento, es un tema muy delicado porque estás creando herramientas que van a ser utilizadas por otras personas, incluso como fundamento para seguir investigando más. Imagínate que uno de esos artículos que estás usando como referencia, como base para la tesis de doctorado, tuviera problemas de ética y sea producto de datos manipulados o inventados. El coste que eso tiene para la comunidad científica, y en general para la sociedad que la financia, es desorbitante. Un «ADN» ético profundamente arraigado en el científico es importante, porque hacer ciencia implica una enorme responsabilidad. El método científico aplicado de manera ética genera conocimiento sólido, replicable y útil para la comunidad científica y para la sociedad, que a través de sus impuestos financia la investigación. En cambio, aplicado con trampas, puede generar muchos problemas. Toma el campo de la medicina, donde hay muchos casos de faltas éticas graves, de invención o de manipulación de la información sobre cáncer, por ejemplo. ¡Imagínate lo que eso implica!
«El método científico aplicado de manera ética genera conocimiento sólido, replicable y útil para la comunidad científica y para la sociedad»
Se suele hablar de los actos individuales del científico, pero, ¿qué podría decirse del sistema de producción científica? La ultracuantificación, la ultracompetitividad, la precariedad laboral… ¿hasta qué punto empujan al científico hacia las faltas éticas?
Se debate mucho si realmente este es un problema producto de la presión a la que los científicos estamos siendo sometidos en este momento en todo el mundo o un problema de falta de compromiso personal. Efectivamente, la presión se incrementa día tras día. Si tú comparas hace veinte años con hoy, la presión a la que estamos sometidos los científicos es totalmente diferente. El proceso se ha vuelto agresivo, muy competitivo, y eso obviamente también genera enormes riesgos. Ten en cuenta además que hay mucha presión de las empresas, por el enorme negocio que se puede hacer con el conocimiento científico. Todo eso genera desviaciones de la ética científica.
A eso me refería. Desde un punto de vista de teoría de juegos, habría que cuidar las palomas que se portan bien y mantener a raya las águilas que las pueden devorar. Eso parece ser algo deseable en el sistema de investigación: premiar la actitud ética y penalizar a aquellos que la transgreden. Pero no estoy muy seguro de que eso sea así…
Por eso hablaba de la inteligencia emocional, porque creo que un científico formado en la ética científica genuina, con profunda convicción personal de que ese es el camino, está blindado ante cualquier tipo de presión. Yo mismo lo he vivido: a ti nadie te puede obligar o presionar a cometer una falta ética si tu convicción es plena. Por eso es tan importante empezar desde jóvenes, para que los estudiantes no caigan en el sentirse presionados. Si tú estás trabajando en un postdoctorado bajo mucha presión, nadie te debe obligar a cometer faltas éticas para sacar más rápido una investigación y publicarla de manera acelerada, porque a la larga el coste es impagable. Hay que fortalecer la inteligencia emocional de la gente y que arraiguen profundos principios éticos para que ellos mismos se blinden.
Me preocupa especialmente el menudeo del que hablan autores como Daniele Fanelli. Cuando uno analiza los casos de fraude científico como Friedhlem Herrmann y Marion Brach, Jan Hendrik Schön o Shinichi Fujimura, todos eran científicos de mucho renombre que jugaron muy fuerte. Sin embargo, ¿hasta qué punto pasan desapercibidas las faltas éticas entre autores de menos impacto?
Estás poniendo el dedo en la llaga. Es más perniciosa y dañina para el sistema científico la acumulación de pequeñas fallas que los casos escandalosos, aunque sean gravísimos. Todos esos casos paradigmáticos acaban saliendo a la luz pública y los culpables son castigados, pierden sus empleos y dañan irreparablemente su reputación. Pero los otros, los silenciosos, son una especie de enfermedad sistémica. Con lo que tenemos que trabajar mucho es precisamente con esta «área gris», con lo que no está tipificado como falta grave, pero le hace mucho daño al quehacer científico. En todas las universidades del mundo debería ser obligatorio dar cursos de ética e integridad científica en los primeros semestres y después a nivel de doctorado e incluso para científicos ya establecidos. Un taller para, digamos, «actualizar» esos conceptos. Que nadie pueda argumentar que «no sabía», porque esa es una de las excusas que mucha gente maneja.
«El tráfico de influencias se da en todos los ámbitos: ¿por qué no tiene que darse también en el ámbito científico?»
Un problema podría ser la indefinición de muchos de los términos a considerar. Es decir, ¿qué es exactamente el plagio? ¿Quién debe ser el autor de un artículo? Ahí hay un espectro de definiciones y de fronteras cambiantes que podría ayudar a justificar la disonancia ética.
Hoy en día ya hay programas que te permiten evaluarte a ti mismo y detectar la cantidad de plagio y autoplagio que cometes, aunque no sea tu intención. Con esos sistemas de fácil acceso, los editores de revistas pueden evaluar tu artículo con base en millones de documentos y analizar qué tanto estás plagiando, e incluso autoplagiando. El plagio está perfectamente definido como la apropiación de ideas de otra persona sin dar el crédito respectivo y está tipificado como delito en muchos países. Hay que ser conscientes de que tener acceso a tantísima información de manera tan fácil y rápida conlleva sus riesgos. Adicionalmente, está el tema de las autorías injustificadas, entre muchos otros problemas de ética en la ciencia, como, por ejemplo, los conflictos de interés, esfuerzo y conciencia, la manipulación de datos o gráficos, los curricula vitarum con inexactitudes o falsedades de plano, o la elaboración de cartas de recomendación que engañan. Ya hoy en día la mayoría de las revistas te exigen que hagas un listado donde anotes la contribución específica que hizo cada uno de los autores al artículo. Antes era muy común que el director de una institución o laboratorio automáticamente fuera el autor de cualquier artículo que saliera de allí. Esto hoy en día es impensable. La definición universal para justificar una autoría es el aporte intelectual. Si no existe aporte intelectual significativo, una autoría hoy en día ya no está justificada.
Normalmente se considera que el sistema de publicaciones científicas ha sido diseñado para evitar las malas prácticas, pero, en cambio, parece estar derivando a un sistema generalizado de malas prácticas. Cuando uno observa el tráfico de favores que existe, o el proceder de algunos editores, que tienen mucho poder dentro de un sistema de revisiones pseudociegas, ¿no crees que los filtros de las revistas están siendo hackeados con demasiada facilidad?
Este tipo de problemas se podrían evitar generando una cultura de integridad científica y que arraigase en los nuevos cuadros [de árbitros], de modo que se nieguen a jugar ese tipo de juegos. Lo que pasa es que algunos de los editores de revistas, pero sobre todo muchos árbitros a los que recurren, no tuvieron una sólida formación en ética científica. Además, un problema añadido es que se han multiplicado las revistas electrónicas a tal grado que es prácticamente imposible vigilarlas. Algo que me maravilla es la creencia de que todo científico es un ser puro; eso es falaz. Nosotros somos parte de la sociedad y si tú te desarrollas en una sociedad enferma de corrupción –y ningún país se salva del problema–, uno vive rodeado de malos ejemplos. Pensar que las comunidades científicas son ajenas a eso es soñar. El tráfico de influencias se da en todos los ámbitos: ¿por qué no iba a darse también en el ámbito científico? Debido a que los científicos somos humanos, al igual que los empresarios o políticos, también es un hecho que algunos árbitros muy poderosos o poco éticos frenan artículos o propuestas de investigación de grupos competidores o en ocasiones los rechazan. Todos estos problemas se pueden resolver abriéndose a la crítica. Reconociendo que los procesos son perfectibles y pueden ser blindados contra las faltas éticas si se habla de ellas y se generan mecanismos en las universidades, institutos y empresas dedicadas a la investigación que garanticen que el personal está siendo formado y preparado para conducirse con estricto apego a principios de integridad científica e inteligencia emocional.
Pero es un fallo muy evidente. Muchas veces acaban revisando un artículo los que son criticados en él, lo cual genera un sesgo muy conservador. Es muy difícil introducir nuevas ideas o criticar a quien ha conseguido cierto dominio editorial, ya sea como editor o como revisor. También están los casos de revisiones evidentemente deficientes… A veces te acaba revisando alguien que no es precisamente un experto en tu campo, cuya opinión decide sobre tu trabajo tras muchos meses de espera. Es llamativo que no se explique en ningún lugar qué artículos debes revisar y, sobre todo, cómo hacerlo.
Exactamente, los árbitros de fútbol tienen academias de formación de nuevos cuadros, pero, ¿quién nos enseña a nosotros los científicos a ser buenos árbitros? Es una cuestión de transmisión cultural. Si tú no te tomas el tiempo de educar a tus estudiantes en el arte de evaluar proyectos y artículos, entonces van a hacer un mal trabajo. ¡Tenemos que institucionalizar talleres para formar los nuevos cuadros de evaluadores científicos! Tu servidor invariablemente rechaza revisar un artículo o propuesta de investigación si el autor principal es un ex-alumno o si es un «competidor» o si existe cualquier otro tipo de conflicto de interés. Muchas veces los editores o agencias financiadoras afrontan un grave problema de escasez de evaluadores con principios éticos arraigados por un tema de egoísmo. Una regla no escrita de la actividad dice que por cada artículo que envías a una revista deberías aceptar ser árbitro en otros tres, porque al menos dos colegas, en ocasiones tres, dedicaron mucho tiempo de calidad a evaluar tu artículo. Pero mucha gente es egoísta y argumenta que no puede hacer ese trabajo por estar «sumamente ocupados», aunque al mismo tiempo siguen enviando artículos a revistas y esperando que alguien los evalúe, asumiendo egoístamente que los únicos ocupados son ellos. Por eso es tan importante hacerles entender a los estudiantes que parte de su trabajo es arbitrar artículos o propuestas de investigación, no solo hacer investigación. Hoy en día la ciencia es un proceso permeado por la colaboración y la multidisciplinariedad. Si el joven científico no es formado adecuadamente, de forma que desarrolle su inteligencia emocional, se va a sentir abrumado por la carga de trabajo, y puede caer en la trampa de las faltas éticas.
«Es un hecho que algunos árbitros poco éticos frenan artículo o propuestas de investigación de grupos competidores»
De todos modos, aunque conocemos estos problemas, el sistema de publicaciones es muy inmovilista. Hay iniciativas, por ejemplo, para inscribir los experimentos antes de llevarlos a cabo, para hacer los datos públicos o para que las revisiones sean transparentes, lo cual es un tema polémico por una mezcla de pudor y de rechazo a responsabilizarse de las revisiones hechas. Pero no se observa que estas medidas se estén implantando, al menos no de forma generalizada.
Sobre este tema, tu servidor piensa que los arbitrajes deben llevar nombre y apellido. Pero regreso al tema de la inteligencia emocional: es muy difícil para alguien que no haya desarrollado esta inteligencia aceptar una crítica, y entonces se vuelve un tema de venganzas. Si tú hiciste un trabajo muy ético y profesional, pero la recomendación fue negativa, es muy probable que esa persona «afectada», si no desarrolló una inteligencia emocional para asimilar la crítica, te haga posteriormente una evaluación mala de tu proyecto científico o de tu artículo.
Pero para aplicar una ética parece que hacen falta dos factores que van ligados: control y motivación. ¿Quién cree que debería controlar éticamente a los científicos? Habría que evitar que la gente sea juez y parte.
En los EE UU existe la Oficina de la Integridad en la Investigación, que, por ejemplo, en el caso de la investigación biomédica, es el árbitro final. Son ellos los que están pendientes de que no haya faltas éticas. En principio estoy en desacuerdo con el dedo flamígero de la regulación: el riesgo es que la burocracia invada el ámbito de la investigación, que debe ser un ámbito totalmente libre del «estreñimiento espiritual» de los burócratas o de los horripilantes «hombres y mujeres grises», parafraseando a Michael Ende y su maravilloso libro Momo. Los científicos tenemos que autorregularnos desde el laboratorio y hacer que arraigue una profunda cultura de integridad científica entre nuestros estudiantes y colaboradores para evitar que los burócratas se transformen en jueces sobre ética.
Pero la autorregulación implica homogeneidad de valores y no parece ser esa la situación. ¿Tiene sentido dejar la ética en manos de una comunidad tan heterogénea como la científica? Hay quien puede comprender muy bien cómo funciona la ciencia, pero resulta que es mala gente y está ahí para explotar su posición.
Estoy totalmente de acuerdo, hay una heterogeneidad enorme incluso entre campos o entre culturas. He visto con muy buenos ojos este debate muy público en la prensa escrita y la televisión sobre el supuesto máster de la ahora expresidenta de la Comunidad de Madrid. El que no haya habido únicamente un enorme costo político para ella, sino que vayan a juzgar a los maestros que se prestaron a ese juego poco ético, es algo sumamente importante. Aplaudo a la sociedad española por haber llegado a ese punto de madurez, porque solo así se erradica el problema desde su raíz. Cuando la gente, incluyendo quienes participamos en la academia e investigación científica, nos demos cuenta de que el costo de cometer ese tipo de faltas es real, las cosas se van a regular solas. En el medio científico, los costos de cometer faltas éticas graves ya son altísimos si te atrapan. El problema es que a muchos no los atrapan o sucede muy tarde cuando ya ha habido mucho daño y el costo de repararlo es astronómico, tanto en dinero como en imagen.
«La ciencia de hoy necesita muchos menos egos y muchos más científicos convencidos de sus papel de cara a la sociedad»
Hay estudios psicológicos hechos por Dan Ariely y su equipo que indican que la gente tiende a mentir menos después de, por ejemplo, poner la mano sobre la Biblia. Pasa también con los ateos, porque hacerlo les recuerda que, aunque no sea ese, existe un código ético al que se adscriben. Quizás por eso sea importante mantener viva la llama de la ética, recordarlo continuamente, aunque sea un debate que aún no ha llegado a conclusiones sólidas.
Algo de lo que habla Paulina Rivero Weber, y aclaro que vuelvo a parafrasearla, es que, ante una falta ética, el individuo se falla a sí mismo. En México han eliminado una asignatura en el colegio que se llamaba «civismo». Eso es un error tremendo que repercute más adelante, porque uno tiene que aprender a caminar antes de poder correr: no puedes ser un científico íntegro y ético si antes no eres un buen ciudadano y no puedes ser un buen ciudadano si no eres mínimamente educado y te conduces con civismo por la vida. Los científicos necesitamos una formación integral y todo empieza por una cultura de servicio a la sociedad, no de culto al ego. La ciencia de hoy necesita muchos menos egos y muchos más científicos convencidos de su papel de cara a la sociedad de cuyos impuestos vivimos mayoritariamente. Hacer ciencia, ser científico, representa una gigantesca responsabilidad porque de ti depende que el conocimiento se incremente y las sociedades avancen y tengan una mejor calidad de vida. Si este conocimiento no fue generado apegándose a estrictos principios de integridad y ética científica, podemos hacerle un enorme daño a la sociedad y también podemos perder credibilidad de cara a esa misma sociedad. Ese es un riesgo que simplemente no podemos correr.