Si Google o Facebook fueran personas de carne y hueso, serían unos amigos empalagosos e invasivos. Nos cogerían el móvil sin permiso para revisar nuestros correos electrónicos y se copiarían la lista de contactos. Si les explicáramos que necesitamos comprarnos unas zapatillas nuevas o cambiar los azulejos de la cocina, entregarían sin consultarnos nuestro número a la tienda de zapatos y a la empresa de reformas más próximas. Si protestáramos por este hecho, nos responderían que solo querían hacernos la vida más fácil, y que expresando nuestros deseos habíamos dado nuestro consentimiento a esta friend experience. Pero ni siquiera serían amigos leales: si algún cuerpo de fuerzas de seguridad los interrogara, confesarían nuestros detalles más íntimos sin mucha resistencia. A nadie de nosotros nos interesaría mantener una amistad así. Pero el gran negocio de los datos nos ha quitado la potestad de tomar esta decisión.
En Privacidad es poder, Carissa Véliz, profesora de filosofía en la Universidad de Oxford, pone contra las cuerdas el capitalismo de la vigilancia. Nos explica su nacimiento, una tormenta perfecta conjurada, por un lado, por empresas como Google, que muy pronto descubrieron que la única forma que tenían de ganar dinero era vender los datos de sus usuarios a empresas que quisieran explotarlos con fines publicitarios. Por otro, por parte de las autoridades estadounidenses que, después de los atentados del 11-S, instauraron la vigilancia masiva a la ciudadanía con el pretedido objetivo de prever otros ataques. Dos décadas después, los resultados son claros: la hipervigilancia no ha terminado con los atentados terroristas y nuestras vidas han sido hackeadas por las grandes tecnológicas.
Véliz denuncia la acumulación masiva de información sobre cada uno de nosotros practicada por estas empresas y los peligros que inevitablemente conlleva: desde su venta o filtración a brókeres de datos –que disponen de una clientela muy variada, desde empresas aseguradoras a estafadores, pasando por gobiernos con poco respeto por la democracia– a su uso para configurar realidades virtuales paralelas que polarizan el panorama social y político, como en el caso de Cambridge Analytica. Tal como explica Véliz, la eficacia de los anuncios personalizados es muy dudosa: parecen aportar no más de un 4 % de interés adicional en los productos respecto a la publicidad no discriminada. Sin embargo, un 4 % de personas convencidas de votar un candidato y no otro, o de abstenerse, puede marcar el destino de un país.
Véliz también señala la responsabilidad de los gobiernos para establecer legislaciones estrictas que impidan a estas empresas acumular sin restricciones, y sin fecha de caducidad, nuestros datos. Y que, en caso de que tengan que recopilar algunos, se tomen seriamente la responsabilidad de protegerlos. Pero también nos incita a luchar por nuestra privacidad (revisar las configuraciones de los dispositivos, tener cuidado con lo que compartimos en redes, utilizar navegadores y apps seguras…) y a preocuparnos por ella desde la colectividad. Proteger nuestra intimidad es también proteger la de las personas que más nos importan.