Entrevista a Sydney Brenner

«Lo más importante es la motivación»

Impulsor del desciframiento del código genético y premio Nobel de Medicina 2002.

Aunque nacionalizado británico, fue en su Sudáfrica natal (Germiston, 1927) donde el científico Sydney Brenner, atraído por la pigmentación de las plantas, despertó su interés por el mundo natural y la experimentación. Una curiosidad creciente y una capacidad intelectual asombrosa, llevaron al joven a ser admitido en la escuela pública dos cursos por delante. Con tan sólo 15 años se matriculó en medicina influido por el sueño paternal de una familia humilde, donde los estudios de anatomía y fisiología le acercaron a las células y sus funciones. Pionero de una ciencia entonces inexistente, la biología molecular, la visualización de la estructura del DNA en 1953 marcó un hito en su carrera y el impulso hacia el desciframiento del código genético, su gran descubrimiento. El premio nobel de fisiología o medicina en 2002, compartido con John Sulston y H. Robert Horvitz, por sus descubrimientos sobre la regulación genética del desarrollo de los órganos y la muerte celular programada (apoptosis), lo reconoció de forma tardía como una figura excepcional en la biología y la genética. Actualmente, director científico de un laboratorio en la Jolla y otro en Singapur, Brenner ha recibido varios premios, como el Louis Jeantet de Medecine en Suiza, y honores, entre los que destacan el de la Sociedad Max Planck y el de la Academie des Sciences. A pesar de los títulos, prefiere que sus trabajos hablen por sí mismos.

La motivación es probablemente el elixir de juventud de Sydney Brenner, quien con 77 años, mantiene un entusiasmo vital hacia la investigación científica y un cerebro lúcido para llevar adelante una carrera llena de nuevos propósitos y falta de obstáculos, pese haber conseguido ya los máximos galardones científicos. Investigador rebelde, inconformista y reacio a las grandes teorías e ideas predeterminadas, su máxima aspiración ha sido siempre conocer el funcionamiento de la máquina más compleja: el cerebro. Lector infatigable, Brenner encontró desde niño en la divulgación científica y en la filosofía una fuente inagotable de conocimiento y, asimismo, la excitación para realizar sus primeros experimentos en el taller de calzado de su padre.

«Cuando formulo mis hipótesis, nunca creo hablar de cosas irreales o imposibles, espero que la naturaleza me lo confirme»

El espíritu inquieto y el ingenio del joven Brenner se mantienen intactos todavía en este científico de pequeña estatura y rostro anglicado, que se ha convertido en uno de los protagonistas excepcionales de la segunda mitad del siglo XX por sus descubrimientos del código genético. Sus ojos, enervantes y de un azul luminoso, transmiten la curiosidad con la que observa cuanto le rodea, y sus cejas, pobladas y erizadas, se levantan cuando exclama y cuando, de repente, susurra algún chiste ácido. Sus palabras son para el entrevistador todo un misterio, pues no es fácil adivinar con qué salida llena de humor crítico nos sorprenderá en su próxima historia.

Le apasiona hablar, pasar noches en vela discutiendo, dándole vueltas a nuevas ideas, preguntándose, respondiéndose, y gesticulando con sus grandes brazos que mueve torpemente. De hecho, considera su autobiografía, “Viure per a la ciència”, que han coeditado Bromera y la Universitat de València en su traducción al catalán por Juli Peretó, como una “biofonía”, una trascripción de sus largas conversaciones con el embriólogo Lewis Wolpert.

Acompañado de su bastón y sin sus características gafas de sol diminutas, nos espera en un sillón del hotel Astoria, donde se aloja estos días mientras imparte un curso magistral en la UIMP sobre cómo leer secuencias genómicas y presenta su autobiografía invitado por la Cátedra de Divulgación de la Ciencia de la Universitat de Valencia. Viste de forma americana: una camiseta negra y ancha, que le llega más allá de la cintura, pantalones de verano color tierra y náuticos marrones. Su llegada marca las siete en punto y nos recibe con trato agradable pero sin un apretón de manos, invitándonos a buscar un lugar más íntimo para evitar el bullicio de la recepción del hotel.

Foto: M. Lorenzo

En su libro usted se define como una persona autodidacta, que se ha ido formando a través de la lectura y la experimentación. ¿Qué papel juegan estas dos actividades en las nuevas generaciones?

Creo que la lectura y el ser autodidacta es una característica propia de mi generación. Es decir, aprender por ti mismo y tratar de experimentar con lo que te enseñan los libros. Sin embargo, los estudiantes norteamericanos de ahora son más cómodos y para aprender se limitan a hacer un curso académico especializado en alguna materia, o bien, lo tienen ya todo preparado en el ordenador. ¡Es una de las consecuencias de la industrialización de la ciencia! Todo te lo dan hecho.

Pero el verdadero científico tiene que trabajar en el laboratorio. En Cambridge y Oxford la gente empieza a trabajar de inmediato en el laboratorio, mientras que en Estados Unidos los jóvenes han de pasar por dos o más cursos de calidad, en los que los profesores se limitan a impartir sus clases, para poder comenzar a experimentar. No obstante, a los estudiantes que vienen a mis clases siempre les digo “es necesario que comencéis trabajando en el laboratorio”. Es fácil aprender una nueva materia por uno mismo, a pesar de que la gente crea que debe hacer un curso y estudiarla. De hecho, pienso que el interés de los jóvenes por la ciencia desaparece cuando los profesores les dicen “este es el temario, aquí están las preguntas”. Al principio, muchos niños están interesados por el mundo natural, pero al finalizar el colegio, pierden esta curiosidad porque se les ha dado todo hecho, y no se les mete en un laboratorio a trabajar.

Una de las diferencias que encuentro con mi generación es que la gente joven ha dejado de trabajar duro en el laboratorio, cuando en realidad es allí donde poco a poco adquieres una experiencia con los instrumentos, gracias a tu propia iniciativa, de la que también aprendes y sacas provecho.

¿Son el escepticismo, la curiosidad y la motivación las claves para llevar adelante la investigación científica?

Lo más importante para mí es la motivación. Si alguien viene al laboratorio y no tiene curiosidad en investigar, probar y experimentar, no me interesa. Tuve una vez un alumno en mi laboratorio, de origen argentino, que no estaba cualificado en la materia, pero siempre estaba preguntándome qué podía hacer y muy atento a lo que pasaba en las clases. Él es hoy un excelente científico. Sin embargo, no damos trabajo fácilmente a la basura norteamericana simplemente porque hayan cursado los cinco años de carrera. Lo importante es que estén motivados, y yo tengo un olfato especial para detectar quién tiene interés y quiere hacerlo bien.

«Los avances espectaculares vendrán del dominio de las estructuras del cerebro, de las que hoy en día no tenemos idea de cómo funcionan»

¿Es quizá este interés por experimentar y solventar problemas lo que le llevó a definir “la hipótesis no te preocupes” (Brenner, 2001)?

La “hipótesis no te preocupes” es una cosa interesante, porque te impulsa a seguir adelante sin impacientarte por los mecanismos. Mi ejemplo clásico ocurrió cuando, al ver la estructura del DNA, de repente pensé que las dos cadenas del ácido se desplegarían para copiar la estructura a través de enzimas. Sin embargo, mucha gente dijo que lo que yo estaba diciendo era absolutamente un error, puesto que era imposible que las dos cadenas se desplieguen.

No obstante, yo me dije “no te preocupes”, dejemos de lado ahora este problema, de un modo u otro lo debe hacer la célula. Y, de hecho, más adelante se encontraron las DNA helicasas y otras proteínas que realizan esta función de desplegar la doble hélice. Y es que cuando formulo mis hipótesis, nunca creo hablar de cosas irreales o imposibles, espero que la naturaleza me lo confirme.

Usted dice: “Me parece que es la gente que viene de fuera, que no ha estado instruida en una determinada manera de estudio, la que puede ver las cosas de manera diferente y puede dar un paso innovador”. ¿Es éste su caso en la biología molecular?

En la mayoría de ocasiones, el venir de fuera, como fue mi caso en la bioquímica, te permite trabajar mejor, ya que puedes olvidarte de las reglas y situaciones establecidas. De hecho, el <em>establishment</em> bioquímico nos veía, a los biólogos moleculares, como intrusos; nos decían que éramos bioquímicos que ejercíamos “sin permiso”. Yo ahora me doy cuenta de que los estudiantes inmigrantes, no formados en el sistema americano, como son los jóvenes provenientes de Singapur y Shangai, expertos en ingeniería y ciencia de los ordenadores, son realmente buenos porque tienen mucha práctica con las máquinas y saben sacarles provecho en el campo que desconocen, la biología. De hecho, apuesto a que son la futura generación que trabajará en este campo científico. No parten de opiniones ni de ideas preconcebidas y aprenden muy rápido. Si tuviera 20 años menos ésta sería la actitud que mantendría. Preguntar es lo mejor.

Foto: M. Lorenzo

¿Cual es el mejor incentivo para trabajar en ciencia?

Una vez un hombre me quiso llevar a su programa de televisión, que gozaba de gran audiencia, para que explicase porqué hacía ciencia, y yo le contesté, “déjame decirte, no es por el dinero, ¡es por las chicas!” (Ríe complaciente). “¿Lo dice en serio?”, me respondió asombrado. “¡Por supuesto!”, dije, “¿Quién no va a querer a un hombre de altas miras que trabaja para la humanidad?”. Al final, he de reconocer, no aparecí en el programa de televisión.

En serio, me gusta resolver problemas y la ciencia es una buena manera de hacerlo. Me motiva aumentar y hacer grande el conocimiento. Cada persona tiene diferentes motivos. Otros desean el éxito en la ciencia, pero creo que lo más interesante en la vida es trabajar en algo que te gusta. A un 95 por ciento de los científicos no les atrae la ciencia y lo que les satisface es el dinero que ganan, y que luego gastan al llegar el fin de semana en lo que realmente les interesa.

¿Qué supuso el Nobel en su carrera profesional y en su vida personal?

¡Nada! Ningún cambio. Es verdad, soy muy honesto. Una de mis quejas es que cuando ganas un Nobel tienes que hacer multitud de entrevistas, ¡es una perdida de tiempo! (Reímos juntos). Además, usted sabe que estos premios se entregan justo el día en que Alfred Nobel murió, alrededor de noviembre. En este sentido, creo que los médicos deberían haber planificado su muerte seis meses antes o después, ¡ya que en noviembre hace mucho frío en Estocolmo! En fin, ¡el Nobel ni siquiera mereció que descorchase mi Vega Sicilia del 64!

Su libro refleja su interés por la filosofía desde muy joven. ¿Qué papel tiene la filosofía en la ciencia?

Creo que una de las mejoras cosas que me ocurrió cuando estudiaba en Sudáfrica fue el curso de historia de la filosofía de la ciencia. Tenía una buena profesora que me transmitió el interés por el desarrollo del método científico y la estructura del conocimiento, en la que se deben integrar desde la medicina hasta la sociología. Lo más importante es unir todos los puntos de vista y tener un conocimiento integrado. Así como estudiar y saber también de humanidades. Creo que todos los políticos necesitarían pasar por este curso y estas ideas, aunque sea sólo durante el primer semestre.

De hecho, con la evolución progresiva de las tecnologías, pienso que quizás en el futuro el gran problema a tratar será la perdida de la filosofía del conocimiento. La filosofía es como el vino (Brenner presume de ser un gran amante de esta bebida), no se puede consumir rápidamente, sino que se debe degustar poco a poco.

La filosofía nos ayuda a los científicos a ser conscientes y pensar lo que estamos haciendo. Y por ello, creo que definitivamente se debería dejar más espacio para ella en los estudios de biología y en ciencia en general.

Muchos científicos se mantienen activos a edades en las que otros profesionales deciden retirarse. ¿Cual es el secreto de mantenerse tan joven y activo a los 75 años? ¿Es la investigación el elixir de la juventud?

No, yo creo que es ¡el ansia de sobrevivir! Lo más importante es continuar, seguir pensando qué puedo hacer, no quiero perder el tiempo. Es cierto que no me siento tan joven como antes, pero mientras mi cerebro esté lúcido y útil, las cosas funcionarán.

Foto: M. Lorenzo

El monográfico del número 44 de Mètode aborda el tema del envejecimiento. Algunos autores consideran el envejecimiento como parte del proceso del desarrollo del organismo. ¿Esta de acuerdo con esta afirmación?

Bueno… esto no es exactamente así. De hecho, creo que la idea del proceso de desarrollo del organismo y del envejecimiento es un fraude. En realidad, si hablamos en términos científicos, esta idea se debería convertir en un mito porque la evolución ha trabajado bastante duro para sobrevivir y desarrollarse y, como puede observarse, cada vez las generaciones son más jóvenes. Con el tiempo habrán tecnologías tan específicas que llegarán incluso a alargar la vida de las personas y borrar la idea de generación.

Además, EUA quiere empujarnos hacia la inmortalidad, que todos vivamos igual y para siempre, como si fuéramos dioses. Hay una opera, llamada “El caso Makropulos” de Leos Janácek, en la que la actriz protagonista es una cantante de opera que ha vivido ya más de 300 años gracias a un elixir que le confiere una extraordinaria longevidad. En un momento de la obra, otro personaje le pregunta: “¿Cual es el sentido de vivir si no puedes morir?”. Es una filosofía interesante. La muerte es la energía que te impulsa a vivir.

Valencia es una de las ciudades españolas donde los estudios con células madre han avanzado más. Sin embargo, se encuentra con el freno de la Iglesia Católica y algunos sectores políticos conservadores para seguir adelante. ¿Cual es su opinión sobre la clonación terapéutica?

La ética siempre ha justificado que hay ciertas personas que son víctimas y que hay una que detenta el poder: Dios. Pero, yo me pregunto, ¿dónde demonios está ese psicópata llamado Dios? Yo nunca lo he visto. Y si lo hay, sería un Dios en el que no se puede confiar porque, si se supone que tiene que protegerme, ¿cómo permite que millones de personas mueran cada día? ¿Será por qué no tiene suficientes existencias para todos? Quizá necesite más plantilla.

De todas maneras, no veo ningún problema en practicar la clonación terapéutica. No hay ninguna razón para no hacerlo, pues si establecemos que teóricamente se pueden realizar clones, siempre habrá alguien que vaya más allá y produzca clones reales. Realmente todo crece a través de cambios, y los cambios son los que hacen que las cosas vayan hacia delante. En un momento de cambio no se puede volver atrás. La gallina nunca vuelve a ser huevo. Estos cambios son naturales, por lo que la clonación no tiene porqué cobrar un aspecto cívico. Los animales ya practican esta clonación, como las salamandras, que hacen uso de las células madre mucho antes de que a nosotros se nos ocurriera pensar en la clonación.

«La idea del proceso de desarrollo del organismo y del envejecimiento es un fraude»

¿Cuales son las dificultades con las que se encuentran hoy en día las investigaciones genéticas?

Los bocazas, la gente que habla demasiado y hace poco. Creo que la investigación genética hoy se encuentra con multitud de oportunidades para hacer investigación, cuenta con tecnología punta y espectacular. Es un campo al que se le abre un nuevo significado, porque además de la fuerza de la ciencia, cuenta con el soporte de la tecnología.

¿En que área de la biología cree usted que se van a producir los avances más espectaculares del siglo XXI?

¿En este siglo? ¡Es demasiado pronto para vaticinarlo! ¡Sólo hemos recorrido el cinco por ciento del camino! Pero está claro que los avances espectaculares vendrán del dominio de las estructuras del cerebro, de las que hoy en día no tenemos idea de cómo funcionan. Éste ha sido y es el verdadero asunto. Mucha gente joven habla de estos estudios como el punto más interesante de la investigación actual, es decir, lograr entender cómo el cerebro está construido y cómo trabaja.

¿Pero qué quiere decir por espectacular? Espectacular para mí es lograr construir, ayudados de la ingeniería genética, el centauro imaginado por los griegos, un híbrido animal en el que hay una duplicación torácica y cuenta con la fuerza de dos pares de extremidades superiores. Sin embargo, me pregunto porqué los griegos no diseñarían ningún híbrido de mujer y yegua, y sólo prestaron atención a los machos. Es una especulación fantástica, pero nos da una visión más profunda de los posibles avances de la genética. No obstante, el problema de este siglo son los nuevos tipos de organizaciones que nos fuerzan a entender las cosas de una manera diferente, que tienen acceso a la manipulación genética, disponen de dinero para practicarla, y en realidad, responden a los anhelos de una nueva era.

Foto: M. Lorenzo

Es tanto el gusto de Brenner por la tertulia, que si no fuera por la presencia de mi libreta y el tedio que manifiesta hacia las entrevistas y el tratamiento periodístico de la ciencia, continuaría su discurso sin límite de tiempo. El doble significado de sus respuestas y la agudeza de su pensamiento nos revelan a un científico lleno de ideas geniales que poder plasmar. Su profunda motivación y olfato han abierto un nuevo capítulo en la interesante vida de este científico práctico y experimental, que dirige con perspectiva de futuro la empresa Lynx, dedicada a ofrecer análisis genéticos de productos e innovaciones a las industrias farmacéuticas, agrícolas y biotecnológicas. Su vida es, posiblemente, una entrega a la búsqueda infinita del conocimiento.

 

 

 

 

Brenner, S, 2001. My Life in Science. The Science Archive Ltd. Gran Bretanya. [Versió catalana de Juli Peretó, Alzira, Bromera.]

© Mètode 2004 - 43. Envejecimiento - Disponible solo en versión digital. Otoño 2004

Estudiante de Periodismo de la Universitat de València.