Conocí a Eduard Aibar hace unos años en un seminario en el Instituto López Piñero. La charla sobre el método científico, sus problemas y deficiencias me resultó muy interesante, quizás por ser la primera de esas características que escuchaba en el mundo académico. Y es que la trayectoria de este doctor en Filosofía, especialista en estudios de ciencia y tecnología, está basada en el criticismo más riguroso.
El libro que ahora nos presenta es un texto con muchas lecturas y ninguna de ellas es sencilla. Pero gracias a una redacción esmerada, a la estructura de los capítulos y al gran número de referencias que nos proporciona, podemos profundizar en todos los aspectos que debemos tener en cuenta para criticar de forma razonada lo que engloba el término innovación.
En el prólogo de la también filósofa Marina Garcés, ya podemos intuir algunas de las tesis que defenderá el autor y entender que esta lectura no nos dejará indiferentes. Porque esta necesidad de disrupción permanente que supone la innovación no es un valor en sí mismo, como se nos hace creer. Parece que cuestionar cualquier innovación se convierte en sinónimo de estar en contra del cambio, pero a lo largo de los diferentes capítulos podemos entender cómo el progreso y la revolución suponen mucho más que innovar.
La idea central que nos presenta Aibar es que la innovación ha dejado de ser un recurso independiente y se ha convertido en un mecanismo de poder, y el culto a esta intensifica otras fuerzas determinantes para las sociedades contemporáneas. El hecho de innovar tiene un rol protagonista, un valor supremo y casi obsesivo en nuestra cultura.
Tomando la tecnología como paradigma, la ideología de la innovación se centra principalmente en las novedades tecnológicas. Parece aceptado que la historia y la evolución de la tecnología son procesos autónomos influidos por una corriente a la que no es posible oponerse. Pero lo cierto es que la huella real de los avances tiene más que ver con su difusión y uso que con su novedad.
En el libro encontramos un capítulo sobre la génesis económica de este culto a la innovación, muy necesario para entender su relación con el neoliberalismo y la visión del mercado como productor del conocimiento. Relacionado con este aparecen dos capítulos especialmente críticos con el afán de crear emprendedores, que se presuponen innovadores, y con los gurús de la innovación, autoerigidos en «clase sacerdotal» de este paradigma neoreligioso.
Me parecen muy interesantes, por un lado, el capítulo dedicado a las «tecnologías eclipsadas» y, especialmente, aquellos donde se trata la innovación en los ámbitos educativo y científico. Porque debemos tener en cuenta los efectos de estas ideas en el tipo de conocimiento generado, en lo que el autor denomina «nuevo régimen de la producción del saber». Podría extenderme mucho en las páginas dedicadas a la «métrica de la ciencia» y a los efectos performativos de los indicadores cualitativos que actualmente condicionan las relaciones mercantiles del conocimiento, pero dejaré que lo leáis vosotros.
Libros como este son necesarios para entender nuestros vínculos con el mundo en que vivimos y, como dice Eduard Aibar, aprender de los errores actuales para poder imaginar y pensar de forma diferente.