«Los primeros seres que tuvieron conciencia del tiempo fueron asimismo los primeros en sonreír», escribe Vladimir Nabokov en Habla, memoria. Quizá fue así, pero para Dean Hamer la conciencia del tiempo lo que originó, más que la risa, fue un deseo irrefrenable de rezar. Según este prestigioso genético, miembro del Instituto Nacional del Cáncer, y un gran conocedor de los mecanismos neuroquímicos y etológicos de la especie humana, hay una relación directa entre el desarrollo de la conciencia y la espiritualidad. El libro El gen de Dios es una obra interesante. Aunque está escrito con un estilo muy directo, leerlo resulta apasionante. ¿De veras quiere que creamos que el misticismo tiene una base genética? ¿Habla en serio cuando sostiene que hay individuos mejor dotados genéticamente para las experiencias sobrenaturales que otros? Hamer ha localizado «un gen de Dios», es decir, una secuencia de nuestro material genético (concretamente el gen VMAT2) que predispone a las personas a la espiritualidad. Este gen codifica una hormona monoamina, que produciría en función de su abundancia experiencias de autotrascendencia y misticismo. Para demostrarlo ha trabajado con gemelos idénticos y bicigóticos, y la verdad es que los resultados son bastante esclarecedores, muestran que la herencia es importante en el momento de vivir o no la religión. Al menos mucho más importante que el ambiente social. Por tanto, creer en Dios podría ser adaptativo. Según Hamer, «uno de los papeles más importantes que juegan los genes de Dios en la selección natural es proporcionar a los seres humanos un innato sentido del optimismo». Un grupo de humanos con una mayor proporción del gen VMAT2 tiene mayores posibilidades de éxito biológico que otro desprovisto de este gen. También parece que la gente religiosa vive más tiempo (las estadísticas proporcionan siete años más de vida). Los resultados de este genético han sido muy polémicos: si bien para algunos «encontrar el gen de Dios es la prueba de que no existe Dios, que la religión no es más que un programa para engañarse a uno mismo», en cambio para los creyentes la presencia de estos genes místicos «es un signo más de la inventiva del creador: una forma inteligente de ayudar a los humanos a comprender y aceptar su presencia». Si Diderot o Voltaire levantaran la cabeza, quizá lo que más les sorprendería de nuestro tiempo es la potente vigencia del fanatismo religioso en todo el mundo. La Ilustración confiaba en el magisterio de la razón para vencer los excesos del poder y de la superstición. Pero, como advierte Hamer, «la espiritualidad viene de dentro», con sus exacerbadas consecuencias. En fin, un tema apasionante para el debate de ideas: ¿qué fue antes la risa o el miedo? ¿La superstición o la razón? Creo que Nabokov se llevaría una buena sorpresa. Sonreír parece no ser tan humano como rezar. Martí Domínguez. Director de Mètode. |
El gen de Dios |
© Mètode 2011 - 54. La especie mística - Contenido disponible solo en versión digital. Verano 2007