Tengo en los estantes un buen montón de antologías científicas: de escritos sobre evolución, de artículos pioneros de biología molecular, de literatura científica contemporánea… las hay para todos los gustos. ¿Qué tienen en común todas ellas? Que, de manera más o menos evidente, todas siguen un hilo argumental. Detrás de todas ellas hay una mente ordenadora que selecciona con un objetivo claro.
Una antología es el resultado del trabajo de un editor que selecciona textos que encajan con el discurso que quiere hacer. Es una forma de hablar por boca ajena: recoger apoyos a la tesis que defiende. Al fin y al cabo hay dos razones principales para preparar una antología: o bien se trata de definir un marco acerca de un tema o de proponer un canon de referencia. La definición de un marco permite enfocar más nítidamente los temas clave que tienen que guiar el debate en un campo del conocimiento. La propuesta de canon ayuda a identificar a los autores que tienen que ser la piedra de toque. Un canon nunca es inocente, y como prueba me remito a cualquier antología literaria. Ahora bien, en ciencia es más fácil llegar a un consenso sobre, pongamos, cuáles son los diez o veinte escritos fundamentales en la génesis de la biología molecular.
En literatura científica no técnica, sino de ensayo, los criterios son más arbitrarios. En su antología para Oxford University Press, Richard Dawkins incluyó casi exclusivamente escritores anglófonos, y es un criterio como cualquier otro. Cada año se publica una antología de la mejor literatura científica americana del año. En ningún caso se puede plantear reescribir el canon cada año, pero la acumulación de selecciones sucesivas acaba configurando un cuerpo de referencia. Hay una tercera razón para hacer una antología, y es poner al alcance de lectores contemporáneos textos poco conocidos, difícilmente accesibles, con un valor histórico firmemente establecido. Es en este tipo de antologías donde podemos encontrar textos de Galileo, Bacon, Piaget o Wegener. Quizá comercialmente no hay lugar para docenas de libros semejantes, pero sería un regalo para los lectores de lengua catalana acceder a los textos reunidos en Galileo’s Commandment (Blair Bolles, 1999).
A parte de acceder a la producción científica de tiempos o lugares antiguos, nos falta también el escaparate para los comunicadores locales contemporáneos. Es posible que nuestra producción de literatura científica no genere suficiente material para publicar una antología anual, aunque podría estar equivocado. Lo que es seguro es que sería posible una antología periódica (bienal, por ejemplo) que recogiese los esfuerzos más exitosos de nuestra comunidad comunicadora de la ciencia. No se me ocurre nadie mejor para promover esta iniciativa que la Associació Catalana de Comunicació Científica. Pueden contar con mi apoyo y, sin duda, con el de muchos otros lectores potenciales de este libro.
Referencias
Blair Bolles, E. (ed.), 1999. Galileo's Commandment: 2,500 Years of Great Science Writing. Holt. Nueva York.
Dawkins, R. (ed.), 2009. The Oxford Book of Modern Science Writing. OUP. Oxford.
Skloot, F. (ed.), 2011. Best American Science Writing 2011. Ecco. Nueva York.