Francis Crick decía que no hay ninguna forma de prosa más aburrida que un artículo científico. Doy fe de que tenía razón, y lo puede comprobar cualquier lector que hojee al azar algún ejemplar de, por ejemplo, las revistas Scandinavian Journal of Immunology o Cytogenetics and Cell Genetics. La mayoría de artículos científicos tienen una cantidad de lectores irrisoria. No es extraño, dado que raramente alguien lee un artículo científico por placer.
Con muy buen criterio, uno se puede preguntar: si la mayoría de artículos científicos no los lee prácticamente nadie, ¿cuál es la contribución de sus autores al progreso de la ciencia? Todos los que hemos hecho una modesta aportación –en mi caso, muy modesta– a la literatura científica hemos sentido la combinación de orgullo por la obra publicada y la sospecha de la futilidad de esta gloria. Nuestra esperanza es que aquel breve artículo que aclara algún punto menor de un tema secundario en uno de los miles de líneas de investigación posibles aporte un grano de arena. Ya sabemos que los granos de arena, en cifras astronómicas, pueden modificar paisajes.
Una descripción de esta esperanza se puede encontrar en La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset. Ortega explica que las aportaciones de científicos mediocres preparan el camino por donde, de vez en cuando, pasa un científico genial que desencadena el progreso de la ciencia. La carrera de prácticamente todos los científicos experimentales se basa en esta premisa porque, sin la convicción de que cada contribución cuenta, sería imposible conjurar la fuerza de voluntad necesaria para seguir una carrera investigadora.
Dos sociólogos, Jonathan y Stephen Cole, publicaron en 1972 un artículo sobre los resultados de poner a prueba la «hipótesis de Ortega». Los Cole encontraron que los científicos que publican artículos importantes se suelen basar en otros artículos importantes. Es como si hubiese dos categorías de artículos: los que hacen avanzar la ciencia, que son pocos y muy citados, y los que hacen avanzar las carreras de sus autores, que son muchos y poco citados.
Llevamos cuarenta años intentando rebatir los datos de los Cole, pero en el fondo nos tememos que tienen razón. Quizá el artículo científico sea un género que solo sirve para ir tirando, como algunas formas populares de literatura o de cine, pero con el desenlace anunciado en el título.
Referencias
Cole, J. R. y S. Cole, 1972. «The Ortega hypothesis». Science, 178: 368-375.
Crick, F. H. C., 1994. La búsqueda científica del alma. Círculo de Lectores. Barcelona.