Si hay una característica que la ciencia no tiene, esta es la oralidad. Gran parte de la actividad de los científicos está dedicada a hablar: en conferencias, reuniones, clases o discusiones informales. Y siempre tratamos de tener al alcance un trozo de papel o una pizarra. Porque, eso sí, la ciencia es visual. Quizá por eso la ciencia ha tenido muy poca presencia en el género literario oral por excelencia, que es el teatro.
Hay un precursor de teatro científico, que es el Diálogo de Galileo, si bien seguramente Galileo tenía más en la cabeza a Platón que a Aristófanes cuando lo escribió, y el diálogo es didáctico y no dramático. Los intentos de teatro científico son recientes: el siglo xx dio un puñado de obras con la ciencia como elemento central de la trama. Desde el punto de vista dramático, no cabe duda de que estas pocas obras han conseguido crear entre los espectadores la desazón del dilema. No hace falta saber nada de ciencia para entender las dudas morales de Galileo (de Bertold Brecht), los reproches mutuos de Bohr y Heisenberg (Copenhagen, de Michael Freyn) o el remordimiento de Fitzroy por haber facilitado el trabajo de Darwin (After Darwin, de Timberlaker Weterbaker).
Ahora bien, el resultado es más discutible desde el punto de vista del papel de la ciencia en el desarrollo de las obras. Claudi Mans argumenta muy bien –refiriéndose a la versión de Copenhagen que se presentó en el Teatre Nacional de Catalunya la primavera de 2011– que el contenido científico rebasa la capacidad del espectador medio, y le puede hacer perder algunos elementos centrales de la trama. Y es que, con pocas excepciones (como Oxygen, de Carl Djerassi y Roald Hoffmann), los autores no son científicos de formación, y centran su interés en los aspectos más humanos del conflicto, no tanto en la parte técnica que impulsa el conflicto.
El único ejemplo que conozco que rehuye el conflicto y el drama es una biografía de Richard Feynman (QED, de Peter Parnell). Según mis referencias, Alan Alda interpretaba a un Feynman humorístico basado en anécdotas de sus libros de memorias. Aquí tampoco entramos en los vericuetos de la electrodinámica cuántica que da título a la obra.
Cualquier intento de incorporar contenidos científicos a una trama dramática debe jugar con el equilibrio entre el contenido científico y el hilo dramático. Quizá hay que admitir que si el genio dramático solo aprovecha el conflicto y descarta la lección debe ser por una buena razón.
Bibliografía
Judson, H. F., 2001. «Enter Feynman, as clown». Nature, 410: 634.
Mans, C., 2001. «Copenhagen». Claudi Mans Blog Personal, 13 de mayo.
Sommer, E., 2006. «An Annotated List of Science & Math Related Plays Reviewed». Curtain Up. The Internet Theater Magazine of Reviews, Features, Annotated Listing.