¿Quién no ha intentado dibujar su árbol genealógico, preguntando a padres, abuelos y primas lejanas? Normalmente acabamos agobiados si conseguimos llegar a la cuarta generación, y es que la cantidad de ancestros aumenta en paralelo a la dificultad de identificarlos, al mismo tiempo que su influencia y su recuerdo se diluye. A pesar de eso, solo podemos mirar una ventana muy estrecha en el espacio, casi estática en el tiempo. El panorama es más complicado si viajamos a un pasado más lejano, quizá con la esperanza de encontrar algún personaje histórico a resaltar de nuestro linaje. Desde muy antiguo son comunes los matrimonios entre parientes próximos, lo que da lugar a un tejido muy enrevesado de genes que se mezclan y se refuerzan por varias vías hasta llegar a constituir los individuos actuales. Sin embargo, si pensamos que una de cada seis personas que vivieron hace más de ocho siglos no ha dejado descendencia que llegase a nuestros días, llegaremos a la conclusión de que cualquier personaje presente en el árbol ancestral de un europeo actualmente vivo seguramente es antepasado de todos nuestros contemporáneos de origen europeo. La existencia de tantos ancestros comunes demuestra que, en este lejano nivel de parentesco, todos somos miembros de una misma familia, independientemente de nuestros apellidos. Pero mientras que todos nuestros antepasados han contribuido igualmente a nuestros genes, solo uno lo hace con el apellido. ¿Qué relevancia tiene entonces este legado? ¿Cómo nos definimos como individuos sabiendo que nuestros ancestros más antiguos son comunes? ¿Qué rasgos, biológicos o culturales nos definen? ¿Cuáles son los mecanismos de herencia de estos rasgos, y cómo se explica su distribución entre las poblaciones humanas? La lengua es uno de los rasgos más complejos que caracterizan al ser humano y le aporta una identidad más persistente que su perfil genético. ¿Sería posible, pues, estudiando las semejanzas y las diferencias entre los idiomas actuales, inferir los acontecimientos que dispersaran a los seres humanos sobre la Tierra mucho antes de que estos hechos pudieran ser registrados por escrito? Con estas preguntas Susanna Manrubia y Damián H. Zanette nos invitan a reflexionar sobre la importancia que concedemos a la herencia cultural y biológica. Estos dos físicos de formación nos hacen cuestionar, con un tratamiento rigurosamente objetivo, cuantitativo y estadístico, la integridad y el significado de lo que recibimos de nuestros ancestros. Los autores demuestran que los hechos biológicos, demográficos y lingüísticos comparten similitudes que van más allá de la analogía. De lectura muy amena, el texto está repleto de viajes históricos que van desde el legendario Robin Hood, en plena Edad Media, a Felipe II, la China imperial o las ilustres familias del siglo xix. Es obvio que han gozado de largas discusiones y se han enriquecido con lecturas en varios ámbitos, y han querido hacernos partícipes de sus hallazgos con un gran esmero divulgativo. Su esfuerzo por hacer llegar al público general el resultado de sus investigaciones y reflexiones obtuvo un merecido reconocimiento con el Premio Europeo de Divulgación Científica – Estudi General 2012. Raquel Ortells. Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva (UV). |
Genes y genealogías |
© Mètode 2014 - 83. Los números de la ciencia - Otoño 2014