«Mercaderes de la duda» de Naomi Oreskes y Erik M. Conway

La ciencia bajo sospecha

Mercaderes de la dudas
Cómo un puñado de científicos ocultaron la verdad sobre el calentamiento global
Naomi Oreskes y Erik M. Conway.
Traducción de José Manuel Álvarez-Flórez.
Swing. Madrid, 2018. 
2018. 472 páginas.

Durante la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de EE UU, Donald Trump se refirió al cambio climático como un «engaño». Aunque después ha matizado sus palabras, sus actos no lo han hecho: una de las primeras consecuencias climáticas de su llegada a la Casa Blanca fue el anuncio de sus intenciones de abandonar el Acuerdo de París, y algunos de sus nombramientos en cargos de responsabilidad ambiental y científica han recaído precisamente en negacionistas del cambio climático. ¿Cómo es posible que un hecho que cuenta con el consenso de la comunidad científica desde ya hace décadas continúe generando controversia en algunos sectores de la sociedad? El libro que ahora ha traducido al español la editorial Capitán Swing responde a esta pregunta reconstruyendo de manera meticulosa la historia de cómo un grupo de científicos «combatieron las pruebas científicas y esparcieron confusión sobre muchos de los asuntos más importantes de nuestra época». Un libro clave para comprender la percepción pública del cambio climático y que incomprensiblemente no ha sido traducido al español hasta ahora, ocho años y un documental después de la publicación de su primera edición en inglés.

Los historiadores de la ciencia Naomi Oreskes y Erik M. Conway relatan en Mercaderes de la duda cómo se construye una campaña para introducir la sombra de la sospecha en la sociedad sobre un hecho que no genera ya dudas en la comunidad científica. Una estrategia que puso en marcha la industria del tabaco en los años cincuenta ante las evidencias de que fumar provocaba cáncer, y que se ha seguido utilizando en otras cuestiones como el agujero de la capa de ozono, la lluvia ácida y finalmente el cambio climático, siempre con intereses económicos o políticos detrás.

Ilustración: Perico Pastor

Las empresas de tabaco se dieron cuenta muy pronto de cuál era el camino para cuestionar las evidencias científicas que las ponían en una mala situación. «La industria del tabaco había comprendido que se podía generar la impresión de que había debate simplemente formulando preguntas, independientemente de que se conociesen las respuestas y no fuesen favorables a su causa», explican los autores. Sembrar la duda –mercadear con la duda, se dice en el libro– era suficiente. Años de ocultación de datos, de financiación de estudios y de creación de grupos de expertos afines que provocaron que en 2006 la industria fuera declarada culpable por tribunales estadounidenses de haber «ideado y ejecutado un plan para engañar a consumidores y potenciales consumidores» sobre los riesgos de fumar. Pero la táctica le había funcionado durante años gracias a centrarse en lo que la ciencia no podía demostrar y a obviar lo que la ciencia sí sabía con certeza.

Desinformación, confusión, ataques personales a científicos… En este proceso de difundir la duda, el trabajo de Oreskes y Conway señala a periodistas y medios de comunicación como una pieza clave en el tablero. El periodismo de declaraciones y la práctica de presentar siempre las dos posturas ante un tema como muestra de objetividad han ayudado a extender el escenario de la duda. Una equidistancia periodística que, si bien puede ser necesaria en otras cuestiones, cuando estamos ante hechos científicos lo que hace es poner al mismo nivel hechos consensuados por la comunidad científica con la opinión de un reducido grupo de científicos. Y en los casos que nos presenta el libro, este grupo ni tan solo tenía que ser especialista en la cuestión a tratar. De hecho, a menudo los mismos científicos que pusieron en duda que el tabaco producía cáncer serían los que años después cuestionarían las causas antropogénicas del cambio climático. Los nombres de Frederick Seitz y Fred Singer, junto a otros, van apareciendo a lo largo del libro en episodios diferentes pero asociados a las mismas prácticas.

«Mercaderes de la duda es un libro revelador que pone sobre la mesa la naturaleza de la desconfianza hacia la ciencia»

Es escalofriante comprobar las tácticas y la falta de escrúpulos que exhibieron a la hora de llevar a cabo estas campañas. Como el caso dudosamente ético en el que Singer incluyó la firma de Roger Revelle en un artículo en el que se afirmaban ideas que iban en contra de lo que este último –uno de los primeros científicos en hablar de causas antropogénicas del cambio climático– había defendido durante toda su carrera. O los ataques furibundos que recibió Ben Santer después de que este modificara su texto, incluido en el segundo informe del IPCC sobre las causas del cambio climático, siguiendo las evaluaciones de los revisores científicos. Un hecho que solo puede evidenciar dos cosas: o un total desconocimiento del funcionamiento del proceso de publicación científica o una intención de producir desconfianza con mala fe. Y viniendo de científicos que, al menos en sus inicios, participaron en proyectos científicos de primer nivel, no parece ser el primer caso.

En ocasiones, aunque sin justificarlos, los autores parecen querer ponerse en la piel de estos científicos, algunos de los cuales habían participado en el proyecto Manhattan y habían estado en activo durante los años de la Guerra Fría, que veían en la tecnología y el libre mercado los sinónimos del progreso y de la libertad. Cualquier cuestión que pusiera en duda estas máximas ponía en peligro su propia visión del mundo. Y en este sentido se dedicaron a atacar toda aquella ciencia que no les «gustaba», trabajando directa o indirectamente para intereses económicos y políticos.

«La duda es crucial para la ciencia […], pero también la hace vulnerable a la distorsión, porque es fácil utilizar inseguridades fuera de contexto y dar la impresión de que todo está por resolver», aseguran los autores. En este sentido, Mercaderes de la duda es un libro revelador, muy recomendable para científicos, periodistas y público en general, que pone sobre la mesa la naturaleza de la desconfianza hacia la ciencia. Y no solo por la necesidad de «saber», sino como un pilar básico de la democracia. Un estudio reciente publicado en la revista de la Asociación Europea de Salud Pública alertaba de que una conocida compañía de bebidas estaba financiando investigaciones que servían a sus intereses comerciales ante los esfuerzos por reducir el consumo de azúcar en la población. Una estrategia que si leéis Mercaderes de la duda os resultará extrañamente familiar, y nos hace reafirmarnos en la convicción de que conocer el funcionamiento de la ciencia es necesario ante las campañas interesadas que intenten «mercadear con la duda» en el futuro.

© Mètode 2018 - 99. Interconectados - Otoño 2018