¿Qué vería exactamente Galileo cuando a principios del siglo XVII dirigió su rudimentario telescopio hacia el cielo? ¿Y cómo pudo interpretar lo que veía? Son dos preguntas que se hizo Toni Pou, impulsado por un hallazgo previo: para Italo Calvino, Galileo era el prosista italiano más grande de la historia. Afirmar eso y, además, decir que Galileo había influido en Giacomo Leopardi le costó airadas críticas desde el campo literario.
La pregunta la quiso responder Toni Pou utilizando una réplica del telescopio. Y eso le llevó a una serie de experiencias vitales que empiezan en El Ripollès, siguen en Florencia y acaban en el desierto de Atacama. De tener en las manos el telescopio de Galileo, un cilindro de madera recubierto de cuero, de casi un metro de longitud y unos cuatro centímetros de ancho, pasa, al cabo de unos meses, a contemplar las lentes de ocho metros de diámetro del Observatorio Paranal, con 150 pistones que modifican continuamente su presión sobre diferentes puntos del vidrio flexible para eliminar la distorsión que provoca la atmósfera.
Si un dit assenyala la lluna no se limita a exponer estas vivencias. Se trata de una obra heterogénea que el autor aprovecha para muchas reflexiones. Como, por ejemplo, sobre la enseñanza universitaria: licenciado en Física, pero decepcionado con una carrera donde «en medio de aquel formalismo angustioso, no había ningún profesor que se preocupara por las preguntas fundamentales», empieza Filología, donde «nadie hablaba con precisión y la carencia de objetividad era el valor al alza».
Pou quería respuestas a preguntas muy complejas. Y por eso nos relata este viaje intelectual donde muestra unos intereses culturales muy amplios, que le permiten, por ejemplo, citar con pocos párrafos de diferencia a Kundera, a Nietzsche, a Darwin y a João Gilberto. Se trata de una obra muy bien escrita, en ocasiones con anécdotas y digresiones excesivas, pero perdonables, que nos hace pensar en cómo se elabora la ciencia, en su relación con el arte y con la religión, en qué ha podido pasar por la cabeza de los grandes descubridores y creadores, en cómo el mínimo detalle puede llevar a la reflexión más amplia y fecunda.
Antes de poder ver y tocar uno de los primeros telescopios de Galileo, Pou observa el dedo momificado del sabio toscano. «Era el dedo de un sabio que literalmente había señalado la luna –nos dice–, y yo no hacía más que mirármelo desde todos los ángulos en busca de no sabía muy bien qué». El conocido proverbio dice que cuando un dedo señala la luna, el idiota mira el dedo. No tan idiota, pensamos, porque aparte de contemplar el objetivo hay que saber si quien quiere que lo mires es fiable o si tiene segundas intenciones. Hablando de divulgación, si el dedo pertenece a Toni Pou, el objetivo es totalmente fiable y haréis bien de seguir su indicación. Quizás os ayudará a comprender lo que quiso decir Beckett cuando sugirió, como recuerda el autor, «que quizás se trata de incluir el fracaso en la esencia del proyecto, o de fracasar varias veces y fracasar cada vez mejor para no acabar llegando a ninguna parte». En ciencia, en arte y en literatura, el fracaso también es camino. Un camino, a menudo, hacia no se sabe muy bien qué