Para la gran mayoría de las personas, dormir en la cama a lo largo de la noche es una actividad placentera y relajante. No obstante, para algunos individuos esta actividad nocturna puede convertirse en una experiencia aterradora, sobre todo entre aquellos que desconocen la causa de lo que están percibiendo. Tanto es así que diversos sucesos paranormales, leyendas y relatos de miedo (como diferentes tipos de monstruos que aparecen en la oscuridad del dormitorio) han tenido, en realidad, su origen en el peculiar funcionamiento del cerebro durante la difusa frontera entre el sueño y la vigilia.
El sueño provoca importantes cambios en la actividad cerebral con respecto a los periodos en los que estamos despiertos. Por ejemplo, en la fase REM (caracterizada por movimientos rápidos de los ojos), surgen emociones, a veces intensas, y el lado más racional del cerebro, la corteza prefrontal, presenta un bajo nivel de actividad. ¿Qué implica esto? Que cuando soñamos, el área encargada de tareas cognitivas superiores y complejas está inhibida, lo que contribuye a la aparición de fantasías alejadas de la realidad y a la falta de coherencia y lógica típica de los sueños.
Esta peculiar actividad del cerebro lleva a que determinadas personas, en algún momento de sus vidas o de forma repetida (algo mucho menos frecuente), experimenten alucinaciones poco antes de entrar en el mundo de los sueños o al poco de despertarse. Estas percepciones irreales pueden ser táctiles, auditivas o visuales, y ser de lo más variadas y extrañas: sentir que alguien te agarra una parte del cuerpo, ver una presencia extraña en la habitación, escuchar susurros ininteligibles…
Como es de esperar, aquellos que pasan estas vivencias pueden llegar a sentir intranquilidad en el mejor de los casos y un gran terror en el peor, dependiendo de la naturaleza y la intensidad de las alucinaciones que se produzcan. En el limbo entre la vigilia y el sueño, estas personas son incapaces de reconocer en ese momento que lo que están percibiendo no existe, que son manifestaciones oníricas creadas por el cerebro que se infiltran en el mundo real.
Otro fenómeno angustiante que puede aparecer en el limbo entre el sueño y la vigilia, y que puede, además, asociarse con las alucinaciones (como si no fueran ya lo suficientemente terroríficas), es la parálisis del sueño. No es un suceso infrecuente: aproximadamente la mitad de la población ha experimentado este fenómeno en algún momento de su vida. Sin embargo, muy pocas son las personas que lo sufren reiteradamente.
La parálisis del sueño se produce cuando la persona acaba de despertarse de la fase REM del sueño o está entrando en esa fase, pero los músculos se encuentran relajados, como si estuvieran en plena fase REM. Esto lleva a que, durante unos tensos minutos (generalmente entre uno y tres), el individuo esté despierto, pero sea incapaz de mover cualquier parte de su cuerpo. Por suerte, al cabo de ese tiempo, la parálisis desaparece sin más problema.
Desafortunadamente, las experiencias traumáticas en torno al sueño no terminan con la parálisis y con las alucinaciones. En torno al 40 % de los niños y el 2 % de los adultos sufren terrores nocturnos, que aparecen durante la fase no REM del sueño, normalmente durante la primera mitad de la noche, y suelen durar en torno a diez minutos. Los terrores nocturnos son diferentes de las pesadillas, pues aquellas personas que los padecen no solo experimentan pánico y terror mientras duermen, sino que también pueden abrir los ojos y mirar fijamente, dar gritos y patadas, estar muy agitados y presentar agresividad. En ocasiones, los terrores se asocian con el sonambulismo. El lado positivo es que aquellos que experimentan terrores nocturnos no suelen acordarse de absolutamente nada a la mañana siguiente.