Ángela Bassano (Buenos Aires, 1968) ha insistido en que el arte no es racional sino emocional. Esto no supone que carezca de reglas o que no tenga relación con procesos técnicos. Lo decisivo es comprender que la esencia del arte es, radicalmente, poética, y que su «puesta en obra de la verdad» supone una fricción del mundo (la causalidad instrumental y aquello que está a la mano) y la tierra (la reserva oscura de sentido que es inagotable).

Desde hace años, esta creadora ha sido fiel a sus instintos y obsesiones, buscando, más que plasmar la realidad, dar rienda suelta al inconsciente, intentar sedimentar lo real, por recurrir a terminología lacaniana. Apasionada y curiosa, abierta a lo inaudito, Bassano no necesita recurrir ni a lo académico ni al literalismo de las «consignas» de cierto arte tan politizado cuanto subvencionado. Su trayecto artístico ha evitado los lugares comunes o las tendencias, buscando energía en lo que podrían calificarse como excavaciones introspectivas. En las primeras obras suyas que contemplé, hace ya años, me parecía que dominaba un peculiar impulso dibujístico como si estuviera desentrañando marañas mentales, trazando laberintos que no tenían nada de angustiosos. La misma artista indica que en su estética y comprensión vital del arte ha decidido dejar de lado lo sombrío e inquietante a favor de aquello que ofrece intensidad e impulso vital.
Penetrar en el estudio de Ángela Bassano supone comprobar, de inmediato, su ambición pluridisciplinar, la voluntad de no circunscribirse a un género, estilo o material. Da la impresión de que su imaginario fuera un irrefrenable juego combinatorio en el que distintos elementos van ensamblándose de forma diferente y divertida. El reciclaje y el bricolaje están aquí al servicio de un planteamiento postsurrealista (por retomar aquella concepción de la imagen que Breton citara desde Los cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont: «bello como el encuentro casual de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección») que no remite a una tropología metafórica sino que mantiene la atmósfera de lo enigmático.
En el Cubo del MuVIM de Valencia, en 2023, realizó una imponente instalación con el título «¿Qué corre por tus venas?». A propósito de esa intervención, Ángela Bassano decía que nunca sabía qué es lo que iba a crear exactamente, «y en el trabajo es cuando voy comprendiendo su significado; a veces lo entiendo incluso años después de haber terminado la obra». Pude disfrutar de esa pieza y, desde el primer momento, sentí que se trataba de un ejemplo perfecto de lo que Umberto Eco llamara obra abierta siendo, paradójicamente, un espacio casi cerrado herméticamente. El espectador tenía que moverse y buscar los huecos a través de los cuales se desvelaba fragmentariamente un interior fosforescente, como si estuviéramos investigando con un poderoso instrumento las conexiones neuronales. Ninguna «perspectiva» era más importante que otra: cada mirada reclamaba un desplazamiento, otro punto de vista que, literalmente, nos incorporaba a ese ámbito misterioso.
Ángela Bassano. Fuga, 2016. Técnica mixta sobre lienzo, 80 x 100 cm.
Bassano sedimenta o proyecta su fascinación por la luz, en una indagación que es, lisa y llanamente, «autobiográfica», sin derivar nunca hacia lo anecdótico. Lo que hace es «iluminar sus zonas oscuras», adentrarse sin miedo en lo desconocido, tensar su imaginación en pos de una forma dinámica de la serenidad. Podemos calificar, sin exagerar, como arte experimental el que realiza esta creadora, siempre y cuando entendamos que el experimento no es otra cosa que el modo en el que dotamos de sentido nuestra vida. Los circuitos y «anudamientos» de materiales plásticos que contemplamos alegorizan nuestras peripecias existenciales, y nos recuerdan que es, sin ningún género de dudas, más importante el proceso que el resultado, el trayecto que el destino final. El hermoso camino vital de Ángela Bassano es un juego de libertad y normas, de artificios que acaso no remitan a otra cosa que, como dijera Valery, «la profundidad de la piel».
En alguna ocasión, revisando las obras de esta creadora afincada desde hace años en Valencia, pensé que, a su manera, ha des-culpabilizado la noción de ornamento. Frente a aquel dogmatismo de la modernidad que convertía lo decorativo en delictivo, el posmodernismo estético permitió recuperar eclécticamente la historia y, sobre todo, recordarnos que las configuraciones ornamentales son antropológicamente necesarias. Ángela Bassano genera una pintura expandida que reinventa el sentido contemporáneo de la belleza. Sus formas burbujeantes, celulares, sinápticas, nos seducen e invitan a experimentar la vida como se acaricia una piel amada.