La ciencia a través del arte
Una conversación entre Cristina Junyent y Jaume Bertranpetit sobre dos disciplinas que se entrelazan
Desde que comenzamos a percibir nuestro entorno, aprendemos y aceptamos como natural que el conocimiento y el saber hacer humanos se estructura en distintas ramas. A medida que avanza el nivel de estudios, estas diferencias se hacen más notables. Pongamos como ejemplo la ciencia. Normalmente, durante los primeros años de colegio toda la ciencia se agrupa en la misma materia, y no es hasta que llega la educación secundaria cuando esta empieza a separarse: biología y geología, física y química… Más adelante, estas asignaturas volverán a dividirse, y la diferenciación y especialización en ámbitos temáticos más concretos aumentará exponencialmente en los estudios universitarios y, por supuesto, en las carreras de investigación. Esta manera de entender las áreas de estudio facilita que ciertas disciplinas se contemplen como naturalmente opuestas. ‘Ciencia y arte’ es el mayor exponente, cuyo binomio es percibido como intrínsecamente incompatible. No obstante, buena parte de la comunidad científica y de la artística abogan por derribar estas barreras que, más que organizar el mundo, impiden apreciarlo con la máxima riqueza de matices y detalles.
Sobre esta cuestión versó la conversación «La ciència a través de l’art», celebrada el pasado 26 de enero en el Espai Ciència del Octubre Centre de Cultura Contemporànea, en València. La charla, moderada por la periodista Reis Juan, contó con la presencia de la bióloga y comunicadora científica Cristina Junyent y el biólogo Jaume Bertranpetit. Ambos son coautores del libro Viatge als orígens: història biològica de l’espècie humana (Ed. Bromera, 1998), que fue galardonado con el Premio Europeo de Divulgación Científica Estudi General. La actividad se enmarca dentro del ciclo de ponencias «El nostre futur amb la ciència», que celebran los treinta años del premio de divulgación científica Estudi General de la Universitat de València.
El hilo conductor de la conversación fue la idea de que arte y ciencia son dos actividades intrínsecamente humanas y, como tal, tienen mucho más en común de lo que se piensa. La voluntad de explicar el mundo mediante estas disciplinas es una de las particularidades que nos diferencia de otras especies. Desde el punto de vista científico, Cristina Junyent y Jaume Bertranpetit exponían en su Viatge als orígens que la biología es una herramienta clave para explicar nuestra evolución como especie y, durante años, la modernización tecnológica ha facilitado este estudio. Pero, como apuntaron los ponentes, el arte también es esencial para ayudarnos a entender nuestra evolución.
Viajar en el tiempo: el arte en Altamira y el Sáhara
En este sentido, el arte prehistórico es una interesantísima fuente de información aun incompletamente explorada. En España, la cueva de Altamira es un espacio clave para entender la magnitud de la práctica artística en nuestra historia evolutiva. Las pinturas más antiguas datan de hace 33.000 años, mientras que las más recientes cuentan con 13.000; esto quiere decir que pasó más tiempo entre la primera y última pintura en Altamira que entre la última pintura y la actualidad. Por lo tanto, no puede concebirse este arte como un todo estático, como una etapa, sino como un proceso que refleja la evolución humana. De la misma manera que la biología y geología nos permiten viajar en el tiempo con el estudio del medio, el arte nos transporta a parajes hoy en día inconcebibles. En el Sáhara, las representaciones del arte paleolítico muestran un drástico cambio en la biodiversidad. Algunos de los dibujos más antiguos representaban, entre otros animales, hipopótamos, y a medida que estos dibujos avanzan en el tiempo, encontramos camellos inmortalizados, prueba del cambio en el clima de la zona, que fue secándose progresivamente.
Pero no todo está estudiado en el arte primigenio. Como señaló Jaume Bertranpetit, durante siglos se ha afirmado con convicción que los neandertales no crearon arte, y recientemente se ha demostrado que esto es falso. En la próxima década – afirmó el biólogo – esto se estudiará, y se demostrará que el arte es anterior a los humanos modernos, que seguramente aprendieron de aquel arte primigenio de los neandertales.
Una relación estrecha pero poco reconocida
Respecto a la visión impuesta de arte y ciencia como sujetos antagónicos, Cristina Junyent aclaraba que esta separación es relativamente reciente. Un ejemplo claro de cómo ambas disciplinas han convivido en armonía son los viajes de los naturalistas, que trataban de comprender y definir el mundo y la vida como un todo, combinando para ello el estudio científico y las representaciones artísticas del medio.
Pero no solo los naturalistas tendieron la mano al arte, también encontramos ejemplos en disciplinas aparentemente tan abstractas como la física. El mismo Albert Einstein mencionó en diversas ocasiones que elegía unas fórmulas y no otras por su belleza. Cuando se confirmó que su fórmula de la teoría de la relatividad general era correcta, una de sus primeras afirmaciones fue que no le extrañaba porque era una fórmula bonita. Otra fuente de belleza en la ciencia, explicó Cristina Junyent, es el atractivo casi poético de los enunciados de algunos principios básicos. Por ejemplo, el enunciado “la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma” tiene para muchos un encanto sobrecogedor. Si vamos más allá, podemos incluso extrapolar esta ley física al arte. Miguel Ángel, uno de los máximos exponentes del Renacimiento, manifestó en una famosa frase que, ante un bloque de mármol, él veía estatuas formadas, y únicamente tenía que eliminar las paredes de piedra que las aprisionaban para revelar al resto de ojos lo que los suyos ya habían visto. Así, para Miguel Ángel el arte no se creaba, simplemente se transformaba de invisible a visible a través de un trabajo de talla.
Las similitudes entre ciencia y arte van mucho más allá de ejemplos concretos. De manera opuesta a lo que popularmente se piensa, la práctica científica y la artística comparten muchas de sus bases. Ambas eligen datos, formulan preguntas, profundizan en algunos aspectos e incluso pueden formular hipótesis, siempre fundamentándose en un conocimiento anterior. Desde sus orígenes, arte y ciencia han servido para el mismo propósito: observar aquello que nos rodea, analizarlo y crear nuevas propuestas de conocimiento y maneras de entender el mundo.
En la actualidad, cada vez más, estas disciplinas se conjugan de diferentes maneras para interpretar el mundo. Naturalmente, existen infinidad de maneras de estudiar nuestro entorno, y a la hora de clasificarlas, es habitual hacer una distinción dicotómica: la subjetividad del arte y la objetividad de la ciencia, ámbitos incompatibles. Para Jaume Bertranpetit, el problema principal reside en la manera en la que se habla de ciencia y arte como si fueran dos fenómenos extraños, dos fuentes de conocimiento artificialmente construidas, y no como creaciones humanas en constante evolución y adaptación. Así, el biólogo propone «bajarlo todo al nivel mundano» y empezar a hablar de actividad científica y actividad artística. Si entendemos que el arte y la ciencia pueden tener gran importancia dentro de sus mundos llegaríamos muy lejos, sentencia.
Esto ya se ha puesto en práctica en diversos contextos, y el arte contemporáneo es bien consciente de que la ciencia tiene cabida dentro de su actividad. Por un lado, como tema e inspiración de las obras. Hoy en día, entre las interpretaciones que el arte hace del mundo, abundan aquellas que se acercan a la ciencia y utilizan sus conceptos. Por ejemplo, numerosos artistas dedican toda o parte de su obra a denunciar la pérdida de biodiversidad o la creciente emergencia climática. Por otra parte, la ciencia puede ser también una herramienta de trabajo, de igual manera que se utilizan pinceles o instrumentos musicales. En este sentido, una corriente artística disruptiva es la llamada bioart, que utiliza la biotecnología como herramienta para crear obras vivas a través de procesos biomoleculares. El máximo exponente de esta corriente es el artista Eduardo Kac, quien en su obra más famosa, El conejo de Alba, presenta un conejo modificado genéticamente con una proteína que le hace brillar en la oscuridad.
Algunas de las obras literarias y audiovisuales más famosas de nuestros tiempos han sumergido a sus autores en la investigación científica para garantir la máxima verosimilitud. En la literatura, Mary Shelley tuvo que estar muy atenta a los avances de su tiempo para escribir Frankenstein. En el mundo del cine, el ejemplo más clásico es Jurassic Park. Para conseguir representar a los dinosaurios de la manera más fiel posible, Steven Spielberg trabajó mano a mano con un equipo de científicos que le asesoraron. De hecho, se puede ver cómo conforme las entregas de la saga avanzan, los dinosaurios experimentan algunos cambios en su apariencia y comportamiento: esto corresponde a los avances paleontológicos que ocurrían a medida que se producían las películas. Otro film donde la colaboración entre artistas y científicos fue esencial es En busca del fuego, de Jean-Jaques Annaud.
De igual manera, la ciencia puede encontrar en el arte una aliada. En los últimos años, se ha evidenciado la importancia de la divulgación científica para acercar el conocimiento al público y hacer la ciencia más atractiva y accesible. Aunque las posibilidades son casi infinitas, el arte ha demostrado ser una manera muy eficaz de transmitir el conocimiento científico, especialmente mediante cómics o novelas gráficas. Gracias al atractivo que suscita en el lector y a la versatilidad para adaptarlas a distintos niveles de especialización, se han convertido en el medio perfecto para divulgar ciencia, independientemente de la edad o formación del público objetivo. Se trata – comentaron los ponentes – de una relación simbiótica, donde los dos colectivos se benefician mutuamente.
En la ciencia, como en el arte, es difícil proclamar sentencias absolutas. Casi siempre hay matices, variaciones o excepciones. Naturalmente, este principio se cumple también cuando se intenta definir la relación entre ciencia y arte, o hacer conjeturas sobre su futuro. Como la naturaleza de este enriquecedor encuentro, la relación entre ciencia y arte debe ser una conversación, un diálogo abierto, un proceso cambiante que continúe derribando los muros que durante mucho tiempo han separado estas prácticas.