Desde una perspectiva harto diferente, alejada de la frialdad abstracta y serial de Asins, descuella el trabajo poético y desconcertante de Carmen Calvo, que se ha aproximado a la ciencia desde un ángulo creativo que los cientifistas más estrictos (¡la ciencia trata de hechos, la poesía, de sentimientos!) no aprobarían pero que sin embargo ha sido explorado en las cátedras universitarias, verbigracia en la Universidad de Liverpool.
Las realidades y los deseos que emergen del cuerpo, de la anatomía humana, han sido y son uno de los ejes del proyecto artístico de Carmen Calvo. Me centraré en tres obras recientes, fechadas en 2012.
En L’étoile a pleuré rose (el primer verso de un cuarteto de Arthur Rimbaud, que destila misoginia), Calvo ha concebido una propuesta basada en un procedimiento dicotómico. La obra consta de una bandeja dorada (el color del poder, del lujo y del prestigio) y de un montículo blancuzco hecho de virutas de vela, cuya composición química procede de la parafina o de la cera de abejas. ¿De qué sirve tanto poder si a la postre somos materia perecedera, corrompible, parece decir la artista?
En Las fuentes de las mujeres clavadas en el suelo de vergüenza (otra cita rimbaudiana procedente de Las primeras comuniones), Calvo contrapone dos elementos: una foto anónima que representa a una mujer y un candado oxidado, que la artista ha situado sobre su boca. Aquí Carmen Calvo alude a la represión a que han sido sometidas las mujeres a las que se ha impedido hablar y expresarse. Mujeres que en ocasiones han sido tachadas de hechiceras (por sus supuestas malas artes), y perseguidas por inquisiciones de toda laya.
El proceder artístico de Carmen Calvo responde a asociaciones fortuitas (algunas de substrato surreal) y a metáforas visuales a veces asombrosas. En Se diría que un hada por aquí ya ha pasado (del poema de Rimbaud El aguinaldo de los huérfanos) ha partido del hallazgo azaroso en el rastro de Ginebra de una foto antigua que muestra a un grupo de muchachas chinas que se vuelven hacia quien, fuera de campo, las está fotografiando. Lejos de comportarse pasivamente estas mujeres miran, observan –recuérdese que Laura Mulvey ha estudiado el impacto visual y cultural de la escoptofilia–. En esta obra se da prestancia a estas miradas repetidas (las jóvenes ya no son objeto sino sujeto), a las que Calvo ha añadido dos probetas que contienen pigmento azul, el más preciado en el Renacimiento, como si quisiera unir dos tiempos distintos en una ciencia poética de la imagen. Y ello con la intención de decir bien alto que las mujeres siempre han estado presentes analizando el mundo.