La propuesta de Paco de la Torre, vinculada desde sus inicios a las prácticas neometafísicas o a la también denominada figuración postconceptual –expresión que el propio artista utiliza en el año 2012 en su tesis doctoral para aludir al fenómeno pictórico en el que enmarca su trabajo–, surge como hipotética respuesta a dos cuestiones básicas.
La primera de ellas, de carácter plástico, se relaciona con el campo semántico implícito a la noción que entraña el término postconceptual: ¿cómo enfrentarse al hecho de la pintura tras la eclosión del arte conceptual en cualquiera de sus múltiples derivas? Una cuestión que también podría reformularse, desde una perspectiva ontológica más descarada, en los siguientes términos: ¿qué decir y qué hacer con pintura cuando la pintura pinta tan poco y cuando quienes trabajan en este ámbito conocen ampliamente el discurso postduchampiano, dado que se han formado en él?
«La pintura de Paco de la Torre nos invita a descreer: a descreer del ‘dictum’ mediático y a recelar de lo sabido»
La segunda cuestión, por el contrario, resulta más compleja de articular en todo su alcance, ya que, desbordando el discurso estético, profundiza en el ámbito poliédrico de la ética y crítica cultural: ¿cómo pensar la imagen?, ¿cómo imaginar el pensamiento dentro de una iconosfera hiperreal definida por el sobreexceso mediático y el paradigma de la razón videocrática? Este pensar transversal al que se incita, podríamos reorientarlo parafraseando al Hördelin que Heidegger retoma en «¿Para qué poetas?», apuntando: ¿y para qué pintura en tiempos de penuria? Una pregunta que, situándonos frente al relato que impone la neosacralidad escópica –y que con fidelidad se ajusta a los tradicionales atributos de la divinidad: omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia–, nos está en último extremo invitando a cauterizar la videopatía dominante a través de una necesaria crítica de la razón mediática.
Ahora bien, si Paco de la Torre parte de estas cuestiones es porque considera que la práctica pictórica propicia, ante todo, una reflexión en torno a lo que vemos y, por ello, un análisis sobre lo visible, es decir, sobre lo que la imagen muestra y oculta. Y es que la pintura, como bien intuía Merleau-Ponty, nos ayuda a plantear una duda sobre lo que vemos y, por tanto, en torno a lo que la imagen, en la evidencia aparente de su mostración, nos impide ver.
En este sentido, las obras recogidas en este monográfico –con sus guiños paracientíficos habitados por neuronas, ojos multiplicados, péndulos oculares o ciborgs– indagan, al igual que sucede con el resto de su producción plástica, en un hecho: el cuestionamiento de lo que forzosamente se debe ver —es decir, el discurso de lo que deviene creíble y el relato de lo que se dice que en verdad es—. Debido a ello, la pintura de Paco de la Torre nos invita a descreer: a descreer del dictum mediático y a recelar de lo sabido, un saber que desde la literatura también se problematiza, dado que toda crítica deviene la insana lectura de lo institucional y, por ello, la necesaria escritura de la salud. Sin embargo, no nos engañemos. Un planteamiento de esta índole no implica la obligada deconstrucción del orden dígitoescópico existente. Y prueba de ello la encontramos en el propio trabajo de nuestro artista, un trabajo que persiste tenaz en el tiempo, puesto que sabe que su tiempo es perecedero y, acaso, imposible. Paradójicamente imposible.