COVID-19 y cambio climático

Desafíos y oportunidades para la recuperación económica

https://doi.org/10.7203/metode.12.18946

covid-19 y cambio climático

Este artículo repasa cómo ha afectado la COVID-19 al compromiso de cada país con el Acuerdo de París y la reducción de emisiones para mantener el incremento global de temperatura por debajo de los 2 ºC durante este siglo. Se señala que, conforme las naciones se vayan recuperando de estas crisis y si no se toman medidas adicionales, las emisiones de gases de efecto invernadero aumentarán de nuevo y volverán al camino habitual, como ya ocurrió al finalizar crisis anteriores. El artículo propone acciones a corto y medio plazo para reconstruir el sistema de forma diferente y ayudar a hacer frente al desafío global del cambio climático.

Palabras clave: economía, cambio climático, emisiones, COVID-19.

La historia hasta ahora

La COVID-19 plantea una crisis global sanitaria y económica sin precedentes. Desde que se detectó el virus a finales de 2019, se han producido cerca de 157 millones de contagios y más de 3,3 millones de muertes (World Health Organization, 2021).[1] Como consecuencia de las medidas tomadas para contenerlo, se paró –hasta cierto punto– la economía global. Durante este tiempo, las emisiones disminuyeron. El Global Carbon Project (2020) informa de una disminución del 7 % en las emisiones de gases de efecto invernadero en 2020, debido a la contracción de la demanda de transporte, viaje y energía. Si bien este es un cambio bienvenido en términos de cambio climático, todavía es necesario examinarlo en su contexto. El Informe sobre la brecha de emisiones 2020 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, en sus siglas en inglés) estima que, para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC, las emisiones tendrían que seguir cayendo un 7,6 % cada año durante los próximos diez años (United Nations Environment Programme, 2019). Estas cifras muestran la magnitud del reto que supone reducir las emisiones de estos gases. El importante colapso mundial conllevó una reducción de estas emisiones –a corto plazo– que sería necesario mantener durante los próximos diez años. Nadie quiere que la pandemia y las restricciones de movimiento asociadas a ella continúen durante la próxima década para alcanzar el objetivo climático: necesitamos una estrategia diferente para alcanzar los objetivos globales acordados.

«La crisis de la COVID-19 ha abierto nuevos caminos para una transición hacia un futuro con bajas emisiones de carbono»

También existen pruebas de que la caída en emisiones provocada por la pandemia se podría revertir a muy corto plazo, en parte porque el miedo al contagio hace que más personas eviten el transporte público (como ya se ha observado en parte en China; véase BloombergNEF, 2020) y en parte conforme se relajen las restricciones. A principios de abril de 2020, las emisiones diarias globales por el uso de combustibles fósiles fueron aproximadamente un 17 % menores a las de 2019, ya que los gobiernos ordenaron a la gente que se quedara en casa, los empleados dejaron de conducir sus coches al trabajo, las fábricas se pararon y las aerolíneas dejaron de volar (Le Quéré, Jackson, Jones, Smith, Abernethy, Andrew, De-Gol, Willis et al., 2020). Pero para mediados de junio de 2020, con la relajación de los confinamientos, las emisiones se habían recuperado hasta solo un 5 % por debajo de la media de 2019, de acuerdo con las estimaciones de los autores en una actualización (Le Quéré, Jackson, Jones, Smith, Abernethy, Andrew, De-Gol, Shan, Canadell et al., 2020). Las emisiones en China, que representan una cuarta parte de las emisiones de carbono a escala global, parecen haber vuelto a los niveles previos a la pandemia. Los autores del estudio se mostraban sorprendidos por la rapidez con la que habían repuntado las emisiones. No obstante, añadían que probablemente cualquier caída en el uso de combustibles fósiles relacionada con el coronavirus era temporal, a menos que los países se pusieran de acuerdo para tomar acciones conjuntas y limpiar sus sistemas energéticos y flotas de vehículos durante la lucha por reconstruir sus dañadas economías.

covid-19 and climate change

El colapso mundial provocado por la COVID-19 conllevó una reducción de las emisiones de gases invernadero –a corto plazo– que sería necesario mantener durante los próximos diez años. Pero hay evidencias de que esta reducción se podría revertir en muy poco tiempo. / Rawpixel

Al mismo tiempo, la crisis de la COVID-19 ha abierto nuevos caminos para una transición hacia un futuro con bajas emisiones de carbono. El descenso en el número de desplazamientos no implica necesariamente una caída en la productividad de la mano de obra; de hecho, según una encuesta realizada con mil compañías en el Reino Unido, se aprovecha el tiempo ahorrado en llegar al centro de trabajo, mientras que se reducen las emisiones de carbono (BBC, 2020). Las tensiones sobre los sistemas alimentarios provocadas por los problemas en el transporte de alimentos y las restricciones a las exportaciones introducidas por varios países han llamado la atención sobre las redes alternativas de suministro local, que dejan una huella de carbono menor. Fue necesario limitar las vacaciones, cada vez más dependientes de los viajes aéreos de larga distancia. Este tipo de viajes se sustituyeron, en parte, por «vacaciones en casa» o por nuevas oportunidades más cercanas. Todo esto acabará conforme llegue el fin de la pandemia, pero algunas de las semillas sembradas durante los confinamientos pueden ser la base para nuevos patrones de comportamiento menos intensivos en emisiones de carbono. En este texto, discutimos algunas formas de promover dicho cambio mediante la introducción de cambios en el comportamiento y otras medidas.

Qué debemos hacer

El camino hacia el futuro

La pandemia nos ha mostrado que, aunque la efectividad de la respuesta de cada país frente a esta ha sido diferente, a largo plazo las fronteras nacionales no pueden contener el problema y son prácticamente irrelevantes en cuestiones globales como la salud, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad. En lugar de seguir enfoques tradicionales de desarrollo, el camino en el futuro debería ser el de un desarrollo global basado en los análisis multiescala y que identifique dinámicas problemáticas entre países, ya sean grandes o pequeños, ricos o pobres (Oldekop et al., 2020). Este rumbo también debería priorizar el apoyo a empresas y agencias que promuevan una recuperación resiliente y económicamente justa (Stiglitz, 2020).

«Nadie quiere que la pandemia continúe durante la próxima década para alcanzar el objetivo climático: necesitamos una estrategia diferente»

El futuro requerirá planificar y ejecutar acciones a corto plazo, que cubran un período de un año, y también cambios más profundos a medio plazo que modifiquen el comportamiento humano y las estructuras que generan la producción y el consumo para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados por la Agenda 2030 de la ONU. Hay oportunidades reales para planificar una mejor recuperación que siente las bases de un desarrollo económico más limpio en los próximos años. A continuación se resaltan algunos elementos que consideramos esenciales.

Acciones a corto plazo

En el pasado, la recuperación financiera después de otras crisis ha sido muy intensiva en el uso de carbono y no ha prestado demasiada atención a otras preocupaciones ambientales. En 2009 las crisis financieras hicieron que las emisiones de CO2 cayeran un 1,4 %, pero al año siguiente, aumentaron un 5,1 %, mucho más rápido que el ritmo de aumento anterior a la crisis (Borghesi, 2020).

Para reactivar la economía, los gobiernos recurren a sectores en los que resulta fácil invertir, y estos a menudo son intensivos en carbono, como es el caso de la construcción y las aerolíneas. Para evitar esto, los estímulos fiscales deberían dirigirse hacia acciones que desvinculen la actividad económica de las emisiones de carbono y la pérdida de biodiversidad y que puedan transformar la economía a largo plazo. Existe el riesgo de que una recesión reduzca la inversión en innovación para la sostenibilidad y de que el aumento de la pobreza priorice beneficios más baratos y a más corto plazo. Otro riesgo que es necesario evitar está relacionado con la inversión en activos que producen altos rendimientos a corto plazo pero se estancan con las restricciones duras a las emisiones de carbono.

«Una razón para el optimismo es el potencial que existe para modificar la conducta aprovechando los cambios observados durante la crisis»

La OCDE apunta que, como mínimo, es necesario comprobar que las medidas adoptadas para la recuperación cumplen el criterio de primum non nocere con respecto al medio ambiente (Agrawala et al., 2020). Pero se puede esperar más de los gobiernos, incluso a corto plazo. Un grupo de investigadores de la Universidad de Oxford ha determinado que la inversión en capital natural para la resiliencia y la regeneración de los ecosistemas, incluyendo la restauración de los hábitats ricos en carbono y la agricultura respetuosa con el clima, tiene un efecto multiplicador a largo plazo y un impacto muy positivo en el clima (Hepburn et al., 2020). Economistas medioambientales de la Universidad Estatal de Colorado señalan tres políticas clave de coste cero que podrían apoyar el progreso de varios ODS y proporcionar incentivos para el desarrollo sostenible a largo plazo: permutas de subsidios para los combustibles fósiles, permutas de subsidios para la irrigación, y una tasa al carbono para beneficiar a los países menos desarrollados (Barbier, 2020). Otras inversiones que podrían reforzar la sostenibilidad son: las infraestructuras de energías limpias, las infraestructuras de conectividad limpias (por ejemplo, movilidad con bajas emisiones de carbono), la inversión general en I+D y la inversión en I+D en energías limpias y en educación. Ante la recesión provocada por la COVID-19, no es necesario que los gobiernos pongan en riesgo las prioridades económicas en aras de las medioambientales. Diseñando cuidadosamente paquetes de estímulo con bajas emisiones en carbono, se pueden abordar ambas prioridades al mismo tiempo. Existe una comunidad cada vez mayor y más influyente en el mundo empresarial que apoya estas medidas, y las inversiones en desarrollo sostenible refuerzan la creación de una economía verde.

La selección de paquetes de estímulo ecológicos debe encontrar el equilibrio entre los efectos multiplicadores a corto plazo y las implicaciones de las medidas de crecimiento sostenible a largo plazo. También es necesario tener en cuenta el alcance de estos beneficios «verdes». Strand y Toman (2010) afirman que las actividades con un mayor potencial de estímulo inmediato (sobre todo para el empleo a corto plazo) suelen demostrar tener efectos menos favorables sobre el crecimiento. Por el contrario, hay diversas actividades con fuerte impacto a largo plazo sobre el crecimiento y el bienestar que probablemente tengan efectos más limitados de estímulo a corto plazo. No obstante, la limpieza medioambiental, las inversiones en agricultura sostenible, la protección de los recursos naturales y la mejora general en eficiencia energética podrían suponer un estímulo positivo a corto plazo y también efectos ambientales a largo plazo. Algunos programas que incluyen estas dos perspectivas son la mejora de la eficiencia energética, la reducción de la congestión de tráfico, sistemas alimentarios más sostenibles y resilientes y cambios de ahorro energético en la estructura urbana; todos ellos pueden mejorar el crecimiento y, al mismo tiempo, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Strand y Toman repasaron los paquetes de estímulo implementados en 2009 en varios países y observaron que en los países en vías de desarrollo prácticamente ningún paquete tenía un componente medioambiental significativo. Algunos programas con medidas potentes de estímulo que se podrían implementar en la crisis actual en estos países incluyen medidas de eficiencia energética en los edificios (resistencia a los elementos) y la agricultura, que podrían producir ahorros significativos y apoyarse sobre todo en la fuerza de trabajo. Lo mismo ocurre con la actualización de los sistemas de transmisión de energía, que permiten reducir las pérdidas. Se ha producido un cambio en los patrones de consumo de energía que requiere ajustes por parte de la oferta. Los perfiles de consumo energético de los edificios, por ejemplo, han cambiado durante la pandemia de COVID-19, al igual que la demanda de los centros de datos y las redes virtuales. En consecuencia, muchos edificios no residenciales también han tenido que adaptar sus horarios de uso energético, pasando de operar a rendimiento completo a operar a rendimiento parcial, lo cual no siempre es posible con las estrategias de control existentes. El impacto energético de estos cambios sin precedentes –y si estos podrán mantenerse después de la crisis– aún está por ver (IEA, 2020).

El potencial de las inversiones verdes en general es enorme. Como indica el Panel Internacional de los Recursos (International Resource Panel, 2020), es técnicamente posible y comercialmente viable alcanzar aumentos de entre un 60 y un 80 % en eficiencia energética y de consumo de agua a escala global en sectores como la construcción, la agricultura, la alimentación, la industria y el transporte. El ahorro que supondría esta mejora en eficiencia llegaría a 2,9-3,7 billones de dólares en 2030. Una inversión de cerca de 900.000 millones de dólares podría llegar a generar entre 9 y 25 millones de empleos. Sin embargo, el acceso a la financiación para poder acometer estas inversiones, especialmente las que también aborden otras cuestiones sociales o medioambientales, seguirá suponiendo un desafío.

Cambios a medio plazo

Perspectivas de cambio estructural

Afortunadamente, el discurso sobre el futuro pos-COVID reconoce los inmensos desafíos a los que se enfrenta el mundo, pero presenta perspectivas esperanzadoras de reconstruir un mejor sistema en los próximos años. Desvincular la actividad económica de las emisiones de gases de efecto invernadero requiere innovación tecnológica, así como políticas que incentiven las energías renovables, la eficiencia energética y las industrias basadas en los servicios y desincentiven sectores que realizan un uso intensivo de la energía. Tanto los gobiernos como las agencias internacionales y los investigadores ven la crisis como un punto de inflexión que puede acelerar esta desvinculación y realizar una transición hacia un futuro con pocas emisiones de carbono, para reequilibrar y transformar nuestras economías y hacerlas más inclusivas, sostenibles y resilientes y también para mejorar en general nuestros esfuerzos para cumplir los ODS.

Una razón para el optimismo es el potencial que existe para modificar la conducta aprovechando los cambios observados durante la crisis. Como se ha señalado en la introducción, la adaptación al teletrabajo ha sido rápida, y hemos visto mejoras en tecnología y una apreciación general de los beneficios que esta conlleva. A medida que reabren las economías, cabe esperar un retorno a la normalidad de antes de la crisis, pero también se producirán cambios permanentes en el comportamiento. Una estimación especulativa es que una tercera parte de la mano de obra de todo el mundo mantendrá el trabajo remoto al menos parcialmente (Global Workplace Analytics, 2020). Se puede apoyar este cambio con medidas para que los espacios de trabajo en casa sean más eficientes en términos digitales.

La otra razón para ser optimista es el fuerte apoyo público a un cambio de dirección, incluso en el mundo empresarial. Por ejemplo, 206 grandes empresas se han dirigido al gobierno del Reino Unido para pedir un plan de recuperación económica que priorice la acción climática. Empresas como Mitsubishi, Coca-Cola, Unilever y Siemens han confirmado su apoyo a esta iniciativa, y otros firmantes notables incluyen empresas de sectores intensivos en carbono como BP, la productora de cemento CEMEX, el aeropuerto de Heathrow y Shell (Costa Figueira, 2020).

El cambio de concepto sobre qué debe comportar la recuperación puede ayudar a visibilizar la agenda medioambiental en las discusiones en el seno de la UE. En una reunión el 23 de junio de 2020, los ministros identificaron prioridades de inversión que puedan crear o mantener empleos, estimular la economía y lograr reducciones de emisiones de cerca del 55 % para 2030 (mayores que la meta del 40 % para 2014). Los líderes europeos negociaron la financiación definitiva de la recuperación y el presupuesto de la UE para el período 2021-2027 durante el verano, con la intención de estimular la economía y lograr reducciones de emisiones más contundentes. Desde 2014, existen opciones tecnológica y económicamente más viables para alcanzar este objetivo tan alto. Los avances tecnológicos en energía y transporte por carretera y una rápida caída de los costes de la energía solar y eólica posibilitan alcanzar la meta climática del 65 % de reducción para 2030 (Hainsch et al., 2020). El 96 % de la capacidad de producción del carbón en la UE ya es más costosa que las renovables, y la COVID-19 ha empeorado sus dificultades económicas. La agenda verde conlleva un cambio de paradigma que pase del crecimiento convencional como principio guía de las políticas hacia uno que busque promover el crecimiento verde y sostenible.

Promover estilos de vida bajos en carbono

El potencial para una transición más rápida hacia una economía y una sociedad con menos emisiones de carbono y el impulso que recibe a causa de la pandemia ya se han dejado notar. Además, en vista de los rápidos cambios en el entorno externo, la transición debe centrarse en la resiliencia de las instituciones y la sociedad frente a futuras perturbaciones.

Es esencial aprovechar estas fuerzas positivas para crear un futuro mejor. El grado de arraigo de estas adaptaciones del comportamiento tras la crisis dependerá de las decisiones políticas que se tomen durante el periodo de recuperación, así como del alcance y la severidad de las medidas de confinamiento. En gran medida, las acciones deben reforzar el excelente trabajo de los gobiernos y las agencias internacionales en la promoción de la transición hacia una sociedad con menos carbono, el cambio hacia sistemas alimentarios más sostenibles y otros ODS.

COVID-19 y cambio climático

La limpieza medioambiental, las inversiones en agricultura sostenible, la protección de los recursos naturales y la mejora general en eficiencia energética podrían suponer un estímulo positivo a corto plazo y también efectos ambientales a largo plazo. En la imagen, capacitación de mujeres para la ingeniería solar en la India. / Foto: UN Women/Gaganjit Singh

Hasta ahora, un obstáculo clave para implementar la transición hacia una sociedad baja en carbono y más resiliente ha sido la justicia económica: son pocas las personas que trabajan en sectores intensivos en carbono y que saldrán perdiendo en la transición, en comparación con los que saldrán ganando. Pero a menudo son personas vulnerables y las opciones alternativas de ganarse la vida no son fáciles de encontrar. La COVID-19 ha expulsado a millones de sus trabajos, y el desempleo será un indicador clave durante la recuperación. Además, la pandemia ha aumentado la desigualdad económica y sanitaria a escala nacional (Blundell et al., 2020) y entre los países ricos y pobres (como ya había ocurrido con epidemias anteriores) (Furceri et al., 2020). Las causas de estos efectos fueron: a) una pérdida de empleo que fue más severa para los grupos de población con menores ingresos y educación más básicas, y b) un aumento de la deuda de los hogares más humildes, mientras que los hogares más acomodados, de hecho, aumentaron sus ahorros.

«Algunos programas que incluyen estímulos a corto plazo y mejoras a largo plazo pueden mejorar el crecimiento y, al mismo tiempo, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero»

La implicación es que debemos tener cuidado con los efectos distributivos en las políticas implementadas para acercarnos a una economía con menos emisiones. Un ejemplo es la promoción del teletrabajo para reducir las emisiones relacionadas con el transporte. La investigación ha demostrado que la proporción de empleos que se pueden realizar desde casa depende en gran medida de los ingresos de cada país: en las áreas urbanas, la proporción es de solo un 20 % en los países pobres, en comparación con el 40 % de los ricos. Este resultado está impulsado sobre todo por el predominio de trabajadores autónomos en los países con bajos ingresos. Además, muestran que el nivel educativo, la situación de empleo y la riqueza de los hogares se asocian positivamente con la posibilidad de trabajar desde casa, lo que refleja la vulnerabilidad de varios grupos de trabajadores (Gottlieb et al., 2020). Por lo tanto, será necesario complementar las medidas de promoción del teletrabajo con otras que mejoren el acceso a la infraestructura que lo hace posible.

Una segunda política que se podría promover para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es el comercio de proximidad, en lugar de comprar de lugares lejanos y transportar los productos largas distancias, pero para los países en vías de desarrollo que exportan productos frescos (incluyendo fruta, verduras y flores) esta política puede ser devastadora; además, podría no reducir las emisiones si tenemos en cuenta todo el ciclo de vida de las emisiones. Las inversiones en sistemas alimentarios deben realizarse de acuerdo con evaluaciones del ciclo de vida y análisis de impacto económico. En tercer lugar, la pandemia ha provocado un gran impacto laboral. Las industrias verdes no podrán contratar trabajadores en paro si no se introduce un programa sólido de readaptación y reubicación.

En resumen, la recuperación económica después de la pandemia ofrece una oportunidad única para transformar y reducir el gasto energético de nuestra economía. Los estímulos a corto plazo y las políticas a medio plazo deben asentarse en un marco que tenga en cuenta las implicaciones a largo plazo de las metas climáticas y de desarrollo sostenible, que desvincule la actividad económica del consumo energético, y que aborde las desigualdades e injusticias que han surgido durante la crisis y que aparecerán en la transición pos-COVID.

Referencias

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© Mètode 2021 - 110. Crisis climática - Volumen 3 (2021)

Economista de recursos. Actualmente trabaja como profesor distinguido de Ikerbasque (Basque Foundation for Science) en el Basque Centre for Climate Change (BC3), Leioa (España) y como profesor honorario de Economía en la Universidad de Bath (Reino Unido). Fue autor principal en el tercer, cuarto y quinto Informe de evaluación del IPCC sobre el cambio climático y el Informe especial sobre calentamiento global de 1,5 °C. Entre 2014 y 2015, presidió la Asociación Europea de Economía Medioambiental y de Recursos.

Director General de TMG – Think Tank for Sustainability, Berlín (Alemania). Ocupó el cargo de Secretario de Estado del Ministerio de Protección al Consumidor, Alimentación y Agricultura de la República Federal de Alemania y de subdirector general de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Desde 2014 hasta 2018 lideró el proyecto de la UNEP: «The Economics of Ecosystems and Biodiversity for Agriculture and Food» (TEEBAgriFood).

Economista de recursos naturales y gerente de la Unidad de Economía de los Servicios Ecosistémicos (TEEB), Rama de Biodiversidad y Territorio de la División de Ecosistemas del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), Ginebra (Suiza). Anteriormente, trabajó como consultor en el Centro Mundial de Vigilancia de la Conservación (WCMC) y llevó a cabo la evaluación del servicio de los ecosistemas para la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (IUCN).

Consultora técnica de la Unidad de Economía de los Servicios Ecosistémicos (TEEB) del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), Nueva Delhi (India). Antes de unirse a la UNEP, trabajó para el Instituto Nacional para la Transformación de la India (NITI Aayog) y el Ministerio de Medio Ambiente, Bosques y Cambio Climático de la India. Es doctora en Economía Internacional por la Universidad Nacional de Yokohama (Japón).

Director de la Unidad de Economía de los Servicios Ecosistémicos (TEEB) y coordinador general de la Unidad de los Servicios Ecosistémicos del Programa de les Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), Ginebra (Suiza). Antes de unirse a la UNEP, fue director del programa de Máster de Economía Ecológica de la Universidad de Edimburgo (Reino Unido).