El paisaje del cemento

Calas y turismo en las islas Baleares

turismo

La oleada urbanizadora que llegó a las Islas Baleares desde mediados del siglo XX de la mano del turismo transformó enormemente el litoral de las islas. Los rincones donde antes crecía el coral y la espiga blaibonetianos se han turistizado. Este proceso generalizado en las Baleares, y en general en la costa mediterránea, ha afectado también directamente el paisaje de las calas.

Muchas calas, caletes, calons, barrancos y torrenteras que desaguaban en el mar, dejadas de la mano de Dios durante siglos, si no era para utilizarlas de amarraderos o resguardar barquichuelas amarradas a su muerte o protegidas en sus alcobas y varaderos, se han convertido, por arte y gracia –o desgracia– del turismo y la urbanización, en parajes abigarrados. Ahora están repletas de edificios y de gente que aprovecha sus arenales, arenalets, macars y codolars (playas de bolos o guijarros) para entrar en el mar.

«Muchas calas ahora están repletas de edificios y gente que aprovecha sus arenales, arenalets, macars y codolars para entrar en el mar»

Este ciclo que se inició de manera generalizada durante los años cincuenta del siglo xx ha provocado que las calas de las Baleares se tengan que clasificar dentro de una amplia gama que va de las calas vírgenes –es un decir– hasta las calas completamente urbanizadas. De los cantos de poetas de antiguos ecos griegos, llegamos a las canciones de los conjuntos de música pop de mediados del siglo pasado pregonando que «Paisajes lindos tiene Mallorca» o «Majorca Paradise of Love».

Todo sea para que se pudiese visualizar el paso de la pobreza, digna si tanto se quiere, a la riqueza aparente generada por el ocio de los europeos que buscaban y buscan en nuestras islas sol y playa a buen precio. Muchas calas pasaron de estar entre el coral y la espiga blaibonetianos a estar entre la crema de untar para broncear cuerpos y el trujal de la gente pisoteando los lirios de mar. «Daños colaterales», lo llaman ahora.

La cala, recurso turístico

De los 1.428 kilómetros de costa de las Islas Baleares en su conjunto (623 de Mallorca, 299 de Menorca, 238 de Ibiza, 85 de Formentera, 40 de Cabrera y 142 del resto de islotes), un 10 % arriba o abajo son playas arenosas o de gravas y guijarros. Son los lugares más accesibles al mar para los bañistas, una de las partes fundamentales del conjunto sol, mar y playa, principales recursos de atracción turística. Los otros recursos, como la cultura o el paisaje, se ha demostrado a lo largo de más de cincuenta años de experiencia de turismo de masas que son más prescindibles.

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Desde los años cincuenta, las calas han vivido progresivamente un periodo de turistización, con la proliferación de construcciones y con la masificación de bañistas en sus arenales. En las imágenes, calas de Mallorca. / Miguel Lorenzo

En el caso de las calas, más allá de su problemática geomorfológica ligada casi siempre a los modelados calcáreos, la anchura, la penetración profunda o no del mar, sus fondos colmatados por sedimentos, sus orillas con paredes más o menos verticales formando barrancos –genéricamente y resumiendo, por su posible uso residencial o turístico– son un lugar colonizado por el turismo desde sus inicios. Al sur de Menorca encontramos calas (Macarella, Macarelleta, Santa Galdana) en una costa abrupta que solo permite playas en las bocas de los barrancos, torrenteras secas casi todo el año. Por ello, el acceso físico a las calas condiciona, en un principio, no tanto en la posterioridad, el uso turístico o residencial. Mejor si son más abiertas (como cala Bona o cala Millor, en la frontera del llamado sistema de playa-duna), o si no son tan altas, como cala Montdragó, badiola con cinco subcalas, que sí que son muy cerradas, como el caso paradigmático de cala Pi, en la marina de Llucmajor.

El turismo ha provocado un proceso de transformación a través de la urbanización de la costa donde se concentra la oferta turística. Este proceso ha conducido a la creación de los espacios turísticos de litoral donde se encuentran los recursos ambientales –el paisaje, el mar, la playa (las playas de arena blanca son las mejor valoradas turísticamente)– a los que se ha añadido la estructura socioeconómica para acoger a los turistas (hoteles, apartamentos y otros tipos de residencias) más toda la oferta turística complementaria (restaurantes, bares, discotecas, tiendas). Se ha creado así lo que se ha etiquetado como modelo turístico de sol y playa, que ha ido evolucionando a lo largo de los años.

Las zonas turísticas resultantes, sin embargo, no son exactamente iguales. Unas por el origen anterior no turístico –aunque posteriormente se especializan–, como por ejemplo las colonias decimonónicas de repoblamiento agrario (puerto de Manacor, colonia de Sant Jordi, de Sant Pere, de Son Serra de Marina…). De los núcleos creados ya con finalidad turística, de veraneo o residencial (después todo se mezclará de manera desordenada), una parte provienen de un primer desarrollo de antes de la guerra civil (Cala d’Or, Cas Català, Palmanova…), otros surgen en los años cincuenta y después, ya en los años setenta, asistimos a un nuevo impulso. Todo esto aparte de los núcleos antiguos e históricos, como la propia ciudad de Palma, Mahón, Ciudadela o como cala Rajada, usados desde antiguo con fines portuarios, como Sóller o el puerto de Andratx. Ya a partir de 1920 surgen cerca de Palma, como en el caso de la Ciudad Jardín del Coll d’en Rabassa, pero también Cala d’Or, Palmanova (nombres inventados, como muchos otros), Portals Nous, Santa Ponça o S’Illot en cala Moreia. Algunos de estos lugares son calas de facto o como nombre propagandístico.

«La colonización turística aprovechó las calas desde el primer momento con hoteles, residencias turísticas y urbanizaciones de segunda residencia»

A partir de los años cincuenta surgen más promociones residenciales, embrión de futuras zonas de turismo masivo, zonas urbanizadas a través de unos ejes y una plaza próximos a la playa. Es el proceso de crecimiento turístico en lugares exnovo, pero no olvidemos que en algunos sitios se encarrila también a partir de antiguos núcleos de pescadores o de población portuaria, como en los casos de Portocristo, Portocolom, puerto de Pollensa, puerto de Andratx. La gran ola urbanizadora de los años setenta genera ya núcleos más complejos; por citar nombres de calas: el caso de «Playa Tropicana» en cala Domingos, «Playa Romántica» en la cala de S’Estany d’en Mas, el «Club Mini Follies» en cala Llamp de Andratx, o el «Club Sa Font» en Sa Font de Sa Cala y cala Provençals en Capdepera.

Caló des Macs. / Vicenç M. Rosselló

La colonización turística aprovechó las calas desde el primer momento con hoteles o residencias turísticas (cala Rajada, cala Santanyí), pero en algunos casos con urbanizaciones de segunda residencia (por ejemplo en Cala d’Or en el Llevant o Palma Nova en Ponent o el ya citado caso de cala Major, vecina a Palma). Este marcaje originario dio después un salto que generó un conjunto de hoteles y oferta secundaria que las acabó transformando en resorts turísticos complejos: son los casos de la cala de Santa Ponça o del rosario de urbanizaciones del Llevant bautizadas con el rutilante nombre de «Calas de Mallorca».

Uso y abuso de las calas por el turismo

Hay que decir que, hasta la aparición de normativas más modernas y restrictivas, las infraestructuras turisticoresidenciales han ido colonizando calas y tramos de litoral sin mucha planificación ni ordenación urbanística. Más recientemente hay que citar los casos, por ejemplo, de las leyes de protección de espacios naturales o de los POOT –planes de ordenación de la oferta turística–, planes integradores
de la normativa urbanisticoturística, que, entre otras cosas, «fosilizaron» –por no decir que delimitaron más claramente– las diferentes zonas turísticas.

El desarrollo turístico se había aferrado a la costa, buscando imprudentemente y de forma delirante la proximidad absoluta de playas y calas, para acceder al sol y playa y acabar conformando un fenómeno que se ha conocido malévolamente con la denominación de «balearización» y, con un tinte un poco más académico, como «litoralización». Ya que hemos citado los POOT, documentos normativos que trataban de establecer cuál era el estado de la cuestión para cada una de las islas, se diseñaron a partir de lo que denominaron «zonas turísticas». En estas zonas ya solo por su denominación surgen las calas como objeto de urbanización turística. Como ejemplo, cala Sant Vicenç, cala Rajada, «Calas de Mallorca», cala d’Or o Santa Ponça, con su Caleta donde desembarcó el rey Jaime I al conquistar las islas Baleares en 1229. Todo nombres de subzonas turísticas incluidas dentro de la mencionada normativa.

«Gracias a algunas leyes o a la tozudez estrambótica de algunos propietarios o a la presión popular, han quedado un puñado de calas sin tocar»

Cabe recalcar de nuevo que hay que tener cuidado con la dinámica impuesta por las recientes leyes de protección de la naturaleza, parques naturales, reserva de biosfera o patrimonio de la humanidad que condicionan el desarrollo urbanístico y turístico de las calas que se encuentran dentro de su jurisdicción. Sin embargo, gracias a los dioses, a algunas leyes o a la tozudez estrambótica de algunos propietarios o a la presión popular, han quedado un puñado de calas sin tocar, territorios vibrantes donde el mar aún deposita las piedras de Santa Llúcia, talismán para hacernos ver más clara la necesidad de protección de los parajes aún salvajes. Todo sea dicho, porque los metros cuadrados de playas, de arena fina o de bolos y guijarros han sido medidos palmo a palmo y cartografiados suponiendo la densidad humana que seríamos capaces de soportar hasta su saturación o límite de tolerancia, lo que se ha calculado a partir de siete metros cuadrados de arena por bañista.

En las arenas de las pequeñas calas y barrancos esta lucha por el espacio (toalla, hamaca, sombrilla) alcanza el exceso y genera problemas de saturación física y psicológica, lo que hace que los «conocedores» huyan de estos lugares saturados y busquen espacios más vírgenes, menos colonizados por los guiris (seudónimo despectivo aplicado al turista por parte del residente), por más que sean de difícil acceso, se tenga que ir a pie o se limite drásticamente el aparcamiento; o se conduzca a la gente por pasillos acotados y señalizados e incluso, en algunos casos, los propietarios hagan pagar por acceder desde tierra a determinadas calas –modalidad más menorquina–. Desde el mar (el litoral es de todos), en verano el embotellamiento lo provocan las embarcaciones que buscan estas calas alejadas y vírgenes, y que destrozan las praderas de posidonia con sus anclajes.

Hasta la aparición de normativas más restrictivas, las infraestructuras turísticas y residenciales han ido colonizando el litoral sin ningún tipo de planificación. La urbanización, y sobre todo la construcción en la arena de equipamientos turísticos, ha tenido un impacto sobre el litoral, como la pérdida de superficie de las playas y los problemas de regeneración. Arriba, cala Mosca. / Vicenç M. Roselló.

 

Cala Murada. / Vicenç M. Roselló.

 

Es Rivetó. / Vicenç M. Roselló.

 

Recorrido por las calas turistizadas

Es posible hacer una clasificación de las calas a partir del grado de colonización turística y residencial; desde las más urbanizadas o las de un único hotel, hasta las del chiringuito solitario sobre la arena y, para acabar, las vírgenes. He optado por hacer un recorrido más bien descriptivo del litoral balear. Son los litorales arenosos de Mallorca, Ibiza, el sur de Menorca y algunos de Formentera los que han sido objeto de urbanización residencial y turística, a pesar de que las calas no urbanizadas –valga la paradoja– sean las que aportan el material gráfico para llenar las guías turísticas como principal atractivo, sirviendo –al mismo tiempo– como promoción turística.

«Es en el litoral de las Baleares donde encontramos las principales aglomeraciones urbanas, pero también los lugares aún escondidos de la gent»

En Menorca encontramos dos zonas diferenciadas, Tramuntana y Migdia. Tramuntana, con un litoral articulado y tortuoso, no tiene mucho peso turístico. Es el Migdia de Menorca la zona que concentra la actividad hotelera, un litoral de trazado lineal, plano, elevado sobre el mar con entradas con calas y arenales, alternando los urbanizados con los que no lo están. Desde la punta de Sant Carles hasta la punta de Es Gegant, se van sucediendo un conjunto de calas y arenales; los hay que permanecen vírgenes y protegidos y hay otros urbanizados. Es el caso de la costa de cala Torrent a cala Binidalí, con las urbanizaciones de Binibèquer, Binisafulla, Biniparratx. Cala en Porter es una zona muy urbanizada (al lado, calas Coves, con viviendas prehistóricas), pero siguiendo hacia Trebalúger, ya no. Como sí que lo vuelve a ser la cala de Santa Galdana, pero las calas de Macarella y Macarelleta son vírgenes. En lugares más cercanos a Ciudadela, cala Blanca, cala Santandria, cala En Blanes, cala En Brut, cala En Forcat están también urbanizadas.

En Ibiza, la denominada Costa des Amunts, desde el cabo Nunó hasta la punta Grossa, es la menos urbanizada, lugar montañoso y con profundas calas, sí, pero también con núcleos residenciales importantes como es el caso del puerto de Sant Miquel y la cala de Porti­natx, con una densa urbanización. Por la costa de Levante, la cala de Sant Vicent y el litoral de Santa Eulália, van en aumento las zonas residenciales y hoteleras a medida que nos acercamos hacia Ibiza, lo mismo sucede con la bahía de San Antonio de Portmany.

Por su parte, al sur de Mallorca, empezando en la zona de Ses Salinas hasta el Cap Blanc, encontramos la cala En Tugores, virgen, y cala Pi, que es una urbanización antigua que se ha extendido a la vecina Vall­gornera. En la zona de la bahía de Palma (desde el Cap Blanc a cala Figuera), cala Blava, Caló de la Reina en la zona de Son Verí, urbanizados. Cala Estància y cala Gamba, que son ya barrios conexos con la ciudad. A poniente de Palma, cala Major y Cas Català son una prolongación del continuo urbano; cala Figuera y cala Rafalbetx, dos calas no urbanizadas en el entorno del Toro, ya dentro del término municipal turístico por antonomasia de Calviá, un poco antes de empezar la gran conurbación turística y residencial de Santa Ponça-Peguera-Camp de Mar.

La afluencia de turistas a las calas más concurridas impulsa a muchos autóctonos de la zona a buscar calas menos colonizadas, aunque sean de difícil acceso. / Miguel Lorenzo

De Sant Elm a Formentor es el territorio de la sierra de Tramontana, costa muy inaccesible, protegida y en gran parte declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Aquí encontramos la cala de Deyá, alejada del pueblo, bien conservada. Sigue el puerto de Sóller, núcleo tradicional, cerca está la cala Tuent, salvada, parece. Cala Castell, virgen y a continuación la cala de Sant Vicenç, con su conjunto de subcalas urbanizadas (cala Barques, cala Clara, cala Molins, cala Carbó).

En la bahía de Pollensa, entre el cabo de Formentor y el cabo de Es Pinar encontramos las entradas de cala en Gossalba y cala Murta, vírgenes. En Alcudia, las caletes de Manresa, cala de Sant Joan y cala de Sant Pere, proveen de arena para el baño a las urbanizaciones vecinas de Manresa, Es Mal Pas y Bonaire. En la bahía de Alcudia, desde el cabo de Es Pinar al cabo de Ferrutx, el Coll Baix, virgen, y en la zona de la colonia de Sant Pere, el Caló de los Ermitans y Calos Campos, cala Mata, acabando en el Caló de Ferrutx, todas en buen estado de conservación ambiental.

Del cabo de Ferrutx al cabo de Ses Salines empezamos con las calas vírgenes del Parc Natural de Llevant: cala de Sa Font Celada, S’Arenalet d’Albarca, cala Matzoc, cala Torta, cala Estreta y cala Mitjana, salvadas estas tres de una urbanización proyectada. Gran parte de esta zona fue adquirida por el gobierno con los réditos obtenidos de un impuesto turístico, ya abolido, conocido popularmente como «ecotasa». A continuación se presenta cala Mesquida muy urbanizada, pero conservando aún con dignidad su gran sistema dunar. Cala Moltó, virgen, da paso a cala Agulla, cala Rajada y cala Lliteres, que conforman el gran núcleo hotelero y residencial de cala Rajada, que, casi unido, continúa hacia Sa Font de sa Cala y cala Provençals.

Foto: Miguel Lorenzo

Una zona no construida conduce a la hotelera Canyamel, que seguirá por los puertos Vell, Nou y Roig hacia las grandes zonas turísticas de cala Bona y cala Millor, más allá de Sa Punta de n’Amer vamos hacia Sa Coma, cala Morlanda y S’Illot, que generaron urbanizaciones antiguas, donde compraban trasts (solares, parcelas) a la orilla del mar los habitantes de los pueblos cercanos, como pasaba en otros lugares, tras el milagro de la revalorización de las tierras de la marina, las más pobres. Más abajo, las protegidas Caló d’en Rafelino y cala Petita dan paso a la zona urbana de Portocristo y su complejo de urbanizaciones de cala Mendia, cala Romántica, cala Anguila y el Caló de s’Estany.

Sigue un conjunto de territorio no urbanizado (cala Falcó, cala Varques, cala Enganapastor, cala Sequer, Caló d’en Serral, cala Magraner, cala Pilota, cala Virgili, cala Bota, cala de Es Soldat, cala Antena) desde donde empiezan una serie de urbanizaciones conocidas como «Calas de Mallorca» que son Ses Romegueres, cala Domingos, cala Murada. S’Algar, no urbanizado, nos introduce hacia Portocolom, con su turistizado Caló d’en Marçal. Siguen un conjunto de calas vírgenes (cala Brafi, cala Estreta, cala Sa Nau, cala Mitjana, cala Fe), pero en seguida el litoral continúa con densas urbanizaciones en cala Serena, cala Ferrera, cala Gran, Cala d’Or, cala Llonga, cala de Ses Egos hasta llegar al núcleo tradicional de Portopetro, que continuará más allá con el Parque Natural de Montdragó con calas naturales pero de explotación turística y residencial como son el Caló des Burgit, Montdragó, S’Amarador o Es caló d’en Perdiu. Aquí el litoral está lleno de pequeñas urbanizaciones, más espaciadas, hasta que se llega a cala Figuera, con su puerto, y a cala de Santanyí, cala Llombards y el Caló des Moro. Ya más allá vamos hacia el cabo de Ses Salines, pasando por cala Màrmols, y pasado el cabo, la Caleta d’en Tugores nos conducirá –toda esta zona de propiedad privada no está urbanizada– hasta la colonia de Sant Jordi.

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Además del impacto en el paisaje y en la estabilidad de las playas que provoca la urbanización del litoral, otra consecuencia de la masificación turística se ve en el mar, con las embarcaciones que buscan calas alejadas, una práctica que provoca daños en les praderas de posidonia. / Miguel Lorenzo

Entre naturaleza y turismo

Es en el litoral de las Baleares donde encontramos las principales aglomeraciones urbanas, pero también los lugares aún escondidos de la gente. Turismo y residencia –ya extendidos también hacia el interior– eligieron el litoral, el cual se había mantenido casi inalterado durante siglos. Como se ha intentado explicar, el nivel de utilización turística del litoral es desigual. La cala, y sobre todo la playa de la cala, se considera –y así se vende al turismo– como un teatro donde se desarrolla otra vida, un símbolo que contrasta con el frío del norte o del invierno, una representación dramática para muchos de nosotros que ha desdibujado lo que eran o habían sido nuestras calas hasta la llegada de los bárbaros del norte, y de no tan arriba, que los hay que habitan entre nosotros. Por eso algunos impactos provocados por el turismo, como los problemas de estabilidad de las playas con pérdida de superficie de arena, los viven como un drama los empresarios hoteleros. Las causas de este retroceso, excepto los temporales, se derivaban de la urbanización, sobre todo de la construcción cerca o sobre la arena de equipamientos turísticos o de comunicaciones, así como de las interferencias de los puertos deportivos, con la dinámica de los depósitos de los sedimentos y la dificultad de regeneración natural. Para los arenales que menguan se proponen dos soluciones, una vez ocupada la playa por el turismo. Una es probar a retener la arena y regenerar el sistema de dunas con trampas hechas de madera (cala Mesquida, Formentera, Sa Mesquida de Menorca) y la otra, reemplazar la arena trayéndola de otros lugares (regeneración de playas con arena transportada en barco).

La cala y la playa se han convertido de la mano del turismo en parajes emblemáticos, la combinación perfecta para el mercado de la venta de las cinco eses; las tres primeras Sun, Sand and Sea (sol, arena y mar) a las que se ha añadido, como un exabrupto de la modernidad y del mercado, dos eses más: el sexo y la sangría. Despachada esta última bebida en los inevitables chiringuitos, ahora puestos en evidencia por el obligado cumplimiento de la Ley de Costas, pero que han sido el emblema que desdibujaba lo que eran o habían sido las calas: un lugar donde gozar de la interfaz entre el mar y la tierra, de la contemplación y el sonido del agua, de sentir la arena bajo los pies, el olor de las plantas de la garriga durante el perfumado atardecer. Esta seducción primitiva se encuentra hoy mediatizada, y nos tenemos que conformar con buscarla en calas vírgenes o compartirla en las otras calas con las problemáticas y los impactos diversos que han generado la urbanización y el turismo.

Bibliografía
Buswell, R. J., 2011. Mallorca and Tourism. History, Economy and Environnment. Channel View Publications. Bristol.
Fornós, J. et al., 2007. Geomorfologia litoral. Migjorn i Llevant de Mallorca. UIB-SHNB- IMEDEA. Palma.
Picornell. C. et al., 2002. Turisme, economia i societat a les illes Balears. IBATUR-Grup Serra. Palma.

© Mètode 2012 - 74. La cala encantada - Verano 2012

Profesor emérito de Geografía. Universidad de las Islas Baleares.