Las rocas y los fósiles, contra la evolución

La relación entre geología, paleontología y religión nunca ha sido especialmente cordial. A medida que el conocimiento científico sobre los procesos geológicos fue avanzando, se hizo cada vez más evidente su desacuerdo con una interpretación literal de la Biblia. A mediados del siglo XX, principalmente en los EE. UU., comenzaron a aparecer los llamados creacionistas científicos, que intentaban probar la «verdad» de la Biblia desmontando los argumentos utilizados por geólogos y paleontólogos. Su objetivo principal es mostrar que el creacionismo (la convicción de que la creación ocurrió tal como la narra la biblia) tiene una naturaleza científica y, por lo tanto, debe enseñarse en las escuelas, en igualdad de condiciones con la teoría de la evolución. Henry N. Morris, ingeniero fallecido en 2006 y considerado por muchos como un pseudocientífico, es una figura clave en este esfuerzo por imponer el creacionismo científico.

«Es preciso también saber que la geología y la paleontología fue por mucho tiempo el arsenal donde la impiedad buscó sus armas contra la fe, y que, como todas las ciencias, fue alistada por los filósofos bajo los estandartes de la incredulidad para hacer la guerra a la Biblia.»

Gaume, J., 1883. Catecismo de la Perseverancia…

Este texto, recogido de un manual del siglo XIX, expresa con claridad la postura de muchos sectores religiosos tras la revolución científica que supuso la irrupción del darwinismo en las ciencias de la naturaleza. Es más, durante el siglo XIX y parte del siglo XX, una gran parte de los debates entre la ciencia y la religión han girado en torno al espinoso tema de la evolución biológica. En esos años, muchos sectores de las iglesias católicas y protestantes condenaron repetidamente las ideas evolucionistas considerándolas incompatibles con la fe cristiana.

El evolucionismo científico

Hoy en día, la mayor parte de la comunidad científica (geólogos y paleontólogos, biólogos, genetistas, bioquímicos, zoólogos, ecólogos, etc.) parte en sus trabajos del carácter evolutivo de la realidad material del universo, desde la partícula más elemental hasta el cerebro humano pasando por la célula y el conjunto de los seres vivos. La evolución es un hecho del que no se duda y del que se parte siempre en las investigaciones. Como escribió uno de los padres de la moderna biología, Theodosius Dobzhansky, «nada es comprensible en la biología si no es desde el punto de vista de la evolución».

Para los partidarios del evolucionismo científico, siguiendo la estela abierta por Charles Darwin, los procesos de aparición del universo y su evolución cósmica, la aparición de la vida sobre la Tierra y su diversificación y evolución, y la aparición de la humanidad, se explican por medio de procesos naturales sin que sea necesaria una intervención directa de un «creador». Son las fuerzas de la naturaleza las que impulsan los procesos siguiendo unas pautas y mecanismos que en el darwinismo clásico se identifican con la selección natural. Dentro de este amplio grupo de evolucionistas científicos se sitúan hoy muchas posturas diferentes que matizan muchas de las tesis darwinistas.

El creacionismo científico

Al otro lado se encuentra el amplio espectro de los llamados «creacionistas científicos», es decir, todos aquellos que, desde posturas creyentes, difunden su convicción de que el universo y todos los seres vivos que pueblan la Tierra, principalmente el ser humano, han nacido directamente de Dios. Durante los últimos meses del año 2005 aparecieron en la prensa mundial y también en la española los ecos del debate suscitado en Estados Unidos a propósito del llamado creacionismo científico y su versión modernizada del diseño inteligente (ID, en inglés).

Los períodos históricos del creacionismo

Puede decirse que las grandes corrientes actuales de corte creacionista (todo lo que existe ha sido creado por Dios según el relato bíblico) proceden de Estados Unidos como corriente antievolucionista. Pero las corrientes creacionistas se pueden dividir en tres períodos históricos: durante el primero, los antievolucionistas trabajaron a favor de aprobar una legislación que eliminase la evolución en las escuelas y en los libros de texto. Fue la época del «Juicio del Mono» en 1925 en Dayton (Tennessee).

Cuando las leyes restrictivas a la enseñanza de la evolución fueron derogadas, comienza el segundo período denominado el de la ciencia de la creación o del creacionismo científico, con el que se intenta asentar los fundamentos científicos del creacionismo. Aquí tendrá un papel muy importante la figura de Henry M. Morris (1918-2006). Con su obra The Genesis Flood (El Diluvio del Génesis), coescrita con el teólogo John C. Whitcomb, es el primero en intentar dar una explicación científica a las historias de la creación incluidas en el Antiguo Testamento. Morris argumenta que el aspecto actual de la Tierra se debe al hecho histórico del diluvio universal. Considerado el manual del creacionismo científico, el libro lleva 44 ediciones en inglés y se han vendido 250.000 ejemplares.

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Henry M. Morris es el primero en intentar dar una explicación científica a las historias de la creación incluidas en el Antiguo Testamento. A la derecha, portada de Of Pandas and People, libro de texto creacionista que pretendían imponer las autoridades educativas del distrito de Dover.

Cuando se derogaron las leyes que promovían que, en la enseñanza, las ciencias de la creación tuvieran la misma entidad que las ciencias de la evolución, las fuerzas antievolucionistas se agruparon bajo esquemas diferentes incluyendo algunas reformulaciones del creacionismo científico. El tercer período suele denominarse el del neo­creacionismo. El movimiento más fuerte en este período es el del diseño inteligente (IDC), que es la nueva forma que toma el creacionismo. Su antecesor es William Paley, quien dedicó su vida a demostrar la existencia de Dios basándose en el orden natural del mundo. El argumento del «diseño» (estudiado por Darwin) estriba en que la existencia de Dios puede ser probada examinando su obra creada. Usa la metáfora del reloj que necesita la aceptación de un relojero.

Un duro golpe para el IDC llegó en 2005. Un grupo de padres, madres y profesores interpusieron una demanda contra las autoridades educativas del distrito de Dover, por pretender imponer como libro de texto una obra creacionista: Of Pandas and People (1993). Este proceso judicial se suele conocer como Kitzmiller y otros contra el Distrito Escolar de Dover. Todo terminó cuando el juez del distrito, John E. Jones III, sentenció que el IDC no es científico. Podía considerarse como un argumento teológico interesante, pero no como ciencia.

Los supuestos argumentos geológicos y paleontológicos contra la evolución

Los argumentos que por lo general esgrimen los partidarios del creacionismo científico son de carácter negativo y basados en lo que se ha llamado el «falso dilema»: consiste en afirmar que si los argumentos de los evolucionistas no se sostienen, automáticamente se refuerza la postura creacionista. Un trabajo que se considera como un clásico fue publicado en 1984 por la Sociedad Paleontológica Americana y contiene las ponencias del simposio sobre la controversia entre evolución y creación que tuvo lugar en la Universidad de Tennessee en 1983 (Gastardo y Tanner, 1984).

Con el sugestivo título «¿Hay un método científico en la locura creacionista?», el profesor David R. Schwinmmer abordó el problema metodológico dentro del discurso pretendidamente científico de los creacionistas. Se examinó una muestra representativa de la literatura producida por la «ciencia creacionista» para determinar si se ajusta a un mínimo método científico. El examen de estos textos reveló que los criterios mínimos de la epistemología, del riguroso procedimiento científico, se violaban absolutamente.

La literatura creacionista estudiada es extensa. Schwinmmer eligió para su estudio tres conjuntos de publicaciones: primero, la literatura con pretensiones científicas editadas por el Instituto para la Investigación de la Creación (ICR), así como su serie popular de «impacto» y diversos libros. En segundo lugar, se examinaron todo tipo de panfletos, documentos internos, debates, etc., emanados de fuentes creacionistas. En tercer lugar, se estudiaron los métodos científicos utilizados en diversas revistas paleontológicas de solvencia (Journal of Palaeontology, Journal of Vertebrate Paleontology, Geology, Science, Nature, Paleobiology…) utilizándolas como «experimento de control» del modo de actuar metodológico de la comunidad científica.

El resultado de este documentado estudio es demoledor: en los textos de los creacionistas son frecuentes los errores relativos a los datos, las correlaciones geológicas inconsistentes, las premisas falsas y los anacronismos. A estas falacias lógicas se añaden otros errores, como son la gratuidad de los datos y de las observaciones, la insistencia en datos irrelevantes ocultando otros más importantes, las apelaciones a la autoridad de algunos autores o el uso de argumentos ad hominem, argumentos que descalifican a una persona sin valorar su aportación real. Utilizan profusamente lo que se llama la falacia lógica del falso dilema,comentado anteriormente.

Si el armazón lógico de la exposición científica de los creacionistas es endeble, aún lo son más los argumentos llamados científicos para probar sus tesis. Más que argumentos, se trata de afirmaciones encaminadas a descalificar determinadas tesis evolucionistas. Los creacionistas científicos pretenden desmontar el armazón de la geología y de la paleontología evolucionista atacando los campos básicos de estas ciencias que aportan datos científicos a favor de la evolución:

La geocronología radiométrica es inválida

El primer campo de argumentos que aportan los creacionistas se refiere a la negación de la validez de los métodos de cronología absoluta de las rocas. Charles Darwin, en El origen de las especies, argumentó que la evolución al azar por selección natural sólo es posible si la historia de la Tierra es muy dilatada. Presentó diversos argumentos basados en la cantidad de tiempo necesaria para la erosión de los acantilados de Dover. En aquella época no se conocían otros métodos. Pero desde hace más de un siglo, los geoquímicos han desarrollado sofisticadas técnicas de datación absoluta de los materiales terrestres. De este modo, se ha logrado poner de manifiesto que la historia del planeta Tierra y la Luna y de los planetas del sistema solar es muy dilatada en el tiempo (varios miles de millones de años), lo cual hace posible que los procesos lentos y graduales de la evolución hayan sido posibles. Los creacionistas científicos han argumentado que estas técnicas no tienen validez, entre otras razones porque la edad de una roca es diferente de acuerdo con la técnica que se utilice. Por tanto, son inexactos, cuando no falsos, los intentos de medición de la edad de las rocas y de la Tierra. Es más: argumentan que los períodos de semidesintegración de los elementos radiactivos han podido variar con el tiempo según las condiciones ambientales. Insisten en que la edad de la Tierra es muy corta y la guía más fiable es la de la cronología bíblica.

La explosión y superpoblación de la población humana

El segundo campo de argumentos esgrimidos por los creacionistas científicos se refiere a la demografía histórica. Para los paleontólogos, los homínidos hacen su aparición en África hace unos 5 millones de años, y los primeros Homo pueden tener 2 millones de años. El argumento en contra de los creacionistas es que si se consideran estos datos, y por un cálculo matemático de las generaciones, la superpoblación actual sería insostenible. Para ellos, la población actual se explica muy bien acudiendo a una primera pareja hace unos 4.000 años. El asunto fundamental del origen de la humanidad ha sido tratado extensamente por los creacionistas científicos, como Morris, Gish y Whitcomb en los libros ya citados. Para ellos, los homínidos más primitivos son auténticos simios que no tienen ninguna relación con el origen de la humanidad, que procedería de un acto creador y directo de Dios. Un autor menos conocido, Malcon Bowden, concluye que el Homo sapiens se ha descubierto en estratos más antiguos que los de los supuestos antepasados.

La violación de la segunda ley de la termodinámica

Según esta ley, la energía del universo tiende a degradarse en forma de calor. Para los creacionistas, si la edad de la Tierra fuera la que dicen los evolucionistas toda la energía se habría ya degradado a calor. Por otra parte, la evolución supone un aumento de orden, es decir, de proceso contrario al proceso normal de la degradación de la energía (Morris, 2001).

Los dinosaurios y los humanos coexistieron

De acuerdo con los datos geológicos, los dinosaurios se extinguieron totalmente hace 65 millones de años al final del período Cretácico. Sin embargo, los primeros homínidos tienen 5 millones de años y los humanos solamente dos. Por ello, hay un desfase vital de 60 millones de años entre un grupo y otro. Para los creacionistas, ese argumento no es válido. Piensan que hay numerosos datos que muestran la coexistencia de dinosaurios y humanos en el pasado. El creacionismo científico ha aportado reiteradamente el argumento de que en la formación geológica Trinity Group, junto al río Paluxy (Texas), han aparecido pisadas humanas fósiles junto a las grandes improntas de los dinosaurios. Incluso han creído encontrar pisadas de zapatos junto a los dinosaurios, lo que demostraría que el tiempo geológico dilatado es una invención. Por supuesto, ocultan que los ­geólogos han interpretado esas presuntas pisadas como fenómenos debido a las corrientes durante la sedimentación. Para los creacionistas, los dinosaurios desaparecieron ahogados por el diluvio bíblico.

La tectónica de placas no tiene argumentos geológicos

Así como la evolución biológica es hoy el presupuesto básico de las ciencias de la vida, en las modernas ciencias de la tierra el presupuesto básico es la tectónica de placas. Para los geólogos, es un hecho el que la corteza de la Tierra está fragmentada en una docena de grandes placas (a las que acompañan otras más pequeñas); y se tiene como un hecho que algunas de éstas crecen por unas suturas que se llaman dorsales (como la que recorre el Atlántico de norte a sur), y que en otras partes, como la costa pacífica americana, las placas van muriendo bajo otras (por el proceso conocido como subducción). Para la moderna geología, a lo largo de los miles de millones de años de evolución terrestre, las placas han ido creciendo y muriendo, y las aguas de los mares que las cubren se han ido desplazando gradualmente, al igual que los polos y el ecuador. Estos procesos han provocado fragmentación y recomposición de sistemas climáticos y biológicos que empujan y canalizan la evolución de los ecosistemas. Este planteamiento, que en líneas generales es aceptado por la llamada geología global, no es compartido por los partidarios del creacionismo científico. Para éstos, Dios creó la superficie de la Tierra tal como está ahora y el único fenómeno de cambio ha sido el Diluvio Universal que anegó toda la Tierra y produjo la muerte y fosilización de los animales «prehistóricos».

Los fósiles contradicen las ideas de la evolución

Tal vez sea éste el argumento más esgrimido por los partidarios del creacionismo científico. Uno de los argumentos antievolucionistas basados en los fósiles consiste en negar que existan «formas intermedias» entre especies diferentes y supuestamente relacionadas biológicamente. Los missing links (eslabones perdidos) no existen en el registro fósil y por ello las «pruebas» paleontológicas de la evolución caen por su base. El problema radica en algo que ya el mismo Darwin examina en El origen de las especies (1859). El registro fósil está muy deteriorado y sólo conserva una mínima parte de los restos de la vida pasada. En lenguaje de Darwin, es un registro al que le faltan letras, palabras, frases e incluso páginas enteras. Si a esto añadimos que, por lo general, el proceso de especiación se realiza a un ritmo más rápido del normal y que afecta a poblaciones muy locales (y por ello, difíciles de detectar), la observación de los creacionistas no deja de tener un cierto fundamento.

Por otra parte, uno de los argumentos aparentemente más fundados del creacionismo científico se refiere a la rápida radiación adaptativa de las faunas de la base del período Cámbrico (hace unos 580 millones de años). Para el creacionismo científico, esta rapidez de evolución no sería posible más que por un acto creador. Sin embargo, los paleontólogos han estudiado en detalle las secuencias de fósiles de este período y puede demostrarse que las faunas de animales de cuerpo blando excepcionalmente conservado en Ediacara, aunque pueda representar un ensayo frustrado, muestran que la transición entre los organismos unicelulares del Precámbrico y los pluricelulares de la base del Cámbrico no fue tan brusca. Además, el paradigma de la teoría sintética de la evolución y el modelo de los equilibrios interrumpidos ya no defiende el gradualismo original de Darwin, que requiere mayores períodos de tiempo para la evolución.

A los partidarios del creacionismo científico les sorprende que puedan encontrarse organismos que han evolucionado muy poco a lo largo de millones de años, tales como el braquiópodo Neopilina, el cefalópodo Nautilus, el pez Celacanto o los árboles Metasequoia y Ginkgo. Estos son algunos de los que se suelen conocer como «fósiles vivientes» que han sobrevivido a los grandes acontecimientos de extinción masiva. Pero esto no sorprende a los paleontólogos: en primer lugar, son muy poco frecuentes en el registro, y en segundo lugar, estos casos excepcionales no contradicen el paradigma general de la evolución que se cumple para varios cientos de millones de especies extinguidas.
La geología que subyace en el pensamiento de los creacionistas científicos

Lo que apuntamos más arriba expresa en el fondo un paradigma muy particular de la geología defendido por los creacionistas con la pretensión de constituirse en alternativo a la geología de los evolucionistas. El profesor William J. Frazier (del Departamento de Química y Geología de la Universidad de Columbus), ha sistematizado magistralmente las grandes líneas de esta geología creacionista.

Para acomodar los datos de las ciencias de la tierra a la información suministrada por la Biblia, deben «forzar» y negar los avances de la geología. Así, para defender la corta duración de los tiempos geológicos, acumulan argumentos pintorescos que nos retrotraen a los tiempos del catastrofismo de Georges Cuvier, de principios del siglo XIX.

Es sabido que la geología como ciencia se fundamenta en los principios de los estratos establecidos por Nicolás Steno a mediados del siglo XVII, en los principios del actualismo de James Hutton a final del siglo XVIII («los procesos naturales del pasado obedecen a las mismas leyes que los procesos actuales») y en el uniformitarismo de Charles Lyell en la primera mitad del siglo XIX («los procesos geológicos son lentos y graduales y se deben a la oscilación periódica del clima»). Los que se hacen llamar creacionistas científicos niegan estos principios fundamentales de la geología considerándolos una «diablura retórica». Para ellos no puede conciliarse una visión cambiante del planeta con un principio que afirma su continuidad. Negados estos principios metodológicos básicos cae por su base el sólido edificio de la Geología moderna (evolucionista) que debe ser sustituida por una Geología «creacionista». Este modelo se resume en cinco tesis básicas que pretenden demostrar la juventud de la Tierra, aunque no pueden presentar ninguna evidencia razonable de la creación instantánea y milagrosa.

Las cinco tesis de la «Geología Creacionista»

1. Antes del comienzo del mundo no existía nada, excepto Dios. Y Dios lo fue creando todo de la nada. Esta tesis de la creación directa de Dios a partir de la nada, es lo que, en opinión de los creacionistas, se afirma no sólo como una verdad de fe, sino como una conclusión científica de los datos observados. La fecha de la creación es discutida entre las diferentes escuelas, pero siempre coinciden en afirmar que debió ser no hace más de 6.000 años.

2. En el principio de los tiempos creó Dios el cielo y la Tierra. Esta separación de dos ámbitos diferentes la tienen los creacionistas como un hecho milagroso e instantáneo. Tal creación directa instantánea es denominada por los creacionistas como el «Fiat Creation Singularity» y su resultado es la aparición de las rocas cristalinas (rocas ígneas y metamórficas). Dios crea también las grandes cordilleras y océanos, los animales y en un último momento, la pareja humana.

3. Tras este hecho demostrado científicamente de la creación, la Tierra se mantiene en su estado inicial de quietud denominado «Early Genesis Interlude» (lo que otros llaman tiempos prehistóricos). La humanidad se extiende por el planeta y domina a los animales. Como esta etapa es anterior al Gran Diluvio no había rocas sedimentarias. Por ello, argumentan, las ciudades sumerias de Ur, Uruk, Eridu y otras están asentadas sobre delgadas series geológicas terciarias.

4. Esta etapa inicial es seguida por el Gran Diluvio, Diluvio de Noé o Catástrofe Hidráulica Global (Global Hydraulic Catastrophe). En esta etapa se depositan todas las secuencias estratigráficas, y los fósiles se van hundiendo más o menos en el fango del fondo de acuerdo con su peso. Al retirarse las aguas, emergen las montañas y se endurecen los sedimentos con los fósiles prehistóricos.

5. En una última etapa en la historia creacionista de la Tierra (la época histórica), se desarrolla un período de quietud geológica durante el cual apenas ha habido ningún proceso geológico de carácter constructivo, sino sólo la erosión de las montañas y relieves cuyos sedimentos son llevados al mar.

 

¿Un cristiano puede ser evolucionista? ¿Y viceversa?

Los argumentos geológicos y paleontológicos de los llamados creacionistas científicos adolecen de consistencia y solo se reducen a mostrar la debilidad de los argumentos de los evolucionistas. Esta prueba ad hominem no tiene valor ninguno.  Y por ello, el creacionismo científico goza hoy de muy poca popularidad. Sin embargo, para mucha gente religiosa, la idea cristiana de «creación» es incompatible con la idea de los científicos sobre la «evolución». Y eso no sólo en España hoy, sino en el resto del mundo desde hace muchos años.

Precisamente, uno de los actuales filósofos de la biología, el Dr. Michael Ruse (Universidad de Florida), publicó en 2005 un trabajo que traducido al castellano es: «Darwinismo y cristianismo: ¿deben mantenerse en guerra o es posible la paz?» (Ruse, 2005; AAAS, 2007; WGBH, 2007). Sin embargo, Ruse (que se confiesa ateo) pone en duda el que tengan que ser incompatibles. Estas ideas las ha desarrollado mucho más ampliamente en un libro anterior (2001) titulado en traducción castellana (Editorial Siglo XXI, 2007) ¿Puede un darwinista ser cristiano?

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Aun siendo un ateo confeso, el doctor Michael Ruse pone en duda que darwinismo y cristianismo sean incompatibles.

Veamos ahora la situación desde el otro punto de vista: en enero de 2006, un prestigioso biólogo y sacerdote italiano, profesor de la Universidad de Bolonia, Fiorenzo Facchini, publicó en l’Osservatore Romano (16-17 enero 2006, pág. 4) un artículo titulado «Evoluzione e Creazione». En este artículo, Facchini se hace eco de la sentencia del juez federal Jones de Pennsylvania que ha dictaminado que el diseño inteligente no pertenece al mundo de la ciencia sino sólo al de las creencias. Y por ello, la pretensión de grupos cristianos fundamentalistas de introducir el diseño inteligente en los programas educativos al mismo nivel que la evolución biológica, no tiene lugar. Algunos han querido ver en dicho artículo un rechazo por parte de la Iglesia Católica del llamado «diseño inteligente» con pretensiones científicas.

Aunque como hemos afirmado, el creacionismo científico parece estar superado, su nueva versión (el llamado «diseño inteligente») parece tomar cuerpo entre las fuerzas conservadoras, aunque la Iglesia católica parece desmarcarse del mismo.

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© Mètode 2007 - 54. La especie mística - Contenido disponible solo en versión digital. Verano 2007

Catedrático de Paleontología, miembro de la Academia de Ciencias de Zaragoza, coordinador en España de INHIGEO (Comisión Internacional para la Historia de la Geología), director del grupo de Granada del Instituto METANEXUS para el diálogo entre la ciencia y la religión.