Las otras epidemias

5.000 de cada 100.000 personas. Esta es la incidencia de consumidores de riesgo de alcohol en España. Cierto es que no es comparable con los datos de COVID-19 que abordan nuevos casos en cada estadística, pero ahora que vivimos más acostumbrados a datos poblacionales, este no nos puede dejar indiferentes. Todavía es más preocupante si añadimos que en España el alcohol fue el quinto factor de riesgo de muerte en 2017. En otras palabras, 31.586 personas podían no haber fallecido si elimináramos el consumo de alcohol.

Hablar de consumo de alcohol y de alcoholismo en nuestra cultura es todavía un tema complicado de abordar. Consumir alcohol no tiene por qué ser un riesgo, sin embargo, nuestra sociedad lleva este mensaje al extremo e incluso su consumo a grandes cantidades se encuentra normalizado como parte del ocio. De hecho, la percepción de riesgo de consumo de alcohol episódico en grandes cantidades (tipo atracón o botellón), es muy bajo y la mayoría de la gente no lo percibe como conducta de riesgo (Véase encuesta EDADES 2017 y 2019. Plan Nacional sobre Drogas). Además, el confinamiento nos ha demostrado que el ocio y el beber alcohol van de la mano. En ausencia de ocio y contacto social la mayoría de personas de entre 18 y 25 años dejaron de consumir alcohol.1 Por otra parte, hablar de adicción al alcohol, alcoholismo o trastorno de consumo de alcohol ya son palabras mayores. No podemos negar que existe un estigma asociado a estos conceptos y que cuando hablamos de alcoholismo nos viene a la cabeza la imagen de un borracho en la calle, estereotipo bastante alejado de las muchas realidades de la adicción al alcohol. Este es quizá uno de los problemas más importantes que surgen cuando nos enfrentamos al alcoholismo. El estigma asociado impide hablar abiertamente de ello e incluso puede llegar a subestimar el impacto del trastorno de consumo de alcohol en la población. De hecho, empezamos a registrar datos de consumo de riesgo en España a partir del año 2009. Hasta entonces, las encuestas nacionales sólo recogían datos generales de consumo. El estigma también impide cuestionar los hábitos de consumo para detectar precozmente el riesgo, lo que se traduce en un menor acceso a tratamiento especializado y un agravamiento de la enfermedad. De hecho, el estigma contribuye al agravamiento de la enfermedad de manera individual, ya que el individuo con problemas de consumo de alcohol, etiquetado como alcohólico, se ve abocado al aislamiento social y al consumo compulsivo de alcohol.

«Hablar de consumo de alcohol y de alcoholismo en nuestra cultura es todavía un tema complicado de abordar»

Sí, de la enfermedad. Esta es quizá otra de las piedras angulares del éxito al acceso y tratamiento adecuado. Hace décadas que la ciencia nos ha demostrado que el trastorno de consumo de alcohol es una enfermedad crónica y recidivante, que cursa con alteraciones del funcionamiento e incluso de la estructura de las neuronas de núcleos cerebrales encargados de la autorregulación, el procesado de la recompensa, del estrés y del estado de ánimo y las emociones. Datos que, a día de hoy, aun están incompletos y no nos permiten conocer la complejidad de la acción del alcohol sobre el cerebro, haciendo que las terapias farmacológicas, como apoyo del abordaje psicoterapéutico, no presenten la efectividad deseada. En este sentido, aun necesitamos hacer un mayor esfuerzo para comprender por qué hay individuos vulnerables a desarrollar alcoholismo, qué factores incrementan dicha vulnerabilidad y cuales son las diferencias de género que pueden impactar en estos factores. Actualmente sabemos que existen polimorfismos genéticos asociados al alcoholismo, y que otros factores psicosociales, o el estrés son clave en el desarrollo o en las recaídas en el consumo compulsivo de alcohol. Sin embargo, existen otros factores que todavía necesitamos explorar con mayor profundidad. Son, por ejemplo, la existencia de otras enfermedades neuropsiquiátricas o la presencia de dolor físico o emocional que pueden promover el uso del alcohol como automedicación (Véase Lorente et al., 2020; Robinson et al., 2009). Desgraciadamente, y como consecuencia de la pandemia, se está observando un incremento de la incidencia de enfermedades neuropsiquiátricas, y por ello no deberíamos volver a subestimar la posibilidad de que se acompañen con incrementos en el consumo de riesgo de alcohol.

Conocer en detalle los mecanismos neurobiológicos que determinan un incremento en el riesgo de trastorno de consumo de alcohol en hombres y en mujeres nos permitirá desarrollar terapias más adecuadas e individualizadas para cada tipo de paciente. Pero no nos olvidemos de desterrar el estigma que paraliza nuestra capacidad preventiva, porque, como en cualquier otra enfermedad, la clave está en prevenir, no en curar.

Notas

1. Datos obtenidos a través de la encuesta Consumo de alcohol y otras drogas en confinamiento de nuestro laboratorio. Datos no publicados (Tornar al text)

© Mètode 2021 - 109. El secuestro de la voluntad - Volumen 2 (2021)
Professora titular del Departament de Farmàcia i Tecnologia Farmacèutica i Parasitologia de la Universitat de València.