«Hay que hablar de forma abierta y sin juicios del consumo de drogas»

Entrevista a Oihan Iturbide

Editor de Yonki Books

Oihan Iturbide

Oihan Iturbide es biólogo clínico (Pamplona, 1977) y editor en Next Door Publishers, editorial de divulgación científica que fundó en 2014 junto con Laura Morrón. Desde sus inicios, Next Door Publishers ha publicado decenas de títulos con una gran diversidad de temas y de formatos, teniendo presente también al público infantil y juvenil, y sin esquivar debates de fondo de la práctica científica o de la historia de la ciencia. En 2021, Oihan Iturbide impulsa Yonki Books, un proyecto que incluye un sello editorial, pero también una serie de entrevistas en formato podcast e incluso clubs de lectura. Todo con un objetivo: hablar de forma pública y sin prejuicios de las adicciones, tanto a las sustancias como a las de tipo comportamental. Tal como dice en su página web, «todos somos yonkis y la idea es resignificar la palabra para que incluya a todos los adictos que hemos necesitado consumir para sobrevivir».

El pasado noviembre, Yonki Books recibió el Premio Prismas en la categoría de nuevos medios de la edición de 2022. Hablamos con Oihan Iturbide de este proyecto con diversas capas que, según nos cuenta, aúna su perfil profesional con el personal, y que nace después de un proceso de «maduración» en su forma de entender las adicciones y el contexto social en el que estas proliferan.

¿Con qué propósito nace Yonki Books?

Con Yonki busco sobre todo generar un diálogo público y diverso en torno a la adicción y las drogas. Siempre hemos tenido dos relatos al respecto: por un lado, el relato de la prohibición y la incautación. Por otro, la historia del drogadicto que se rehabilita. Ninguno de los dos es representativo de la realidad, porque un porcentaje enorme de la población nos drogamos con alcohol, por ejemplo. Partiendo de ahí, para mí era muy importante empezar a hablar de que el ser humano ha necesitado siempre consumir sustancias para poder generarse ciertos estados que le ayuden a vivir. Y algunas de las drogas que ha desarrollado para ello generan problemas en la persona, unas veces muy rápidamente, otras de forma más lenta… Y algunas incluso no desembocan en problemas patológicos. Creo que hay que hablar de forma abierta y sin juicios del consumo de drogas para reducir los riesgos que acarrean.

Y de acuerdo a este objetivo, ¿qué títulos están publicando?

Por una parte, estamos publicando obras más divulgativas sobre temas como las bases biológicas de la drogadicción, las aproximaciones políticas al consumo de drogas o también la reducción de riesgos, una cuestión que aparece en los años ochenta con el auge de la heroína y en su inicio fue un gran escándalo. Este enfoque parte de que las drogas no van a desaparecer y por tanto hay que buscar maneras de consumirlas que supongan asumir menos riesgo. Aquí en España no ha calado mucho esta perspectiva: hay un par de organizaciones que trabajan en esta línea y han recibido bastantes «palos», incluso se las ha acusado de alentar el consumo. Por otro lado, también estamos dando mucho peso a los libros testimoniales, que al ser vivencias tan personales no proponen algo necesariamente probado desde la evidencia científica. Por ejemplo, si algún escritor o escritora explica que tal tratamiento que ha seguido es perfectamente eficaz, es una afirmación basada en su experiencia. Quizás a otra persona no le funciona.

«El ser humano ha necesitado siempre consumir sustancias para poder generarse ciertos estados que le ayuden a vivir»

¿Y qué relatos encontramos en estos testimonios?

Hemos tocado muchos tipos de adicciones: alcohol, cocaína, benzodiacepinas… Pero de momento todas las historias encajan en el relato habitual. Alguien está en el «infierno» de la droga, se pone en tratamiento y sale de ahí. No hay escala de grises; por ejemplo, alguien que decide dejar de consumir las drogas de una manera para hacerlo de otra. Hay adictos que deciden no dejar de consumir y que han logrado que el impacto en sus vidas de hacerlo no haya sido tan tremendo. Pero traer una idea así al debate social es muy delicado, incluso hay quien diría que es peligroso. Por tanto, hay más miedo y más estigma todavía al respecto. Me está costando encontrar relatos que se salgan de lo «clásico», la verdad.

En cambio, en el podcast sí que estamos escuchando una gran diversidad de voces.

Sí, en el podcast estoy teniendo más suerte. He tenido a personas que trabajan el tema desde la neurobiología, otras que apuestan por la reducción de riesgos, gente que defiende que la adicción es una enfermedad, gente que dice que no… Una diversidad que me ha costado algunas críticas, pero para mí generar este diálogo es muy importante. Por ejemplo, en el tema de si la adicción es una enfermedad o no, me interesa que hablemos de por qué no hay consenso en la comunidad científica sobre esto. ¿Por qué durante tantos años se ha dicho que es una enfermedad cerebral y ahora se habla de que es un trastorno del aprendizaje? ¿Cuántas políticas se han establecido en base a que se considerara una enfermedad cerebral? En Estados Unidos, ¿cuánta inversión en investigación se ha destinado a buscar fármacos que puedan frenar un proceso de adicción partiendo de esa premisa? El podcast me permite plantear todas estas cuestiones y muchas más con menos rigidez. Mi intención es incorporar aún mayor diversidad de voces.

Por otra parte, ¿qué cree que aporta divulgar sobre adicciones desde una perspectiva científica?

Me parece que aporta seguridad. Dentro de todos los discursos que hay, tan variados, la biología nos asienta. Nos proporciona un relato biológico de lo que nos pasa cuando estamos en un proceso de adicción. Y está claro que a medida que se investiga, estos relatos se van ajustando. Y tampoco podemos basar los procesos terapéuticos exclusivamente en ellos. Pero creo que la biología puede ayudar a la persona adicta a entender qué le ha pasado sin caer en ese sentimiento de culpa tan tremendo y tan típico de nuestras sociedades judeocristianas. Son estados de mucha desesperación y buscas respuestas en todas partes, y creo que la biología es la que mejor puede responder a ciertas preguntas fundamentales.

Oihan Iturbide durante su intervención en el congreso Naukas 2022, celebrado el pasado septiembre en Bilbao. / Imagen cedida por Oihan Iturbide

De hecho, explica que estudió biología para entender su experiencia con la adicción. ¿Cómo fue llegar con toda su vivencia a una carrera académica?

El primer año fue muy duro para mí. Tenía la sensación de estar aprendiendo un código de lenguaje distinto. Por un momento, pensé que me había quedado tonto por la droga [riendo]. Pero a medida que iba estudiando, me iba fascinando con el método científico y cómo nos permite obtener respuestas. Me impactó. Yo venía de un submundo de la droga, del moderneo y del tecno catalán, y de repente estaba en un entorno académico, lleno de personas interesadas en cosas muy «raras». Pero entonces me di cuenta de que todas ellas se hacían preguntas muy importantes sobre cómo funciona la naturaleza, y que tenían una capacidad de observación que yo no tenía. La drogadicción es una experiencia muy interna, estás muy focalizado en ti mismo. Entonces, fue casi como una revelación, el descubrimiento de que había otro lenguaje en el mundo.

Y viéndolo un poco desde la otra parte, ¿cree que la investigación científica incorpora suficientemente los testimonios de personas adictas o de sus familias a la hora de plantear sus líneas de investigación?

Es una buena pregunta, pero no tengo claro si eso es algo que la ciencia deba hacer. El testimonio personal siempre enriquecerá el proceso, pero también considero que puede generar cierto sesgo. Sabemos que los científicos no son seres de luz y que también están condicionados, por supuesto. Pero, por ejemplo, si resulta que una persona dirigiendo un proyecto tiene cierta cerrazón en su perspectiva de lo que es esa enfermedad o ese trastorno, quizás tome una dirección poco flexible, o no considere otras hipótesis… En cualquier caso, creo que en cualquier disciplina es importante tener una diversidad de opiniones.

Tanto desde los títulos publicados en Yonki Books como en el podcast pone mucho énfasis en explicar también la perspectiva de las familias de las personas adictas. ¿Qué cree que aporta visibilizarla?

Con la persona adicta es difícil empatizar si no has tenido tú también algún problema con las drogas, pero prácticamente todo el mundo empatiza con la familia. Incluso identifica en su propia conducta actitudes que está viendo en el familiar de un adicto. El familiar de un adicto antepone en todo momento la necesidad del otro a la propia, e incluso renuncia a su propia vida por la vida del otro. A veces nos situamos en niveles disfuncionales. Así, me parece que son testimonios muy valientes, por el estigma terrorífico que todavía persiste, y además muy generosos. Sobre todo, cuando hablo con personas que han empezado o han hecho un proceso para comprender la situación que viven sus familiares con un problema de adicción. Creo que tienen mucho que aportar al debate y su testimonio puede ayudar también a otras personas a identificar si un familiar o ser querido tiene ese problema. Para mí la familia es una de las patas más importantes del proyecto Yonki.

Sobre el tema del estigma, este está sobre todo relacionado con la idea de que la adicción es un problema de voluntad individual. ¿Cree que ese tópico persiste?

Creo que desde la parte intelectual, la cuestión ha evolucionado hacia otras posturas. Pero desde lo emocional, no. Cuando vemos un borracho en la calle, o a un heroinómano o un ludópata, lo más probable es que sintamos miedo y no compasión hacia esa persona.

¿Por qué cree que esto es así?

Básicamente porque lo que vemos en la calle es ya lo más escandaloso. Es posible que tengas amistades que, cuando salís a tomar una cerveza, igual se toman tres, o que si están nerviosos, se toman un vinito. Pero en principio, eso no te va a generar malestar, porque hay que estar muy pendiente o saber del tema para identificar patrones de consumo problemático o de adicción. Si la cosa no llega a puntos muy extremos, es probable que no te percates nunca. En cambio, la persona que ves en la calle ya está muy mal e incluso te puede dar miedo. Al final, los seres humanos somos mamíferos y sentiremos miedo si vemos a un individuo que no sabemos por dónde nos va a salir. Por eso, para mí es importante explicar que los adictos estamos por todas partes y que incluso podemos parecer gente muy funcional. Pero no hemos interiorizado esa realidad. El gran reto lo tenemos ahí.

¿Se dan casos de autoestigmatización, tanto de la persona adicta hacia ella misma o hacia otras personas adictas? 

Sí, muchísimo. En mi experiencia, nunca he vivido el autoestigma, la yonkifobia, pero me doy cuenta de que muchos compañeros sí que la sienten. Ocultan su situación, por miedo a ser juzgados por los demás y a posibles discriminaciones, por supuesto, pero generalmente hay también un punto muy fuerte de juicio hacia uno mismo. Por una parte, hay personas que no logran perdonarse por las cosas que hicieron bajo los efectos de las drogas. Por otra, sea cual sea el caso particular, como sociedad tenemos muy metido en el cerebro que los yonkis son malas personas, mentirosas, manipuladoras…  Por tanto, el tópico que arrastramos todos sobre lo que significa ser yonki se mezcla con la culpa o la vergüenza, que son muy poderosas.

«El modelo de atención a las personas con adicciones está cambiando en la sanidad pública, pero no hay suficientes recursos»

¿Las personas adictas encuentran suficiente apoyo en la sanidad pública para iniciar un proceso de recuperación? Entendiendo recuperación como alcanzar cierto nivel de bienestar personal, además de dejar de consumir.

Esta cuestión me produce mucha tristeza porque, por un lado, veo que el modelo de atención a las personas con adicciones está cambiando en la sanidad pública, y eso es muy positivo. Se está adoptando una perspectiva mucho más interdisciplinar, adoptando incluso enfoques como la reducción de riesgos, algo que era impensable en España. Pero no hay suficientes recursos. Hace poco entrevisté en el pódcast a Eva Tenorio, de Projecte Vida, que decía que si la salud mental está a la cola de la sanidad, las adicciones todavía están más por detrás. Sin embargo, es un problema cada vez mayor y acabará repercutiendo en el bienestar del país.

¿Ha identificado que haya discursos o promesas pseudocientíficas entre las herramientas que se ofrecen a las personas adictas para recuperarse?

Sí, las terapias sin evidencia científica siempre logran meterse por algún sitio. En España hay poca oferta peligrosa en ese sentido. En los centros de rehabilitación quizás incluyen alguna pseudoterapia complementaria para hacer más cosmética su oferta. En el caso de la adicción, muchas veces, lo que ocurre es que la persona adicta no ha dedicado un minuto a cuidarse desde hace años. Entonces, por ejemplo, si hace una sesión de acupuntura, es posible que note una mejora, pero esto no tendrá que ver con la terapia en sí, sino con que se ha dedicado ese espacio a sí misma. Pero aquí, como te decía, no hay sitios que pretendan curar la adicción con homeopatía, por ejemplo, como sí ocurre en otros países.

Hay una percepción muy baja del alcohol como sustancia cuyo consumo comporta riesgos para la salud, a pesar de que la evidencia científica nos indica lo contrario. ¿Por qué se resiste esta visión a mutar?

Sobre este tema, podríamos culpar a los intereses políticos, económicos, a la industria del alcohol… Pero la verdad es que creo que hay un elemento de base y es que el alcohol nos ayuda a regularnos, casi como una automedicación. Es muy difícil pelear contra una sustancia que produce tanto «bienestar», en el sentido de que millones de personas regulan el estrés con una copa de vino, con una caña… ¿Qué pasaría si no pudieran hacerlo? Esto es un gran problema, porque el alcohol tiene un impacto sobre la salud más allá de poder desarrollar una adicción: enfermedades cardiovasculares, diferentes tipos de cáncer… Pero creo que mientras no encontremos otras formas de regularlos, el alcohol seguirá consumiéndose. Por eso yo siempre hablo de la reducción de riesgos. Sabemos que el alcohol es malo para la salud; incluso quien dice que tomarse una copa de vino al día es bueno, sabe que no es verdad. Pero por el momento está claro que vamos a continuar bebiendo. ¿Qué hacemos para evitar los efectos más brutales del alcohol en la salud pública? Quizás el ministerio nos debería decir claramente qué cantidad de alcohol conlleva menos riesgos, asumiendo que el riesgo nunca es cero. Pero eso no se hace porque sería una ruina para los bares. Es realmente un tema muy complejo, y va más allá de lo cultural.

«Antes el tabaco tenía mucho glamour, pero las políticas públicas cambiaron esa percepción»

Aun así, ¿cree que desde la cultura se romantiza el consumo de alcohol? En películas, series, música…

Es que el consumo de alcohol se puede representar de forma muy decadente, pero también de forma muy chic [riendo]. Y también pasa en las redes sociales: las fotos con el vinito y la caña, y todo el postureo en general con el alcohol. ¿Cuándo dejaremos de hacerlo? El caso es que tenemos un ejemplo de todo eso con el tabaco. Antes era muy cool estar con el cigarro, tenía mucho glamour. Pero gracias a las políticas públicas, ha cambiado la percepción pública respecto a una droga, y de forma espectacular. Pero tiene que haber una voluntad en ese sentido, o una alternativa. Tengo la impresión de que puede haber una sustitución del alcohol por el cannabis y que, si no se regula como se debería, dejaremos de romantizar el alcohol para romantizar el cannabis. Lo que no veo posible es que un ser humano esté sin consumir algún tipo de sustancia, por lo menos de momento.

Entonces, dejando de lado un prohibicionismo extremo o la criminalización del consumo, ¿qué podemos hacer, colectivamente, para combatir la vulnerabilidad social hacia las adicciones?

Partimos de un lugar muy difícil para responder a esta pregunta, porque vivimos en un individualismo muy tremendo. Incluso la experiencia de drogarse, como decía antes, es muy individual. Del alcohol se dice que ayuda a sociabilizar, pero un consumo problemático se hace ya desde el aislamiento y con el cannabis pasa lo mismo. Así que creo que lo que podemos hacer es ayudar a que la gente hable de lo que vive: las familias, las personas que consumen. Y que puedan hacerlo sin miedo. Y no me refiero solo a personas que ya han desarrollado una adicción, sino a que un amigo pueda decirnos que no concibe salir a cenar sin vino, o que ha tenido que meterse una raya para aguantar el día. Eso nos lo dirá si se ha hecho tres cafés, pero no con la cocaína, porque temerá nuestro juicio. Y es inevitable juzgar, porque socialmente estamos configurados para hacerlo, pero podemos cambiarlo. A mí me gustaría ir hacia eso. Crear un espacio seguro para poder hablar estas cosas sin caer en juicios de valor.  Quizás es algo muy utópico ahora mismo, pero con el tema de la salud mental lo estamos haciendo. Las personas contando sus problemas, sus procesos de terapia… están normalizando mucho hablar de estas cuestiones, y espero que el tema de las adicciones vaya detrás. Así que me parece que lo único que podemos hacer es hablar, hablar y hablar, generar debate público respecto a las drogas y a las adicciones. Esta es mi perspectiva, desde mi proyecto. Probablemente haya personas que piensen diferente. Pero creo que ahora que lo importante es expresarnos, visibilizarnos.

© Mètode 2022
Periodista y traductora, revista Mètode.