En la Edad Media se consideraba que la Tierra estaba en el centro del universo y los planetas, el Sol y la Luna se situaban sobre inmensas esferas cristalinas. Más allá de la Luna no existía cambio ni alteración, sino perfección y armonía. Solo el mundo sublunar admitía mudanza y corrupción. En consecuencia, la aparición repentina de un cometa debía ser un fenómeno atmosférico. Así lo consideraba Galileo Galilei, mientras que el valenciano Jerónimo Muñoz pensaba que el universo estaba lleno de aire y que los cometas eran agregaciones de vaho más lejanas que la Luna.
Edmund Halley observó detenidamente los movimientos de un cometa en 1682 y, usando las leyes de movimiento de su amigo Isaac Newton, demostró que este objeto, conocido ahora como «cometa Halley», había hecho varias apariciones anteriores. Los cometas, por tanto, son miembros del sistema solar que solo se activan y brillan cuando están cerca del Sol.
El pasado verano visité Normandía. Las playas del desembarco no dejan indiferente. Cerca de allí está Bayeux, la primera ciudad liberada el 7 de junio de 1944. Si bien la ciudad tiene una gran catedral gótica digna de visitar, existe un tesoro poco conocido fuera de los círculos de los astrónomos amantes de la historia de la ciencia. Es el tapiz de Bayeux, una franja larga y estrecha de sábana bordada (70 m de largo por 51 cm de ancho), que, en varias viñetas, como en un cómic, con dibujos y frases en latín, cuenta los problemas dinásticos de los anglosajones, el juramento roto del rey Harold y la historia épica de la conquista de Inglaterra por Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, después de la batalla de Hastings, en 1066. La precisión del trenzado de la lana sobre el lino, los detalles de las caras, las expresiones de los sucios barbudos anglosajones y los pulidos afeitados normandos me encantaron. Confeccionado en 1070 por orden del obispo Odón, las ha pasado moradas. De estar expuesto en la catedral a estar a punto de servir de embalaje de un cargamento de armas durante la Revolución. Y suerte tuvo de estar protegido en el Louvre durante la batalla de Normandía.
Pero lo que lo hace tan especial es una de las viñetas donde se distingue la primera representación del cometa Halley. Aquel año de la batalla que determinó el futuro de Inglaterra, un cometa grandioso se paseó por el cielo. En la concepción geocéntrica, la presencia de un nuevo objeto celeste se consideró un signo de mal agüero para el rey Harold de Inglaterra y, ciertamente, murió en la batalla. En el trozo de lienzo de la imagen adjunta se ve cómo los nobles del rey admiran a la estrella asustados.
Después de haber visto representado al cometa en los libros, lo veía en persona. Sin embargo, la emoción que sentía duró poco. Una hilera de personas seguía las indicaciones de las audioguías sin dejar tiempo ni espacio para detenerse y admirar la escena de mi querido cometa.
Ahora debería visitar la capilla Scrovegni en Padua, donde se encuentra el fresco de la Adoración de los Reyes que Giotto pintó entre 1304 y 1306. Sobre el pesebre, la estrella de Belén se representa llameante, muy diferente a lo que vieron los Reyes según Mateo 2, 9-10: «La estrella que habían visto salir empezó a avanzar delante de ellos, hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño». Parece que la visión del cometa en 1301 impactó al pintor y decidió pintarlo. Él es, pues, el responsable que pongamos un cometa sobre el pesebre en Navidad.
En 1986 volvió el cometa Halley y se lanzaron naves espaciales para estudiarlo. La Agencia Europea del Espacio envió a Giotto, en homenaje al pintor, y consiguió por primera vez una imagen del núcleo, el secreto mejor guardado bajo la coma de gas y polvo. El cometa no volverá hasta el 2061, cuando los átomos de muchos de nosotros formarán parte ya de otros organismos. ¿Acaso habrá algún átomo nuestro en una astronauta que lo visite?