Reflexiones

Ilustración: Hugo Salais

El mosaico de la batalla de Issos hallado en la casa del Fauno de Pompeya, copia romana –como tantas– de una pintura helenística (IV a. C.), muestra la carga de la caballería de Alejandro contra el ejército de Darío. Imponen y sorprenden la compleja composición realista con perspectiva, las miradas de Bucéfalo o del rey persa. Un detalle capta mi atención: el soldado que, ya en el suelo, nos da la espalda y observa (quizá por última vez) la imagen de su rostro en un escudo reluciente; un escudo como el del mito, que Atenea dio a Perseo para que no mirara a Medusa y sí a su reflejo. Instrumento de vanidad desde hace milenios, espejos de cobre, obsidiana o plata se exponen a centenares, oxidados, en los museos. Puede que Lucy, nuestra antecesora, ya intuyera que el cielo-montaña-bosque que aparecía boca abajo junto al bosque-montaña-cielo erguido al pie de un lago era, en realidad, su imagen especular.

Cuerpos como el Sol o una lámpara emiten luz que se propaga en línea recta e incide sobre otros objetos que son iluminados. Como cualquier onda –en este caso electromagnética– una porción de la luz incidente se transmite y absorbe, y otra es reflejada en la superficie del objeto, en múltiples direcciones si esta es irregular (reflexión difusa). Cuando buena parte de la luz incidente se refleja y además la superficie es lo bastante lisa a pequeña escala, tenemos un espejo que nos da una imagen nítida de otros objetos que lo rodean. En particular la de esa persona que parece ser yo, equidistante al espejo desde el otro lado, que mueve el brazo izquierdo cuando yo muevo el derecho, que se aleja cuando me alejo y se gira hacia la izquierda si yo lo hago a la derecha. Groucho y Harpo Marx imitan a la perfección el objeto y su imagen en una escena de la película Sopa de ganso.

Cuando jugábamos al ratón de luz con el sol y el vidrio del reloj, practicábamos las leyes de la reflexión: el haz de luz incide sobre la superficie plana y la parte reflejada sale con un ángulo igual al de incidencia, lo que produce una mancha luminosa en la pared o un destello en el ojo de quien se interpone. Al girar el vidrio, cambian los dos ángulos y la mancha de luz se desplaza. Así se logra iluminar en invierno algunos pueblos rodeados de montañas. Este juego también ayuda a entender cómo se forman las imágenes en un espejo (véase la ilustración). Cualquier punto del rostro de Alicia difunde luz en todas direcciones. Véase, en particular, el rayo que sale de A e incide con un ángulo α en el espejo (P). Se refleja con el mismo ángulo y continúa hasta el ojo de Alicia. El sistema visual interpreta que el rayo proviene de A’, simétrico al otro lado del espejo. Con la luz reflejada proveniente de todos los puntos de Alicia crea una imagen, llamada virtual, también para la reina blanca (B) o cualquier otro objeto.

Girando y combinando espejos planos se obtienen efectos muy curiosos, como proyectar opacos (así funcionaba mi amado juguete Airgamcolor), ver sin ser visto (periscopio), o multiplicar las imágenes: todos tenemos fotos infantiles de una abuela o un bisabuelo en una especie de caleidoscopio. Efectos especiales como los recogidos por Herón de Alejandría o el del «fantasma de Pepper», citado ya en el Magia naturalis de Giovanni B. della Porta (1558), nutren la prestidigitación y la escenografía teatral, y películas como Metrópolis y otras recientes se basan en ellos. Objeto de lujo y de estatus en el pasado, el espejo es ahora ubicuo, también en ciencia y tecnología. Pensemos en los láseres o los interferómetros ópticos, como los Michelson-Morley, incluyendo el LIGO que detecta ondas gravitatorias de cataclismos galácticos. El arte ha representado siempre el espejo, junto al objeto/sujeto y su reflejo, en ánforas griegas, frescos romanos, con ninfas, meninas y majas o en interesantes instalaciones contemporáneas como la del Museo Helga de Alvear en Cáceres. Sorprende el Narciso atribuido a Caravaggio que mira absorto su imagen en el agua, dicen que enamorado de sí mismo. Quizá solo meditaba en las leyes de la reflexión.

Atrévete

A) Dibuja una circunferencia o un cuadrado sobre un papel. Apoya un pequeño espejo perpendicular al papel en un diámetro o una diagonal del dibujo, ¿qué ves? La imagen completa la figura. Prueba también con un vidrio o con la superficie del agua.

B) En la penumbra, expón el espejo a la luz directa (del Sol o de una linterna) y busca la mancha de luz en la pared. Traza mentalmente los rayos incidente y reflejado. Gira ligeramente el espejo y aumenta o disminuye el ángulo. Piensa antes en cómo se moverá la mancha. ¿Tenías razón?

C) Coloca el espejo boca arriba sobre la mesa y sujeta encima, perpendicularmente, una regla de ángulos. Dirige un puntero láser al espejo con un cierto ángulo y rasante sobre la regla para ver el haz. Busca el haz reflejado y verifica si su ángulo coincide con el incidente. Verifica de nuevo, cambiando el ángulo.

Sigue experimentando con la demo 170 de la «Colección de demostraciones de física» de la Universitat de València. 

© Mètode 2022 - 115. Belleza y naturaleza - Volumen 4 (2022)
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Directora del Departamento de Física Aplicada y Electromagnetismo de la Universitat de València.