La naturaleza de las cosas

Aquarela sin título

Pocas figuras como la de Henry David Thoreau simbolizan una resistencia racional y activa a la escisión entre ciencia y poesía. De hecho, su obra –y toda su vida– es una búsqueda constante del equilibrio necesario entre naturaleza y arte. Y es que Thoreau intuyó como peligro real lo que entonces –en la primera mitad del siglo XIX– ya se adivinaba: la desintegración de una cultura única –empleo la expresión del doctor en Filosofía, Antonio Casado da Rocha– que de forma inevitable derivaría hacia la especialización definitiva en disciplinas. Un contexto que modificó el papel de la ciencia como preámbulo de la filosofía moral y, más aún, como fuente inagotable de creatividad.

El autor de Walden entiende que entre cultura y naturaleza se yerguen unos límites bien trazados. Cada campo tiene su dominio. Y, sin embargo, se trata de unos límites permeables en los que el saber transita sin restricciones: un puente salva el abismo entre ambas orillas. Al fin y al cabo, la ciencia es una forma de lenguaje y Thoreau moldea una nueva forma de expresar la realidad. En una entrada de sus dietarios –la fuente de toda su obra–, fechada el 5 de noviembre de 1857, especifica que cuando observa algo su punto de interés se ubica «entre los objetos y yo». Existe un intangible que rasga la dualidad del método «objeto-sujeto». Un equilibrio armónico según el cual no debe perderse la calidad de observar poéticamente la realidad como tal.

«Las cosas que se ven con un microscopio comienzan a ser insignificantes», escribe un 1 de noviembre de 1859. Como Max Weber hará más adelante con su noción de «desencanto del mundo», Thoreau ve con preocupación la técnica por su frialdad al ser aplicada a la experimentación científica. En ese sentido, el Thoreau naturalista no se limita a recoger datos. Al contrario, ansía encontrar nuevos caminos para poder humanizar la ciencia a través de la palabra. De ahí la importancia que le da a comparar el saber de sus investigaciones con los conocimientos de los pueblos amerindios. En particular, de los nombres de especies, lo cual le hacía contemplar el mundo «desde otro punto de vista».

Inevitable es la comparación con Goethe –ambos desconfiaban de los «sistemas» y ambos complementaban el método de análisis con el de síntesis. E ineludible es la relación con Humboldt y Darwin; todos contemplaban la naturaleza como un cosmos: un orden en el que todo está interconectado. Para Thoreau, un fenómeno debe tener interés humano. Y no solo, en tanto que el fenómeno no es independiente e interactúa con el observador. No en vano, en el bello opúsculo Caminar, el escritor y naturalista esboza una verdadera declaración de principios: «Quiero considerar al hombre […] como una parte esencial de la Naturaleza, más que como un miembro de la sociedad». Es decir, la relación –resuena la voz de Walt Whitman– del hombre con la naturaleza; el sense of place, esa sensación inextricable con el entorno, casi empírica, de donde brota el moderno ecocentrismo.

Podría parecer que Thoreau menospreciara la idea de progreso científico. Que defendiera una ciencia estática, mística en su teleología. Nada más lejos de la verdad. De hecho, a pesar de no ser muy conocido en vida, su legado como naturalista consta, entre otras obras, de Faith in a seed, donde trata de un tema primordial para la teoría de la evolución, como era el mecanismo de dispersión de las semillas. En un momento determinado, Thoreau cree que es necesario complementar sistemas y que ningún relato, sea poético o científico, es suficiente para hacer una descripción completa de la realidad. Incluso en su obra más cívica y social, en La desobediencia civil, encontramos rastros de un naturalismo antiprometeico: «No vine al mundo para hacer de él un buen lugar donde vivir, sino a vivir en él, sea bueno o malo». Thoreau buscaba en la síntesis de géneros y conocimientos su singular manera de poder captar las cosas.

La suya es una voz que resuena con fuerza en el mundo convulso de hoy. Porque hemos perdido el contacto con la naturaleza. Y justamente es la naturaleza el primer tema de la obra de Thoreau. Y la pregunta de cómo debemos vivir es explícita. Vivir más con menos, lo demostró en Walden Pond. Conviene escucharle, leerlo y meditarlo. Porque hay otra forma de habitar el mundo.

© Mètode 2023 - 118. Parientes primates - Volumen 3 (2023)

Escritor y fotógrafo (Barcelona).